Emil Armand (1872-1963) abrazó en principio el cristianismo del Cristo revolucionario y pacifista de Tolstoi, luego fue anarco/comunista y finalmente anarco/individualista, en su búsqueda de lo que entonces se llamaban milieux libres (espacios libres). Su defensa del naturalismo y del amor libre proviene de Fourier, y lo que llamó camaradería amorosa incluía el amor plural de parejas múltiples, habiendo publicado numerosos libros también sobre historias de organización comunitaria sin Estado y sin explotación económica llevadas a cabo desde los tiempos más remotos, muchas de ellas efímeras y fracasadas[1].
Acostumbrados como estamos a las escasas formas actuales de convivencia referidas a proyectos políticos y sociales, por otra parte casi todas ellas tuteladas con ligeras variantes por el Estado y por la economía capitalista, hemos ignorado, silenciado, o reprimido una enorme cantidad de ofertas organizativas libertarias diferentes, creativas y enriquecedoras, aunque difíciles de cumplir, de ahí su fracaso. Sin embargo, su conocimiento no sólo instruye sobre otras formas de comportamientos posibles, sino también sobre la forma en que por contraposición con ellas hemos venido organizando nuestras propias vidas. Sea como fuere, son millares y millares a lo largo de la historia los intentos de vivir de otro modo, a los que se ha denominado despectivamente utopías, para las cuales hoy parece darse una mayor simpatía, aunque ya en un contexto de recuperación consumista y esnobista, sin carácter de disidencia revolucionaria.
Voy a referirme al menos a la República de las mujeres (The Women’s Commonwealth), una de las Colonias más curiosas de cuantas existieron, que -fundada en Texas, 1876- salió adelante gracias al heroísmo y al espíritu de sacrificio y de perseverancia de su fundadora Marta Mac Whirter y de las mujeres que la secundaron. Para su acceso era necesario ser célibe y continuar siéndolo, aunque estaba abierta a los hombres, que nunca se interesaron demasiado por el proyecto. Las mujeres de esta República se autodenominaban The Sanctified Band, la banda santificada, y durante los primeros años tuvieron que soportar las persecuciones más crueles, pues apedreaban sus casas, penetraban en ellas violentamente, sacaban de sus lechos a aquellas desgraciadas y las golpeaban. Pese a ello establecieron un lavadero, confeccionaron tapices, y aceptaron todas las tareas que les ofrecían, a fin de mantener la existencia de su Colonia, llegando a edificar incluso un hotel, que rápidamente devino el mejor del país y alcanzó gran renombre en muchas leguas a la redonda. Insólitamente, la señora Marta Mac Whirter fue llamada al Board of Trade, el Consejo superior del Comercio. Todo acabó con su muerte cuarenta años después.
No fue la única Colonia con poder real de la mujer. En efecto, “Mother” Ann Lee fundó en Watervliet (Nueva York) en 1776 la Sociedad de los Shakers, de carácter laico pero impregnado por los movimientos religiosos casi milenaristas, que llegó a alcanzar los cinco mil miembros y tuvo una vida económica floreciente. Sus miembros, hombres y mujeres, se dividían en: novicios, aspirantes a la Iglesia de los Shakers, los juniors, y los seniors or Church Order. Su credo partía de que Dios es una dualidad hombre y mujer: Jesús representa el elemento masculino y Anne Lee el femenino. El hombre, creado a imagen de Dios, presentaba también una dualidad en su origen; la separación de los sexos se efectuó cuando Adán pidió un compañero y Dios, escuchando su demanda, retiró a Eva de su cuerpo. Este fue el primer pecado cometido por el hombre: por lo tanto, los Shakers consideran el matrimonio como una cosa vil y se conservan estrictamente célibes[2].
No todas las Colonas fueron tan pacíficas, desde luego. La alemana Kaverne der Zaratustra (1923) anarco/comunista, anarquista y desnudista, fundada por el doctor Golberg, que después adoptó el seudónimo de Filareto Kavernido, terminó violentamente tras el asesinato de su fundador por dos disparos: “Es el resultado -me aseguran en una carta, escribe Armand- de las maquinaciones e intrigas de los ‘sediciosos anarquistas’ que quieren vivir libres, pero sin trabajar. Quieren la compañía de la Naturaleza, pero cuando ésta les ofrece su belleza espléndida, su encanto infinito y sus frutos deliciosos, no lo saben estimar. Los individuos que vienen de círculos anarquistas son peores que los que salen de la burguesía’. Así termina diciendo amargamente esta misiva. Y comprendemos su amargura”[3]. Junto a lo mejor, e incusoen su interior, acecha lo peor.
En realidad, desconoce al ser humano quien cree que vivirá algún día en Harmonía, y así lo reconocen los Colonos de la brasileña Colonia Cecilia, sobre la que existe un filme conocido: “El colono es un tipo especial de militante: todas las personas no son aptas para vivir libremente la vida en común. El colono ideal es un ser humano sin los defectos y pequeñeces que hacen tan difícil la vida en un espacio reducido, por lo cual desconoce los prejuicios sociales y morales de los burgueses. Buen compañero, no es envidioso, curioso, celoso, ni chismoso; conciliador, se muestra muy severo consigo mismo e indulgente con los demás. Siempre atento para comprender a los otros, soportará de buen grado el no ser bien comprendido o el serlo poco; no juzga a ninguno de sus asociados, ante todo se examina a sí mismo, y antes de omitir opinión en un asunto da siete vueltas a su lengua. No pretendo que sea necesario que todos los aspirantes a colonos hayan alcanzado este nivel para instalar un Centro libre, pero, si se esfuerza por conseguirlo, le quedará muy poco tiempo para ocuparse de las imperfecciones de los otros; antes de ser un colono exterior, conviene serlo interiormente”[4].
Pero la dificultad da valor a todo.
NOTAS;
[1][1] Cfr. Armand, E: Gentes y comunidades curiosas. Ed. Hacer, Barcelona, 1982. También Historia de las experiencias de vida en común sin Estado ni autoridad. Ed, Hacer, Barcelona, 1982. Son reprints de Prometeo, la Editorial anarquista valenciana anterior a la guerra civil española.
[2] Armand, E: Formas de vida en común sin Estado ni autoridad. Las experiencias económicas y sexuales a través de la Historia. Ed, Hacer, Barcelona, 1982, pp. 25 ss.
[3] Armand, E: Gentes y comunidades curiosas. Ed. Hacer, Barcelona, 1982, pp. 127-128.
[4] Ibi, pp. 16-17.
Es interesante conocer todos estos intentos para no quedarnos en abstractos princpios, que han olvidado las múltiples experiencias de las que se extrajeron. Gracias, Carlos