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O todos o ninguno

          La última lección, inesperada aunque muy obvia, que nos está trayendo la covid con su variante ómicron es que los humanos solo podemos salvarnos a partir de una igualdad fundamental. La reacción de “nosotros primero”, que pudimos ver en Israel comprando las vacunas a precio más caro, o en los EEUU saqueando aviones que llevaban material sanitario a otro país y hacían escala en algún aeropuerto norteamericano, pareció muy eficaz de momento. Pero, a más largo plazo, ha resultado inútil: anteayer nos dijeron que esa variante había aparecido solo en Sudáfrica y hoy nos cuentan que ya se ha detectado en varios países europeos.

          Añadamos que, mientras en Europa hay varios países que han cubierto el 70% de su vacunación, en África ningún país pasa del 7%. Desde este dato se entiende todo; y nace la sospecha de que nuestra cacareada “aldea global” pueda convertirse en un enorme recinto, donde cada país viene a ser como la celda de una prisión. Éramos aldea global a la hora de sacar provecho del otro; pero a la hora de ayudarlos a que tuvieran una seguridad como la nuestra, volvimos a ser un planeta dividido, donde hay países de primera, o de segunda o de tercera categoría.

          Y el bichito nos avisa de que nuevas huidas hacia adelante acabarán trayéndonos nuevos desastres: o nos salvamos todos o seguiremos amenazados todos. Con las consecuencias psicológicas que estamos viendo que tiene esa amenaza para aquellos que no han sido víctimas de la covid19: que, a la pandemia vírica le acompaña otra pandemia psíquica. Porque los países que nos creemos “desarrollados”, seremos más ricos pero no somos más fuertes.

          Estos datos confirman una verdad radicalmente cristiana: he dicho otras veces que hay una palabra que siendo totalmente “laica” es, a la vez, profundamente teológica. Y es la palabra igualdad. Los humanos somos todos hijos de un mismo Padre y, como hijos, somos todos hermanos en Cristo, e iguales en dignidad y derechos. Por eso los racismos han sido siempre gravemente pecaminosos: tanto si era el racismo de la etnia, o el de la nación o, como sucede ahora, “el racismo del dinero”.

          La necesidad de una igualdad ante la pandemia (¡en beneficio propio!) nos lleva a la necesidad de una igualdad global, como la que proclaman inútilmente todas las Declaraciones de derechos. Nos hemos querido defender de ese incumplimiento con la excusa de una meritocracia sin matices: los que están arriba lo están gracias a sus méritos, y los que están abajo están ahí por su culpa.

          Esta explicación, que puede valer para un mínimo tanto por cien de casos, la hemos hecho universal y única, olvidando que la gran mayoría de los que están arriba lo están por algún privilegio gratuito o por alguna injusticia patente o latente: ya san Juan Crisóstomo repetía que “quien es muy rico es un ladrón o hijo de ladrón”; y eso tiene más vigencia hoy que entonces. Bastaría con repasar todas las relaciones del Europa con África: desde la esclavitud (en el siglo XVIII) al colonialismo (en el XIX y XX) hasta ese mecanismo actual por el que, si en un país entra una ayuda al desarrollo de 40, sale de él un reembolso de deuda de 60. Los méritos pueden justificar unas desigualdades como de uno a cinco; pero no de uno a mil, como las que soporta nuestro mundo

          Dicho una vez más: primero y tercer mundo encarnan hoy la parábola jesuánica de Epulón y Lázaro, en la que destaca el detalle de que se prescinde de si el rico lo era por sus méritos y el hambriento lo era por su culpa. Lo único que se nos dice es que uno banqueteaba y el otro sufría de hambre y heridas: inspirando a los perros una compasión que no llegaba hasta el Comilón (traducción literal de la palabra epulón).

          Total: cuando creíamos estar saliendo ya del oscuro túnel pandémico, es de temer que estemos otra vez como al principio y que esa sea “la antigua normalidad” a la que queríamos regresar…. Todo por los egoísmos y desigualdades en la salida. Como en aquella vieja parábola del teatro incendiado en el que, por querer salir todos el primero, acabaron pisoteándose unos a otros y no pudo salir casi nadie.

          ¿Aprenderemos la lección?

4 comentarios

  • Javiierpelaez

    Por otra parte,lo de Europa tiene delito…Resulta que mi tía española que vive en Ecuador le estuve guardando el turno en el Centro de Salud(yo y mi hermana)porque iba a venir a España para que se vacunará y vino vacunada con la China…Europa da la espalda a África y a Latinoamérica…

  • Javiierpelaez

    Yo,si el gobierno de España decide bajar la dosis de refuerzo por debajo de los 60 años,no me la pienso poner ….Ya lo decía Gandhi:”Tú mismo debes ser el cambio qué quieres ver en el mundo”…No es de recibo que nos dijeran que las dos dosis tenían una eficacia del 80/94 por ciento y ahora nos digan que un 58 por ciento…Veo además que en el Hospital Gregorio Marañón hay un vacunado con pauta completa que está infectado por omicrón y está leve…Yo no soy sanitario,ni inmunodeprimido y vivo solo,tampoco es que tenga una vida social intensísima…No voy a  ponérmela,si llega el caso,por motivos de conciencia….Lo demás es bla,bla,bla como dice Greta Thimberg…

  • Juan A. Vinagre

    Gracias, José I., por tu reflexión que una vez más ayuda a repensar y a repasar la historia de nuestros yerros crónicos,  “yerros”  que con frecuencia no son inocentes…  Hablar de “aldea global”, sin destacar el sentido solidario que conlleva es una palabra bonita, pero vacía de significado.   Y por tanto de compromisos… Si de veras vivimos en una aldea global (y creo que nadie sensato y bien informado podrá negarlo), esto quiere decir que todos estamos interrrelacionados, y de alguna manera vivimos dependientes unos de otros… Esta pandemia nos lo pone en evidencia:  No hay fronteras…  (las que hay o se imponen son creaciones humanas artificiales, muchas  muchas veces con poco o ningún fundamento.)         Por eso, mirar por los demás -empezando por los últimos- es también mirar por uno mismo…  Nos salvamos juntos.   No podemos seguir creyendo que cada uno se salva, si es capaz de aislarse y vivir protegido en su casa de cristal, blindada…,  y con vistas al mar de recreo, no a la aldea…   Esas casas de cristal efímeras  -por muy blindadas que estén-, construidas a costa de sudor ajeno, no son, en muchos casos, un mérito propio, sino un demérito personal..            ¡O todos o ninguno!

  • Gonzalo Haya

    La plutocracia se niega a liberar las patentes de la vacuna, y lo Gobiernos no pueden o no quieren frenarlas porque muchos de ellos tienen acciones en esas empresas, que están ganado mucho con sus vacunas. El 1 % de la humanidad rige los destinos, la vida y muerte, del 99 % restante, porque el 8 ó el 10 % recibe, recibimos, algunos beneficios. Hasta que la vida nos haga comprender que no habrá paz mientras no haya justicia.