Considero que, a pesar de tanta publicación sobre el tema en ATRIO, vale la pena leer y comentar este artículo en la mejor revista católica progresista de EEUU. He intentado distinguir con el autor entre disculparse (apologize), confesar la culpa (confess sins), asumir la responsabilidad (accountability) y pedir perdón (ask forgiveness), solo al final y sin exigirlo. AD.
Por Thomas Reese – National Catholic Report – 1 de febrero de 2022
Demasiados jerarcas católicos creen que, cuando se trata de abusos sexuales del clero, estar al mando significa no tener nunca que disculparse. Durante todo el tiempo que ha durado la crisis, los abogados de los obispos han aconsejado a muchos de ellos que no se disculpen, ya que esto supondría una admisión de culpabilidad que se volviera a presentar como prueba cuando fueran demandados ante los tribunales.
Algunos se han mostrado demasiado arrogantes y cobardes para admitir su culpa. Otros se negaron a pedir disculpas porque creen que no tienen culpa alguna, ya que tomaron decisiones basadas en los consejos que recibieron de psicólogos y abogados de derecho canónico que a su vez eran ignorantes. Algunos incluso pensaron estúpidamente que admitir su responsabilidad perjudicaría de algún modo a la Iglesia.
Pero sea como fuere, está claro que han fallado al pensar en ellos mismos, en sus sacerdotes o en la institución antes que en la vida de los niños. Cuánto pecaron, se lo dejo a Dios, pero no hay duda de que deben confesar su culpa. Fueron inmorales o estúpidos, o ambas cosas. En cualquier caso, es necesario disculparse.
Todas estas evasivas son contrarias a la enseñanza católica, que afirma que todos somos pecadores que debemos confesar nuestros pecados, hacer penitencia, reparar y enmendar nuestra vida.
El Papa retirado Benedicto XVI, también conocido como Joseph Ratzinger, es un ejemplo de ello. Cuando era arzobispo de Múnich, los sacerdotes abusadores no fueron tratados adecuadamente. El grado de implicación en estas decisiones es irrelevante. Él era el arzobispo y la responsabilidad recaía sobre él. Aunque otros tomaran las decisiones, él nombraba a esas personas y les delegaba la autoridad para tratar con los sacerdotes abusadores.
Los que defienden a Ratzinger argumentan que, a causa de las recomendaciones profesionales que he citado anteriormente, prácticamente todos los obispos se equivocaron antes de 1982, año en que Ratzinger dejó Múnich. Es cierto, pero lo único que esto demuestra es que no era mejor que los demás obispos, lo cual no es un nivel alto. Y los fallos de los demás no le eximen de confesar sus propios fallos.
Sus defensores también señalan sus acciones como prefecto de la Congregación Vaticana para la Doctrina de la Fe, cargo que asumió a instancias del Papa Juan Pablo II al dejar Múnich, y en el que estuvo hasta 2005. Como prefecto hizo más que cualquier otro cardenal del Vaticano para responder a la crisis de los abusos. Continuó mejorando la respuesta de la Iglesia cuando se convirtió en Papa, incluyendo la expulsión de cientos de malos sacerdotes.
Esto es efectivamente cierto, pero cualquier confesor le dirá que hacer las cosas mejor hoy no le absuelve de confesar los pecados pasados.
Cuando los prelados presentan sus disculpas, éstas deben ser en póblico y en alta voz. Nadie quiere oír que “se cometieron errores” o que “hoy no actuaríamos de la misma manera” o que “lamento que la gente esté molesta” o que “lamento cualquier cosa que pueda haber hecho mal”.
Los obispos deberían saber confesarse; después de todo, lo hacen todos los días al comienzo de la misa. Estas son las palabras que la gente quiere escuchar de Benedicto, de Francisco y de otros líderes de la iglesia que no manejaron bien a los sacerdotes criminales:
“Confieso a Dios todopoderoso y a vosotros, hermanos míos, que he pecado mucho, en mis pensamientos y en mis palabras, en lo que he hecho y en lo que he dejado de hacer, por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa”.
Los obispos tienen que confesar que han pecado enormemente en sus palabras (negando los abusos e intimidando a las víctimas para que guardasen silencio), en lo que han hecho (trasladar a los sacerdotes abusadores de una parroquia a otra) y en lo que han dejado de hacer (proteger a los niños). Tienen que reconocer que es su culpa, su culpa, su gravísima culpa.
Las disculpas deben provenir de la liturgia católica, no ser escritas por abogados. Cuando se trata del pecado, en la liturgia católica no se anda con rodeos.
Los obispos también deberían evitar pedir perdón, lo que supone una carga para las víctimas. Incluso puede revictimizar a quienes no están dispuestos a perdonar. Que perdonen o no es algo entre ellos y Dios, no entre ellos y los obispos que les ofendieron.
“Pero ya hemos pedido perdón”, dirán algunos obispos, “¿no podemos seguir adelante?”.
No. Una disculpa no es nunca suficiente. Si un hombre engaña a su mujer, una disculpa no lo arreglará. Si quiere seguir casado, tendrá que disculparse de una forma u otra durante el resto de su vida.
Además de pedir perdón, Benedicto podría expresar su voluntad de reunirse con cualquier víctima de abusos de su antigua archidiócesis. En esos encuentros, podría escuchar sus historias y disculparse directamente. Esto puede ayudar a la curación de los supervivientes.
Algunos han pedido que Benedicto haga penitencia y renuncie a su título de “papa emérito”.
Por otro lado, me encantaría ver a algunos obispos pasar la Cuaresma viviendo a pan y agua, acampando en las escaleras de sus catedrales. Hubo un tiempo en el que a los pecadores públicos se lez exigía esa penitencia, para ser readmitidos en la comunidad en Pascua. El obispo podría vivir como un indigente pero, al mismo tiempo, ofrecer atención pastoral a cualquier persona, especialmente a los supervivientes de abusos, que acudieran a visitarle.
Incluso un obispo no implicado en el encubrimiento podría asumir esa penitencia en nombre de sus predecesores y de la diócesis.
Con respecto al título de Benedicto, he argumentado ya en otra ocasión que los papas retirados no deberían llamarse papa emérito en ningún caso. Si un papa dimite, debería dejar de vestir de blanco y volver a su nombre de bautismo.
Por lo tanto, Benedicto, después de dimitir, debería haberse convertido en el cardenal Joseph Ratzinger, obispo emérito de Roma. Cuando muera, podrá ser enterrado como un papa con toda la pompa litúrgica y la ceremonia que le corresponde a un papa, reconociendo su estatus y sus acciones como pontífice.
No hay lugar para dos papas en la Iglesia Católica. Espero que cuando Benedicto muera, la ley de la Iglesia cambie para reflejar esto. Espero que si Francisco renuncia, deje de lado la sotana blanca y vuelva a su nombre de bautismo. Cuando se elija a su sucesor, debería besar su mano y jurarle lealtad como cualquier otro cardenal.
Hollywood puede creer que el amor significa no tener que decir nunca que lo sientes; pero la teología católica enseña que el amor significa decir siempre que lo sientes. Como dijo Francisco, las palabras que la gente debería repetir más a menudo son: “Gracias. Te quiero. Lo siento”.
Necesitamos escuchar “lo siento” de Benedicto y de todos los demás prelados de la Iglesia Católica. Y hay que decirlo repetidamente.
La columna del jesuita P. Thomas Reese para Religion News Service, “Signs of the Times”, aparece regularmente en National Catholic Reporter.
Es alucinante esto.
Si el Papa anterior se hace responsable de todo, se cubre la cabeza con ceniza y viste de saco, todo resuelto?
Por favor. No insulten nuestra inteligencia. Hay un documento del 63 o por ahí, firmado por el Papa Juan XXIII , digo firmado, no elaborado, donde se establece el protocolo a seguir en caso de denuncia de un acto de abuso.
Por favor.
Es que tengo angustia y no me compensa esto ya. Ustedes sigan. Están en su derecho.