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Los negacionistas amenazan la vida en la Tierra

 La irrupción de los coronavirus ha revelado la cantidad de negacionistas que existen en el mundo. Comenzando por el primer ministro inglés, Boris Johnson, quien menospreciaba la Covid-19, se contaminó y casi se muere. Donald Trump, afecto a las fake news y a las verdades paralelas (eufemismo para mentiras) trató el virus como algo pasajero. Se demoró en tratar la pandemia. Infectado, cambió de opinión, pero no le dio centralidad, hasta el punto de que Estados Unidos es el país con más víctimas.

El presidente brasilero, lacayo de Trump, es el campeón absoluto entre los negacionistas. Consideró la pandemia como una “gripecita”, acabó infectado y se curó nadie sabe cómo. Como el proceso de la antropogénesis lo dotó de poquísimas luces, sigue siendo negacionista de otra forma: prescribe, como si fuera médico, cloroquina, afirmada por la ciencia sin eficacia contra el virus, duda o niega de la eficacia de las vacunas, no favorece el distanciamiento social, ridiculiza el uso de las mascarillas. Y lo más grave de todo, no propuso ningún plan nacional para hacer frente a la Covid-19. Por eso Brasil ocupa el último lugar en el mundo entre los países que peor combaten la Covid.

Entre nosotros tenemos ya cerca de 2018 mil víctimas fatales y casi diez millones de infectados. Como forma de desprecio a la clase médica, puso de ministro de salud a un general que no entiende nada de medicina y no ha elaborado ningún plan estratégico de vacunación. Nuestro negacionista se ha convertido en un asesino de su pueblo y, posiblemente por los crímenes de responsabilidad y crímenes comunes va a ser depuesto y muy probablemente, él y sus cómplices, tendrán que comparecer ante un tribunal de crímenes contra la humanidad.

Pero no hay solamente este tipo de negacionistas. Son negacionistas todos los que no aceptan el hecho de que no es que estemos yendo al encuentro del calentamiento global sino que estamos ya muy dentro de él, con todos los eventos extremos que causa.

Muchísimas personas no tienen conciencia de las graves amenazas que pesan sobre el planeta Tierra: hemos tocado ya sus límites insoportables hasta el punto de que ella necesita un año y medio para reponer lo que le quitamos violentamente en un año, en función del consumismo ilimitado y de la voracidad de acumulación de riqueza material. Conocemos ya la Sobrecarga de la Tierra alcanzada a finales de septiembre de 2020. Crece la erosión de las nueve fronteras planetarias que sustentan la vida en el planeta. Si se rompen, pueden, en un efecto cascada, llevar nuestra civilización a un colapso. Grandes nombres de la ciencia de la vida y de la Tierra lamentan que la mayoría de los jefes de estado no tengan suficiente conciencia ecológica. No hacen los cambios necesarios, por ser antisistémicos y por perjudicar la lógica antinatural de la acumulación ilimitada.

Atinadamente el Papa Francisco afirmó en su encíclica de ecología integral Laudato Si, sobre el cuidado de la Casa Común: “Las previsiones catastróficas ya no se pueden mirar con desprecio e ironía… pues nuestro estilo de vida insostenible sólo puede acabar en catástrofe” (n.161). En la reciente Fratelli tutti advierte muy seriamente: “estamos todos en el mismo barco; o nos salvamos todos o nadie se salva” (n.32). Queda así comprobado que la gran amenaza a la vida no viene de algún meteoro rasante sino del propio ser humano que, según innumerables científicos, ha inaugurado una nueva era geológica, después del holoceno, la del antropoceno e incluso la del necroceno, es decir, la destrucción en masa de seres vivos.

Otro grande y fundacional documento, asumido por la ONU, la Carta de la Tierra, afirma al empezar: “Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el que la humanidad debe elegir su futuro… nuestra elección es esta: o formamos una alianza global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros, o arriesgamos nuestra propia destrucción y la de la diversidad de la vida” (Preámbulo).

En este contexto dramático recordamos la famosa parábola del filósofo y teólogo dinamarqués Sören Kierkegaard (1813-1855), uno de los precursores del existencialismo moderno y uno de los críticos mas severos del idealismo de Hegel, Schelling y otros. Esta es su narración: Se declaró un incendio entre los bastidores de un teatro. El director mandó al payaso, que ya estaba listo para entrar en escena, que avisase a toda la platea sobre el peligro que corrían todos. El payaso pedía que acudiesen a apagar las llamas. Como se trataba de un payaso, todos pensaban que era un truco para hacer reír a la gente. Y reían y reían. Cuanto más lo pedía el payaso, más reían todos. Entonces se puso serio y comenzó a gritar: “el fuego acaba de quemar las cortinas y va a quemar todo el teatro con ustedes dentro”. Todos encontraron esto muy gracioso y decían que el payaso estaba haciendo espléndidamente su papel. Y el fuego consumió todo el teatro con toda la gente dentro. Termina Kierkegaard: “Así, supongo yo, es como va a acabar el mundo en medio de la hilaridad general de los graciosos y bromistas que piensan que todo, al final, no pasa de ser una broma”.

Así pensaba la gente en tiempos de Noé y sucumbieron bajo el diluvio. ¿Cuántos hoy, entre nosotros y en todo el mundo, consideran las amenazas letales como una invención de los comunistas o un artificio de los globalistas para dominar el mundo? Es significativa la última advertencia de Zygmunt Bauman una semana antes de morir en 2017: “o nos unimos todos para salvar la Tierra y la vida o engrosaremos el cortejo de aquellos que se encaminan hacia su propia sepultura”.

La irrupción de la Covid-19 y el aislamiento social forzado son oportunidades que la vida nos da para pensar sobre nuestra responsabilidad colectiva y sobre qué tipo de Casa Común queremos construir y habitar, naturaleza incluida. Esta vez no habrá un Arca de Noé: o nos salvamos todos o todos conoceremos el camino ya recorrido por los dinosaurios.

 

*Leonardo Boff es ecoteólogo y ha escrito Cuidar la Tierra- Proteger a vida: cómo escapar del fin del mundo, Nueva Utopía, Madrid 2011. Con Jürgen Moltmann, ¿Hay esperanza con la creación amenazada? Vozes 2014.

Traducción de Mª José Gavito Milano

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