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Fe en la humanidad

Artículo expresamente enviado a ATRIO y publicado también en  www. josearregi.com  

      Hace unos días, mientras cenábamos, Malen nos regaló con la lectura de una de esas ocurrencias que tanto le gustan: “Los extraterrestres existen. La prueba es que no vienen”. Nos reímos, y luego yo comenté: “Desde luego, si hay extraterrestres, lo mejor ahora mismo es que no vengan a la Tierra”, y la conversación siguió por derroteros más serios. Tan serios como estas preguntas: ¿Podemos seguir creyendo en esta humanidad? ¿Hay solución para la vida de esta Tierra dominada por el Homo Sapiens?

      Confieso con desasosiego que mi fe en la humanidad se ha resentido seriamente en los últimos 20 años. ¿Será por la edad y la disminución de mi energía vital? ¿Será la crisis creciente de este modelo de civilización depredadora, competitiva, violenta y machista, de la que la crisis del 2008 no es más que un corolario lógico de todo lo que precedió y un pequeño anticipo de la catástrofe final venidera? ¿Será por el mundo que vemos o por los ojos con que veo? ¿Será la influencia de mi lectura entusiasta de las obras de Harari, por las alarmas que enciende? ¿O será por un poco de todo?

      Sea como fuere, el panorama del mundo a causa de la humanidad –sí, a causa de la humanidad o, más exactamente, a causa de los poderosos de la misma, de su codicia sin límites–, es sobrecogedor. Los desengaños de Obama, la insolencia de Trump, las mentiras de Putin, el despotismo tranquilo de Xi Jinping, las multinacionales insaciables, la dictadura financiera planetaria, ganar, ganar, ganar… La destrucción del empleo, la precarización constante de las condiciones laborales, nuestros jóvenes en masa sin futuro. Siria, Yemen, Libia, Sahel, retrato de un mundo desgarrado…. El colapso ecológico, la alarma climática, la huida adelante. La aceleración constante, la prisa agobiante, la competitividad feroz, el estrés creciente. Diez mil de años de lo que llamamos progreso son la prueba fehaciente de este principio que anuncia el fin: a más progreso, más asfixia.

      Y ahora… esta pandemia del coronavirus que nos cerca y nos hunde más aun en la angustia y en la incertidumbre, pandemia de la que no me atrevo a decir que sea consecuencia directa de la intervención humana, pero sí que pone cruelmente al descubierto la profunda fragilidad de nuestra especie en la cúspide de su poder y los radicales desarreglos de este modelo de civilización inhumana, de su afán de competir y de ganar hasta para lograr la vacuna, cueste lo que cueste. Y nos cuesta la vida personal, familiar, social, planetaria, eco-planetaria.

      Estoy tentado de decir, aunque me asuste decirlo: Esta especie no tiene remedio, no es viable, camina hacia la destrucción general y su propia autodestrucción. Alguien la definió como “una especie que carece de la capacidad para gestionar sus propias capacidades”. Es capaz de infinita ternura y de sonreír dulcemente, de perderlo todo por ayudar al que no puede, de componer el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz y de cantarlo como Amancio Prada, de inventar mitos y de bailar tangos. Pero también es capaz de las mayores crueldades por odio y venganza, y es incapaz de dominar sus recuerdos, miedos y angustias, y de descansar tranquilamente. Es incapaz de dominar su propio poder y de controlar sus emociones perturbadoras. San Pablo lo dijo en una memorable sentencia: “Hago aquello que no quiero de verdad, y soy incapaz de hacer aquello que quiero de verdad”.

      Y así vamos, y así va el mundo por nosotros. ¿Será que caminamos sin remedio a la ruina universal? Resignarse a ello equivaldría a provocarlo. No hallaremos remedio a los males que nos aquejan si no recuperamos la fe en nosotros mismos y en nuestra humanidad común. “Tu fe te curado”, decía Jesús a los enfermos que curaba. Era la fe o la confianza que suscitaba Jesús en ellos la que los curaba.

      Hace unos días, en la sesión plenaria del Parlamento Europeo, la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen pronunció un vibrante discurso titulado “Construyendo el mundo en que queremos vivir: una unión de vitalidad en un mundo de fragilidad”, y empezó su solemne intervención evocando la figura de Andrei Sakharov y su “fe inquebrantable en la fuerza oculta del alma humana”. Apeló a la mejor tradición y voluntad de Europa, a la urgencia del multilateralismo, a la cooperación. Señaló que “las principales potencias o están abandonando las instituciones o las utilizan como rehenes para sus propios intereses”. Llamó a reconocer “la dignidad sagrada” del trabajo, a dejar atrás la indecisión, a trabajar por una “globalización justa”. Y puso especial énfasis en la urgencia de buscar una solución a las migraciones desde “un enfoque humano y humanitario”. Y terminó diciendo: “Europa será lo que queramos que sea. Construyamos el mundo en el que queremos vivir”.

      Me conmovió. Tiene razón: no avanzaremos hacia otra Europa y otro mundo global necesario sin la fe en lo mejor de que somos capaces. Sin nuestra mejor voluntad. La fe es querer lo mejor de nosotros y confiar en ello, o confiar en lo mejor de nosotros y quererlo de verdad. Pero ahí me surge de nuevo la duda lacerante: ¿Somos capaces de querer de verdad o de confiar en lo más profundo y humano que late en nosotros como nuestra posibilidad mejor?

      La misma duda debe de abrumar a Ursula von der Leyen que, pocos días después, no logró que los Estados europeos aceptaran unánimemente las medidas políticas, humanas, que la presidenta les propuso en vistas a un Pacto sobre la Migración, y tuvo que conformarse con la “solidaridad voluntaria”, que es como decir: que cada Estado haga lo que quiera, lo que le venga en gana… No se impuso el querer del bien solidario, sino el querer del interés egoísta. Un querer sin voluntad verdadera, un querer superficial sin fe auténtica y profunda en la mejor posibilidad que nos habita. Y por ese camino seguiremos avanzando al abismo.

      De modo que, si por esos espacios sin fin hubiera extraterrestres más inteligentes que nosotros y pudiera hablar con ellos, les diría que no vinieran a nuestra hermosa y doliente Tierra, de no ser para traernos un remedio. Pero no creo que el remedio pueda venirnos de otro planeta. Tampoco podemos esperar que intervenga un “Dios” exterior omnipotente, pues ni siquiera podemos creer que existe.

      ¿Qué podemos esperar entonces? ¿Podemos confiar todavía? ¿Queda algún modo de salvar la vida, la nuestra y la de todos? Yo no veo otro camino que una actuación a fondo, concertada y planetaria, en cuatro campos estrechamente ligados: la política, la educación, la ciencia y la espiritualidad.

      No habrá solución si no llegamos a creer y querer de verdad una política global en mayúsculas, una nueva y efectiva Organización de Naciones Unidas, pues, como dijo Emmanuel Macron hace bien poco, “la ONU actual es un sistema desordenado en un mundo desordenado”. No habrá solución sin un acuerdo global para la implantación progresíva de un eco-socialismo democrático y planetario. Las revoluciones violentas llevan milenios demostrando su ineficacia además de su inhumanidad.

      Ahora bien, una actuación política concertada y global será imposible sin una educación familiar, escolar, universitaria y permanente en el respeto, el diálogo y la solidaridad como único camino de una vida personal y colectiva buena y feliz.

      Pero ni la política ni la educación podrán prescindir del conocimiento científico sobre esta especie viva maravillosa y contradictoria que somos el Homo Sapiens. La ciencia por sí sola no puede ofrecernos la solución, pero no habrá solución sin las ciencias. Creo, concretamente, que las neurociencias y las diversas biotecnologías y los productos farmacéuticos serán absolutamente indispensables para corregir las disfunciones neuronales y genéticas que arrastra nuestra especie desde su origen. No se trata de ningún “pecado original”, sino de lagunas graves de una evolución inacabada, que las ciencias pueden ayudar a encauzar debidamente. La clave será el sabio uso de la ciencia y sus saberes. Mientras los intereses militares y económicos condicionen las ciencias tanto como las condicionan hoy, contribuirán a nuestra ruina personal y colectiva.

      Y en último término, o en primer lugar, creo que no podremos confiar verdaderamente en el futuro de la humanidad mientras no asimilemos la sabiduría más humana y profunda que a lo largo de milenios han desarrollado las diversas tradiciones espirituales, religiosas o laicas, con dogmas o sin dogmas, con “Dios” o sin “Dios”. El Homo Sapiens no logrará ser sabio, es decir, no llegará a querer el bien profundo para sí y para los demás, ni, por lo tanto, podrá vivir en paz consigo y con los demás, mientras no aprenda a dejar que brote de él naturalmente lo que es más suyo y verdadero, el ren o la benevolencia en sus relaciones (Confucio), mientras no aprenda a ser como el agua y a vaciarse y a dejarse llevar sin competir (Laozi), mientras no se libere de sus apegos y deseos superficiales, engañosos (Buda), mientras no descubra la única felicidad o bienaventuranza verdadera, la de la paz, la mansedumbre y la compasión con los heridos (Jesús de Nazaret).

      Si así fuera, podríamos recuperar la fe en la humanidad, la fe en las energías vitales profundas que laten en el alma o el aliento que nos hace ser. ¿Seremos capaces de creerlo y de quererlo de verdad?

5 comentarios

  • Juan A. Vinagre Oviedo

    Esa ingeniosa prueba de que los extraterrestres existen porque no vienen, me recuerda al Principito que al llegar a la tierra quedó fascinado, pero después al ver el comportamiento de los seres humanos, se vio defraudado… Y cuando volvió a su planeta debió informar con tanto detalle que ya no volvió nadie… Lo que no es extraño, porque si analizamos la historia humana  -pese a tan maravillosas obras de arte y de ciencia y a proyectos y conductas de algunos verdaderamente “sabios” solidarios-, nuestra historia se parece “al sueño de un tigre”, como dijo Ortega.  El afán de ganar, ganar y ganar = depredar, depredar y depredar, para hacerse con el poder, es el que prima en muchos seres humanos. El afán de poder que lleva a sometar física y mentalmente fue, en mi opinión, el que primero redujo al hombre-mujer, y de alguna manera los alienó, al menos en parte, a fin de someterlos mejor.  Así el ser humano en muchos aspectos quedó reducido a un súbdito o a un vasallo, cuando no a un siervo. (Hoy seguimos siendo siervos y vasallos, pero de una manera más sutil, a fin de que no se note mucho, porque el ser humano ha empezado a descubrir la trama del sistema…) La servidumbre humana es la degradación del ser humano, y sobre todo es la gran degradación de quien ejerce la función de someter y degradar… Nuestro modo de resolver los conflictos y los problemas -lo estamos viendo estos días- es degradante, muy primitivo, y ese modo define, en buena parte, nuestro nivel de desarrollo humano. En este aspecto, cuando miramos la historia humana no es para sentirnos orgullosos…, sino para sacar conclusiones muy próximas a las del Principito. Y para ser más humildes…

    Por eso, cuando Kant dijo que la Ilustración es obra de -o nos hizo- adultos, me parece que se pasó muchos pueblos de optimismo… Basta repasar la historia de los dos últimos siglos -la que se desarrolló después de Kant- para llegar a la conclusión de que mental, emocional, social y éticamente no somos adultos para nada. Hablo del modo más visible de proceder en la historia y de sus “próceres”, que dicen que nos representan. (No entro en el corazón de la mayoría de la gente buena y razonable que queda en el anonimato casi siempre.) Ser ADULTO de verdad significa MADUREZ, no biológica, sino sobre todo psicológica, que es capacidad de convivir en armonía, de organización social solidaria…; en definitiva, que es crear sentido de comunidad, y en el fondo desarrollo de la capacidad de amor auténtico…

    Por eso -creo que lo he dicho alguna vez más- nuestra conducta humana como grupo, como organización social, me parece más propia de homínidos que de humanos. Nuestra inteligencia, como grupo, es poco fiable, y nuestra organización social y los valores que la sustentan son, en muchos aspectos, más propios de oligos que de seres inteligentes de verdad.

    De ahí que, reformulando a Kant, cabe afirmar que nuestro nivel de desarrollo humano aún no ha llegado a la adultez. Más bien se encuentra (con todas las excepciones que se quieran, muchas, muchas…) en un estadio de adolescencia, que se pelea por la posesión de una pelota -de ganar, de poseer, de figurar, de poder, de diosecillo…- como el único trofeo importante.

    Ante estas conductas humanas, tan torpes y salvajes, creo que Dios -y me atrevo a introducir su nombre aquí- debe sentir “pena y a la vez ternura” por el ser humano, y pese a lo que hace, no deja de amarlo, porque en el fondo es hijo, hijo muy inmaduro y, de momento, poco consciente.  Por eso concluyo con J. Arregi: Creo en la humanidad, pese a todo, si.

     

  • Isidoro

    Lo primero que le diría al maestro Arregui, es que no concuerdo con él, en que la causa del panorama tan desolador e inquietante, la tenga la codicia sin límites de los poderosos.
     
        Yo creo que esa no es la causa primaria, sino que ese es el efecto de una causa mas universal y primigenia: el desequilibrio general de la humanidad, su “alienación”.
     
          Según Tillich, el resultado del paso del hombre de la esencia a la existencia es la alienación. La naturaleza de la alienación consiste en que el hombre se hace extraño a aquello a lo que pertenece esencialmente.
           Está separado del fundamento de su ser, y por tanto del origen y fin de su vida. El hombre no es lo que propiamente debería ser.
     
         Y ¿por qué se produce ese desfase entre la naturaleza humana latente y preprogramada, y su realidad existencial?. Por problemas en el proceso de maduración y desarrollo de cada uno de nosotros.
     
        Y este diagnóstico, no es una mera cuestión teórica, sino que tiene una importancia primordial, y práctica para salir del atolladero en el que estamos.
          Si la causa principal es la codicia de los poderosos, lo razonable será o convencerlos de que cambien de actitud, mediante sermones y admoniciones, o quitarlos del poder, mediante una revolución política.
     
        Ahora bien, si el problema es universal, lo único que haremos es cambiar unos poderosos codiciosos, por otros, que suelen ser iguales o peores que los anteriores, como ha demostrado la historia universal.
     
        ¿Hay solución entonces, y si la hay, cuál es?.
     Yo creo que sí la hay, y está dentro de nosotros, en lo que Andrei Sakharov llamaba “fe inquebrantable en la fuerza oculta del alma humana”.
     
          (El problema de estas frases tan poéticas y cursis, propias de colocar en Pinterest, es que suenan a metáforas parapoéticas, como para forrar las carpetas de los quinceañeros, o propias de la Nueva Era barata.
     
        Lo que pasa es que yo no se, (quiero creer que sí), si Sajarov, creía en la realidad absoluta de esa frase, y cuando digo realidad, me refiero a algo, de lo que algún día tendremos su transcripción de los algoritmos sapienciales que están codificados en algunos circuitos neuronales de nuestra mente profunda, que a su vez son retranscripción de parte de  nuestro ADN, en nuestra naturaleza biológica, contante y sonante).  
     
        La creencia en esa realidad biológica, que nos enseña a ser humanos completamente desarrollados, junto con una fuerza imparable que impulsa ese desarrollo maduracional, hace que sea optimista para el futuro.
     
        Se dirá que con la tropa que somos actualmente, ¿cómo vamos a ser capaces de desarrollarnos y madurar?. Pues lo haremos, no por mérito nuestro, sino porque somos como un leño inerte, en medio de la corriente de un río, cuesta abajo: al final llegará al mar.
     
           Sólo (¿!) tenemos que dejarnos llevar, y procurar eliminar y superar las situaciones en que no dejamos actuar a la corriente, (atascos en la orilla o con algún obstáculo).
     
        La humanidad, ya ha pasado antes, por esta situación. Todo el mundo estará de acuerdo, que con lo malo actual, estamos mucho mejor que en la época del Paleolítico, en que no solo nos matábamos sino que nos comíamos a los enemigos.
     
        Pues de esas bestias pardas que fueron nuestros tatarabuelos paleolíticos, hemos salido nosotros, que algo hemos mejorado.
     
        Naturalmente que esa metamorfosis, o ese despejar obstáculos para el desarrollo, no lo alcanzará todo el mundo. Pero no es necesario. No ha hecho falta que la rueda la inventemos todos. Basta con que la invente uno, y eso luego lo aprovechamos todos.
     
       Pues lo mismo sucederá con esta agilización y favorecimiento del proceso de desarrollo y maduración humano.
     
       La sabiduría humana, no podemos pretender que se haga universal, tardaríamos demasiado, y el sufrimiento sería mucho mayor. La sabiduría humana debe mantener el fuego encendido, al alcance del que quiera encender su lámpara.
     
           Alguien, inventará, (ya se están dando los primeros pasos), sistemas científicos y tecnológicos para sanear nuestra mente de errores cognitivos, de heridas emocionales, y de desequilibrios psicológicos, que trastocan nuestro discernimiento personal, y paralizan y obstaculizan la corriente interna automática que tenemos todos, corriente que es “la fuerza oculta del alma humana”.
     
       Se dirá que esas máquinas, seguro que las fabrican gente ambiciosa para ganar dinero, pero ese será el último, (o el penúltimo), dinero que ganen.
     
        La verdad, y la bondad, se abrirán paso, mientras haya una lámpara encendida, porque contamos con la corriente telúrica del Universo que nos arrastra hacia el “bien”.
     
         Y esas fuerzas del Universo, son como la gravedad, actúan permanentemente, sin descanso. (Intentemos mantener cargado un saco de cincuenta kilos: mas pronto que tarde, caerá al suelo).
     
        Ya se que a los “esforzados”, partidarios de que lo bueno tiene que costar esfuerzo, no les va a gustar, que nuestros tataranietos, sean perfectos humanos, con la ayuda de unos chips y de unas maquinitas, pero lo siento mucho por ellos.
     
         Esto es como ir a Japón, puedes ir en avión, o puedes ir andando y nadando, que es  propio de héroes y mas meritorio. Cada uno que elija.

  • Carlos

    Como decía Hamlet, palabras, palabras, palabras. Y para seguir con Shakespeare, el mundo no es… más que un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia.

    Si la fe en la humanidad cinsiste en creer que los 7.000 millones de hombres y mujeres van a renunciar a la cuota de deseo y por tanto de violencia que hay en todas las relaciones humanas, habría que recordar la frase de Tertuliano: creo porque es absurdo. No hay más que abrir los ojos y ver.

    Bastante es qe cada uno haga lo que pueda apoye iniciativas humanas.

    Ya es bastante difícil creer en Dios co,o para creer en la humanidad.

     

  • Jose Antonio Pastor M.

    De hecho los cristianos tenemos que asumir que la creación no es algo fijo puesto en la realidad. La creación es un proceso o una realidad inacabada. Por ese motivo y sin querer pecar de antropocéntrico, el hombre y las demás especies vivientes, y realidades incluso no vivas, como digo somos co-creadores y contribuimos constantemente en ese proceso, creando una vacuna un test, descubriendo un nuevo virus, un nuevo artilugio, u cualquier otra obra o descubrimiento, o dinámica natural, el problema es para que se crea esa tecnología, o ese proceso, cual es su fin ultimo y ahí es donde comienza la ética.

    Salud, paz y bien.

  • ana rodrigo

       Dice Arregui: Sea como fuere, el panorama del mundo a causa de la humanidad –sí, a causa de la humanidad o, más exactamente, a causa de los poderosos de la misma,  (la negrita es mía)de su codicia sin límites–, es sobrecogedor.”
    Yo pienso que lo peor del ser humano suma, y por eso puede tomar el poder, es como si todos los individuos peores se subieran a un tren rápido que arrasa por donde pasa porque carece de frenos.

    Mientras los seres humanos, individualmente, que viven todo lo bueno de lo que es capaz el ser humano y que se traduce en millones de personas y en miles de ongs, voluntariado, capaces de las mayores heroicidades de solidaridad y lucha por la justicia o la ecología, se ubican en compartimentos estancos, no suman, no tienen el poder de cambiar el mundo.

    Pienso que uno de los flancos débiles de las religiones es que promueven el perfeccionamiento personal-individual que ha dado lugar a un imaginario colectivo-cultural incluso al margen de las religiones. Mientras que las revoluciones sociales en positivo, cuando han aspirado al poder han fracasado en ello (el Che, Fidel Castro, Gandhi, Mandela, etc.), porque el poder es ambición, sin ética intrínseca, la “buena gente”, que es mucha, pero le sirve de poco, porque no oferta aquello que la sociedad aspira con deseos variados: consumismo, bienestar individual, renuncias al egoísmo, etc.

    Ay, ¡el poder!, ahí tenemos parte de nuestra clase política o las multinacionales, aquí y en otros países, cómo en los Parlamentos respectivos, luchan por el poder para sí mismos, no para el bien común. Y la extrema derecha crece y crece, y se organiza con fines muy claros y concretos.

    En las sociedades democráticas, manda la ley, y por eso es tan importante una legislación empapada de sentido de justicia. Es que la Humanidad está compuesta de individuos que deberían sumar en la buena dirección, para lo que es previo lo que dice Arregui: “Ahora bien, una actuación política concertada y global será imposible sin una educación familiar, escolar, universitaria y permanente en el respeto, el diálogo y la solidaridad como único camino de una vida personal y colectiva buena y feliz.”  (bueno, lo de universitaria me lo cuestiono)