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Uniformidad o pluralidad

Uno de los miedos más comunes es a lo que consideramos diferente. ¿Cuál es el patrón común que sirve para definir lo normal? ¿Existe? ¿Quién o quiénes se irrogan el derecho para señalar cuál sea?

¿No es más cierto que todos somos únicos? Hay aspectos de nuestro ser, de nuestra conducta, que coinciden con los de los demás. Y otros que nos diferencian. ¿Habremos de renunciar a estos últimos para aceptar la uniformidad del rebaño? Y si yo no lo toleraría, ¿con qué razón puedo tratar de exigirlo a los otros?

Si todos somos en algunos aspectos diferentes, ¿no es más lógico que quienes lo sean en más o menos, minoría o mayoría, ¿no tienen que gozar de la misma consideración que el resto de la sociedad?

A esto suele llamarse tolerancia. ¿Pero tolerar no entraña de algún modo como una condescendencia desde una posición de superioridad? ¿No debe hablarse, más bien de respeto, derivado de la común dignidad sagrada que poseemos todas las personas?

¿Cómo comportarnos con los intolerantes? ¿Tratarlos como ellos tratan a los demás? ¿No debemos respetar sus Derechos Fundamentales a la par que impedir que vulneren los de los demás con su intolerancia? ¿No debe estar en el Código Penal tanto los actos directos de intolerancia como la incitación a la misma?

La tentación de todo poder es implantar la uniformidad y ahogar cualquier posible disidencia. De ahí, la necesidad de unos límites claros al ejercicio del poder. Los Derechos Fundamentales consagrados en la Constitución son el marco adecuado, Y un poder judicial independiente que asegure el cumplimiento de los mismos frente a las abusos tanto del poder ejecutivo y del legislativo.

Pero esa tendencia hacia la uniformidad se da también en cada uno de nosotros. Nos negamos a admitir que en nuestro interior se dan diferencias significativas. Somos seres complejos, no simples. Esta diversidad no reconocida, ¿no nace de nuestra ego-estima? El ego, esa visión ilusa de nuestra personalidad que nos hemos forjado, es incompatible tanto con el humor como con el amor. Vive soñándonos en una escala superior a nuestros semejantes. Tendemos a creernos mejores que los otros. A sentirnos monopolizadores de la verdad frente al error en los que se asientan los otros.

No debemos ignorar que la ego-estima se da también a nivel grupal. Nuestro grupo –étnico, lingüístico, ideológico cultural, religioso, de identidad u orientación sexual, económico…– se cree el mejor, el superior, el llamado a dirigir la sociedad, a imponer sus valores, aunque pueda ser condescendiente con los desgraciados de los peldaños inferiores.

La autoestima, el amor auténtico a uno mismo o al grupo en que se vive, es bien distinto. Es capaz de reírse de sí mismo, de hacer autocrítica, de convivir con sus contradicciones e imperfecciones, aunque trate de superarlas. Se sabe complejo, busca la verdad, tanteando a través de sus dudas. Se niega a juzgar a los otros a los que mira con la ternura que no se niega a sí mismo.

La persona auténtica intenta conjugar la lealtad a sus convicciones con el diálogo sincero. No intenta con-vencer, sino avanzar en la verdad, aprendiendo de la parte de verdad que contienen los asertos de quienes discrepan de su postura.

En los Evangelios se relata una parábola en la que Jesús habla de un campo donde junto a semilla buena que sembró el dueño, brotó cizaña que había introducido su enemigo. Los criados le pidieron permiso para arrancarla. Pero él lo aplazó hasta el momento de la siega.

¿Cuántas veces no somos impacientes y queremos erradicar ya lo que consideramos nocivo? ¿No hemos aprendido las lecciones de tantas veces que posturas y doctrinas que se consideraban dañinas, resultaron beneficiosas? ¿Por qué hemos de pretender ser jueces apresurados?

2 comentarios

  • Asun Poudereux

    Al leer el artículo por segunda vez me ha movido a intervenir. Muchas gracias al autor y a nuestra querida Carmen por el comentario.

    Quiénes somos las personas para enjuiciar tan apresuradamente a la persona,  que aparentemente es diferente ¿? Qué rápido e  inevitable se pone en marcha la mente para rechazarla,  despreciarla y condenarla.  Es tal la inercia que no nos damos cuenta que eso crea a su vez más rechazo, desprecio y condena. Y que tampoco nos lleva a ninguna parte donde poner pies en tierra firme y empezar creando sentimientos de cercanía y relaciones de respeto y empatía.
     
    Esto de la pluralidad como aceptación de lo que somos, cuesta, cuesta. A nivel personal sobre todo, ya que cuando te acoges tal y como eres con tantas contradicciones, carencias y enormidad de sombras, pues se abre un camino interminable y de reciclaje constante de aceptar a los demás y de acoger todo otro como lo que es y son. 
     
    Un abrazo atriero a ambos.

  • carmen

    Pues tendrá usted toda la razón, pero sentirte ratito o rarita es algo que tendríamos que aprender a gestionar desde pequeños. Es algo que es difícil.

    Te pueden sentir diferente por mil razones diferentes. Más alto, más, gorda, más baja, más delgado, más feo…

    Por ser gitano en un ambiente de payos. Por ser negro en una sociedad de blancos, por ser blanco en una sociedad de asiáticos…

    Porque eres bizco, porque eres tartamuda, porque no tienes el nivel adquisitivo de los compañeros por aquello de las becas…

    Porque piensas diferente a lo que oyes, porque crees en Dios, porque no crees en Dios, porque hablas, porque  callas…

    Porque eres homosexual en un mundo hetero, bueno, que se ve la heterosexualidad como normal. Detesto la palabra normal. Porque eres transexual, porque crees que el sexo está supervalorado…

    Porque no entiendes nada

    Yo qué sé…

    Anda que no hay causas. Y luego aparece el buling. A ver cómo se explica a los niños que tienes que seguir tu vida y si te acosan, o te dan una paliza, pues denuncia y sigue. Eso no hay quien lo entienda a esa edad. Bueno. Y a ninguna.

    Es un tema muy muy muy complejo. La gente quiere ser normal. Seguramente para que la acepten en un grupo de normales.

    Y qué es ser normal? Pues sencillamente no existe la normalidad. Porque como dice usted y hace muchísimo tiempo que estoy convencida, cada uno somos una obra de arte de la naturaleza, entre otras cosas porque somos irrepetibles. Y eso ya los dijo Darwin. Irrepetibles. Por eso las especies se pueden adaptar al medio. Porque siempre que haya individuos ratitos, será posible que la especie entera se pueda adaptar a un cambio en el medio, porque por esos raritos seguirá la evolución.

    Y ahora a ver quién se lo cuenta a las jirafas, aquellas que tenían el cuello más largo que sus amigas. Poco se reirían de ellas.

    Pues así nos sentimos a veces. Jirafas cuellilargas.

    En fin.