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La mala gente

      Hoy bastante gente habla de que los términos “izquierda y derecha” están obsoletos, y que es mejor plantear las cuestiones en términos de “transversalidad”.  Que la mayor parte de la población de nuestros países se sitúa en el centro y que a esa gente hay que ganársela en la batalla política. Claro que para ganársela se puede llegar a decir algo tan curioso como lo de Aznar, que asegura que su proyecto político es de ¡centroderecha!

      También se ha planteado hablar de “los de arriba” y “los de abajo”. Pero aquí se nos mete la teoría de la relatividad. Yo mismo ¿soy de “los de arriba o  los de abajo”?  Si miro a los yates de doscientos millones de dólares, me veo como un mendigo, pero si miro a las pateras repletas de gente que huye de la miseria, pues me veo como un potentado. Además, planteado así, resulta fácil para “los de más arriba” convencer a gente muy corrientita de que el peligro viene de “los de más abajo”, que “nos quitan el trabajo y se llevan todas las ayudas sociales”.

      Ahora bien, cuando vemos que en el mundo hay unas decenas de personas que tienen la misma riqueza que tres mil millones de seres humanos, muchos de los cuales se mueren de hambre, y sabemos que eso no es algo natural, sino que es producto de un sistema económico que genera esas monstruosas desigualdades ¿Se puede seguir diciendo que se es de centro? Eso de encogerse de hombros, mirar para otro lado, o pasarles la responsabilidad a otros, los políticos, o los que sean, ¿no es una manera vergonzante de estar a favor de la situación actual, es decir, a favor de la oligarquía?

      En una situación así ¿creemos que es moralmente indiferente tomar una postura u otra? No sólo desde una visión cristiana de la sociedad, sino desde la simple coherencia con unos derechos humanos con los que todos decimos estar de acuerdo ¿podemos sentirnos ajenos al sufrimiento de millones de seres humanos que no pueden satisfacer sus derechos más básicos? ¿O aceptamos esa bárbara e hipócrita justificación de que en una economía de mercado todos tenemos lo que nos hemos ganado con nuestro trabajo e inteligencia? ¿Qué trabajo ha tenido que desarrollar una persona para ganar 10.000 millones de euros? ¿Qué ha aportado a la humanidad para merecer esa recompensa?

      Teniendo esto en cuenta ¿qué vemos en la realidad? Pues vemos unas formaciones políticas que ponen todo su esfuerzo para justificar y mantener un sistema económico que no sólo ha generado esas inhumanas desigualdades, sino que tiende a aumentarlas. Y otras que, poco o mucho, tienden a paliar los daños de esta estructura económica. Entonces, si nos parece que los calificativos de derechas e izquierdas ya no son suficientemente actuales, pues tenemos unas calificaciones muy claras: la mala gente y la buena gente.

      Cuando hablamos de buena gente y mala gente no tratamos de meternos en la conciencia de nadie. El mandato evangélico de “No juzguéis y no seréis juzgados” también nos obliga aquí. No podemos lanzar una condena inapelable sobre nadie.  Seguramente muchas personas no han podido superar la educación recibida y el ambiente malsano de la sociedad en la que vivimos y están en posturas de derechas con la mejor voluntad. Pero sería demasiado ingenuo pensar que no hay otros muchos plenamente conscientes de la situación, pero que se dejan llevar por su egoísmo y no sienten el menor escrúpulo en seguir apoyando un sistema que explota a la mayoría de la humanidad.

      Tampoco en la izquierda es todo trigo limpio, también hay mucha gente que también va a la suyo, pero la tendencia general es luchar por un mundo más justo. Mientras que en el campo contrario creo que dejamos la cosa más clara si en vez de hablar de las derechas, hablamos de la mala gente.

     

     

     

4 comentarios

  • ana rodrigo

    La política es un tema endiablado porque es muy difícil el diálogo sobre cuestiones de ideología política sin romperse interior o manifiestamente la amistad de los y las dialogantes.
     
    Yo pienso que la ideología política es una actitud ante la vida y votamos a aquellos partidos que ofertan los valores en los que creemos. Que, a posteriori se clasifiquen a las personas de una u otra ideología como buena gente o mala gente, ya me parece muy arriesgado.
    Porque habría que pormenorizar y entrar al detalle de la vida de cada persona. Otra cosa es calificar las ideología según el punto de vista que tenga cada cual. Yo sí podría decir ideologías buenas o ideologías perversas, aunque quienes las practiquen crean que la suya es la mejor.

  • Juan García Caselles

    “Mala gente que camina y va apestando la tierra” (Antonio Machado)

  • mª pilar

    No sé lo que soy ni donde estoy…pero:

    ¡Si se, donde me posiciono y por lo que lucho!

    Gracias, por ponernos “alertas” a nuestro vivir.

  • Isidoro

          Cuando se habla de buena gente y mala gente, así en general, y por diferencias de opinión, (con la idea implícita de que nosotros somos la buena gente, naturalmente), es fácil caer en el narcisismo comunal, o del grupo al que nos adscribimos.
     
        A los que tenemos una cierta inquietud moral, nos son fácilmente percibibles, los rasgos y conductas narcisistas personales e individuales, y por ello las reprimimos como podemos, represión que muchas veces solo es efectiva cara al exterior, porque hacerlo de verdad al interior es mucho mas difícil de lograr. Las carencias afectivas que nos condicionan son muy poderosas.
     
          El narcisista, según Clement Rosset, sufre de no amarse: solo ama a su representación en el grupo al que se adscribe, ya sea la nación, ya sea el equipo de fútbol o ya sea el grupo político.
          La psiquiatra Aleksandra Cichocka aclara que “la creencia narcisista en la grandeza del grupo al que pertenecemos, compensa nuestros complejos de inferioridad frente a los demás, y es especialmente efectiva cuando se sostiene a largo plazo en el tiempo”.
     
           El narcisismo comunal, como dice Melloni, es una terrible prisión psicológica. Pero como nos adaptamos a todo, en nuestra misma cárcel estamos más cómodos que en la intemperie.
     
           Pero es muy peligroso, porque puede degenerar en una psicopatología agresiva que legitima guerras y propulsa a los peores demagogos”, (Savater).
     
         La psicología humana es tan compleja, y nuestros programas psicológicos compensatorios son tan sutiles y “demoníacos”, (bien lo sabe la ascética y la moral), que la humildad y la soberbia, la solidaridad empática y el egocentrismo, la generosidad y el egoísmo, son sendos polos de contradicciones internas duales, que no es fácil solventar sin caer en simplismos morales o cognitivos.
     
        Es muy fácil y autolaudatorio para el ego, empatizar y compadecerse de las víctimas, pero mucho mas difícil es empatizar, (comprender las debilidades internas, muchas de ellas comunes a la psicología de toda la especie humana), con los que calificamos de “verdugos”, y entenderles también como víctimas a su vez de su cruel destino, ese conjunto de condicionantes que nos arrastra como a peleles. Cuesta.  
     
       Cuando Jesús dijo “no juzgues y no serás juzgado”, no lo decía como un ejemplo de  misericordia, sino de justicia.
     

       (Por esos cada vez más, odio la misericordia, porque por amor de lo óptimo, lo supremo, lo extraordinario, y lo divino, nos alejamos de lo bueno, lo justo, lo ordinario, lo humano).