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Iglesia Viva publica el número 289 sobre ‘La hora de la sinodalidad’

En las angustias de una horrorosa guerra en Europa, en una época en que siguen ocupándonos tantas crisis, IGLESIA VIVA ofrece un número programado hace tiempo para poner sobre el tablero de nuevo un gran proceso de renovación y reforma, que solo llegará a dar fruto con realismo crítico y una gran esperanza. AD.

El nuevo número de Iglesia Viva se centra en La 16ª Asamblea sinodal convocada para el otoño de 2023 sobre Sinodalidad. Teóricamente es una más de las Asambleas del Sínodo de Obispos, que fue instituido por Pablo VI al acabar el Concilio Vaticano II en 1967. Pero todos sabemos que esta convocatoria es inédita porque incorpora un proceso sinodal de consulta a católicos y no católicos del mundo en un itinerario bienal que incluirá tres etapas: por diócesis, por países y por continentes. Incluso se ha anunciado que la Secretaría del Sínodo consultará a la base del Pueblo de Dios las conclusiones finales, antes de la Exhortación apostólica que las haga oficiales.

Tras las experiencias de los dos sínodos ordinarios (el de la familia y el de los jóvenes) y el especial para la Amazonía( 2019), el papa Francisco, que es consciente que se le acaba el tiempo para desarrollar su plan de renovación y reforma de la Iglesia, ha querido que la próxima convocatoria 2021-230 trate de la Sinodalidad, el caminar juntos, espíritu y método único para que la Iglesia siga desarrollando su misión en el futuro, con otros sínodos o un concilio si fuere necesario: ser sacramento de Dios en un mundo que camina por una historia que progresa aceleradamente.

Este Sínodo pretende impulsar un movimiento de reforma en la Iglesia, de amplio alcance, basado en la Comunión-Participación-Misión de todos y cada uno de los bautizados en la vida de la Iglesia, aportando los problemas y culturas en los que esté encarnada cada iglesia local y cada comunidad. Se propone la Iglesia sinodal como alternativa a la patología del clericalismo, a partir de una revalorización del Bautismo como fuente del derecho de los fieles laicos a participar en la gobernanza de la Iglesia.

Este nuevo número de Iglesia Viva, La hora de la sinodalidad, es una aportación al proceso de deliberación abierto por la convocatoria sinodal. ¡Es posible otro modo de ser Iglesia basado en una reciprocidad no auxiliar sino sustantiva entre ministerio apostólico y bautizados, dentro del mismo Pueblo de Dios! Hay otra forma de ministerialidad, más abierta a laicos e inclusiva de hombres y mujeres. Todas esas cuestiones y muchas más podrá encontrar el lector en el número actual de Iglesia Viva.

https:iviva.org

INFORMACIÓN, SUSCRIPCIONES Y PEDIDOS: Iviva@iviva.org Tel: 34-609 510 862

2 comentarios

  • Juan A. Vinagre

    Me uno a tu comentario, Gonzalo, y deseo y espero que el papa Francisco vaya re-abriendo caminos, que que están señalados desde hace ¡dos mil años! en los mismos Evangelios. El poder de la tradición viejo-testamentaria, que se advierte clara ya en la primera comunidad de Jerusalén, pasó de ésta a las demás iglesias, y de ese modo se fueron difuminando -o marginando- algunos aspectos importantes, esenciales, del Mensaje evangélico. Y así ese poder conservador fue creciendo…   hasta consagrarlo y hacerlo indiscutible… e irrevisable. (Piénse en algunas afirmaciones de papas del siglo XIX, por poner un ejemplo más próximo.) De modo que ese poder eclesiástico llegó a creer que tenía poder incluso sobre el poder civil… e investía…, y tenía el poder de señalar territorios nuevos, descubiertos, y asignarlos…   Hoy hemos aprendido algo y sabemos discriminar mejor (o menos mal).   Por eso aplicamos los conocimientos históricos y la exégesis a la misma Biblia, a los Evangelios y a las epístolas… (Ahí están los estudios de Salvador Santos y los tuyos, Gonzalo, entre otros muchos, que nos enseñan a ver y comprender mejor el Mensaje de Dios, así como a no confundir (ni llamar) palabra de Dios a lo que solo es palabra de hombre… Y como tal palabra, revisable.  Lo que resulta difícil entender -por ser una contradicción- que la Biblia pueda estudiarse y revisarse, a fin de discernir bien entre palabra de Dios y palabra de hombre,  y las doctrinas humanas (palabras de hombres), expresadas por papas o por concilios, sean en la práctica ¡irrevisables! Al menos en su formulación, toda palabra humana debe ser revisable.  Si como se dijo en el concilio IV de Letrán, nuestros conceptos sobre Dios son imperfectos, ¿por qué, en la práctica, los concilios son inrrevisables, al menos en sus formulaciones? Necesitamos liberarnos más de ciertas “sacralidades” asociadas al poder, a fin de madurar nuestra fe como creyentes. Las formulaciones humanas, por mucho que traten de Dios, son siempre revisables y perfeccionables. Formulaciones que están -queramos o no- condicionadas por las circinstancias, por la cultura y por la in-madurez personal o intelectual de los hombres que las formulan.                 Si queremos madurar nuestra fe y nuestro seguimiento es necesario revisar…,  a fin de centrarnos mejor en esencias. (No hablo ya de estructuras eclesiásticas…, tan cuestionables…, tan poco o nada evangélicas.)               En suma, es preciso tomar conciencia de que algunas de nuestras interpretaciones “literalistas”  las hemos convertido en mitos o cuasi mitos…, a los que siguen -acaso seguimos- dando culto, aunque sea de buena fe.

  • Gonzalo Haya

     
    Entre muchos lectores de Atrio quizás predomine un cierto escepticismo sobre la utilidad y los resultados de este Sínodo. Algunos se basan en la decepción causada por los dos sínodos anteriores, sobre la familia y sobre la Amazonia. Sin duda que todos esperábamos más de ellos, pero fueron frenados en gran parte por la Curia vaticana. Sin embargo sembraron precedentes de libertad cristiana, que a muchos nos ha permitido sentirnos Iglesia de Jesús, incluso a aquellos que de algún  modo han renunciado  a la Iglesia institucional. A estos cristianos apela precisamente el Papa en este sínodo, para que le apoyen a superar las resistencias ante un profunda reforma de la Iglesia.
    Otros piensan que la institución de la Iglesia no puede cambiar porque así fue instituida por Jesús, y cualquier cambio estructural sería una negación de sí misma. Falsa creencia, porque no se basa en los evangelios, y porque la Iglesia como institución ha ido cambiando desde las prácticas de los primerísimos discípulos, y se ha adaptado a los vaivenes políticos y sociales, hasta el reciente concilio Vaticano II.
    Ojalá que todos escuchemos la voz de Espíritu y expresemos con libertad y audacia nuestro sentir sobre una necesaria reforma de la Iglesia, tan necesaria para revivir el proyecto de Jesús de una comunidad realmente justa y fraterna.