La campaña mundial en favor de vacunarse por solidaridad con los demás está obteniendo un notable éxito, en beneficio vital -nunca mejor dicho- de todos. Incluso en ambientes tradicionalistas, que se opusieron a las primeras vacunas, como la de la viruela, y en los que aún quedan dañinas resistencias en algunos puntos. Ahora, en cambio, el mismo papa Francisco ha pedido a todos que se vacunen y que “ayuden a que la mayoría de la gente lo haga”, como una muestra importante de amor al prójimo. Más aún, ha desautorizado a los antivacunas. Un cambio muy importante respecto a la actitud del Vaticano cuando irrumpió el SIDA.
Esperemos que su “aggiornamento”, su puesta al día, como se dice en Italia, alcance pronto al uso sanitario de los anticonceptivos, en un mundo en tan alarmante crisis climática, debida en gran parte a la erosión acelerada de la Tierra por una humanidad cuyo número se ha más que triplicado en 75 años, de 2.500 millones en 1950 a 7.500 de personas en 2017.
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