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Del botellín al botellón

      En el diario El País de hoy leemos: “A cada zancada de los agentes en la arena, decenas de jóvenes cargados con cervezas abren el paso como aguas egipcias ante el profeta. En la Barceloneta, al igual que en la leyenda bíblica, en la noche de ayer los chavales no tardaron ni cinco minutos en volver a invadir el arenal en cuanto la policía se dio la vuelta.

      Los argumentos de los que se saltaron la norma en el primer fin de semana de prohibición discurrían entre la ignorancia (“primera noticia; no tenía ni idea”) a la rebeldía (“si no hay discotecas, ¿dónde bebemos?”). Con todo, el número que se concentró para beber en la playa de la Barceloneta fue menor al que se acostumbra a ver en un fin de semana normal, coincidieron los más asiduos.

      Andrea, mexicana afincada en la capital catalana desde hace casi una década, lo hizo sin atisbo de culpa: “A mí, sinceramente, los muertos me dan igual”, soltó la joven frente a las caras estupefactas de sus colegas. Eran las 1.45 de la madrugada y el alcohol ya hacía mella. La joven, diseñadora gráfica y a la que acompañaban siete amigos con edades de entre 25 y 40 años, argumentaba que “después de tantos meses encerrados” la responsabilidad no podía volver a recaer sobre ellos. “Que lo asuman los políticos”, insistía.  La joven reconoció que no hay la posibilidad de contagiarlo a ningún familiar suyo. “Ley de vida. Sé que es duro lo que digo. Pero es lo que pienso”. Carlos, amigo de Andrea añade: “No pueden evitar que bebamos. Si no hiciéramos el botellón aquí lo haríamos en un salón pequeño. ¿Qué es más peligroso?”. Parar las juergas unas semanas siguiendo las recomendaciones sanitarias del Govern no entra en sus planes. “Somos jóvenes, queremos socializar, tenemos ganas de pasarlo bien…”, dice. Pero Carlos está tranquilo porque, al no tener familiares en Barcelona, no le preocupa poder contagiarlos. “Yo no miro las noticias, yo no me entero”, se justifica otra amiga. Pero nada frenó que Manuela, Alexandra y Rafa recorrieran la hora que separa Vic y Barcelona con una botella de ron en el maletero. “Hemos venido a Barcelona de juerga y nos hemos encontrado que está algo muerta”, lamentaron los jóvenes. Alexandra entiende las sanciones porque “lo primordial es la salud”, pero también opina que no pueden dejarles “sin nada”. “Si nos cierran las discotecas, ¿dónde quieren que bebamos?”, se pregunta ebrio”.

      Yo me pregunto qué es lo que abuelos, padres y maestros hemos enseñado y seguimos enseñando a una generación que afirma tales cosas. Y, si no las han aprendido por nosotros los vetustos, cómo es posible que la vida enseñe a socializar de este modo. Por mor de la necesaria brevedad, he aquí lo que me sugiere ese artículo:

“Primera noticia; no tenía ni idea”.
¿En qué mundo vive, de que se entera quien de nada se entera?

“Yo no miro las noticias, yo no me entero”.
Quien no lee las noticias de lo que les pasa a los demás carece de toda noticia sobre sí mismo.

“Si nos cierran las discotecas, ¿dónde quieren que bebamos?”, se pregunta ebrio”.
¿Y si nos cierran las iglesias, dónde rezamos?

“Si no hay discotecas, ¿dónde bebemos?”.
Drogodependiente, tu bebedero es el abrevadero de la razón ciega.

“No pueden evitar que bebamos. Si no hiciéramos el botellón aquí lo haríamos en un salón pequeño. ¿Qué es más peligroso?”.
Nadie evitará por ti lo que tú no puedas evitar por ti mismo. De lo contrario, vayas donde vayas o hagas lo que hagas, siempre tendrás tu casa en llamas. Tú eres el peligro.

“A mí, sinceramente, los muertos me dan igual”. Eran las 1.45 de la madrugada y el alcohol ya hacía mella.
Después de semejante declaración de principios ¿esperas que alguien se apiade de tu propio cadáver, cuya figura ya asoma en ti?

“Después de tantos meses encerrados la responsabilidad no podía volver a recaer sobre nosotros”.
La responsabilidad no puede salir del toro que embiste apenas le abren las puertas de su corralón en el San Fermín de turno. No existe libertad en la manada. A cornear, que son dos días.

“Que lo asuman los políticos”.
¿Y si los políticos hacen lo mismo? ¿acaso no afeas tú todo lo que hacen los políticos? ¿No será que confundes el parlamento con la guardería? Además, ¿acaso tú no vives en la polis, eres apolítico?

No hay la posibilidad de contagiarlo a ningún familiar suyo: “Ley de vida. Sé que es duro lo que digo. Pero es lo que pienso”.
Un poco de modestia al año no hace año: ¿Tú crees que piensas realmente? Seguramente nadie te ha enseñado a leer a Descartes todavía.

“Somos jóvenes, queremos socializar, tenemos ganas de pasarlo bien…”.
Adelante, pues, con la movida juvenil, tan elástica y maravillosa: venga, pues, una meada estática más sobre el bordillo después de la juerga. Te conformas con poco, por eso terminas pasándolo mal cuando lo pasas bien.

“Hemos venido a Barcelona de juerga y nos hemos encontrado que está algo muerta”.
Pues deja que los muertos entierren a sus muertos, no molestes más.

“Lo primordial es la salud, pero no pueden dejarnos sin nada”.
O la salud o la nada, exquisito breviario de podredumbre. Salud de muerte. De éxito también se muere

      No sé cómo hay todavía gente que afirma que estos jóvenes están sobradamente preparados, con su inglés malo y pastoso y sus cabezas podridas. Si eso es estar sobradamente preparado, cómo será estarlo pésimamente.

      No sé cómo estos engendros educarán a sus hijos, aunque los dejen abandonados jugando a la consola y comprándoles aparatos de última generación para que no molesten.

      No será cuál será la nueva normalidad, me resulta imposible pensar que no será más de la misma burricie.

      No sé cómo puede molestar que este pobre servidor que soy se atreva a decir cosas tan incorrectas políticamente estas cosas. Naturalmente que hay otro tipo de jóvenes, pero ahora no estoy hablando de todos los aeropuertos del mundo, tan sólo de los aviones que salen de Barajas y barajan las mismas instrucciones de sus vuelos hedonistas.

      No sé, y ya me callo para no presumir demasiado de ignorancia, a qué aspira la sabiduría de nuestra especie humana. Coge tu sombrero y póntelo, vamos a la playa, calienta el sol. Chiribiribí, po, po, po, po, chiribiribí, po, po, po po. ¡Vamos, chicos, al tostadero, todo el mundo a tostar nalga!

3 comentarios

  • ana rodrigo

    Cuando se habla de la educación de la juventud se tiende a mirar a los colegios e institutos. Yo que reconozco haber tenido tenido vocación de educadora, hice lo que pude con todo el entusiasmo, incluso, cuando me jubilé un grupo de antiguos alumnos y alumnas, así me lo reconocieron.

    Por otra parte, cuantos padres y madres se desesperan cuando, habiendo hecho todo lo posible por sus hij@s, al ser estos mayores, algunos toman decisiones muy equivocadas.

    Y yo llego a la conclusión que la juventud vive en un bucle social, muchas veces al margen de la educación que se le ha enseñado, viven en su mundo y toman sus propias decisiones, buenas o males, como siempre ha sido así. Pero ya es responsabilidad suya como mayores de edad. Gracias a que ell@s rompen moldes, la historia avanza, con sus fracasos correspondientes, pero nos hacen pensar y cuestionarnos el porqué de tantas cosas.

    Anécdota: el otro día me llama por teléfono uno de mis nietos de siete años, yo le pregunto una cosa que para él no tenía interés ninguno y él me dice “abuela, que no te llamo para eso, te llamo para decirte que se me mueve otro diente”. Pues eso, cada cual en su mundo, y pa lante, aunque sea a trompicones.

  • carmen

    Pues habrá que plantearse qué estamos haciendo mal como sociedad. Porque quien piense que la educación es únicamente cosa de los colegios, no tiene ni idea porque por lo visto influye como mucho un diez por ciento.

    La familia, también, claro que influye, no sé en qué tanto por ciento, pero lo puedo buscar.

    Y luego está la sociedad. Es decir. Todos.

    Porque claro, los padres, que yo sepa , se mueven dentro de una sociedad.

    Es algo para plantearse. Desde luego mi persona se lo lleva planteando cuarenta años, por aquello de que soy maestra.

    A lo mejor el fallo no es únicamente de los jóvenes. A lo mejor es que no les hemos sabido transmitir una serie de valores. A lo mejor es que hay que descubrir caminos nuevos. A lo mejor es que las cosas que les decimos ya no se valen. No para ellos.

    A lo mejor la iglesia se tendría que replantear cosas.  A lo mejor habría que ser valiente y decir las cosas que muchos piensan y hablan entre ellos, porque  las ellas pintamos poco, a lo mejor lo tendrían que decir en las clases de religión, en las iglesias…no sé.

    Porque algo hemos hecho mal. Todos.

    Y ahí están nuestros jóvenes. Claro que los podemos mandar a todos al infierno, pero no sé si eso solucionaría algo. Los podemos demonizar. Sentirnos mejor que ellos, en fin , mil cosas.

    Es como para planteárselo. Al menos para planteárselo.

    Digo, no sé.

  • ana rodrigo

    La verdad que es lamentable y hasta terrible leer el muestrario de jóvenes de los que se nos habla, y que son ciertos porque cada día escuchamos y vemos en los medios cosas iguales o peores. El único consuelo que a mí me queda es que quiero pensar que son minorías y que hay mucha gente joven responsable, de lo contrario habría que pensar también que estamos en el apocalipsis final de la humanidad.