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El sereno adiós de Pepe Blanco

Lo echábamos de menos. Intenté contactarle. Me contestó Paco, dándome la triste noticia de su fallecimiento hacía dos meses. Le pedí que fuera él mismo quien diera la noticia en Atrio, a donde él entraba desde 2006 y de quien conservamos casi dos mil comentarios desde 2010. Explicaba quién era Pepe en la entrada en que celebramos su licenciatura en Física. Lo último lo cuenta su viudo, Paco Pérez Rodríguez. Agradecemos mucho a Paco este relato y este testimonio de un gran amor y le acompañaremos en su inevitable duelo. AD.

          Queridas y queridos colaboradores de Atrio:

          Siento tener que comunicaros que vuestro contertulio Pepe Blanco Labrador falleció el pasado 25 de junio a consecuencia del cáncer de pulmón que os había comentado que tenía.

          Como sabéis, en marzo de 2019 sufrió un infarto del que salió sin grandes consecuencias. A causa de él dejó prácticamente de fumar: de los aproximadamente 50 pitillos diarios que fumaba pasó a solamente uno. No fue suficiente; a finales de septiembre de ese mismo 2019 fue evidente que algo le pasaba y, a principios de octubre, nos dieron el diagnóstico, inapelable -y cito textualmente a la oncóloga–: «cáncer microcítico de pulmón, inoperable e incurable». Inmediatamente comenzaron las sesiones de quimioterapia y, simultáneamente, las de radioterapia –fueron 33– que se prolongaron hasta finales de diciembre. En enero le dieron diez sesiones más de radio, estás en el cerebro, preventiva puesto que, al parecer, es habitual que este tipo de cáncer se extienda con metástasis cerebrales. Pepe llevó fantásticamente bien tanto radio como quimio, sin apenas efectos secundarios, aunque alguno hubo, como también alguna visita a urgencias. Entre enero y abril pudimos mantener una vida completamente normal, o casi, y sólo a finales de este último mes –acabando el confinamiento que por entonces sufrimos– se hizo evidente que el tumor se había reactivado: en mayo volvieron las sesiones de quimioterapia que, para sorpresa del servicio de oncología, surtió efecto, pues –aunque nunca lo dijeron– era evidente que no daban un duro por él. La nueva quimioterapia, como la anterior, apenas produjo efectos secundarios. Quiero decir que apenas se cumplió la lista de posibles consecuencias, salvo alguna diarrea que pudimos controlar y, eso sí, su progresivo decaimiento físico a medida que pasaban los meses, que llevó a la oncóloga que lo llevaba a suspender el tratamiento las últimas semanas de 2020, dejándonos las Navidades de vacaciones. Lo retomamos en enero y funcionó hasta abril; a mediados de este mes cambiaron el tipo de quimio y ya no funcionó. El primero de mayo Pepe se cayó por primera vez y, desde entonces, la decadencia fue imparable. Cuando el martes, 4 de mayo, entré con él en silla de ruedas –todavía era temporal, por indicación de las enfermeras el día anterior, cuando fuimos a que le hiciesen la analítica– en la consulta, a la oncóloga se le mudó la color. El viernes siguiente, día 7, nos confirmaron las metástasis cerebrales, para las cuales no hay remedio alguno. Por entonces la oncóloga ya me había dicho que el final sería rápido, pero no lo fue tanto porque Pepe aguantó más de lo habitual. Eso no supuso que, como os decía, su decadencia fuera rápida: a la semana siguiente se quedó con el lado izquierdo prácticamente paralizado y necesitó la silla de ruedas para moverse fuera de casa; poco después también le fue necesaria dentro de ella. Una vez más no se cumplieron, por el momento, las expectativas habituales: ni tuvo dolores ni perdió la cordura por completo, aunque sí comenzó a tener ciertas obsesiones que no eran normales. Otra ventaja fue la ausencia de dolor, prácticamente total en todo el proceso que os comento. Gracias a ello pudo quedarse en casa, conmigo, y recibir prácticamente a toda su familia y algunas amistades para despedirse. En realidad no lo hizo pues, a pesar de los diagnósticos –que quiso conocer siempre a toda costa– mantuvo la esperanza de poder recuperarse. Por ello insistió, contra todas las recomendaciones médicas, en seguir recibiendo quimioterapia y, también, someterse a nuevas sesiones de radioterapia, que le dieron a pesar de todo.

          Las cosas cambiaron la noche del 14 al 15 de junio cuando, por fin, y por desgracia, apareció el dolor de manera fulminante. Hasta el momento tuvimos asistencia hospitalaria a domicilio que, a pesar de ser efectiva, no funciona por las noches y, tras la tardanza en acudir a casa las urgencias, decidí, decidimos, ir al hospital. Era evidente que no volvería a casa. Tras tres días con morfina en los que estuvo más o menos consciente se le pasó el dolor, pero ya pronto llegaron los problemas que me habían anunciado: pérdida de cordura y desvaríos, que fueron cada vez más frecuentes. El sábado, 19, rogué que nos pasasen a una habitación individual, cosa que hicieron, lo que redundó, realmente, en mi comodidad y tranquilidad. Pepe aún recobró la cordura en algún momento hasta que, unos días después, lo sedaron por fin –yo lo había pedido antes– y falleció tranquilamente el día 25, a las ocho de la tarde, cogido de mi mano, los dos solos, tal y como hemos vivido, juntos, los últimos veintitrés años. Sinceramente, entonces comprendí que lo de «Descanse en paz» no es una mera frase hecha puesto que esos días en el hospital fueron terribles.

          Una vez contada la noticia, quiero ofreceros varias reflexiones que, creo, se enmarcan en el espíritu de Atrio y, también, recordar a Pepe y el gran papel que Atrio ha desempeñado en su vida –y en la mía, de refilón– desde que empezó a participar en él en 2006.

          Pepe nació en Maceda (Ourense) en octubre de 1964 –yo, en agosto–, hijo de médico y maestra, cabezas de una familia fuertemente religiosa que seguía una versión estricta del catolicismo. En los últimos años yo comparaba el ambiente religioso de su familia, aunque católica, a la austeridad del calvinismo holandés del siglo XVI o XVII. Quiero decir que, frente al catolicismo quizás descafeinado de mi familia, el de la suya se basaba más en el precepto, la obligación, el omnipresente pecado, en fin, más cerca de los sombríos cuadros holandeses con los parroquianos y parroquianas vestidos de negro y rostro austero que de los coloristas santos que se pintaban en Italia o España. No decía que no. Interno desde los 11 años hasta los 17, siempre recordó esa etapa con tremendo desagrado. Tampoco lo ayudó, en mi opinión, irse a estudiar a Pamplona. Este entorno estricto supuso un escenario muy poco amigable, por decirlo de alguna manera, para la aceptación de la homosexualidad, que Pepe descubrió muy pronto y que comentó a sus padres a los 18 o 19 años, ya en Pamplona. Por supuesto, y como era de esperar, no fue entendido y, lo que es más problemático, supuso para él una impresionante tensión durante muchos años a causa de ser él mismo profundo creyente y ser rechazado, al menos formalmente, por los preceptos eclesiásticos. Sin apoyo de su familia inmediata y sin comentarlo, salvo contadísimas excepciones, a sus amistades, sufrió varias depresiones que hicieron que tardase en terminar la carrera de Arquitectura, lo que tampoco ayudó a su tranquilidad, pues siempre había sido un alumno acostumbrado a ser de los primeros de la clase. Todo esto impidió –supongo– asimismo que tuviese relaciones estables de pareja, siendo tremendamente pesimista sobre sus posibilidades de llegar a tener a una persona a su lado durante toda su vida.

          Acabada la carrera, y tras uno o dos años más en Pamplona, decidió volverse Ourense en 1994 y abrir su propio estudio. Más relajado respecto a su condición homosexual tuvo mala suerte con una o dos parejas hasta que, el 3 de marzo de 1998, nuestras vidas de cruzaron.

Pepe y Paco eran grandes y cultos viajeros. Les encantaba el sur de Francia. Y unas Navidades vinieron a Valencia. Parece una paella lo que acaban de comer…

          Su vida –y la mía, por supuesto– cambió de forma radical en poco tiempo. En mayo estábamos prácticamente viviendo juntos y en septiembre se vino a vivir a mi casa, donde hemos vivido juntos hasta el pasado 15 de junio. Nuestro amor fue inmenso y prácticamente sin problemas durante los 23 años que compartimos. No penséis que es una transformación del recuerdo que tengo tras perderlo: en absoluto. Fuimos felices, muy felices y, prácticamente, no nos hemos separado nunca, pues siempre nos hemos acompañado uno al otro cuando tuvimos que ir a algún sitio. De esta manera se demostró, y muy pronto, que el amor existía y no solo eso sino que también era libre y no traía con él ni dolor ni problemas sino todo lo contrario. El “valle de lágrimas” o los sucesivos e incesantes escollos que, según sus padres, tenía que superar la pareja simplemente no existieron. Por supuesto que en estos años hemos tenido problemas, pero no nuestros: los que han venido por el fallecimiento de alguien de la familia o amistades, o sucesos de otros tipo de nuestro entorno, alguno bastante grave, pero nunca entre nosotros.

          Aparte de ese amor –que fue común e igual por parte de ambos–, Pepe descubrió también que existían otros espacios, otros entornos, mucho más amigables, probablemente mucho más simples y, desde luego, menos torturados, que los que él conocía: inmediatamente fue aceptado como mi pareja por mis amistades y familiares “jóvenes”, pues a mis padres y tías se lo presenté algo después, pero no muy tarde, creo que en 1999. A los suyos, y a alguna de sus hermanas, no fui presentado hasta 2003. Eso sí, fue mi suegra –nacida en 1925– quien insistió en que yo debía pasar a formar parte de la familia de una vez. Si para mí nuestro matrimonio, en lo que a familia se refiere, no supuso más que la firma de un contrato, para Pepe fue el reconocimiento y la igualdad con su hermano y hermanas.

          Pero, fuera de ese reconocimiento familiar, y a raíz de algún comentario que sobre el tema se ha hecho en este foro de Atrio, quiero reivindicar ese matrimonio y lo que ha supuesto para los homosexuales en general y para nosotros en particular. Desde que el Estado español nos lo permitió pensamos casarnos, pero lo íbamos dejando. Hacerlo se debió a que en la primavera de 2008 Pepe tuvo una pericarditis, tomando la decisión tras una visita de sus padres, quienes se ofrecieron a llevárselo a casa y cuidarlo mientras le durase la enfermedad. Esa visita y ese ofrecimiento, lógicos, nos puso delante la evidencia: en caso de que uno de los dos cayese enfermo y, por lo que fuese, perdiese la conciencia, quedaría en poder de los progenitores, o la familia, del uno o del otro, quedando el sano incapacitado para nada que no se le permitiese, como si fuese un conocido cualquiera. Nos casamos el 11 de julio de ese 2008 y, trece años después, bendigo esa boda y a los legisladores que permitieron se celebrase. Me da igual si nos consideran o no una familia, pero los 23 años de nuestro amor han sido reales, muy reales, y gracias a ese matrimonio –unión civil, para quienes prefieran otra forma de decirlo– me ha permitido cuidar de Pepe estos casi dos años de cáncer, entrar en la UCI de cardiología cuando tuvo el infarto y estar con él día y noche no sólo durante su terrible último mes y medio en casa sino también sus últimos diez días en el hospital. Es probable que su familia me hubiese dejado hacerlo, pero ¿y si no? De esa manera no he tenido que pedir permiso a nadie sino que he estado al lado de mi amor, de la persona con la que he compartido prácticamente todos los días y noches de los últimos 23 años por derecho propio, sin que nadie pueda haberme quitado ni una sola noche con él. Y es que, a pesar de lo horrible que ha sido, os quiero comentar que, incluso cuando prácticamente había perdido el juicio por completo, pude estar con él y eso, simplemente, me hacía feliz por eso mismo. También tengo que decir que Pepe ha llevado la enfermedad de una forma impresionante, con una gran entereza en todo momento: él mismo me pidió que le pusiese el primer pañal, no puso ningún problema cuando le traje la silla de ruedas, asumió sus progresivas deficiencias sin una sola queja, pues solamente se dolía del trabajo que me daba. Ambos asumimos lo que había –más yo que él, pues no quería morirse y a veces se autoengañaba con falsas esperanzas– y pudimos disfrutar de nuestra mutua compañía a pesar de su progresivo deterioro. A pesar de lo difícil que fue, incluso en los últimos días, con la conciencia prácticamente perdida, los únicos –y breves– momentos de lucidez fueron para solicitar, o responder, a mis carantoñas (y más) o a mi voz. De hecho, no guardo mal recuerdo del hospital y de esos días gracias a esos breves momentos de los que, todavía, pudimos disfrutar los dos. De la misma manera que comentaba antes, lo que os cuento no es un embellecimiento de la realidad a posteriori: el personal hospitalario fue testigo de todo esto, como parte de mi familia política. Parte del primero –en oncología, que nos vieron por allí un año y medio o algo más, y en la planta en que falleció– me comentaron, antes y después de su muerte, la excepcionalidad de nuestra relación. Más sorprendentes aún fueron los comentarios por parte de la familia de Pepe, pues yo creía que nuestro amor estaba más que demostrado, pero parece ser que solamente los dos últimos meses pusieron de relieve lo grande que era. Cierto es que una de sus hermanas y su cuñada pudieron asistir en vivo y en directo a esas recuperaciones de conciencia que comentaba las cuales, sin duda, las dejaron impresionadas, pues tuvieron acceso a esa intimidad que, aún en momentos tan dramáticos, por ser los últimos, mostraba de forma fehaciente la inmensidad de nuestro amor. Así pues, tal vez mucha gente no sea consciente, pero puedo asegurar que nuestro amor es igual al que puedan sentir los heterosexuales, como Pepe y yo hemos demostrado en estos 23 años, y que la posibilidad de casarnos nos ha facilitado la vida o, si preferís, la enfermedad y la muerte, pues he sido yo, en nuestro caso, quien ha podido estar a su lado sin que nadie pudiese impedírmelo.

          Termino con la gran importancia que habéis tenido las personas que participáis en Atrio en la vida de Pepe. El entorno que me rodea, y que rodeó a Pepe a partir de 1998, es, en lo que a teología, filosofía, política, existencia de la divinidad, evolución de la Iglesia, personalidad del papa de turno, etcétera, completamente nulo en cuanto al interés que despierta. Varias amistades del entorno de Pepe en Pamplona tenían esas inquietudes y, aunque mantuvo relación con ellas, desde que se volvió a Ourense en el 94, no permitía una continua discusión sobre esos temas. Así pues, Pepe descubrió en Atrio un magnífico entorno en el que escribir sobre sus intereses, discutir sobre ellos, descubriendo a muchas personas que, incluso sin llegar a conocer físicamente, consideraba sus amistades. No voy a dar nombres puesto que sabéis quienes sois (y ciertos apellidos los desconozco), también los de ciertas personas fallecidas. Aún con quienes se enfadó, criticó y, tal vez –o seguro– molestó le sirvieron de acicate para desarrollar sus ideas. Espero que también él, sus escritos, os hayan servido lo mismo que a él los vuestros. Quiero agradeceros ese entorno favorable y plural, y en especial a Antonio, a María y a Gerardo y al resto de personas que lo mantiene desde hace casi veinte años, que tanto ha ayudado a Pepe para expresar sus pensamientos y reflexiones. Como bien sabéis quienes participáis regularmente desde 2006 –cuando él se incorporó–, Pepe nunca llegó a abandonaros nunca, a pesar de que alguna vez lo dijo. Siempre volvió a Atrio. Es más, aunque en los últimos meses no haya participado, siempre os ha leído. Incluso en esos meses, cuando ya estaba incapacitado para escribir, pero no para leer, siguió vuestros escritos. Solamente su pérdida de conciencia lo alejó de vosotros, poco antes de que nos dejase tanto a vosotros como a mí.

          Así pues, muchas gracias a quienes participáis en Atrio, a quienes habéis llegado a poder llamarlo amigo y al equipo fundador y que mantiene abierto el foro, en especial a Antonio, quien me ha dado la oportunidad de escribiros estas líneas en memoria de Pepe Blanco Labrador.

          Muchas gracias.

          Descanse en paz.

          Francisco Javier Pérez Rodríguez  ( fjperez@uvigo.es  WA: 671 93 69 52 ).

15 comentarios

  • Olga Larrzabal

    Me ha emocionado mucho el amor de Pepe y Paco. Dios los bendijo, y ellos se encontrarán donde reside el Buen Jesús, que  conoce lo que es el Amor con mayúscula.

    Mis condolencias Paco.

  • Nacho Dueñas

    Le mando al bueno de Pepe Bueno un abrazo en el rincón del infinito en el que se encuentre. Recuerdo que él, como experto en física, me dio mucha caña a cuenta de errores en mis conceptos, y me refutó y rebatió (también Rodrigo Olvera me da mucha caña, lo que también le agradezco).

    Entre discusión y discusión nunca faltó el buen humor y la ironía respetuosa, de parte y parte. Un día hasta hablamos de tomaros un chuletón de Ávila y un vino…buen tipo.

    Quiero agradecer, y mucho, y ojalá que lea esto, a Paco, su pareja, por el testimonio de un amor real y duradero que no es fácil de encontrar en las parejas. Precioso, a la vez que doloroso.

    Gracias, Paco. Gracias, Pepe. Cada cual ahora en su dimensión, la vida os bendiga.

    Nacho.

     

  • Mis sentimientos de condolencia y gracias por la narración de amor profundo.

  • Javier Peláez

    Paco ,como ahora lo he leído entero,me alegro que Pepe te tuviera a su lado.

  • M.Luisa

    Ayer llegué tarde a casa y ahora al iniciar el día me encuentro con la  triste noticia de que  Pepe nos ha dejado. También yo le he echado  en falta aquí últimamente    y ahora al leer ese  bello y extraordinario relato que  Paco, como él  le llamaba, nos comparte no puedo sino mostrarle todo mi afecto y mi más profundo sentimiento.

  • Javier Peláez

    Mi más sentido pésame Paco.Una pena.Um buen tio Pepe.Un abrazo.

  • Gonzalo Haya

    Descanse, en paz. Yo también lo echaba d menos, y agradezco ahora este sincero y afectivo relato que nos permite conocer mejor sus sentimientos y el trasfondo de sus escritos. Gracias, Pepe, por tu contribución a nuestro desarrollo humano; y gracias, Paco, por el ejemplo de ese amor tan generoso e incondicional que ha superado las trabas impuestas por nuestros prejuicios.

  • Santiago

    Siento mucho la partida de Pepe Blanco,   un amigo muy querido  de Atrio.

    Nuestros diálogos siempre fueron positivos a pesar que discrepábamos,  pero su extraordinaria cultura e inteligencia nos colocaban  en un plano de intercambio y aprendizaje, situándonos  en lo que coincidíamos. Yo también me alegré y felicité cuando obtuvo su Licenciatura universitaria en Física y compartí con el parte de su enfermedad coronaria intercambiando ideas y maneras de encararla.

    Me uno a tu dolor Paco y creo junto contigo que el ya descansa en paz. Mis oraciones al Señor van para el y para ti.

    Saludos cordiales

    Santiago Hernández

  • Rodrigo Olvera

    Querido Paco

    Me entristece la pérdida de Pepe. Y me conmueve esa ventana a la intimidad del profundo amor de ustedes, que nos compartes.

    Cualquier palabra se queda corta para acompañarte, acompañarnos, en este duelo. Aún así, espero que sientas que desde México hay alguien que siente contigo, y te desea el mayor bien en este momento que te toca enfrentar.

    Gracias por la transparencia de tu voz y de tu sentimiento.

    Con afecto y solidaridad, Rodrigo

  • Honorio Cadarso

    Querido Paco: yo también lo echaba de menos, valoraba enormemente sus intervenciones,  su naturalidad, su profundidad, su fe. No como algo especial o  fuera de lo corriente, como algo admirable precisamente p or lo natural. Dice mucho de su bondad y valor ese ser de persona “sin problemas especiales”, uno  más. Le mando a través tuyo, a través de los espacios infinitos, mi respeto, mi amistad, mi cariño.

  • mª pilar

    Me he quedado sin palabras; su largo silencio, nos iba diciendo algo:

    Pepe, nuestro gran amigo, y a su lado siempre: Tú Paco.

    Porque él, nunca caminaba solo, siempre estaba unido totalmente a ti. Quiero darte las gracias…por toda una vida llena y compartida..:

    ¡Gracias de corazón.

    Siento profundamente que su partida haya sido tan dolorosa, pero me siento muy agradecida, porque fue cuidado por ti Paco, su gran amor que cantaba y comunicaba siempre con gozo.

    Siento el vacío que deja, pero en mi recuerdo, siempre estará, como él era, abierto, claro, dialogante y amante fiel de ti, Paco.

    Ha sido muy positivo y bueno su paso por Atrio, nos enseño tanto del buen hacer, estar y ser, que su silencio largo, nos alertaba.

    Gracias Paco por este entrañable y hermoso canto de amor, contando a su vez, una dura despedida:

    ¡¡¡Gracias de corazón!!!

    Nunca te sentirás solo, él llenará el vacío que deja de manera rica, en recuerdos vividos, y sentirás, como si estuviese a tu lado…de otra manera…lo sé por experiencia personal.

    Cambia la forma pero ayuda mucho a la soledad que puede agotarte cuando la vivencia ha sido tan rica y tan fuerte.

    Ha pasado por la vida haciendo el bien y defendiendo su ser personal con todos los derechos, y lo mismo digo de ti Paco, porque él de alguna manera nos descubrió como eras.

    Gracias Paco, un abrazo muy entrañable, y en el, va incluido el de Pepe allá donde esté.

    Gracias amigo, porque has dejado un recuerdo fuerte y muy grato.

  • ana rodrigo

     

    Por si sirve de algo, aquí mi aportación con este fragmento, que he rescatado. de lo que escribí a raíz de su licenciatura en Física, aquí dejo el testimonio de cómo se transparentaba su bondad a través de sus escritos y/o conversaciones mails, etc.
    “Ocho años compartiendo ideas, discrepando, debatiendo pero siempre dialogando con unas personas determinadas, crea ciertos lazos  en la relaciones personales que, aunque sean virtuales, son tan reales como si de un vis a vis se tratase.
    Contigo en concreto es difícil pelearse, primero porque, como tú has dicho, es muy difícil que te enfades con nadie, y en segundo lugar porque has compartido cuestiones personales tuyas como si de gente querida por tí se tratase, y es que es así, nos queremos. Aún recuerdo la entrañable felicitación por tu boda que os hicimos Maite Lesmes y yo desde Atenas.”
    Siempre en mi recuerdo, querido Pepe Blanco.

  • ana rodrigo

    Querido Paco, en medio de mi dolorosa conmoción te transmito mi pesar y lo comparto contigo, ¡¡lo siento, lo siento lo siento muchísimo!!

    Y gracias, gracias mil por tu relato. No tienes que demostrar a nadie que vuestro amor fue inmenso, fue vuestro y grande, y que suerte habéis tenido de encontraros y amaros tanto.

    Yo me alegré mucho cuando os casasteis, de hecho, Maite Lesmes y yo le/os felicitamos llamándoos  por teléfono desde Grecia donde nos encontrábamos en ese momento.

    Era mi amigo, lo apreciaba muchísimo y, aunque algo me temía últimamente, eso no ha evitado el dolor que he sentido mientras leía tu excelente escrito.

    Te mando un gran abrazo, lo más entrañable y fuerte que pueda ser, compartiendo tu dolor desde mi corazón.

  • Román Díaz Ayala

    Me ha producido una gran tristeza, casi como la de un amigo entrañable. Llegué a conocerle en uno de esos encuentros de Atrio en Madrid y pude compartir con él en soledad unos pocos minutos donde se testimonió que la Red era un mero vehículo para llevarnos  a la intimidad de una sólida relación.

    Hasta siempre, amigo. Nos veremos en la casa del Padre.

  • Carmen

    Madre mía.

    No te puedes imaginar hasta qué punto entiendo lo que dices. Tengo un hijo homosexual, 37 años ha cumplido en julio. Tiene pareja desde hace cuatro años. Mi yerno es arquitecto y mi hijo estudió caminos. Hacen una pareja maravillosa. Pero ellos son de una generación posterior a la vuestra. Lo han tenido mucho más fácil. Aunque nunca es fácil. Lo sabes.

    Estoy deseando que se casen, por todo eso que has contado tan maravillosamente bien. Ya hemos decidido que habrá dos madrinas, porque mi Consuegra y yo no estamos dispuestas a ceder ninguna de las dos. Es una mujer muy graciosa, diez años menor que yo.

    Gracias a las leyes y gracias a personas como vosotros que habéis abierto camino, mi hijo lo ha tenido mucho más fácil. Eternamente agradecida.

    Habéis tenido mucha suerte en encontraros. Como cualquier pareja que ha tenido suerte. No siempre se tiene.

    Lo echaba de menos, Antonio lo sabe. Siento mucho su muerte. Es una obviedad. Lo siento. Creo que ha vivido una vida que ha merecido la pena .Y sí, la frase ya descansa en paz es algo totalmente cierto. Es duro pedir la sedación Final, pero es lo correcto. También te entiendo perfectamente.

    La vida sigue. Cargadita de recuerdos, pero sigue. No te hundas. Tienes la obligación de ser feliz.

    Un abrazo muy fuerte.