Cuando una masa idiotizada empezó a ovacionar a Jair Bolsonaro como mito hubo un estremecimiento en todo el universo cultural de los mitos. Todas las culturas tienen y dan culto a sus mitos. Llamar mito a alguien de mente asesina, un ser movido por odio, exaltación de la tortura, cobarde desprecio a los afrodescendientes, indígenas, quilombolas y LGBTI, y que se propone “destruir todo lo que está ahí”, culminando con la aniquilación de miles y miles de compatriotas víctimas de la Covid-19 por su omisión intencional, sin mostrar ningún sentimiento de empatía, es atacar el corazón del sentido ancestral del mito.
Hay infinidad de excelentes estudios sobre el rescate del sentido originario del mito. Cito solo a los más notables: la vasta obra en varios tomos de Karl Kerényi, Bronislav Malinovski (su clásico Myth in Primitive Psychology de 1926), C.G.Jung y su escuela, particularmente Ginette Paris y James Hillman; también Mircea Eliade, Joseph Campbell, Georges Dumézil, el brasilero J.Souza Brandão entre otros y otras. Con referencia a las religiones de matriz afro o surgidas aquí, como el Santo Daime y la Umbanda, tenemos investigadores notables como Roger Bastide, A. Carneiro, R. Ribeiro, J.Elbein dos Santos entre otros y otras.
Lo mismo se puede decir del politeísmo dicho pagano. El monoteísmo judeocristiano fue severísimo contra el politeísmo, en especial el romano. Lógicamente los neocristianos no tenían el nivel de conciencia ni los instrumentos de interpretación de los que disponemos ahora con las contribuciones de la nueva hermenéutica, de la psicología de lo profundo, del estructuralismo y de la nueva antropología. Ellos tomaron aquellas divinidades, así como ocurrió en Brasil con las entidades de las religiones afro (el axé, los orixás etc), como realidades existentes fuera de nosotros. La investigación contemporánea ve en ellas no entidades externas sino expresiones de energías psíquicas internas, poderosas y primordiales, expresadas mediante figuras concretas externas que deben ser interpretadas adecuadamente según los criterios referidos. Ya observaba E. Durkheim: la religión tiene más que ver con energías poderosas que con doctrinas.
Estas energías son tan profundas y misteriosas que no se han dejado captar conceptualmente ni ayer ni hoy. Se usan entonces figuras arquetípicas, relatos plásticos que dan cuerpo a estas energías que irrumpen, se agitan y viven dentro de cada ser humano. En este sentido ellas son transculturales y perennes como perenne es la condición humana. El exacerbado monoteísmo al combatir al politeísmo cerró muchas ventanas del alma y lanzó al inconsciente energías que habrían colaborado enormemente a la humanización y al enriquecimiento del psiquismo humano (evitando el surgimiento del machismo y del patriarcalismo que tantos males producen), si hubiesen sido entendidas en su sentido originario profundo.
Sirva de ejemplo la diosa griega Afrodita: es una energía arquetípica (de las profundidades del inconsciente colectivo) de aquello que subsiste en nosotros: la sexualidad, el enamoramiento, la belleza y la seducción, y en su lado de sombra, la infidelidad y la prostitución. O la figura simpática del Preto Velho, siempre sabio y protector, o el tan incomprendido y difamado Exú, portador de la energía cósmica del Axé que vitaliza a todos los seres. Son energías vitales que mueven la vida humana. ¿Qué lenguaje adecuado encontrar para expresarlas según su naturaleza? El mito y las divinidades (Orixás, Oxóssi, Iansã, Xangô o el panteón católico de santos y santas) intentaron expresar plásticamente la vigencia de estas fuerzas primordiales.
Por lo que sabemos, fueron los griegos los primeros en usar la palabra mito en un doble sentido: como fuerza originaria de vida o como una historia inventada. En el sentido primero y originario, el mito es una realidad arquetípica, una energía fontal que sustenta al ser humano vivo, creativo y abierto a todo tipo de relación. El mito no es inicialmente una narrativa, sino una realidad vivida que enraíza al ser humano en la tierra y con toda la realidad a su alrededor y le confiere sentido de pertenencia y orientación.
Abro un paréntesis para ilustrar el significado originario del mito. Cuando fui a lanzar en la UFRJ mi libro “El Casamiento del Cielo y la Tierra: cuentos de los pueblos indígenas de Brasil” (2014) empecé diciendo: “Quiero presentar aquí una serie de mitos indígenas…” Aquí me atajó inmediatamente Ailton Krenak, gran líder nacional indígena: “Estos mitos no son mitos como los entienden ustedes, cosa obsoleta de indígenas; son verdades vitales que nosotros vivimos y nos ofrecen luz para nuestro camino. El río Dulce es nuestro hermano y las montañas devoradas por la furia despiadada de la empresa minera Vale, son nuestras madres y hermanas violentadas”. Y concluyó: “ustedes tienen mitos de los cuales ni siquiera tienen conciencia: el mito de la tecnociencia, del desarrollo ilimitado, del consumismo..; ¿qué han traído para ustedes sino desigualdad, conflictos, ansiedad y acumulación de bienes materiales que no satisfacen los anhelos del alma?”
Se hizo un gran silencio. Entonces antes de hablar de los bellísimos “mitos” vivenciales indígenas especialmente aquellos ecológicos que nos enseñan a crear un lazo afectivo con la naturaleza y con los animales, intenté explicar lo que estoy desarrollando ahora: los mitos son las realidades fundadoras del sentido de la vida humana situadas en la región de la cual nos sentimos parte y parcela, aquella vivencia que nos liga a la Tierra y al Cielo y nos ofrece una interpretación integradora de la interdependencia de todos con todos y con los seres de la naturaleza. En esta acepción positiva se habla incluso en teología del “mito cristiano”: todo aquello de sagrado y de divino que representa el designio de Dios para nuestro mundo, a través de su autocomunicación por Jesús y por su Espíritu.
Nuestra cultura tecnificada y materialista ha perdido esta percepción del sentido originario del mito y se alimenta de falsos mitos, proyectados especialmente por el marketing comercial y también político. Por eso andamos errantes, solitarios y perdidos en medio de un mundo de aparatos y de consumismo sin alimentar lo mejor de nosotros mismos: nuestra interioridad, nuestra capacidad de admirar el despuntar de una flor, de sentir la brisa leve, de encantarnos con el amanecer y la puesta del sol, de celebrar la alegría de estar juntos y dialogar sobre nuestras vidas, éxitos y sinsabores.
Los mismos griegos que reflexionaron tan profundamente sobre el mito vivencial nos advirtieron también acerca del mito inventado, despegado de la vivencia del “anima” (la dimensión sensible y simbólica de la realidad), construido como una narrativa falaz para atraer a las personas y dejarlas fascinadas y fanatizadas en función de intereses ocultos y de sentimientos indignos.
Tal mito forjado, falso, despiadado, insensible y odioso es esta triste y lamentable figura que escandaliza la polis, la vida social y degrada la política como forma civilizada y humanizada de convivencia entre los ciudadanos. Y lo hace descaradamente, hasta en el más eminente Foro que es la ONU. Él (des)gobierna nuestro país sin sentido alguno de la dignidad del cargo, usando continuamente mentiras y ataques autoritarios a la democracia, al STF y a las instituciones políticas nacionales. Su nombre ni siquiera merece ser citado para no ofender al lenguaje.
Todo lo que representa un falso mito y está construido sobre el odio y la mentira, como él está haciendo, jamás fue ni será fundamento de una convivencia humana aceptable. Él caerá como un castillo de arena. Y su caída será grande. Esto no es profecía, es lección de la historia.
*Leonardo Boff es teólogo y filósofo y ha escrito: Brasil: concluir la refundación o prolongar la dependencia, Vozes 2018; responsable de la traducción de la obra completa de C.G.Jung (19 tomos, Vozes).
Traducción de Mª José Gavito Milano
Boff escribe mucho y frecuentemente resulta repetitivo, pero casi siempre aporta ideas o citas de gran interés. Aquí desarrolla los mitos como proyección de fuerzas internas, arquetipos, personalizados como héroes o dioses.