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El porqué de la Semana Santa sevillana.

Hoy nuestro amigo Martín ha dejado su pancarta de activista para armarse, sin perder olfato crítico, de erudición profesoril y relacionarnos los capirotes de la Semana Santa Sevillana con los siniestros del otro continente. Que nadie se ofenda, aunque puede discutirse. Yo había pensado que la desclerización de la hermandades podía ser devolver Jesús al pueblo… Pero parece que la cosa es más trágica como expresa también Alberto Revuelta en El Confidencial Andaluz. Pasemos página, mejor. Que hoy ha vuelto a empezar por Castilla la desocialización de España, como proclama Isabel Ayuso. AD.

Volví a la Semana Santa sevillana, ahora como observador, cuarenta años después de haberla protagonizado, en distintas cofradías, como “nazareno”. Entonces, claro, apenas sabía que aquel traje de penitencia que llevaba era el impuesto por la Inquisición a quien diera algún indicio de pensar o ser diferente, basando precisamente esa “santa” institución su poder en la uniformidad inducida con ese amenazador y “ejemplarizante” uniforme.

Una medida tan útil, tan práctica, que fue imitada, sin preocuparse en pagar copyright, por quienes ya entonces, sin tener todavía el poder sino sólo también en el Sur de su propio país, querían mantener unos Estados Unidos “inmaculados”. Allí, gracias en gran parte a su labor, los herejes eran, entre otros, los católicos; los inmigrantes europeos, también indeseables, debían permanecer “en su sitio”; y los negros sólo eran tolerados como bestias de carga. Ese era, y en parte aún es, cuando todavía hay que hacer el “trabajo sucio”, con la Biblia en la mano y la patria en los labios, el papel “purificador”, guardián de las esencias patrias, del Ku-Klux-Klan.

Los numerosos, altivos (gracias al capirote), ardientes (por la antorcha o cirio) y, en todo caso, como allí, velados, anónimos, realmente –y en más de un sentido– amenazantes enmascarados de aquí, defienden en el fondo, aunque no lo sepan o quieran, valores excluyentes y discriminatorios demasiado parecidos a los del KKK. La espantosa imagen del Jesús que procesionan, reproducción en el siglo XVII del entonces “normal” de un gitano atormentado, de los miles que entonces se mataban y expulsaba de España, era entonces “despolitizada” e inocua y engañosamente atribuida a un personaje palestino, Jesús, víctima diecisiete siglos antes de un imperio romano ya extinto.

En modo parecido, también hoy “despolitizada”, hecha insignificante (de eso precisamente se trata, de ocultar, negar la realidad para sacar provecho de ello) tampoco esa imagen puede representar ni reivindicar a un palestino o iraquí actual, destrozado a muerto por el imperio actual o por sus cómplices. Eso, dirían horrorizados los cofrades, sería mezclar la religión con la política, acabar con el sagrado espectáculo al que tanto provecho –cada uno a su manera– sacan; no importa que Jesús afirmara que “lo que hicierais a uno de estos, a Mí me lo hacéis”, o que el Papa esté condenando con todas sus fuerzas las actuales inicuas guerras del nuevo imperio romano. Los cofrades van a defender íntegramente, con sagrado integrismo, su política de excluir a todos los demás en provecho de su propio grupo. (1)

De haberme atrevido a hacer allí esas reflexiones, habría sufrido la suerte de un Pablo, víctima del motín de los imagineros locales que, viendo peligrar su negocio, lo echaron de la ciudad al santo y patriótico grito de “Grande es la Diana de los Efesios”. Por eso apenas me atrevo a denunciarlo desde lejos, donde quizá aún no sea siempre aplastante el poder de esos cofrades, protagonistas de la “Semana Santa Sevillana” (SSS) versión original, y aún más peligrosa por ser más próxima a nosotros, de ese KKK sudista que hoy domina, como el integrista texano Bush, Washington y el mundo. Una encuesta reciente revela que un tercio de los que salen disfrazados con capirotes en Sevilla son ateos ¿Y quién no recuerda el inquisidor sevillano ateo de Fiodor Dostoievski? Unos, sin duda, serán más (ir)responsables que otros; pero es obvio para quien haya leído los Evangelios, que son poquísimos, que entre todos ellos no hay ninguno realmente nazareno, auténticamente cristiano.

El auge, a pesar de su aparente arcaísmo, de la SSS no se debe, pues, a su carácter cristiano (¡!) sino a su valor simbólico de refugio, de un mito como Covadonga, un escaparate propagandístico en orden a reconquistar un mundo de jerarquías y desigualdades, radicalmente antidemocrático, como el propugnado por su imitador, el KKK. El clasismo, el sexismo, el racismo, el lujo provocador constituyen, por tanto, su misma esencia, y sólo en los últimos años, con harto dolor, la SSS ha renunciado a algunas de sus manifestaciones más escandalosas, ya imposibles de mantener, para concentrar su labor de política anti igualitaria en las capas más profundas del entramado social.  Es conveniente que uno muera para salvación de todos decían los sacerdotes del templo.

Ya Aristóteles notaba que su cultura era imposible sin esclavos que trabajaran para él. Cuando los libros eran sólo para la clase alta –y estaba prohibido bajo pena de muerte enseñar a leer a los esclavos–, esos libros reconocían libremente que eran necesario que murieran muchos para que pudiera darse una sociedad lujosa.  Bajo la máscara de un Cristo de metal o madera, esa imagen no simboliza sino al pueblo que está muriendo para que la sociedad aristocrática pueda gozar, ese es el misterio, el embrujo de Sevilla de su clase aristocrática. Nada simboliza y realiza “ex opere operato” esa realidad como sus pasos, en los que en el mismo paso, pero debajo, está el pueblo que sufre y padece para llevar el enorme peso del lujo –que no de la imagen, casi siempre poco pesada y, en la Virgen reducida a una careta y unas mano– de los de arriba. Por eso, darle sentido al “meneo” al movimiento espacial, sevillano, de los pasos, que demuestra el señorío de Sevilla, y que mira como ridículo, como gente que no sabe “ná”, a quien emplea misericordioso la rueda o, peor aún para su verdadera ideología social, a quienes, como en otras parten emplean a los mismos señoritos, invirtiendo su papel, para llevar las andas del paso.

No es, por tanto, que sea una mera pantomima, sino es que los nazarenos no solo no son cristianos, sino que son los otros, los que llevan realmente a la pasión y muerte a ese pueblo que llevan bajo el paso. La procesión renueva pues realmente la pasión y muerte de Jesús-pueblo, a la mayor gloria mundial de esos nazarenos ocultos bajo antifaces par que no se reconozca que son los mismos fariseos que acompañaran al Calvario a Jesús. Nazarenos que bajo fachada seria aman el jolgorio, el engaño a que han sometido a su pueblo, haciéndole creer que ellos también son piadosos, para que siga obedeciéndoles con santa resignación hasta la muerte para llegar a la tierra prometida. Y cuando en la era de las luces de Internet empieza a flaquear su fe, se intenta reforzar el embrujo, la magia del paso del Cristo del Gran Poder, exhibiéndolo, a finales de 2021, en los barrios más pobres, de los que Sevilla tiene, casualmente sin duda, más que ningún a otra ciudad de España.

 

6 comentarios

  • No soy yo, bien lo sabe mi familia, un devoto de la Semana Santa tradicional, ya sea sevillana o la más cercana para mi, conquense.

    Pero de ahí a postular su cercanía a los actos y pensamientos del Ku Klux Klan, por el hecho (incontestable) de que se visten de la misma manera sería como decir que bomberos y oficiales de las SS son comparables porque ambos llevan uniforme.

    Desconozco si los salvajes del KKK se inspiraron en la Inquisición o en la Semana Santa sevillana  para diseñar su atuendo pro es que me parece completamente irrelevante.

    No obstante y dejando a un lado a los racistas gringos por antonomasia, quisiera hacer una pequeña reflexión sobre 2 cosas.

    La primera sería preguntarme ¿Qué hay de malo en que los penitentes de Semana Santa hayan basado su atuendo en la vestimenta que usaba la Inquisición para vilipendiar a sus reos? En el fondo, no deja de ser un reconocimiento de necesidad de penitencia (de hecho, así llaman a sus procesiones: “estación de penitencia”) y uno puede estar de acuerdo o no en la pertinencia de ese complejo de culpa que el clericalismo gobernante de la Iglesia ha tratado de imponer al Pueblo de Dios para tratar de controlarlo pero no es objetable la necesidad que cada cristiano tiene de sincera conversión personal. Conversión ¿Hacia qué? Eso ya depende de cada quien y de sus propias creencias y vivencias religiosas (yo soy profundamente relativista), pero conversión siempre y a fin de cuentas hacia lo que cada quien entiende que es Jesucristo y el Reino. Al menos cada cristiano.

    Por lo tanto el atuendo semanasantero, al menos en mi tierra, tiene un significado muy distinto al que emplean en el KKK, es mucho más muestra de humildad que de supremacía y de contricción que de violencia.

    Esté yo o no de acuerdo con la religiosidad de la Semana Santa española, me parece que compararla con el KKK es una salida de pata de banco y que, empleando la misma libertad de juicio que el autor se permite para con los devotos de la Semana Santa, me parece que responde mucho más a prejuicios personales que a una reflexión seria.

    Por lo demás, creo que en especial en un sitio como Atrio, debemos ser muy respetuosos con la forma de creer de los demás. Si precisamente somos nosotros quienes pedimos a la Iglesia oficial respeto a nuestra forma particular de creer en cristo y en Dios, si precisamente aquí se denuncia la habitual intolerancia del Vaticano hacia quienes se salen de la postura estrictamente tradicional de su doctrina ¿No nos estamos convirtiendo  nosotros en talibanes de signo contrario cuando criticamos a quienes discrepan de nosotros, basándonos en nuestros propios prejuicios personales.

    En especial me resulta más sangrante con aquellos cristianos tradicionales que se limitan a vivir su fe de forma sencilla y que, equivocada o no, no tratan de imponerla a nadie.

    Mi experiencia con la Semana Santa es que yo no puedo vivir esa religiosidad, pero lo veo mucho más como una limitación mía que como un defecto de quienes la viven.

    A la pregunta de ¿Por qué la Semana santa? La respuesta es sencilla. porque hay quien la vive y la venera y nadie (y nosotros tampoco) tiene derecho a obligar a otro a vivir su fe de manera distinta a la que le sale de los cojones vivirla, ni siquiera aunque se tengan millones de argumentos sólidos para no vivirla.

    Váyase de vacaciones a la playa o, mucho mejor, búsquese una parroquia donde vivirla  a su manera y no cedamos a tentaciones dictatoriales.

     

  • Yo no juzgo en mi análisis voz la conciencia de nadie, si son más o menos buenos o malos; ni siquiera ellos mismos acaban de saberlo del todo y, por lo demás, no es mi tema. Lo que sí digo es que, lo hagan más o menos a sabiendas, su su comportamiento objetivo no corresponde ni ayuda a expresar el mensaje de Jesús, sino que contribuye a fomentar otro muy contrario.

  • Isabel

    Pido perdón a Martín Sagrera por utilizar su espacio, pero es que lo comparte con Alberto Revuelta y no quiero pasar por alto algo de lo que este expone.
     
    Revuelta se hace eco de una entrevista a Peter Singer aparecida en El País donde lo presentan a bombo y platillo: “Señoras y señores, con ustedes Peter Singer” “un referente del pensamiento moral del mundo”.
     
    No hace más que unos meses por recomendación creo, aunque no estoy segura, lo siento, de Santiago Villamayor, adquirí el libro “La filosofía se ha vuelto loca” de Jean-François Braunstein, en el que analiza las ideas de Singer con múltiples referencias a sus obras “Ética practica” y “Repensar la vida y la muerte. El derrumbe de nuestra ética tradicional”. A consecuencia de esa lectura me he interesado más por conocer información sobre tan importante filósofo de la ética y la moral de defensores (abundan) y detractores. 
     
    Resulta que, así lo declaran abiertamente sus defensores como algo positivo, 
    Singer anuncia una gran verdad, la ética tradicional se derrumba porque en la actualidad la santidad de la vida humana es inaplicable. 
    Se debe sustituir por una “nueva moral” alejada de prejuicios y supersticiones religiosas basada en la compasión.
    Pero tan aparentes buenas intenciones no son para todos, algunos quedan fuera. Esta nueva moral se fundamenta en una concepción del hombre, que no considera a todos los humanos por igual, dotados de la misma dignidad.
     
    Tan compasivo él, Singer establece a su arbitrio distintas categorías de personas: personas no humanas (los animalicos) “humanos personas” y “humanos no personas”. En “Ética práctica” argumenta que sólo aquellos seres humanos que evidencian “auto-conciencia, racionalidad y autonomía” son personas completas que tienen estatus moral. Los niños de un mes no son personas porque carecen de las características relevantes. Niños con graves deficiencias mentales, hemofílicos, Down, ancianos dementes, tampoco lo son según su “medidor de persona” al no estar dotados de consciencia y carecer de una vida digna de ser vivida. No así los animales superiores sanos, a quienes adjudica ser poseedores de un “proyecto vital”.
     
    Y así, en su “Ética práctica”:
    “Los animales no humanos por una parte y los niños retrasados mentales por otra, se hallan dentro de la misma categoría; y si utilizamos este argumento para justificar un experimento en animales no humanos, deberíamos preguntarnos si estamos igualmente dispuestos a autorizar ese mismo experimento en niños humanos o adultos retrasados mentales; y si establecemos diferencias entre esos animales y estos seres humanos, ¿en base a qué podemos fundarla, sino a una toma de postura cínica -y moralmente indefendible- en favor de los miembros de nuestra especie?
     
    ¿Un referente ético Singer? ¿Referente del pensamiento moral del mundo?
     
    No es extraño que el diablo se haya infiltrado en El País, pero, ¿en el escrito de Revuelta? 
    Eso sí que da miedo y no los capirotes.
     
    Quien haya tenido a bien leer esto, hágase un favor y lea “La filosofía se ha vuelto loca”. No se dejen atrapar por las artimañas de El País, reflexionen sobre lo que nos quieren imponer.

  • Gonzalo Haya

    No soy ningún devoto de la semana santa sevillana; reconozco que hay mucha superficialidad, y mucho derroche de lujosos adornos. Sin embargo considero desenfocada la interpretación de la semana santa sevillana que hace este artículo. Hay mucho sentimiento sincero, mucha raigambre cristiana, aunque expresada en el tono propio, espontáneo y alegre. Como dice Eloy, “no hay que apresurarse a juzgar lo que otros hacen, aunque no lo compartamos” y ni siquiera lo comprendamos.

  • Por primera vez escucho a alguien explicar de dónde nace la indumentaria de nuestros “penitentes” de semana santa. Muchos ya lo sabíamos aunque no porque nos lo hubieran enseñado en el catecismo. Efectivamente los que desfilan acompañando a los pasos, son el último vestigio de los obligados a pasear y ser escarnecidos por las multitudes como “penitencia” por sus actitudes heterodoxas portando unos capirotes y sayotes que suscitaban toda clase de burlas. De ahí viene también lo de “tonto de capirote”.

  • ELOY

    A reflexionar, si.   A matizar también. No hay que apresurarse a juzgar la conciencia de lo que otros hacen, aunque no lo compartamos.