Más que grandes jerarcas, yo los veo como dos amigos, plenos de humanidad que se han encontrado con que llevan en sus hombros el descomunal peso de toda la Iglesia católica. El sábado pasado Reinhart escribió una carta a Francisco. Hoy le contesta Francisco en español (mejor, en argentino). Y le invita a no escurrir el hombre, pues tienen por delante, juntos, una buena tarea. Comparad lo que piensan y hacen estos dos “jerarcas” y lo que sigue diciendo un arzobispo traidor a quien, sin embargo, siguen haciendo mucho caso la obispos estadounidenses: Viganó lo suelta todo en este vídeo reciente. Él de los que han convencido que la prioridad ahora es negar la comunión al Presidente católico Biden. Ver en NCR un artículo que, con el botón de la derecha, se traduce al español. No todos son lo mismo en la ICAR. AD.
Santa Marta, 10 de junio de 2021
Querido hermano,
ante todo, gracias por tu coraje. Es un coraje cristiano que no teme la cruz, no teme anonadarse delante la tremenda realidad del pecado. Así lo hizo el Señor (Fil 2. 5-8). Es una gracia que el Señor te ha dado y veo que vos la querés asumir y custodiar para que dé fruto. Gracias.
Me decís que estás atravesando un momento de crisis, y no sólo vos sino también la Iglesia en Alemania lo está viviendo. Toda la Iglesia está en crisis a causa del asunto de los abusos; más aún, la Iglesia hoy no puede dar un paso adelante sin asumir esta crisis. La política del avestruz no lleva a nada, y la crisis tiene que ser asumida desde nuestra fe pascual. Los sociologismos, los psicologismos, no sirven. Asumir la crisis, personal y comunitariamente, es el único camino fecundo porque de una crisis no se sale solo sino en comunidad y además debemos tener en cuenta que de una crisis se sale o mejor o peor, pero nunca igual[1].
Me decís que desde el año pasado venís reflexionando: te pusiste en camino, buscando la voluntad de Dios con la decisión de aceptarla fuese cual fuese.
Estoy de acuerdo contigo en calificar· de catástrofe la triste historia de los abusos sexuales y el modo de enfrentarlo que tomó la Iglesia hasta hace poco tiempo. Caer en la cuenta de esta hipocresía en el modo de vivir la fe es una gracia, es un primer paso que debemos dar. Tenemos que hacernos cargo de la historia, tanto personal como comunitariamente. No se puede permanecer indiferente delante de este crimen. Asumirlo supone ponerse en crisis.
No todos quieren aceptar esta realidad, pero es el único camino, porque hacer “propósitos” de cambio de vida sin “poner la carne sobre el asador” no conduce a nada. Las realidades personales, sociales e históricas son concretas y no deben asumirse con ideas; porque las ideas se discuten (y está bien que así sea) pero la realidad debe ser siempre asumida y discernida. Es verdad que las situaciones históricas han de ser interpretadas con la hermenéutica de la época en que sucedieron, pero esto no nos exime de hacernos cargo y asumirlas como historia del “pecado que nos asedia”. Por tanto, a mi juicio, cada Obispo de la Iglesia debe asumirlo y preguntarse ¿qué debo hacer delante de esta catástrofe?
El “mea culpa” delante a tantos errores históricos del pasado lo hemos hecho más de una vez ante muchas situaciones, aunque personalmente no hayamos participado en esa coyuntura histórica. Y esta misma actitud es la que se nos pide hoy. Se nos pide una reforma que –en este caso– no consiste en palabras sino en actitudes que tengan el coraje de ponerse en crisis, de asumir la realidad sea cual sea la consecuencia. Y toda reforma comienza por sí mismo. La reforma en la Iglesia la han hecho hombres y mujeres que no tuvieron miedo de entrar en crisis y dejarse reformar a sí mismos por el Señor. Es el único camino, de lo contrario no seremos más que “ideólogos de reformas” que no ponen en juego la propia carne.
El Señor no aceptó nunca hacer “la reforma” (permítaseme la expresión) ni con el proyecto fariseo o el saduceo o el zelote o el esenio. Sino que la hizo con su vida, con su historia, con su carne en la cruz. Y este es el camino, el que vos mismo, querido hermano, asumís al presentar la renuncia.
Bien decís en tu carta que a nada nos lleva sepultar el pasado. Los silencios, las omisiones, el dar demasiado peso al prestigio de las Instituciones sólo conducen al fracaso personal e histórico, y nos llevan a vivir con el peso de “tener esqueletos en el armario”, como reza el dicho.
Es urgente “ventilar” esta realidad de los abusos y de cómo procedió la Iglesia, y dejar que el Espíritu nos conduzca al desierto de la desolación, a la cruz y a la resurrección. Es camino del Espíritu el que hemos de seguir, y el punto de partida es la confesión humilde: nos hemos equivocado, hemos pecado. No nos salvarán las encuestas ni el poder de las instituciones. No nos salvará el prestigio de nuestra Iglesia que tiende a disimular sus pecados; no nos salvará ni el poder del dinero ni la opinión de los medios (tantas veces somos demasiado dependientes de ellos). Nos salvará abrir la puerta al Único que puede hacerlo y confesar nuestra desnudez: “he pecado”, “hemos pecado”… y llorar, y balbucear como podamos aquel “apártate de mi que soy un pecador”, herencia que el primer Papa dejó a los Papas y a los Obispos de la Iglesia. Y entonces sentiremos esa vergüenza sanadora que abre las puertas a la compasión y ternura del Señor que siempre nos está cercana. Como Iglesia debemos pedir la gracia de la vergüenza, y que el Señor nos salve de ser la prostituta desvergonzada de Ezequiel 16.
Me gusta como terminas la carta: “Continuaré con gusto a ser sacerdote y obispo de esta Iglesia y continuaré a empeñarme a nivel pastoral siempre y cuando lo retenga sensato y oportuno. Quisiera dedicar los años futuros de mi servicio en modo más intenso a la cura pastoral y empeñarme por una renovación espiritual de la Iglesia, como Usted incansablemente lo pide”.
Y esta es mi respuesta querido hermano. Continúa como lo propones pero como Arzobispo de Munchen und Freising. Y si te viene la tentación de pensar que, al confirmar tu misión y al no aceptar tu dimisión, este Obispo de Roma (hermano tuyo que te quiere) no te comprende, pensá en lo que sintió Pedro delante del Señor cuando, a su modo, le presentó la renuncia: “apártate de mi que soy un pecador”, y escuchá la respuesta “pastorea a mis ovejas”.
Con fraterno afecto.
Francisco
[1] Existe el peligro de no aceptar la crisis y refugiarse en los conflictos, actitud que termina por asfixiar e impedir toda posible transformación. Porque la crisis posee un germen de esperanza, el conflicto –por el contrario– de desesperación: la crisis involucra… el conflicto –en cambio– nos enreda y provoca la actitud aséptica de Pilato: “Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes” (Mt. 27, 24)… que tanto mal nos ha hecho y nos hace.
Dejo -agradecido por lo que tiene de lección- un comentario a la carta de Francisco a la del buen obispo Marx. Me ha dejado una impresión sana y relajante, por su espontaneidad, por el afecto fraterno y sincero de sus expresiones, y sobre todo por el espíritu evangélico que transmite. En esa carta habla el papa hermano, el primer servidor -no el pontífice-, que escucha y comprende, que ruega y no manda, que se explica y reconoce la necesidad de cambio real. Del papa hermano que considera que el prestigio (ante Dios en primer lugar) debe basarse en una vida de testimonio ético-moral, no en un reconocimiento social más propio de este mundo… Solo a partir de un “mea culpa” humilde, con el consiguiente cambio de vida -sin ocultamientos ni tapaderas-, se puede recobrar el prestigio auténtico, el evangélico. Pecadores, en una medida u otra, somos todos. La Iglesia, formada por seres humanos, es pecadora, no santa. (Santo, bueno, solo es Dios,) Reconocer y corregir los propios fallos, personales y colectivos en la Iglesia, es un buen ejemplo, que convence más que presentarse libre de culpas (¡que oculta en secreto!) Predica mejor una postura concreta, humilde y arrepentida, que una suficiente que no se equivoca nunca y no reconoce fallos más que en abstracto. Entre seres humanos, seguidores del Reino de Dios, el prestigio se encuentra en una postura humilde que ama.
No quiero terminar sin recordar algunas palabras de la carta de Francisco, por lo significativas que son: -el “a mi juicio” en una carta del papa rebaja muchos autoencumbramientos no evangélicos…
-“las ideas se discuten, los hechos se reconocen”, aunque duelan… -“son necesarias las reformas”, pero no los “ideólogos” de reformas que nunca llegan (o de reformas superficiales…)
-No debemos temer entrar en crisis, si éstas sirven para mejorarnos… Solo mejorando resucitaremos con un testimonio nuevo que nos haga más creíbles… Una Iglesia que se reconoce pecadora y sinceramente necesitada de conversión y de cambios de conducta (de estructiras y de algunas doctrinas), y se esfuerza humilde en mejorar es, a mi juicio, más creíble que una que se dice -y reitera- santa.