Poco después de 1945 se empezó a hablar en España del “milagro alemán”, por su rápida recuperación económica. Pero las personas serias que fueron a comprobarlo volvían diciendo: ¡Qué milagro ni qué milagro! ¡Es que trabajan como burros!”.
Pronto seremos víctima de una campaña multimillonaria para que colaboremos en el impuesto religioso, -en realidad, clerical, dedicada a que vivan esos vivos- porque, “a usted no le cuesta nada ponerla cruz, hombre”. En Alemania, quien pone la cruz añade a sus impuestos esa cantidad. Aquí no añade nada más, por lo que ese dinero se saca de lo recaudado por todos; como sólo un tercio pone la cruz, ellos pagan un tercio, sí, engañados por ese falso milagro; lo demás lo pagan, a la fuerza, el resto de contribuyentes.
Esa propaganda es pues, mentirosa, una clara estafa según la define el Código Penal. El único milagro es que la corrupción de los Gobiernos y la ignorancia o miedo al infierno de demasiados españoles tolere desde hace décadas esa contante y sonante vergüenza nacional. Y si alguien cree que calumnio, ahí tiene el juzgado de guardia.
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