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Y llegamos a Navidad ¡con la pandemia a cuestas!

 Nuestra colaboradora Olga C. Vélez fue el domingo una de las panelistas que intervinieron en el Webinar de Boff Hacia una ecología integral. Invito a ver el vídeo. Y a leer este artículo de la teóloga colombiana. AD.

Este año hemos vivido en medio de la pandemia del covid-19, sin que lo hubiéramos esperado, ni imaginado. El mundo entero se ha visto afectado y se ha sentido impotente para detener el avance. Con mucho empeño se ha buscado una vacuna, pero ha sido un año para constatar la fragilidad, la limitación, la vulnerabilidad humana. Tal vez esta circunstancia nos ayude a entender la vulnerabilidad del Niño que nace, “en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lc 2, 7).

Pero esa vulnerabilidad no es lo más relevante de nuestras celebraciones de navidad. Por lo general, es un tiempo lleno de alegría, esperanza, festejos, regalos, que expanden el corazón y animan el espíritu. Todo esto es muy positivo y el ciclo litúrgico de adviento/navidad así lo expresa. Sin embargo, ese ambiente festivo puede impedirnos ver el nacimiento de Jesús como realmente fue. Su encarnación no llegó con festejos, ni fue esperada por las élites representativas de su tiempo. El evangelio de Lucas nos aproxima a lo que en realidad fue: Jesús nace en un lugar apartado y los que lo reconocen son los pastores del lugar: personas insignificantes en ese contexto, que no tienen mucho que ofrecerle, más que la sencillez de su vida (Lc 2, 8- 18).

Esto marca la vida de Jesús y el lugar desde el que se sitúa para ejercer su misión. Asume la humanidad desde los más vulnerables y así continuará a lo largo de su vida. Incluso, cuando sus oponentes deciden asesinarlo lo hacen con el peor castigo -la cruz- que solo se infringía a los “malditos por Dios” (Dt 21,23; Gál 3,13).

Ahora bien, a los pastores se les anuncia la llegada del Niño, como “una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lc 2, 10-11). Esa es la paradoja de nuestra fe: desde la vulnerabilidad confesamos el poder de Dios; desde la pobreza, reconocemos la riqueza divina: “Conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por ustedes se hizo pobre, a fin de que se enriquezcan con su pobreza” (2 Cor 8, 9).

Tal vez este año lleno de incertidumbres, sufrimiento, pobreza, carencias, nos abra los ojos a la verdadera humanidad de Jesús y logremos entender mejor el misterio de su encarnación y la salvación que Él nos trae. Jesús se hace ser humano con todas las consecuencias. No es una encarnación aparente o simbólica, es real y asume las circunstancias tal y como ellas son, buscando caminos para superarlas. En eso consiste la predicación de Jesús. En un pueblo que excluía a muchos, inclusive en nombre de Dios, Él viene a anunciarles que Dios no quiere esa realidad y por eso invita a todos a sentarse en la mesa del Reino, comenzando por los últimos, por los que menos posibilidades tienen. Precisamente Él se hace uno de ellos para empezar “desde abajo”, haciendo efectiva la inclusión de los más pobres y marginados.

Navidad nos introduce en esa lógica de Dios. Nos invita a mirar el mundo desde los más pobres, todos aquellos que viven en los pesebres de hoy porque no tienen trabajo, casa, educación, salud, alimento, en otras palabras, los derechos fundamentales para una vida digna. Navidad nos confronta con la injusticia del mundo que deja a tantos en la insignificancia y en las márgenes. Navidad, desde la experiencia de la pandemia, nos hace mirar las consecuencias de las estructuras que sostienen nuestro mundo actual en las que unos pocos gozan de todos los beneficios y la mayoría solo puede comer las migajas que caen de las mesas de los dueños o mejor de los que se apoderaron de los bienes de la tierra, que en justicia deberían ser de todos.

La pandemia ha dejado en evidencia esta injusta realidad de nuestro mundo. Demasiadas muertes porque los hospitales, por lo general, no tienen la infraestructura para contener casos como estos ya que solo se accede a buenos servicios si se paga grandes cantidades de dinero por una salud privada.

Demasiadas personas sin una casa digna para vivir la cuarentena y ha contrastado, por ejemplo, las grandes mansiones desde donde algunos artistas brindaron conciertos por internet, con aquellos barrios marginales, de calles llenas de gente, porque en la habitación en que vive toda una familia, es imposible estar encerrados, cuidándose del virus.

Tantas otras realidades quedaron evidentes en este año de pandemia y esto es lo que podemos traer en esta navidad para vivirla con la profundidad que el misterio de la encarnación supone. Si los reyes magos trajeron incienso, oro y mirra (Mt 2, 11-12), nosotros traemos un año lleno de dolor, muerte, enfermedad, temor, incertidumbre, pero también, lleno de solidaridad, de fortaleza, de esperanza, de apuesta por la vida. Ahora bien: ¿qué buena noticia nos trae el Niño que nace?

Navidad alienta la esperanza de que este mundo, tal y como ha manifestado ser en esta pandemia, tiene que cambiar para mejor. El Niño del pesebre ha venido para quedarse entre nosotros y acogerlo es construir un futuro que esté preparado para afrontar mejor la vulnerabilidad humana y, sobre todo, para garantizar -desde ahora- las condiciones necesarias para cuidar la vida en pandemia y sin ella, en tiempos difíciles y en tiempos fáciles. En otras palabras, Navidad es la esperanza renovada de que llegarán tiempos de pospandemia y nuestro mundo podrá ser distinto para entonces.

2 comentarios

  • Javier Peláez

    La pandemia es una jodienda tremenda….A mí personalmente me impresiona mucho más la muerte de Jesús,la Semana Santa….Yo que tampoco debo ser cristiano o mejor que soy un mal cristiano…diré que la pandemia jode todo el calendario litúrgico…Habría que invertar otro hasta que haya suficiente seroprevalencia o lo que llaman “inmunidad de rebaño”…Eso de pastores que huelan a oveja del Papa lo dejamos para cuando haya inmunidad de rebaño…Esto que vivimos se presta màs para que nos vayamos al desierto…Por lo demás preocuparse de los pobres que es básicamente lo que hizo Jesús,poco compatible con el desmadre consumista de nuestra Navidad,debe ser de todo el año,de todos los años….A mi que me interesa el aspecto político del asunto,el Gobierno debe darnos algunos regalos por Navidad:subir el SMI y arreglar lo del Ingreso Mínimo Vital…En cuanto al aspecto personal debemos seguir pensando en lo que nos dice Olga….Tb ya sabemos que Jesús no nació en Navidad…En cuanto a la alegría y la jarana recordaré lo que dijo un viejo periodista de EL PAIS que ahora escribe en eldiario.es(Ortega no se qué)que le dijo su padre cuando era joven:la vida no está para divertirse,está para resolver problemas….Hombre tb uno puede divertirse algo,hay muchas formas de divertirse….En fin,la pandemia es una jodienda, pero es una buena oportunidad para reflexionar:parar y reflexionar,dónde vamos?, qué hacemos?,por qué esto funciona tan mal?,etc….

  • carmen

    Pues es que no debo de ser cristiana.

    Asoció la navidad a familia, a alegría, a compartir, a los villancicos, a poner la mesa de nochebuena preciosa, a mi madre cuidando todos los detalles, a mis hijos arreglando el árbol con su padre, a poner el belén, a mis hermanos, a la comida de Navidad con mis compañeros, al amigo invisible que hacíamos con los críos, al belén viviente huertano que lleva haciéndose mil años en el colegio, a la misa de gozo huertana en el colegio también…

    Pero además, pienso seguir así. Olvidando alguna nochebuena que fue demoledora, como todos hemos pasado alguna.

    Porque, y si es la última que pasó con mi familia? Ya faltan . A lo mejor la próxima que falta soy yo. Porque, efectivamente, la Pandemia nos ha hecho tomar conciencia de la fragilidad. Pero un montón. A las personas de riesgo que llaman, nos ha fundido. Pero no me pienso rendir.

    Así que celebraré el cumpleaños de mi niño Jesús, a tope.

    Y es que, no debo de ser cristiana.