Ximo García Roca acaba de publicar este artículo en la página del Grup cristia del dissabte, de la que hemos traducido la entrada anterior. Pero Ximo es conocido en toda España y el tema que toca tiene importancia universal. Por eso le hemos pedido el texto castellano para publicarlo también en ATRIO, uniéndonos a su duelo y su queja por el quehacer jerárquico en estos tiempos. AD
Mientras me sobrepongo al inmenso dolor por la muerte de mi hermano, que ha sido arrebatado por la COVID, me incomoda lo que dice la Instrucción pastoral de la Conferencia Episcopal “Un Dios de vivos” sobre las exequias cristianas (diciembre 2020): “el centro de las exequias cristianas, dice, es Cristo Resucitado y no la persona del difunto. Los pastores han de procurar con delicadeza que la celebración no se convierta en un homenaje al difunto”. “En el caso de que algún familiar intervenga con unas breves palabras al final de la celebración, se le debe pedir que no altere el clima creyente de la liturgia de la Iglesia … y evite un juicio global sobre su persona”. Por motivos teológicos, por razones antropológicas y por requerimiento cultural pienso y hago lo contrario.
Mi hermano creyó que la resurrección de Cristo se hace real y efectiva en la vida de los bautizados. Así lo trasmitía en la catequesis hasta creer que la resurrección empieza en el bautismo, continua en la caridad y se cumple en la esperanza. Vivir cristianamente, para él, consistía en seguir y construir huellas del Resucitado, y además sabemos que Cristo ha resucitado porque existen marcas, efectos y consecuencias en las personas y comunidades que creen en El. Pablo, en sus primeras cartas, afirma inequívocamente que estamos ya resucitados por el bautismo, y acaba en sus últimas cartas afirmando que ya estamos juzgados y sentados a la derecha de Dios Padre. Las exequias cristianas son el lugar donde mostrar que Dios pasó por su vida, creando vínculos familiares con su mujer e hijas, derrochando entrega como profesor, privilegiando en Artesanos a los que están peor situados, produciendo gérmenes de fraternidad y signos de vida eterna, que no pueden ser destruidos por el fuego ni sepultados en tierra. Para ello, como sugiere el papa Francisco, el gran ausente en la Instrucción –de 99 citas sólo dos son de Francisco en insignificantes homilías– “el que predica debe reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios” (EG n-137). El centro de las exequias es la persona difunta incrustada y adherida por la fe , la esperanza y el amor al Cristo resucitado. Me hubiera gustado una reflexión más articulada, entre el Cristo resucitado y la vida del difunto. En tiempos de pandemia, no caben retóricas desencarnadas sobre la resurrección, ni homilías previsibles sobre el morir, ni ceremonias impasibles sino que como afirma el Papa Francisco “la homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo” (EG. n.135)
Del mismo modo, me desagrada la Instrucción por razones antropológicas, ya que no se puede olvidar que la muerte es un acto radicalmente íntimo e individual, y sólo así se incorpora a la comunión de los santos. Con mi hermano muere una subjetividad personal irreductible, que ha secado los lagrimales de quienes le hemos amado. No es uno más de los ciento diez muertos hoy en Valencia. La individualidad ha de presidir las exequias. Los homenajes y exequias de Estado pueden y deben ser colectivas, como sucedió en la digna celebración por los muertos de la pandemia, en la Plaza de Oriente. En las exequias cristianas se celebra una vida concreta, con nombre y apellidos, con una historia particular y un cuerpo dañado. Lo otro, según la antropología social, es negocio funerario y ritual mágico. Me repugna asistir a un funeral que el cura no sabe ni el nombre del difunto, le llaman Francisco cuando siempre se llamó Paco, Inmaculada cuando todos la conocen como Concha, Maria Dolores cuando es Loles. Nunca entendí las eucaristías que se ofrecen por un listado de difuntos, si no es por razones que se me escapan.
Cultural y afectivamente, la Instrucción me incomoda en tiempos de pandemia, cuando las muertes de disuelven en curvas estadísticas y números de muertos, y se acumulan féretros, esperando el turno para la incineración. En este contexto no tiene sentido acelerar la misa exequial, como se propone, sino se puede garantizar, por motivo de salud, la presencia de todas las personas significativas que hicieron única e irrepetible la vida del difunto. El sentido de las exequias no es tanto orar por el difunto, lo que se puede hacer en cualquier momento, sino celebrar comunitariamente la ausencia de uno de los nuestros. El sentido sanador de la eucaristía trasgrede el anonimato. En mis tiempos de profesor de escatología pedía a los estudiantes del último año de teología, que redactaran la homilía que quisieran para ellos. Todos se referían al compromiso y al seguimiento, a la bondad, la justicia, la belleza de sus vidas, salvo aquellos que, destinados a ser obispos, invocaban abstracciones sobre la misericordia de Dios, sobre la condición humana, finita y contingente. Así lo confirman el pueblo creyente cuando al finalizar la eucaristía toman la palabra y se refieren a la vida del difunto y arrancan en un aplauso, que en la tradición corrobora la santidad. Ahí empieza la homilía real y evangélica, todo lo contrario de lo que propone al Instrucción. Asistí hace unos meses a funeral por un amigo sacerdote. El celebrante, que representaba al obispo, habló del sacerdocio eterno según el orden de Melquisedech. En el momento final de la eucaristía, un joven de la parroquia en nombre de la comunidad dijo: “este hombre de Dios ha sido nuestro líder, y hoy es nuestro guía, y mañana caminará con nosotros como vigía . ¿Quién tenía razón ? ¿Quién dijo verdad?
Gracias por esta reflexión, gracias mil. Hoy en esta ciudad de Medellín, también el Obispo prohíbe cualquier expresión familiar en los funerales. Además si no se paga el funeral, no hay funeral. Esta iglesia se aleja cada vez más de la gente a pesar de los esfuerzos del Papa Francisco. iEsa está llamada a morir! Es una fatiga.
Lo peor. ¿Saben lo que es la compasión?
El calendario, Octubre de 2020; la geografía, la ciudad de Querétaro. Mi madre fue siempre una mujer creyente, así que nunca tuvimos duda: con todas las medidas sanitarias, solicitamos una misa de cenizas presentes. El presbítero le modificó el apellido: la llamó Parras, cuando su apellido era Porras. Va, pasa; pudo ser mala letra de la secretaria que tomó el nombre o mala visión del presbítero al leer la nota de la secretaria. Además de la urna con las cenizas de mi madre, había otra urna con cenizas. En las bancas del templo, era claro que había 3 personas de asistencia asidua al templo, y el resto familiares de las dos personas fallecidas. Nada más. Al llegar la homilía, el presbítero lo único que hizo fue descalificar que en medio de la pandemia de COVID sólo ve gente llorando por sus muertos, lo que demuestra la falta de fe de esta generación. Quiénes lloran porque murió un familiar son personas que han construido sus vidas sobre arena porque no tienen fe. Fue todo. Yo estoy acostumbrado a las estupideces en las homilías católicas. Pero sólo podía pensar en lo que esas palabras podrían estar causando en mi padre. Mi padre que acababa de perder a su esposa, después de 52 años de matrimonio. Mi padre que desde marzo de 2020 sólo ha salido y tenido interacción fuera del núcleo del hogar para visitas médicas. Yo estaba furioso. Al llegar a casa, mi hermana y yo comentamos lo vil que había sido el cura, y le preguntamos a mi padre qué había sentido. “Ni cuenta me dí, no alcancé a escucharlo, no se le entendía lo que decía”. Mi hermana y yo, al mismo tiempo dijimos “Pues, mejor que no escuchaste”. Mi solidaridad y cercanía a Joaquín, por la pérdida de su hermano. Que su memoria sea eterna.
Hace ya…para once años…que mi compañero de camino nos dejó.
Pudimos estar a su lado todos, hij@s, los nietos nacidos entonces; así, que poco a poco, viendo que llegaba el final, hablándolo con nuestros hij@s fuimos preparando la celebración:
“No iba a ser un funeral al uso”
Hable con mi querido C. Pignatelli, y les comunique nuestros deseos.
Nada de vestiduras negras, nada de purgatorios ni de pecados, nada de resurrección.
“Era una Eucaristía de acción de gracias por su buen hacer, por llevar la enfermedad con suma paciencia y valor, porque especialmente fue:
¡Un hombre justo y bueno en toda su trayectoria!
Y así lo hicimos, fue hermoso, esperanzador; nuestro dolor, estaba en nuestros corazones no en demostraciones de vestidos negros o llantos. Al terminar la Eucaristía presidida por más de seis sacerdotes amigos, subí al atril de lectura y les explique a cuanto nos acompañaban, el porque de esa celebración.
Fue una experiencia hermosa.
Para mí, ya les he comunicado a mis hij@s lo que deseo:
No quiero ritos ninguno, ni esquela…la mayoría de mis amistades ya no están…ni flores, ni tanatorio para recibir visitas, quiero ser incinerada y que ellos elijan el lugar donde dejar mis cenizas, porque en ellas ya no estaré yo, esa parte de mí que es energía regalada…volverá…donde tenga su espacio.
Quiero que mi larga familia…ya somos veinte de momento…estén reunidos, gocen con lo bueno que vivieron a mi lado, disculpen mis errores y lo hagan con paz y amor.
Cuando Jesús nos dejó, ni siquiera me presenté en la parroquia dirigida entonces por el Opus, mi hermano mayor, y supongo que el ayuntamiento, darían parte de su fallecimiento.
Lo que hagan nuestros hij@s, es cosa suya, ell@s pidieron mis deseos, y así los he manifestado.
Sé como ha sido mi vida, toda ella dirigida a un mismo fin:
¡Hacer Vida en mi vivir, el hermoso Proyecto de Vida que el Galileo proclamó!
No quiero nada más.
Se me ha olvidado decir:
Que todos los celebrantes iban con su alba blanca y su estola blanca, y las flores sencillas que le acompañaron, eran blancas, el color de la gracia y de la paz.
El rizo, aquí en la archidiocesis, es la instrucción del reverendísimo prelado que obliga a que, pese a lis rituales diaconales, se celebre la misa exequias en la respectiva parroquia, “para la presencia de la comunidad”. +$
¿Cuándo caerá en la cuenta?
Con gran razón, muchos la estamos abandonando…a la iglesia poder…aunque sigamos fieles al Proyecto de Visa que proclamó Jesús el Galileo.
Un abrazo entrañable.
¡Vida!
La instrucción expresa el espíritu del capitalismo ahumano que preside la inteleccion de los gobernantes eclesiásticos. Hemos sufrido casi 80.000 muertes durante estos 10 meses de pandemia. Unos 65.000 ha tenido exequias rituales en cementerios o capillas de tanatorio se oficiadas por diáconos que no conocen ni al difuntos mia sus familiares ni sus vidas. Sobrevuelan en sus homilias iguales cualquier realidad. Cada ritual suponen 100 o 150 euros. 65.000 x 100 = 6.500.000. Da igual Francisco que decir nuestro hermano o está persona que enterramos hoy. Teología?. No. Pecunia. Y marketing mágico inhumano
Excelente “destilado”. ($$$)