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La fe como riqueza

 En una antigua novela de François Mauriac uno de los personajes decía a otro: “Yo no creo ¿le asombra?”. El interpelado contestaba: “No, lo que me asombra es creer, lo que me asombra es que lo que creo sea verdad”.

Y ciertamente, rodeados de no creyentes o simplemente desinteresados, a quienes creemos se nos plantean de cuando en cuando preguntas como las siguientes: Con ese atrevimiento de los ignorantes Rufián ha ironizado no hace tanto sobre “serpientes que hablan y palomas que embarazan” pero ciertamente ¿por qué afirmaciones o historias que a algunos nos parecen luminosas son para otros despropósitos ajenos a cualquier razón normal? ¿por qué determinados enunciados han condicionado nuestra vida –y a mi entender la han hecho más rica- y otros no ven en ellos sino afirmaciones sin sentido?

A veces quiero recurrir a la siguiente comparación. En youtube y con el título El arte de la dirección, puede verse un pequeño discurso muy divertido de Riccardo Mutti, que termina diciendo que, en la senda de la música él está a medio camino, porque al final se halla el infinito y el infinito es Dios. Pues bien: sin llegar a decir como Napoleón que es el menos molesto de los ruidos, la verdad es que nunca me ha emocionado la música. En el mejor de los casos la escucho con agrado pero ahí queda todo. Acepto que las sinfonías de Beethoven son obras magníficas pero me aburro mortalmente con el serialismo de Schönberg. Lo contrario me pasa con las artes plásticas: si he ido a Viena no se me ha ocurrido ir a una ópera de Mozart sino al Kunst Historisches Museum con sus magníficos Velázquez. No asisto a conciertos pero visito exposiciones y museos, que en muchas ocasiones literalmente me entusiasman.

Algo semejante parece ocurrir en el mundo de la fe. Hay quienes a veces de forma abrupta pero en general a lo largo de la vida han encontrado personas, textos, razones que les han parecido esenciales para su existencia y les han llevado a tomar decisiones que antes no hubieran previsto. A otros les ha sucedido acaso lo contrario y en ocasiones han hallado una liberación al desembarazarse de la fe que les habían inculcado y que les suponía un peso poco razonable que debían soportar.

No es que los creyentes no tengan en ocasiones dificultades con su fe pero finalmente miran alrededor y no encuentran ofertas que sustituyan con ventaja a la que ellos viven: un ser humano libre y autónomo creado por un Dios que acompaña con su Espíritu, que no violenta ni condiciona ni determina pero que acompaña, anima, sugiere y promete.

Un Dios misterio creador no es fácil de asumir pero tampoco lo es contestar a la pregunta de Leibnitz: por qué hay algo y no más bien nada. Y si creer en una vida de plenitud eterna para el ser humano tiene sus dificultades, no son menores las de quienes piensan que la muerte acaba con la riqueza de la existencia y el ser humano no es finalmente sino una pasión inútil (Sartre)

He recordado que Karl Rahner escribió un artículo preguntándose por qué seguía siendo cristiano y, si la memoria no me falla, la razón era que nunca había encontrado nada que destruyera esa fe. Yo puedo decir lo mismo e, igual que leo libros sobre arte, acudo a charlas o exposiciones e invito a veces a quienes me parecen interesados, lo mismo procuro hacer con mi fe. También leo libros, escucho charlas, acudo a eventos religiosos y procuro comunicar esas experiencias a quienes me parecen receptivos. ¿Cómo va a ser de otro modo si es para mí una gran riqueza?

 

6 comentarios

  • Carlos

    Como cualquier otro fenómeno colectivo e individual, la fe puede interpretarse de muchos modos, desde Freud que la consideraba una neurosis colectiva hasta los psiquiatras que cita Isidoro. Pero para el que la vive se trata de una experiencia personal valiosa que no es fácil comunicar. Yo me adhiero a la carta de Santigo: ¿Dices que tienes fe? Muésrame tus obras. Yo estoy dispuesto a ostrar las mías.

  • Isidoro

          El tema de la fe religiosa es algo que solo ocupa y preocupa a los teóricos o prácticos que estamos por el tema.

       Desde que ya nuestra cultura moderna no nos permite creer, (a una mayoría), en un Dios vengativo y justiciero, (que no es lo mismo que justo), y en el castigo en una vida eterna, la religión ya ha perdido su principal utilidad y argumento de ventas del producto.

         Pero el producto sigue teniendo cierto nivel de éxito, porque en el fondo en el fenómeno interviene unas corrientes subterráneas inconscientes y muy poderosas, que eran la clave secreta de su éxito ancestral.

           A veces hay que reconvertirse. (La Coca Cola, inicialmente era un tónico curalotodo que se expedía en las farmacias, y se reconvirtió, primero en bebida agradable contra la sed, y posteriormente en “fuente de felicidad personal”).

         La religión tiene que aprovechar las corrientes mentales subterráneas que le son favorables. (Y en la misma línea que mi comentario en otro hilo, las iglesias deberían encargar unos buenos estudios secretos a consultores especializados en marketing y publicidad.

    Ya es sabido que el sobrino de Freud, Edward Bernays, (“Propaganda”-1928), utilizando los escritos de su tío, fue el gran gurú iniciador de la publicidad moderna).

     

         Señalaba Mircea Eliade, sobre el fenómeno religioso, que este responde muchas veces a poderosísimos anhelos inconscientes, que aunque “muchas veces  estén expresados de una manera ingenua, e incluso a veces jocosa, descubren la convicción tácita de que hay un camino para superar el caos y la insensatez de la vida moderna”.

         Y el psiquiatra Francisco Traver, confirma ese diagnóstico: “Las creencias religiosas, (al igual que las creencias políticas y transformadoras de la sociedad), tienen un efecto protector en los seres humanos, les protege de los efectos indeseables del estrés, tal y como contó Viktor Frankl, en su odisea en un campo de concentración nazi.

        Son muchas las funciones que la religión cumple en los cerebros humanos. Protege contra el estrés porque disminuye la impredictiblidad, y favorece ciertas prestaciones que ninguna otra actividad humana puede por sí misma ofrecer”.

         

           Todo este fenómeno religioso, lo explican los psicólogos evolutivos, como un efecto inconsciente, del poderosísimo arquetipo tribal, que ha moldeado nuestros cerebros desde hace más de veinte millones de años, como primates, dos millones de años como “homo”, y doscientos mil años como “humano moderno”.

        Ese arquetipo tribal, que tantos éxitos nos ha conseguido, últimamente con el desarrollo de la mente individual-racional, ha sido arrinconado al desván de lo inservible, pero como todos los arquetipos viejos y abandonados, se niegan a morir, y siguen muy vivitos y coleando, y de cuando en cuando y autónomamente afloran en nuestra vida, siendo una fuente de nuestras “pasiones” y de la energía vital que tanto necesitamos para vivir. 

           Simone Weil denominaba a este fenómeno criptotribal, necesidad de arraigo: “La participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad, que conserva ciertos tesoros del pasado y ciertas premoniciones del futuro, le proporciona al ser humano una raíz, un fuerte apoyo”.

        Por ello, el humano, siente tanta pasión por las actividades gregarias, como la religión organizada, el fútbol, la afiliación a partidos políticos, etc. porque además son grandes fuentes de la energía psíquica que necesitamos para vivir la vida.

         Justamente, cuando no obtenemos esa necesaria energía vital, de esos arquetipos tan poderosos, como los de los tres grandes valores, o del arquetipo tribal, caemos en todo tipo de actividades, alienantes y alienadas, como el consumismo, el acaparamiento avaricioso, el hedonismo enfermizo, etc., intentando llenar el depósito de gasolina semivacío. (Vacío existencial)

          Por ello, justamente “los cambios de creencias, (las “conversiones”), suelen ir precedidos de una crisis vital, porque en ellas todo se transforma incluso la esencia de sí mismo, y la gente siente moverse bajo sus pies, el mundo en el que ha creído vivir. 

         Cuando se cambian las creencias, se muere y se renace, según la expresión religiosa”. (García de Haro, psiquiatra).

  • Javier Peláez

    No te tomes muy en serio a Rufián que él cree en la República Catalana de la que mana leche y rica miel(era así no)…La fuerza del pensamiento simbólico….

  • Román Díaz Ayala

    Artículo breve, pero fiel reflejo de nuestra situación, con rasgos de  retrato sociológico, la que vivimos como creyentes o como antiguos creyentes en una sociedad defensora de sus valores laicos no sólo porque albergue en su seno diferentes opciones religiosas, sino que también acoge el ateísmo y hasta la duda religiosa como opción de vida. Se construye la sociedad civil desde el respeto por la conciencia individual para base de nuestra convivencia que es una herencia de las democracias liberales.

    Quienes se confiesan creyentes, asimilable a lo antiguo o tradicional, en una sociedad que ha mutado en sus jerarquías de valores, parecen sufrir alguna suerte de desventaja. Tal pareciera que la guitarra o cualquier otro instrumento personal acompañante de toda su música haya sido incorporada a una orquesta sinfónica. Un choque cultural.  A una otra melodía , distinta al menos,  interpretada y ejecutada por un director ajeno. Lo determinante de este símil no es el instrumento que se presta, sino en la melodía, otros ritmos, otro fondo musical. Al fin y al  cabo  la guitarra es instrumento construido para un tañido humano, pero la melodía es fruto de una inspiración que nos viene dada.

    ¿Dónde reside la complicación? En nuestra herencia cristiana y en nuestras esencias disponemos de un Salvador. Una moral de salvación cabe en nuestro sistema, pero no es el sistema mismo y permanece en el ámbito privado, amparada por el respeto a la conciencia individual como dije más arriba.

    Sin ideologías no hay sistemas, y un sistema comporta un conjunto de instituciones en conformidad al cuerpo social. Dicho así, concluimos que una ideología es también un sistema de creencias. El ateísmo es una ideología negadora de la existencia de Dios, así como el agnosticismo prescinde de la presencia divina. La fe es también un valor que da título al presente trabajo de Carlos F. Barberá.

    Un valor distinto, porque si la fe fuera un mero hecho de razón, lo propio de cualquier creencia, el instrumento necesario para articular una doctrina, podría soportar calificativos claros como luminosa o un despropósito. La fe tiene un plus que es un aserto del corazón . La increencia se entiende en términos de rechazo al mensaje como “dureza del corazón”, puesto en boca de Jesús en los sinópticos, o de ceguera en el Evangelio de San Juan.

    La fe es un acto libre, producto de la autonomía humana. No puede ser de otra manera.

  • Inmaculada Sans Tache

    El Sr. Barberá defiende su fe y me parece bien pero, ¿de qué fe se trata? porque creer en Dios  se puede creer de muchas maneras. Me parece que se refiere a su fe católica y está en su derecho, pero, ¿ le parece oportuno acatar, aunque muchos de ellos vayan contra la razón, los numerosos dogmas que sostiene esa creencia o es que él ha recibido una enseñanza sobre ellos que se niega “a la gente sencilla” ? Hay un contenido salvífico universal de Jesús que muchas personas admiten y tratan de aplicar en sus vidas sin necesidad de tener que aceptar una teología sobrecargada y exigente sobre las creencias de modo que se sustenta en algo que se convierte en requisito para la ” salvación ” más allá o al mismo nivel de los principios del amor, la bondad, la ternura, la piedad, la compasión, el compromiso social, la justicia, el trabajo para la llegada de un mundo y una Humanidad mejores.

  • ana rodrigo

    La fe en Dios, junto a sus muchas creencias, casi todas o todas dentro del misterio, es decir sin acceso razonado a las respuestas que las mismas plantean, son una opción más por la que optan (valga la redundancia) millones de personas, tan respetable como cualquiera de las muchas opciones que nos ofrece la vida.

    El autor pone un buen ejemplo: la música, para quienes encuentran en ella lo que muchas otras personas no encuentran, y las artes plásticas que suponen lo mismo, en este caso, para el autor del este artículo. Sin que por ello una opción sea superior a otra y/o ésta sea inferior a aquella. Aunque en este caso ambas opciones son compatibles, cosa que no ocurre con un@ creyente y un@ ate@.

    La fe y la increencia son tan válidas en sí mismas cada una de ellas que dan a quienes eligen una u otra aquello que esperan o necesitan.

    Digo esto porque, las creencias en dioses todopoderosos y omnipotentes pueden producir una superioridad existencial en quienes tienen esas creencias, o aquello de que el único Dios verdadero es el mío, o la mejor opción es la mía. Puede ser la mejor para mí, lo que no quiere decir que sea así para todo el mundo.

    Y con mi comentario no estoy contradiciendo lo que dice el autor, sólo quiero abrir el abanico de posibilidades de vivir la vida como una oferta plural  y rica a elegir. Otra cuestión sería la ética universal que no tiene porqué venir exclusivamente de las religiones. La fe o el ateísmo son opciones personales e íntimas, no sociales como los derechos humanos que no distingue entre creyentes y no creyentes.

    Perdón por haber dicho obviedades, si bien lo he hecho, dada la radicalidad de tantos grupos sociales y religiosos que estamos viendo en nuestra sociedad, en religión y en política, así como en cualquier otra cuestión y que provocan tanta agresividad e intolerancia. Tendremos que insistir más en una sociedad que favorezca la convivencia pacífica y el respeto a la pluralidad. El Parlamento español, lamentablemente, es la viva imagen de lo que pasa en la calle o en las familias.