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El Culto al Emperador

      Es suficientemente conocido que en la antigua Roma se empieza hablar de Imperio con la llegada al poder de Octavio Augusto. Este emperador no sólo trajo una reforma política, sino también religiosa. Ésta última, en parte, le servía para legitimar y dar mayor fuerza a la primera, y se orientó a desarrollar un culto hacia el emperador, presentándolo como descendiente de alguna divinidad. Ya Julio César –que se consideraba descendiente de Venus– consintió que se levantara una estatua en su honor en el año 44 a.C., y Octavio, sobrino y heredero de Cesar, le dedicó un templo en Roma calificándole de Divus Julius “Divino Julio”,

      Todos los emperadores, de una manera u otra, impulsarán ese culto hacia la potestad imperial. Algunos se atreverán a proclamarse a sí mismos como dioses, pero la mayoría solían ser divinizados a su muerte, por lo tanto, si su sucesor tenía una mínima vinculación con el fallecido, ya se consideraba “hijo de un dios”, y por lo tanto, adquiría cierta aura divina que respaldaba su poder político.

      El culto imperial convivía amistosamente con los cultos tradicionales sin cuestionarlos, y cumplía la función de cohesionar todas las regiones de un imperio inmenso y diverso, compuesto por una serie de pueblos que conservaban sus religiones ancestrales. El problema surgió con los cristianos, que se negaban a ofrecer incienso al emperador y fueron perseguidos, hasta que los emperadores pensaron que, si lograban atraerse a los cristianos, eso supondría una base más sólida para su poder que los viejos cultos paganos. Y lo consiguieron.

      Han pasado muchos siglos, vivimos hoy en una sociedad radicalmente diferente de la romana. Pero el culto al Emperador no ha desaparecido. Lo que pasa es que hoy no se trata del culto a una persona, sino a un poder sin rostro y sin alma: el Capital. Un poder que no tiene problema en convivir con las más variadas religiones, pero siempre que se respete la jerarquía: el Capital es el poder supremo. No sólo convive con ellas, sino que las utiliza en la medida de lo posible. Un caso clarísimo son las iglesias llamadas “evangélicas” –financiadas en gran parte desde EE.UU.– que han resuelto el molesto dilema planteado por Jesús: “No podéis servir a Dios y a la riqueza”, creando y desarrollando la Teología de la Prosperidad, según la cual la riqueza es un premio de Dios a los más competitivos.

      Estas iglesias han proliferado mucho por Latinoamérica, contribuyendo a frenar el avance de la Teología de la Liberación, y fortaleciendo las opciones políticas más neoliberales. Y es que resulta muy atractivo eso de escuchar a un pastor carismático que nos promete sentir el soplo del Espíritu entre los cantos de su gran asamblea. Y además seguir aspirando al Cielo mientras se disfruta lo más posible de la riqueza de la Tierra.

      Esta religión también admite, e incluso dice apoyar los Derechos humanos siempre que no se toquen las propiedades del Imperio. Para eso es necesario que se mantenga firmemente el artículo 17 de la Declaración Universal de los DD HH, el cual garantiza que “Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente”. Así, tal como suena, sin añadir ningún límite ni regulación. Para más seguridad, el artículo añade: “Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad”. Naturalmente el Imperio considera que tocar la propiedad de un multimillonario para dar de comer a unas personas que se mueren de hambre es un acto totalmente arbitrario y, por tanto, radicalmente prohibido.

      Este culto también tiene una Jerarquía religiosa con sumos sacerdotes y clérigos, pero a diferencia de la veneración a la figura del Emperador, aquí no se suele reverenciar a figuras humanas. Son ¡los mercados!, ¡los inversores!, los mensajeros del dios que desde la sombra exigen el cumplimiento de los mandatos divinos. Tampoco faltan sus teólogos, se trata de los economistas áulicos. Muy bien pagados, dictaminan en cátedras y abstrusos libros que el dios no tiene más profeta que el mercado, y nos advierten muy seriamente que estamos condenados si nos apartamos de sus leyes. Mil veces equivocados, desmentidos por una crisis tras otra, siguen exigiendo una fe ciega en el poder sobrehumano de la economía de mercado.

      La irracionalidad de esta fe aparece claramente en su postura ante la ciencia. Al capitalismo la ciencia y la tecnología le venían muy bien cuando le ayudaban a fabricar coches, ordenadores y aviones. Pero cuando el mundo científico levantó una voz crítica, se produjo un enfrentamiento más profundo que el de Galileo con la jerarquía religiosa. Hoy la ciencia, muchísimo más desarrollada que en tiempos de Galileo, advierte una y otra vez que la forma de producir y consumir impulsada por el capitalismo lleva a la humanidad a la catástrofe. Los informes que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publica todos los años nos advierte de una forma cada vez más apremiante de la necesidad de efectuar cambios radicales en muchos aspectos de nuestra vida si no queremos encontrarnos con un cambio climático desastroso.

      Concretamente en España, hace ya cinco años que un grupo de científicos publico el Manifiesto Última Llamada en el que se afirmaba que:

      “Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible…

      La sociedad productivista y consumista no puede ser sustentada por el planeta. Necesitamos construir una nueva civilización capaz de asegurar una vida digna a una enorme población humana (hoy más de 7.200 millones), aún creciente, que habita un mundo de recursos menguantes. Para ello van a ser necesarios cambios radicales en los modos de vida, las formas de producción, el diseño de las ciudades y la organización territorial: y sobre todo en los valores que guían todo lo anterior…

      Pero esta Gran Transformación se topa con dos obstáculos titánicos: la inercia del modo de vida capitalista y los intereses de los grupos privilegiados”.

      Los grupos privilegiados, la aristocracia del capital, de ninguna manera están dispuestos a renunciar a seguir dando culto a su dios, el dinero, aunque se hunda el mundo. Se limitan a hablar de desarrollo sostenible y pintar de verde sus negocios, pero siguen fomentando el consumo, apoyando los combustibles fósiles, la agricultura y la ganadería industrial, las líneas aéreas, el turismo masivo y el ladrillo. Y los científicos que se dediquen a desarrollar la inteligencia artificial, porque la natural es un peligro para su religión.

      Para terminar podíamos recordar que el capital es un dios cruel, exige sacrificios humanos con las guerras que fomenta y el despojo de los países más pobres. Y también un dios mentiroso, promete la felicidad a sus seguidores –naturalmente a los que sean suficientemente competitivos y tengan éxito en la lucha por la riqueza–, pero lo que hace es privarles de un sentido de la vida plenamente humano, fundado en el amor, la generosidad y el trabajo por un mundo justo y libre.

      En lo que sí son muy distintos el culto a los emperadores romanos y el culto al capital es en la forma de terminar. Con el culto a los emperadores acabaron los bárbaros. Por el contrario, con el culto al capital sólo pueden acabar personas sensatas y con elevados valores humanos y éticos, capaces de superar esa inercia del modo de vida capitalista, de que nos habla el Manifiesto Última Llamada.

7 comentarios

  • Alicia

    Me ha gustado el artículo, y como decís es una punta de una gran ovillo. Para nuestra desgracia la iglesia que yo conocí y aún pervive, es la que se siente más cómoda entre los amigos del emperador. En 70! años de vida nunca he escuchado en una homilía, poner en duda ¿qué tan privada es la propiedad privada?

    Así con los años, muchos católicos se fueron convirtiendo también en evangélicos sin saberlo. Hablar de la justicia/injusticia, de la riqueza/pobreza, o simplemente, qué hacemos los católicos para que se distribuya mejor la riqueza del mundo que Dios creó para todos sus hijos. ¿A quién votamos? ¿Qué defendemos? ¿De qué lado estamos?…

    Los sacerdotes dicen que no pueden hablar de eso porque es hacer política! (sic).

  • m* pilar

    Gracias Antonio Zugasti; por compartir este deseo de despertar nuestras conciencias y saber dónde estamos.

    Es muy importante, comprender el camino que pisamos, para ser consecuentes con lo que nos rodea.

    Gracias, un abrazo entrañable.

  • Juan García Caselles

    Hoy sabemos que los bárbaros no invadieron el imperio, sino que fue el propio imperio el que permitió la entrada de los bárbaros para que hicieran las labores del ejército, porque eran más baratos.

    Son muchos los parecidos entre el esclavismo y el capitalismo y no es el menor la entrada de los emigrantes. Es cuestión de costes, cuestión de economía. Cuando el ejército romano llegó a sus “limes” y dejó de producir esclavos baratos, la necesidad de adquirir nuevos esclavos pasó por permitirles reproducirse, lo que significó un incremento de su coste. La producción de los fundos bajó en picado y la economía esclavista empezó a resquebrajarse.

    Hoy el culto al emperador-capital empieza a ser inútil, porque ni siquiera puede salvarnos de un miserable virus. ¿No será cuestión de cambiar de religión? Ya se sabe, París bien vale una misa. ¿De verdad es necesario toda la parafernalia del catolicismo para que se oiga la voz de Jesús?

  • Asun Poudereux

    Muchas gracias, por el artículo.
    Cabe admitir entonces, que todo  lo hecho hasta ahora ha estado  girando en torno a lo que creemos que  es “en realidad lo que  somos “: Todo aquello que tenemos y con lo que nos identificamos,  dejando des-atendida la verdadera identidad que de fondo somos.

    Esta actitud continuada ha ido  llevando al ser humano,  en su vida personal y social,  de la apretada mano del Sagrado  Dinero Emperador que le ha ido empujando,  calando y dominando al mundo. Un mundo que se ha ido construyendo y creyendo ser  a nivel mental, en lo peor de él, ya sea personal, social,  local, regional, nacional, internacional  y hasta global.

    Si esta fuente hace un recorrido que  siempre desemboca en la discriminación, la injusticia, los abusos, las corrupciones, la violencia, las muertes en masa  … etc…, habrá que iniciarse en y desde otra fuente,  detenerse un tiempo en ella,  empapándose dedicando máxima atención  a lo que emerge de ella  como también de lo mejor que se oculta en cada persona.
    La imposición no parece que sea la vía a agarrarse, por más sutil que sea,  visto lo visto. Más plausible me parece que sea un camino de sabiduría y experiencia  que  se viva realmente en  conciencia-consciencia al  ir desplegándose los caminos con libertad,  participación, colaboración, respeto a toda otra persona, liberándose cada día del culto al egoísmo narciso, del que nadie se libra,  y a lo que creemos nos separa discriminando y comparando injustamente.

    Sin duda es una Labor Educativa de estructura y fondo participativo constante, aunque sí reciclable, renovable, algo  inherente a todo proceso humano, pues  las situaciones y circunstancias van cambiando. De lo contrario,  sería arrogancia  considerar la educación y la formación inmutables, por haber sido etiquetadas de perfectas.  Como alternativa única e invariable no sería humilde y tampoco  ética, ya que rechazaría todo lo pudiera considerarse, sin más,  no adecuado a sus normas prefijadas.  Y desembocaría no muy tarde en aquello que precisamente se quería transformar y ser trascendido finalmente para el bien de toda la Humanidad.
     

    Habría que empezar de nuevo.

  • Santiago

    ESTÁ CLARO que vivimos en un mundo “desigual” con muchas injusticias, no solamente sociales, sino individuales, religiosas, políticas, raciales, étnicas…Pero, a pesar del mundo caótico del siglo XXI que nos ha tocado vivir, …nos corresponde “vivir” y “convivir” en el. Somos individualmente desiguales y esta desigualdad vital nos hace que tengamos que depender “unos de otros” puesto que yo no tengo “todos” los talentos y habilidades para poder sobrevivir el “caos” yo solo.. Dependo de todo y de todos, por más insignificante que nos parezca el importante trabajo de recogedor de la basura.

    Por tanto, tenemos que vivir en sociedad. Claro que hasta “los más pobres” desean tener un techo prqueño y un sitio donde descansar al abrigo de la intemperie y una mesa donde comer etc. Este “derecho” NO es exclusivo de los capitalistas y poderosos sino que es un derecho universal de “todas” las clases ya sea la de los proletarios como la de la élite gubernamental, tanto del que se encuentra en una “altura” social, o media o baja, dependiendo del “sistema” de gobierno donde viva.

    Si el capitalismo despiadado y NO regulado es injusto, los sistemas totalitarios colectivistas no han sido capaces de resolver el problema “del ser humano” en cuanto a oportunidades de desarrollo humano digno que permitan un bienestar relativo en medio de la dureza de la vida. Si las monarquías eran oligarquías de desalmados las modernas dictaduras totalitarias donde el Estado asume TODA iniciativa y propiedad tampoco han conseguido esa “sociedad paradisíaca” sin clases sociales que ha sido el gol supremo de esa ideología. NO es suprimiendo la libertad de expresión, ni las libertades civiles, ni la iniciativa privada como se “arregla” la desigualdad y las enormes injusticias del mundo.

    Para eso tenemos que empezar por lograr un consenso de “no corrupción” donde se respete a priori la dignidad humana y donde haya la iniciativa de lograr una justicia que sea el lema de la mayoría. Un Estado que sea vigilante y regulador, que aplique la ley justa en contra de los malhechores del orden y la justicia social, sin caer en la persecución ideológica, o partidista, ni de raza, ni de etnia, ni de diferencias individuales, donde cada cual tienda al bien.

    Ese ideal de justicia social no puede encontrarse en las diferentes ideologías filosoficas, económicas, políticas, sociales  que el “mundo” ha propuesto ha través de los siglos

    .Pues solo se encuentra “dentro” de la verdadera “justicia social” del Evangelio predicado de “viva voz” por Jesús de Nazaret, el único capaz de dar “la paz” que todos necesitamos, empezando por  l a   p a z  interna vital e individual que se extenderá a la familia, al pueblo, a la nación y al mundo. El único capaz de dar lugar a una sociedad donde impere la justicia con la Misericordia. El único capaz de dar el sentido correcto y real a la vida humana en el planeta. La única ideología que se encuentra en  el  “centro” de nuestra vida que perdona, sin odio ni venganza, siendo justos pero compasivos. Sin esto, sin esta clase de “justicia” es difícil que el mundo pueda sobrevivir incólume el odio que crece y se extiende cada día que puede llegar hasta nuestra “autodestrucción” total.

    Un saludo cordial

    Santiago Hernández

     

  • ELOY

    Sí, buen articulo de Antonio Zugasti,  que es de agradecer y nos ayuda a considerar y repensar la realidad.

     

  • carmen

    Buen articulo. Por lo visto los evangelistas han ganado la partida, al menos de momento. Y nada menos que en el imperio actual.

    El catolicismo tuvo el mundo en sus manos. Pero lo que predicaban no lo realizaban en la vida diaria. Pues habrán pensado que se pasan a los evangelistas. El gancho es el mismo: Jesús de Nazaret.

    Pobre muchacho.

    Pero, pero, pero hay un resurgimiento de base en las ideas contenidas en los evangelios. A ver qué sucede esta vez. Pero tendrán que pasar generaciones. Nosotros, los mayores, cada uno tenemos nuestra idea de lo que debería de ser el cristianismo. Pero el futuro pertenece a los jóvenes. Y a los niños de ahora. Ese es el futuro. Nosotros somos pasado y un poquito de presente. Deberíamos de hacer un esfuerzo y allanarles el camino, pero eso no va a suceder. Porque tenemos tan arraigadas nuestras creencias que cualquier discrepancia nos parece un ataque personal, nos hace sentir engañados o equivocados  y a estas alturas de vida es algo que no podemos consentir por pura supervivencia.

    Muchas personas creen que soy una ingenua tontiloca, pero no es cierto. Sencillamente creo que lo que salvará al mundo es el amor, como dijo Jesús. Pero no un amor de esos incondicionales o tóxicos. Eso es sumisión. Y ese no es el camino. Creo que las personas despertarán poquito a poquito, entre otras cosas porque les va la supervivencia en ello. Y lo mismo que han caído muchos dioses, el dios este que usted llama capital, caerá.

    A lo mejor es que mi fe en esas cosas que recogen los evangelios es mucho mayor de lo que parece a primera vista. Es una lástima que ya esté tan mayor y tan cansada. Estamos en un momento de cambios profundos. Lo único que puedo hacer es tener confianza en las generaciones que ya se están abriendo paso. Y la tengo.

    Me ha gustado su artículo.