Cuando Ignacio escribió y publicó por la mañana este artículo, tan bien argumentado y ponderado como suele, no sospechaba la que se iba a armar al final de la tarde con los dos votos prometidos del Partido Navarro, convertidos al final en NO, con olor a tamayazo, y el error “providencial” del diputado del PP. Si comentamos, bueno será hacerlo sobre el fondo y sobre esa persmanente discusión sobre si rebajar el izquierdismo para consensuar y ser realista es traición o no a la casa obrera. A mí en concreto me ha gustado la mezcla de ideales y realismo que ha exhibido en todo Yolanda Díaz. AD.
Para algunos partidos o diputados, la votación de la reforma laboral es un asunto abstracto. Va del relato y consiste en aprovechar esta oportunidad para darle una colleja al Gobierno, para desgastar a la ministra más valorada, Yolanda Díaz, o para que la coalición no se apunte una victoria. Es pequeña política, de la cortoplacista, de la más irresponsable. Porque si este decreto no se aprueba, cientos de miles de trabajadores recibirán directamente en sus costillas esa patada que algunos quieren dar al Gobierno.
Hay en España casi 400.000 fijos discontinuos que, con esta reforma laboral, empezarán a acumular antigüedad y derechos que hasta ahora no tenían.
Hay en España 4,3 millones de trabajadores temporales, de los que una buena parte empezarán a tener contratos indefinidos con esta reforma. No es algo teórico: ya está pasando. En enero, el porcentaje de contrataciones indefinidas casi se ha duplicado respecto a la media de la última década.
Y hay cientos de miles de trabajadores, especialmente en las empresas multiservicios, que dejarán de estar sometidos a convenios precarios. En muchos casos, hablamos de mejoras de sueldo muy notables. Para una camarera de piso de Barcelona que ahora no esté amparada por el convenio de su sector –y empezará a estarlo con la reforma, que les da prioridad sobre los convenios de empresa–, el decreto que se vota este jueves supone 5.000 euros más de salario al año, según los datos que manejan los sindicatos.
Para un transportista de Madrid en las mismas circunstancias, son más de 7.000 euros anuales. Para un empleado de pista de un aeropuerto, más de 2.000 euros.
Para muchos trabajadores de la hostelería en Baleares, más de 7.000 euros al año dependen de que se apruebe este decreto.
En todo el texto de la reforma laboral que este jueves se vota en el Congreso no hay un solo punto, ni uno solo, que no suponga una mejora para los trabajadores. ¿Se podría llegar más lejos? Es posible, y de hecho es lo que pretenden los propios sindicatos y el Gobierno. “Esto no es una reforma de punto final”, explica Unai Sordo (CCOO) en esta entrevista: “La reforma no implica que haya otras materias de la legislación laboral que no se puedan seguir abordando a lo largo de la legislatura”.
Algunas de las futuras mejoras en el mercado laboral irán con el apoyo de la patronal. Otras no, como ya ha pasado con la última subida del salario mínimo. Pero quienes dan lecciones de “traición a la clase obrera” a este Gobierno olvidan que, desde que llegó la coalición, el salario mínimo ha subido un 30%.
Es cierto que el compromiso previo del Gobierno –tanto del PSOE como de Unidas Podemos– era otro: derogar la reforma laboral de Rajoy. Y es legítima la crítica de quienes argumentan que el Gobierno está incumpliendo esa promesa: los que defienden que tendrían que haberla derogado en su totalidad, incluso asumiendo otra reforma unilateral, sin el apoyo de la patronal. Hay muchas personas que también creen que es preferible así: una reforma de máximos sin los empresarios, y que dure lo que tenga que durar. No es una posición que yo comparta –expliqué mis razones en un artículo previo–, pero sí creo que al menos es debatible. O defendible. O coherente. Un tema donde yo también tengo mis dudas, y encuentro argumentos para cambiar de opinión.
Es coherente criticar al Gobierno porque esta reforma es incompleta y votar sí o abstenerse ante este decreto. Donde no veo coherencia alguna, y sí mucha irresponsabilidad, es en pedir más avances, pero intentar tumbar los que se logran; votar ‘no’ a este decreto para dar una patada al Gobierno, pero en el culo de los trabajadores. “Es injustificable decir que impides que se suba un peldaño en derechos laborales tan importantes como los que tenemos en este acuerdo porque faltan otras cosas”, argumenta Pepe Álvarez (UGT) en esta entrevista. Y tiene toda la razón.
Porque la posición de algunos partidos ante la votación de este jueves responde a otras cuestiones, distintas a la coherencia o a la defensa de los intereses de los trabajadores. Por eso una derecha que está a la derecha de la patronal y una izquierda que dice estar a la izquierda de los principales sindicatos dirán que no a la reforma laboral más favorable para los trabajadores y con más consenso social de la historia reciente de España.
En el caso de EH Bildu, hay al menos un mínimo argumento: que los principales sindicatos vascos están en contra del acuerdo. Un ‘no’ de ELA y LAB que, en parte, tiene más que ver con las pugnas con CCOO y UGT que con el contenido del acuerdo, como demuestran los argumentos que usan para justificar su posición. No creo que esta sea la postura más coherente, pero al menos EH Bildu tiene una excusa de la que colgar su ‘no’. Lo mismo ocurre con el BNG y su sindicato más cercano, CIG.
El rechazo de los sindicatos vascos también sirve en gran medida para explicar las reticencias del PNV, lo más parecido a una derecha europea que existe en la península ibérica –que por ahora está en el ‘no’, aunque las negociaciones continúan abiertas–. Un partido supuestamente de Estado que se puede descolgar de este acuerdo por motivos poco entendibles: por la competencia con EH Bildu y por otro asunto menor, la prevalencia del convenio autonómico sobre el estatal, a pesar de que este tipo de convenios apenas existen en Euskadi.
Las críticas de los sindicatos vascos y gallegos explican una parte de los ‘noes’ en el Congreso de los Diputados. No es ese el caso de ERC, esa misma izquierda que gobierna en Catalunya con la derecha, pero dice estar a la izquierda de los propios sindicatos a los que están afiliados buena parte de sus militantes y votantes.
Pero no nos engañemos. ERC no vota en contra de este acuerdo porque le parezca una traición a los trabajadores o una reforma cosmética. Lo hace porque están enfadados con el Gobierno por otros motivos y porque les preocupa el ascenso en la popularidad de Yolanda Díaz entre sus propios votantes. Y cuando Gabriel Rufián dice que esta reforma no es de izquierdas porque va a votar a favor Ciudadanos (lógico, una derecha que no está a la derecha de la patronal, igual que UPN y el PDeCAT) olvida que también la apoyan la gran mayoría de los diputados de izquierda en el Congreso. ¿O es que esa ERC que gobierna con la derecha es más de izquierdas que Podemos, Izquierda Unida, Más País o Compromís?
A estas horas del día, y mientras los partidos van marcando sus últimas posiciones, la reforma pende de un hilo. Es un síntoma del tipo de enfermedad que padece la política española.
La patronal y los principales sindicatos han estado a la altura. Han hablado, han negociado y han logrado un acuerdo. Y han priorizado los intereses de quienes más lo necesitan: los de los trabajadores más precarios.
Mientras el diálogo social logra ese pacto, tan inédito como importante en un momento de polarización extrema y crisis mundial de la democracia, buena parte de los diputados votarán en contra, siguiendo esa máxima que tantos desastres ha provocado en la política, a izquierda y a derecha: “Cuanto peor, mejor”. ¿Mejor para quién? Desde luego, para los trabajadores no.
“ Para no hacer de mi ícono pedazos
Para salvarme entre únicos e impares
Para cederme lugar en su parnaso
Para darme un rinconcito en sus altares
Me vienen a convidar a arrepentirme
Me vienen a convidar a que no pierda
Me vienen a convidar a indefinirme
Me vienen a convidar a tanta mierda”
”El necio”. Silvio Rodríguez
Se me hace inadmisible la crisis institucional a que estaríamos abocados con los votos de esas dos señorías de UPN Aquí en Madrid sabemos de esas marrullerías con la traición de dos votos socialistas que le dieron el gobierno al PP de Esperanza Aguirre. El giro de la política madrileña desde entonces ha sido de tal envergadura, que las izquierdas permanecen desde entonces que han teñido de azul ( y ahora también en verde con VOX) y todas las administraciones madrileñas, siento hasta las locales. Un voto conservador casi hegemónico.
Ahora estaríamos hablando de elecciones generales, de la irresponsabilidad de todos los partidos a la izquierda del PSOE, especialmente los socios de investidura, y de la necesidad de un gobierno fuerte. Yo que soy providencialista y que siento una predilección especial divina hacia el pueblo español, gracias a la gran porción de Pueblo de Dios, y que se reconcilió consigo mismo en la Transición, veo Su mano y doy gracias.
Muy interesante, y en mi opinión certero, el artículo de Ignacio Escolar.
No aprobar esta reforma laboral,que pone un especial acento en luchar contra la temporalidad y precariedad de los contratos de trabajo, sería un grave daño para la vida de miles de trabajadores, perpetuando injustamente su inestable y angustiosa situación laboral anterior.
Pues para que izquierdas y derechas estén contentas, veamos lo que pasó ayer: un acuerdo entre empresarios (¿derecha?) y sindicatos (¿izquierda?) – a propuesta de un gobierno de izquierda, llegaron a un acuerdo de reforma laboral, y, dicho acuerdo se se aprobó en el parlamento gracias a un diputado del PP. Hala!, todos contentos ¿O no? Parece que no. Vaya circo que tenemos con una gran parte de nuestra clase política….
Siempre es de agradecer que alguien nos dé a conocer sus propias experiencias, pero no veo que la acumulación de estas experiencias confirme la tesis de que es falso el identificar a la izquierda con la defensa del trabajador.
Veo que he colocado mal este comentario, que corresponde a las experiencia que expone José María Valderas.
Señor Haya, el viejo aforismo ético de la Escolastica –bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu, lo convirtió Karl Popper en un principio epistemológico determinante de la metodología. Decía él que los filósofos le envidiaban por ser el único filósofo que había logrado que los científicos hicieran suyo un principio: el principio de falsación.
Bastaría un solo caso para desmontar la tesis de que la izquierda protege al trabajador. No vea, si además, ese contraejemplo es nada menos que uno de los principales del sector industrial por excelencia.
Ignacio Escolar ha publicado hoy en elDiario.es un nuevo artículo sobre lo sucedido ayer en el Congreso de Diputados que acabó con la aprobación, con suspense, del Decreto Ley sobre reforma laboral. Creo que son acontecimientos importantes para muchas personas trabajadoras que merecen la atención aquí en ATRIO donde, en nuestros último objtivos, hemos proclamado la necesidad de mantener en los nuevos paradigmas posmodernos la fe en la libertad, igualdad y fraternidad de los seres humanos.
Este es el artículo de Esolar: https://www.eldiario.es/escolar/verguenza-congreso-diputados_132_8716688.html
Y para mañana y el fin de semana propondremos un texto importante de Javier Elzo, junto a una entrevista con Habermas siempre de actualidad. ¡Sigamos leyendo y comentando a fondo, atrieros! Esta no es una cultura para privilegiados (las personas más sencillas son las que, a veces, más entienden) sino para quien no queda satisfecho con la cultura de titulares, memes y likes.
¿Qué es lo bueno para los trabajadores? Un trabajo digno, un salario justo, una protección social sólida y un acceso a la formación continua. Como los hombres somos como somos, homo homini lupus, importa disponer de un marco legal que obligue a todos y a todos ampare. Y, por consiguiente, unos jueces que vigilen su cumplimiento.
¿Es, por definición, la izquierda la defensora del trabajador? Lo diré en breve y sin rodeos: ni de coña. En mi juventud participaba yo de esa idea que asociaba izquierda y trabajo, por mi contexto social y por formación. De hecho dirigí algún grupo jocista y colaboré transitoriamente en reuniones de la parroquia de El Fondo de santa Coloma de Gramanet bajo la dirección de un grupo de sacerdotes obreros.
Hasta que empecé a trabajar. Durante cuatro largos decenios. Siempre por cuenta ajena, incluso en la época en que fui Director General. Siempre asalariado. Lo hice en el sector de artes gráficas, es decir, en editoriales porque mi vocación que yo creía universitaria o investigadora se vio truncada, a partes iguales, por un catedrático tomista de metafísica (experto además en teología josefina), de la UB, y por comunistas de Comisiones Obreras, primero, y luego socialistas del CSIC y del ministerio de Educación con Maravall.
¿Izquierda y trabajador? Ja!
Artes Gráficas ha sido el sector que mejor representa la evolución del empleo en España. Suele decirse que la izquierda nació con el maquinismo de la revolución industrial y la sustitución de la mano de obra por las máquinas. En los años finales de los sesenta y primeros setenta, Cataluña, primera región española en producción y exportación de libros y revistas, cayó en picado por las reformas apremiantes: se cerraron talleres de impresión, talleres de encuadernación, echando a la calle auténticas riadas de trabajadores. Las huelgas, impulsadas por quienes se habían liberado del tajo, no hicieron más que poner en fuga el capital y acelerar el hundimiento del sector. Codex, donde me inicié, se hundió por mala gestión del capital aportado por el Banco Mundial. Una empresa de futuro brillante –editábamos Cuadernos del Idioma, dirigidos por Menéndez Pidal, El mundo de los museos, Maestros de la pintura, Música de todo el mundo, etcétera– se fue al garete por una pésima administración, pues se cogía avionetas para ir a Heraclio Fournier de Vitoria a ver las pruebas y los jefes cobraban en dólares. El dinero no era de la dirección. Lo malgastaron y la empresa desapareció. A muchos, venidos de Madrid, hubo que recolocarlos quienes habíamos cambiado antes de empresa. El trabajador, graduado o no, fue el gran perjudicado.
En otras empresas del sector, la culpa del hundimiento la tuvieron los sindicatos, en concreto, gentes que, llegada la democracia no tardaron en copar puestos en el PSOE-PSC y en el PSUC. Cerraron talleres como he dicho antes. Cerraron sucursales en América del Sur, Central y México. Los piquetes no se atenian a razones. En cierta ocasión tuve que defender al padre Dou, un jesuita Catedrático de Caminos y de Exactas de Madrid, que había venido a mi despacho, de la ira de unos energúmenos. Pero la evolución era implacable: los impresores de caracteres móviles fueron expulsados y sustituidos por la fotocomposición primero y, más tarde, éstos por los discos. Cientos de miles pasaron a engrosar las cifras del paro. Los sindicatos ya estaban en las instituciones democráticas y no se ocuparon de poner al día a obreros todavía jóvenes con capacidad de adaptación de haber dispuesto de los medios.
En mi última empresa, donde estuve treinta y pico años, no se marchó nadie que no fuera voluntariamente, y aún así su cifra no llega a los dedos de una mano. Tenía un doctor en físicas en la redacción que venía con ideas muy simples de explotación y demás estribillos tópicos. Los días de huelga hacía huelga. Mandé que le pagaran el salario íntegro. Pero lo honrado hubiera sido que él lo rechazara y que se lo pagara lo que antiguamente se llamaba caja de resistencia. Teníamos gente en formación, alguno pagado por la propia institución de origen, como el venido de la OMS, otros a medias por la empresa y el estado. Cumplido el período, se iban. No los necesitábamos. Ellos sí nos necesitaban al parecer a nosotros.
La relación laboral ha evolucionado y debe evolucionar con la propia sociedad. Pero estamos engañando a los jóvenes si seguimos con estereotipos trasnochados y simplistas. Que una joven que es ni ni, es decir, que ni estudia ni trabaja, defiende al obrero por ser vicesecretaria general del PSOE es una ofensa a mis hijos, venturosamente para ellos trabajadores de instituciones públicas por sus propios codos.
En la Europa Occidental, para nuestra ventura, no existe el trabajo infantil o, al menos, está perseguido. Lo que una sociedad moderna necesita es preparar a los jóvenes, primar el esfuerzo, dejarse de tonterías de género y otras pérdidas de sentido común. Lo que la izquierda y el nacionalismo está haciendo con la enseñanza, primer pivote de la igual de oportunidad y de igualdad social, es de juzgado de guardia.
No, la izquierda no es, ni de lejos, defensora del trabajador. Tampoco la derecha. La reducción, amén de falsa, resulta lesiva para los niños y su mañana. Démosles formación e igualdad de oportunidades. Que un falso doctor no pueda ocupar nunca una presidencia del gobierno. No hay peor ejemplo para la juventud trabajadora y esforzada.