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El «polygonum» de Tillard

 Me gustaría ir presentando a una serie de teólogos que hacia el fin de sus vidas se han ido haciendo más progresista, menos escolásticos, más atentos a la fe personal profunda que surge donde menos se espera fuera y, a veces contra, los cercados eclesiásticas y sus dogmas. El caso más significativo es el de Joseph Moingt, que a sus cien años empezó a escribir un nuevo libro, acabado y publicado en 2018, dos años antes de morir a los 104 hace unas semanas. Pero hoy Jesús Martínez Gordo nos ofrece la traducción de una hermosa evocación que ha hecho el  italiano Francesco Strazzari ,de un gran teólogo dominico:  Jean – Marie Roger Tillard (1927-2000). AD.

      En este tiempo en el que se multiplican los estudios y análisis sobre la fe, la religiosidad, el aumento del ateísmo y del agnosticismo, son más que palpables el abandono de la Iglesia y la incertidumbre sobre el futuro. Se piden reformas sobre la formación del clero -que disminuye inexorablemente-, sobre la vida de los sacerdotes y de los religiosos, así como una nueva sensibilidad litúrgica y la renovación del catecismo. Parece que todo está a punto de derrumbarse y hay quienes traen a colación las inquietantes palabras de Jesús de Nazaret: “El Hijo del hombre, cuando venga, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18. 8).

      He vuelto a releer un escrito del teólogo francés Jean – Marie Roger Tillard: ¿Somos los últimos cristianos? Texto de una conferencia pública que – conclusión de un Congreso celebrado los días 24 y 25 de noviembre en el Colegio Universitario Dominico de Ottawa en 1996-, impartió en la presentación de un libro dedicado a él como profesor desde 1958 en la facultad teológica del Colegio. Un texto conmovedor e inquietante, evocador y emblemático. Comienza con la historia del judío Yossel Rakover, quien, en medio de la barbarie nazi del gueto de Varsovia, en 1943, grita a Dios y confiesa su fe, a pesar del silencio del Eterno.

      Conocí a Tillard: teólogo de renombre internacional, perito en el Concilio Vaticano II, escritor valioso, hombre apasionado del diálogo, tanto con la Ortodoxia como con el mundo anglicano. De impresionante y elegante apariencia, con una mirada sombría, con un no sé qué de tristeza interior.

      Contacté con él al final de su vida, golpeado por un tumor incurable, en Ottawa. Hacía mucho frío, algo que también tenía un significado simbólico. Frío porque los pasos en la unión de los cristianos eran muy lentos. No me expliqué de otra manera el recurso al caso de Yossel Rakover y su grito, casi blasfemia: “Creo en el Dios de Israel, aunque haya hecho de todo para destruir la fe que tengo en Él”.

      Tillard, a quien tenía delante en el Colegio dominico, en su habitación, llena de libros de todo tipo, me hablaba con una voz dulce y misteriosa de un hombre que, en el frío, en la tormenta, en el silencio de la noche, en la amarga y continua lucha contra el mal, continuaba gritando su fe. Cuando me hablaba, era la historia de la Iglesia la que pasaba delante de mí: la de los orígenes y la del presente. Iglesia local como comunión e Iglesia universal, comunión de Iglesias. Innumerables citas, tanto de la Escritura como de la Tradición, referencias a concilios de todas las épocas, a los escritos de los santos padres y a textos de teólogos.

      Me impresionó la referencia al polygonum, un arbusto de su isla de San Pedro y Miquelón, en el Atlántico. “Es un arbusto que me gusta mucho: por su color, su elegancia, sus hojas, su función ecológica y, sobre todo, por su simbolismo. Si brota un polygonum en algún sitio, por mucho que lo intentes, ya no podrás hacer nada para que desaparezca. Para tu sorpresa, un día reaparecerá, y volverá a germinar. Basta con un pequeño trozo de raíz escondido entre dos terrones de tierra para que vuelva a brotar. ¿Por qué?  En primer lugar, no hay duda alguna, porque es una planta fuerte, que resiste toda la violencia del tiempo y de los hombres, que la arrancan, la cortan, la queman con herbicidas perversos. Pero, sobre todo, porque existe un acuerdo secreto entre esta planta y el suelo, enriquecido y purificado por sales minerales, de las cuales sus raíces están llenas. La tierra de mi isla pedregosa, que a menudo azotan los vientos violentos, ha establecido una alianza con el polygonum para no convertirse en una roca estéril. Me parece que sus detractores son unos desagradecidos con este arbusto”.

      El gran teólogo continuó: “El simbolismo es claro. En lo más profundo del deseo, hay una alianza entre la humanidad, también devastada por los huracanes, y el Evangelio. Si intentas erradicarlo, este volverá a surgir un día, a pesar de las persecuciones, los baños de sangre o las propagandas ideológicas. Porque, gracias a la referencia a Dios dejada por Él mismo en el deseo de Él, la humanidad siempre se negará a permanecer sin esperanza”.

      El mal galopaba. El cáncer no le daba tregua. Terminó nuestra conversación con una reflexión que me dejó sin palabras. “A riesgo de parecer anacrónico, quiero terminar afirmando la necesidad de la contemplación. En efecto, creo que sin ella no podemos entender lo que implica esta confianza, de la que he hablado. Yossel Rakover, Teresa de Lisieux son contemplativos. Descubren en sí mismos, entre lágrimas y silencio, un misterioso espacio habitado por el Espíritu de Dios. Aquí es donde se incluye la certeza de la fidelidad. Una certeza obstinada… Trae consigo una inmensa libertad y paz. Incluso, aunque, como pasa, la Iglesia haga sufrir a la gente, aunque los hombres de la Iglesia sean injustos y cerrados de mente”.

      Así conocí a Tillard, a dos pasos de su muerte, en el frío gélido del invierno canadiense, esperando la primavera, cuando el polygonum, burlándose de sus detractores y de cuantos se esfuerzan por erradicarlo, se convierte en un arbusto que sigue dando vida a la isla sacudida por la tormenta.

      http://www.settimananews.it/chiesa/jean-marie-tillard-e-il-polygonum/

13 comentarios

  • Ludovico

    Tillard, si mal no recuerdo, era un teólogo canadiense, no sólo profesor allí. En la segunda mitad de los sesenta conocí la eclesiologia a través de sus apuntes, ciclostilados, que me hizo llegar un dominico portugués. Predominaba en el campo Congar. Aunque los había muy buenos, como Journet o Nicholas, en Suiza. Pero Tillard, según mi entender, era el que, desde la modestia, sabía sistematizar mejor la doctrina conciliar reciente y enraizarla en la tradición bíblica y patrística. Los apuntes eran un mamotreto de unas cuatrocientas hojas que devoré con la voracidad de quien, en su juventud, lee cuanto cae en su mano, aunque sean los Diez Minutos de mis tiempos de guardia en la mili.

    Pasados unos años, por motivos profesionales, acudí a una reunión celebrada en Toronto, en el museo de la ciencia, magnífico, del que alardeaba otro canadiense eximio, el descubridor de la tectónica de placas, que nos impartió una conferencia inaugural magnífica sobre la evolución de la geología desde la deriva de los continentes hasta entonces. En una jornada de asueto, me acerqué, invitado por el Padre Weisheilp, al Instituto Pontificio de Estudios Medievales. Weisheilp era un físico norteamericano pasado a historiador de la ciencia, con una tesis doctoral sobre el movimiento en la física medieval, un estudio magnífico sobre Alberto Magno y durante un tiempo responsable de la edición leonina. (Edición crítica de las obras de santo Tomás.)

    Hablamos, oí para ser más exactos, sobre la relación entre ciencia y fe. Para derivar la conversación en la descristianización de España y de Canadá. Trazaba él unos inteligentes paralelismos. Aunque no se imaginaba que el proceso se aceleraría con un ritmo desbocado en nuestro país.

    Conocía obviamente a Tillard, su exposición sobre la naturaleza de la Iglesia. E interpreté que lo veía como una fuente de luz que haría mucho bien a cuantos se acercaran a sus escritos. Al tiempo que lamentaba la carencia de pulso de la teología española. Era, cierto, un admirador de la Escuela de Salamanca, la del XVI y la del XX. Como Tillard. Una cosa era el bajoescolasticismo y otra la doctrina tomista, que ambos, Tillard y Weisheilp, dominaban. No sé si el tratado de Tillard se tradujo al español. Ojalá.

  • Asun Poudereux

    “Siempre son valiosos los testimonios personales. El evangelio no habla de teorías sino de personas y casos concretos”.

    Esto que nos dice Gonzalo es claro y sencillo, muy fácil de comprender, sin embargo,  cuánta masa teórica lo está envolviendo, lo sigue disfrazando hasta enterrarlo por completo.

     

    La experiencia y vivencia personal, al modo de Jesús,  no se la atiende, queda silenciada y bien tapada por el miedo a lo que aún se desconoce.

     

    Mientras haya aliento, nunca muere.

     

  • Jose Antonio Pastor M.

    Solo somos narradores y vividores de nuestra propia vida, ese increíble misterio que supone estar aquí y ahora.

    Salud y paz

  • mª pilar

    Copio de este art..:

    “necesidad de la contemplación.”

    Yo lo llamo ¡silencio profundo!

    Que nos lleva a un mayor conocimiento interior de nuestra personilla, toda ella preñada de una fuerza que nos supera.

    Desde ese “silencio” la Palabra del Galileo:

    ¡Se ilumina!

    Y se va haciendo Vida, en la vida cotidiana de cada persona que opta por ello.

    Se va creciendo poco a poco; y se van soltando todas las ataduras, conque la han secuestrado.

    Hay muchas personas, que saben escucharla, seguirla, haciendo Vida ha su alrededor.

    Gracias por este recuerdo a un hombre bueno que lo descubrió; no importa cuando…esa fuerza interior anclada en nuestra entraña:

    ¡No tiene prisa!

    Siempre está ahí, para ser y hacer su obra…desde nuestra opción por llevarla a cabo.

    He conocido tantas personas así, que me siento muy agradecida y jamás las olvidaré.

  • ana rodrigo

    Sin comparar religiones, yo creo que el cristianismo tiene numerosas personas con suficiente inteligencia y prestigio intelectual para poder aliviar el declive del cristianismo y de la Iglesia Católica en particular, pero, parece que no llega ni siquiera sus ecos a aquellos que llevan el timón de un barco naufragando. La sociedad va caminando y evolucionando, pero la Iglesia se detuvo hace siglos y cierra los ojos para no ver, pensando que la realidad de fuera no cambia y son los otros los que están equivocados porque ellos, la jerarquía, son los custodios de la única verdad posible en la interpretación del evangelio.

    El Vaticano II hablaba del Pueblo de Dios y de otra ideas muy progresistas, pero este Concilio se quedó en la selección de aquello que no aportaba cambios, o en cambios superficiales, como si no hubiese existido. Juan Pablo II se encargó de aniquilarlo; en una encíclica cuyo nombre no recuerdo, ni mencionó ni citó una sola vez al Concilio.

    Aún quedan vivos muchos teólogos y teólogas ( a las que ni se les hace caso) que pueden aportar ideas de cambio, pero tanto la Curia, como muchos obispos, y muchísimos sacerdotes, no quieren oír nada acerca de renovación de algo, y ahí siguen campando en el poder sagrado como peces en el agua, con su inmovilismo, entre otras razones, como la pereza mental, la falta de estudio de quienes aportan nuevas ideas, etc. Y el Papa Francisco, y cualquiera que venga después de él, está maniatado por el miedo al cisma.

    • Isidoro

      A mí me da la impresión de que el problema de la Iglesia, ya no tiene solución. Y por eso la Jerarquía, que quizás otra cosa no, pero ni son tontos, ni quieren desaparecer como Institución, se niegan a afrontar de raíz un problema, que no tiene otro final posible que el certificado de defunción. (Ningún Papa, quiere ser el que disuelva la Iglesia, al igual que el presidente del Barcelona no quiere pasar a la historia como el presidente al que se le marchó Messi).

      Esto es como si tenemos un carro de caballos, muy rupestre, con ruedas de madera, y todo eso. Tú puedes tener toda una serie de “teólogos” que rediseñen el carro, con ruedas de goma, suspensión de ballestas, y hasta asientos mullidos. Pero es un carro de caballos, en tiempos de automóviles y aviones. Llegará un momento en que tendremos que dejar los caballos, y ya será otra cosa.

      Estamos en una nueva era, en otro mundo, en el mundo de la autonomía y mayoría de edad del humano, aunque aún sea imperfecta y deficiente la maduración. Somos como un joven de dieciocho años cumplidos, ya mayores de edad, y a los que los padres no pueden tratar como a niños, a pesar de que saben de las muchas tonterías que van a seguir haciendo, (como las hemos hecho todos).

      Tenemos que imaginar a “Dios”, como un padre más, temeroso sí, de las tonterías que harán sus hijos ya jóvenes, pero orgulloso de que sean ya autónomos de él. Hay que interpretar que el querubín con la espada de fuego delante del Paraíso terrenal, no está ahí puesto como señal de odio o venganza, sino para ayudar y proteger a sus hijos adolescentes, a ser independientes, evitando la tentación de volver a casa, a que tu madre te lave la ropa sucia, y a desvalijarla la nevera y llevarse la cena en un tuper.

      El último servicio que debe hacer una buena madre abnegada es dar un buen empujoncito, a sus hijos, cuando lo necesitan.

      (Todo lo anterior vale para la Iglesia-institución, con sus dogmas, ritos y sacramentos, su estructura piramidal y jerárquica, y su espiritualidad del Dios personal atendiendo al teléfono continuamente. Pero la espiritualidad moderna, la del desarrollo personal y el equilibrio y el autoconocimiento psicológico, y la búsqueda de la sabiduría humana, esa sigue muy vigente, y será la actividad cultural y sapiencial del futuro. Pero esa ya es otra historia…)

  • Román Díaz Ayala

    Referente indispensable del movimiento ecuménico, Jean Marie Roger Tillard, desde los años conciliares nos ha servido de guía.

    El  Concilio reconoció que en las otras confesiones cristianas también existen “elementos de fe”. Fue un tímido comienzo, pero una ventana abierta al fin y al cabo. Junto a la Teología Católica puesta a revisión, hubo experiencias que llevaban el sello del Espíritu Santo.

    … y la consciencia creciente de que debíamos  adoptar “la mentalidad de Diáspora”, de la Bonhoffer había sido un adelantado.

  • Gonzoalo Haya

    Siempre son valiosos los testimonios perso nales. El evangelio no habla de teorías sino de personas y casos concretos.

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  • oscar varela

    El aromo
    Atahualpa Yupanqui

    Hay un aromo nacido
    En la grieta de una piedra
    Parece que la rompió
    Pa’ salir de adentro de ella
    Está en un alto pela’o
    No tiene ni un yuyo cerca
    Viéndolo solo y florido
    Tuito el monte lo envidea
    Lo miran a la distancia
    Árboles y enredaderas
    Diciéndose con rencor
    Pa uno solo, cuánta tierra
    En oro le ofrece al sol
    Pagar la luz que le presta
    Y como tiene de más
    Puña’os por el suelo siembra
    Salud, plata y alegría
    Tuito al aromo, la suebra
    Asegún ven los demás
    Dende el lugar que lo observan
    Pero hay que dar y fijarse
    Como lo estruja la piedra
    Fijarse que es un martirio
    La vida que le envidean
    En ese rajón, el árbol
    Nació por su mala estrella
    Y en vez de morirse triste
    Se hace flores de sus penas
    Como no tiene reparo
    Todos los vientos le…

  • oscar varela

    • mª pilar

      ¡Gracias Oscar, hermosa canción, como todo lo que nos regala este gran hombre Atahualpa Yupanqui, gracias!
      Abrazos

  • oscar varela

    • ana rodrigo

      Gracias, Oscar, siempre encuentras la canción más próxima a la realidad. Gran Atahualpa Yupanqui.