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Filosofía del amor

La razón es finita, pero el sentimiento de amor
es infinito (Romanticismo alemán).

      El amor consiste simplemente en amar, y complejamente en ser amado. Hay una compenetración entre amante y amado o amada de ida y vuelta, una coimplicidad que topa con el otro/otra, un salir de sí a la otredad. El amor es un reconocerse a sí mismo a través de otro, un perderse para encontrarse, un darse confiando que el otro nos acoja como lo acogemos.

      El amor no es pues coger sino acogida, unión y afirmación mutua. Pienso que el amor es el sentido de la vida porque la dota de pro-creatividad, pero es también el sentido de la muerte porque abre su finitud al infinito. En efecto, el feeling o hilo sentimental del amor es el hilo de Ariadna, el cual nos saca de nuestra soledad en el laberinto de la vida-muerte, atrapados por el monstruo Minotauro. La pérdida del amor es la pérdida de nosotros mismos en el laberinto.

      El psicólogo S.Freud parece confundir el amor como una expresión de la sexualidad, cuando es al revés: la sexualidad es la expresión del amor, que adquiere así la primacía humana. Esta primacía del amor humano se basa en la com-pasión, la cual dice consentimiento y mutuo compadecimiento por nuestra situación de encerrona existencial en este mundo. Pues lo que hace el amor es un abrimiento radical, el tránsito de la finitud a la infinitud o indefinitud abierta.

      Ello es así porque el amor implica la fe en el/lo otro, así como la esperanza en su reciprocidad. El romanticismo alemán definió el amor como fe y creencia en el otro y en el Otro (el Dios-amor), porque garantiza nuestro amor humano. Así que el amor es un acto de fe y esperanza cuasi religiosa, pues no en vano el amor dice religación o coligación. Creo y espero porque amo, y amo porque creo y espero.

      La fe confiada en el amor intersecta la eternidad y la temporalidad, de donde la sensación del amor como finito e infinito. Por eso en la obra de Unamuno –San Manuel Bueno y mártir–, el sacerdote protagonista acaba eligiendo no la fe celestial, sino el amor terrestre a sus fieles, abriéndolos a una fe que él mismo solo obtiene por ese amor de compasión por el prójimo.

      Curiosamente la historia del cristianismo refleja bien esta problemática. En efecto, san Pablo y el protestantismo privilegian la fe, fiducia o confianza en el Dios-amor, mientras que san Pedro y el catolicismo privilegian las obras y rituales religiosos en honor del Dios. Sólo san Juan, el discípulo amado, optó directamente por el amor humano-divino. Hoy sale vencedor el discípulo amado por Jesús y su teología del Dios-amor, por eso el Cristo de su Juicio Final en la Capilla Sixtina aparece conteniendo su furor de Pantocrátor ante los enjuiciados finalmente por amor.

      Así que creemos, esperamos y obramos bien porque amamos, y la única manera de amor es sencillamente amar al otro como a uno mismo. El amor es la única prueba de la existencia divina de Dios, y la única muestra de la existencia humana del hombre, sin el cual este es un animal. El amor representa nuestra afirmación radical humana, mientras que el antiamor representa nuestra negación radical inhumana. Sólo el amor nos salva de nosotros mismos, pues el amor es creencia y creación de trascendencia, su símbolo o cifra: el bien inmanente que resulta trascendental. El hombre se hizo y se hace hombre por el amor: por eso es el animal capaz de amar (transracional).

Un comentario

  • oscar varela

    Hola!

    Lamentablemente, cosas así, nos hacen decir

    -a nosotros, los del barrio-

    -“a este señor se le salió la chaveta”-

    hay que acompañarlo en su “des-chave”.