Olga, en este nuevo artículo, empieza destapando un hecho real que se repite en su país y que es deliberadamente ocultado o deformado, para señalar un camino a recorrer, sobre todo por la jerarquía católica que debería seguir los pasos de Jesús. ¿No parece repetir lo que ATRIO declara como tarea y proyecto para el próximo futuro? AD.
Colombia tiene una larga, triste, dura, horrenda, historia de violencia que no cesa porque, entre otras razones, no hay voluntad política del actual gobierno para afrontarla y cambiar el rumbo de país. Y hay mucha ceguera en una buena parte de los colombianos porque o tienen intereses propios en esta situación y no les interesa que cambie o viven encerrados en su pequeño mundo sin prestar atención a la realidad o son borregos acríticos de los discursos oficiales o de algunos medios de comunicación que interpretan la situación de manera simplista aduciendo que todos los males vienen de los guerrilleros o de los disidentes del Acuerdo de paz firmado en 2016 con las FARC o del narcotráfico o del “castrochavismo” que está a la vuelta de la esquina esperando apoderarse de nuestro país a través de los líderes sociales o de cualquiera que se atreva a denunciar lo que en realidad pasa y urgir los cambios que se necesitan.
Este año han sucedido más de 43 masacres en Colombia con más de 181 personas asesinadas. En este mes ya van 9, con más de 43 muertos. La mayoría de los asesinados son jóvenes, indígenas, campesinos y población afrodescendiente. Muchos de ellos líderes sociales. Pero el gobierno responde no llamándole “masacres” sino “homicidios colectivos” y para el ministro de defensa todo es culpa del narcotráfico. Y por eso, la solución que anuncia es reanudar la fumigación con glifosato de los cultivos de coca. No denuncia la vinculación de los grupos de narcotráfico con los paramilitares ni tiene en cuenta las múltiples protestas que los campesinos llevan haciendo por los daños que causa el glifosato en su región, pero sobre todo porque la sustitución de cultivos y la atención a su realidad no parece tener ningún interés para el gobierno.
Si en varios países de América Latina las derechas ganan espacios y echan por la borda conquistas de otras orientaciones políticas, en Colombia una derecha muy bien posicionada, ahoga la vida de los más pobres con sus políticas neoliberales –comandadas por el nefasto ministro de Hacienda que desde su llegada no ha hecho sino beneficiar a los más poderosos–. Además, todas las promesas de campaña del actual presidente, las está incumpliendo descaradamente y cada vez ahoga más la democracia porque el uribismo ha logrado ocupar todos los poderes del Estado. En este momento, la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría –órganos de control– están en manos del partido de gobierno, además de tener un congreso que se pliega sin vergüenza a sus deseos.
Pero todo lo anterior se calla e incluso algunas autoridades eclesiásticas descalifican a los pocos obispos que levantan la voz para denunciar tantos atropellos. Afortunadamente, hay también una porción de colombianos que no deja de apostarle a la paz y de exigir respuestas efectivas. Entre muchas iniciativas, ayer domingo, un grupo de artistas levantó su voz para que no nos acostumbremos a la violencia o a que se le naturalice y no pase desapercibida tanta muerte y dolor. No se puede aceptar que sigan ocurriendo las masacres, menos que los niños y jóvenes sean asesinados y que la vida en Colombia no valga nada.
Al relatar esta situación, mi pretensión no es hacer un análisis político porque no tengo la competencia suficiente para ello. Mi interés también es levantar la voz para decir que estas masacres no pueden seguir ocurriendo y esto no solo por el derecho a la vida que se ha de garantizar en un estado de derecho sino también porque la fe no puede ser ajena a todo esto. ¿Qué hacemos los creyentes? ¿nos duelen estas masacres? ¿las denunciamos? ¿exigimos que se investiguen? ¿pedimos respeto por la vida de nuestros jóvenes? No veo a muchos creyentes comprometidos con esta realidad. Los veo afanados por volver a los templos –lo cual es legítimo– pero parece que la espiritualidad que les está haciendo tanta falta es la de celebrar ritos para pedir la protección divina ante el virus pero no echan en falta la espiritualidad de la vida, esa a la que “le duele desde las entrañas” la realidad del prójimo asaltado en el camino –como lo relata la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 29-37) y se detiene ante ello y no sigue adelante hasta que cura sus heridas y garantiza que efectivamente se recupere.
Definitivamente a nuestra fe católica le falta algo. No es posible que una historia tan dolorosa se siga escribiendo en un país creyente. O tal vez es posible porque el gobierno que banaliza las masacres es el que invoca a la Virgen de Chiquinquirá en sus trinos o participa de la misa en la Catedral con la complacencia de la jerarquía eclesiástica. Tal vez un gran porcentaje de creyentes viven así su fe. Definitivamente no es el Covid-19 el que impide vivir la fe, son esas comprensiones de espiritualidad, alejadas de la vida concreta, las que permiten que en el país del “sagrado corazón”, la vida valga tan poco y no haya muchas más voces que se levanten a defenderla y protegerla.
Me llega de Colombia un vídeo al que vale la pena dedicar el cuarto de hora que duda. Es una entrevista del servicio en español de la Radiodifusión alemana (la DW) hecha al médico y escritor Héctor Abad, cuyo padre, médico rural, fue asesinado en los años noventa por los paramilitares. Precisamente estos días se va a presentar en el Festival de Venezia la película El olvido que seremos, basada en una novela de Héctor Abad sobre la vida y muerte de su padre. Y protagonizada por una hijita suya junto a Javier Cámara. Es impresionante la claridad y sinceridad con que explica en esta entrevista el complejo tinglado de muerte que es todavía Colombia, a pesar del tratado de paz que parece que el gobierno actual no tiene voluntad de ejecutar. No os lo perdáis:
Gracias Antonio, todo muy complicado y durísimo.
El peligro en casi todo el mundo es…la ocultación de la verdad, y las injusticias cometidas por el ansia de poder, vivida por cada partido…
Aquí, estamos muy parecido; no existe la violencia tan extrema de Colombia, pero parece ser, que ahora, lo que más votos da, es aporrear al que piensa distinto a mí.
Tremendo, y de momento sin fácil solución.
Gracias.
¡Que buena reflexión sobre Colombia!
En este país, las mujeres son las que visibilizan el horror y las atrocidades de la guerra; las que con valentía denuncian la injusticia e inequidad social; las que gritan y reclaman por sus hijos y familiares desparecidos. Y ahora tu nos sorprendes con este artículo.
Te faltó decir solo una cosita: que la iglesia jerárquica de este país, claro está, muy contadas excepciones, es una vergüenza, una gran vergüenza. Hay que decirlo con toda claridad, son unos grandes sinvergüenzas como lo prueba el silencio y la descalificación que sufrió el único arzobispo que ha levantado su voz para denunciar las masacres de jóvenes de estos últimos dias; y recordar que este colectivo episcopal en mención invitó a no votar el plebiscito por la paz.
Gracias mujer por tus letras, no tengo el gusto de conocerte, pero estoy seguro que estás en común unión con todas las mujeres que hoy viven el dolor de esta guerra y aún así no pierden la esperanza.
Creo en Dios y creo en la gracia, ternura y valentía de las mujeres de mi país.
Querida amiga Olga: Gracias por tu información tan dolorosa. Dolorosa para los que la sufren y dolorosa también para los que quisiéramos contribuir a mejorarla. La reacción de ciertos cristianos e incluso obispos… , en este caso y en otros, nos está obligando a dar la razón a los críticos y a los opositores.
Una pequeña ayuda para Colombia será que vuestra realidad la difundamos, Y me apunto.