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La asunción a la Vida del padre Adolfo Nicolás: “Estoy en paz”

El Padre Nicolás, con el padre Masiá, el profesor Sanz y el padre Catret

 El español Adolfo Nicolás fue General de los jesuitas -el “papa negro” como se solía decir- desde 2008 hasta 2016. Falleció ayer en Japón por una neumonía y un trastorno general neurológico, previo a la COVID19 pero víctima de un terrible aislamiento en el hospital que él pasó como camino de Ascensión -fiesta por la que tenía especial devoción- , con más paciencia que la que tuvieron sus amigos que no pudieron acompañarle en ese trance. Así nos lo cuenta Juan Masiá en este conmovedor relato. AD.  

Apenas han pasado unas horas después del fallecimiento y entrada en la vida verdadera de Adolfo Nicolás se acumulan los pésames que agradezco a sus amistades con esta carta íntima colectiva.

No será un obituario, sino unos pocos recuerdos de su último largo viaje de asunción hacia la Vida de la vida. Cumplo así su encargo de contestar de su parte a quienes le recuerdan y compartir así el  pesar de la separación, la gratitud por su vida y la esperanza que él testimonió.

En la tarde del 20 de Mayo se ha consumado su viaje, justamente en la vigilia de la Ascensión.  Parece como si hubiera reservado la fecha con quien le tenía desde siempre preparado un lugar.

 “Su paso a la otra orilla”  ya lo estaba dando a primeros de febrero cuando concelebramos la Eucaristía en su cuarto del hospital. Ese día la misa votiva fue de la Ascensión. Recitamos como responsorial los versos del poema al Cristo de Velázquez, que tanto nos han gustado siempre y le gustaban a nuestro común amigo, el P. Juan Sánchez Rivera (el que recibió a Adolfo para sus últimos cuidados en la enfermería de los jesuitas en Tokio, pero se adelantó un año y meses  en marcharse a  ocupar el lugar reservado en la morada eterna ):

 “ ¡Dame, Señor, que cuando al fin vaya rendido / a salir de esta noche tenebrosa / en que soñando el corazón se acorcha, / me entre en el claro día que no acaba, / fijos mis ojos de tu blanco cuerpo, / Hijo del Hombre, Humanidad completa, / en la increada luz que nunca muere, mis ojos fijos en tus ojos , Cristo, mi mirada anegada en Ti, Señor!”

Al final de esa misa rezamos juntos la oración del Anima Christi, pero al llegar a la última frase, tras una pausa, cambiamos el texto como Adolfo nos había enseñado. En vez de decir  “en la hora de la muerte llámame”, dijimos: “y en la hora de mi asunción, llámame y mándame ir a Ti…”

Comenzaba por aquellos días (precisamente en el aniversario del fallecimiento del P. Arrupe) el que iba a ser un largo viaje de asunción hasta la meta consumada ayer, 20 de mayo. Ya desde aquellos días de febrero había en su puerta un letrero de “Prohibidas las visitas”, pero aún no había empezado el confinamiento por la pandemia y en el hospital nos permitieron todavía acompañarle los días siguientes.

El domingo 9 de febrero fue el último día que se escucharon en la  despedida sus palabras: “Estoy en paz”. Es que desde hacía unos meses descubrimos que su dificultad de uso de la laringe apenas  le permitía articular labiales y guturales, por eso solíamos rezar juntos diciendo: ”Abba, en ti confío”.

Se lo oímos repetir a él solo en plena fiebre. Ese día, al preguntarle si podía pronunciar la “pe” y la “te” se esforzó en repetir: “Estoy en paz”.

Para quienes creemos que este acompañamiento del paciente es más importante que todos los recursos tecnológicos, fue muy duro tropezar al día siguiente con la prohibición terminante de visitas. Y desde entonces los tres meses de aislamiento nos han hecho compartir y comprender el sufrimiento de tantísimas familias que no han podido acompañar ni despedir a sus seres queridos a causa de los protocolos por la pandemia.

Pero consuela recordar que aquella misa del día de la Ascensión, anticipada en la fecha, fue el comienzo del último viaje de Adolfo. El nos decía cuando vino a la enfermería de Loyola House que “aquí estamos simplemente para preparar el último viaje, cuya meta no es un final sino un comienzo”.

Por eso era capaz de tomar con humor las pequeñas incidencias como cuando le negaron el permiso para encender varitas de incienso en su cuarto con las que ambientar la meditación. (Evitar el mínimo peligro de incendio es parte del puntilloso reglamento con minuciosidad japonesa). Y el que hasta hace poco gobernaba la Compañía del mundo entero, ahora tenía que someterse dócilmente a la obediencia de los enfermeros. El se sonreía como cuando imitaba a Chaplin y nos calmaba a los visitantes diciendo: “no os molestéis por estas pequeñeces, aquí estamos como si fuera un segundo noviciado, estas  cosillas son parte de ese último viaje”.

En los días que precedían a la venida de Francisco fue un privilegio disfrutar de la conversación en las entrevistas con Adolfo que se publicaron en este blog de Religión Digital, sobre todo aquella del “castigo eterno es incompatible con la misericordia divina, el infierno no forma parte del Credo” (estaba sacada del último artículo de teología que escribió con ayuda de una persona cercana amanuense en los últimos meses). Luego, en los meses siguientes, como él no podía leer, parte del acompañamiento diario fue tenerle al corriente de  las noticias sobre el Sínodo de Amazonia y el de Alemania, o las apelaciones del Papa Francisco en favor de los refugiados y emigrantes o sobre el cuidado de la casa común,  o la reforma de la Iglesia…

Ya en el mes de septiembre cuando estaba grave con la pulmonía que aumentaba el riesgo de que se acelerase el proceso de su última enfermedad neurológica irreversible (paralisis supranuclear progresiva) él insistía en que no le pusiesen alimentación por sonda nasogástrica. Le persuadieron a que lo aceptase para darle fuerzas para estar en condiciones de que le llevaran a saludar al papa Francisco. Después nos lo volvía a recordar de vez en cuando: “no hace falta alimentarse artificialmente, estamos en manos de Dios para que nos llame cuando llegue el momento…”

Francisco, Sosa y Nicolás

Cuando el 4 de Mayo, el Superior de nuestra comunidad jesuita (al que tampoco se le permitía visitar el hospital) nos comunicó la información de que que ya no podía seguir con la sonda nasogástrica, sino solo con alimentación intravenosa, presentimos que se aproximaba el desenlace. Pero tanto a nosotros, sus hermanos de comunidad jesuita, que estábamos en el

confinamiento, como también a él,  en su aislamiento hospitalario, se nos pedía asumir ese silencio implacable …

Estoy seguro de que él fue capaz de asumir esa noche oscura mejor que los que deseábamos acompañarle sin que se nos permitiese: “treinta años recomendando en clase de bioética el acompañamiento humano y espiritual del enfermo… y ahora con el pretexto de proteger de contagios no nos dejan cumplir con el deber de proteger la dignidad y derechos del enfermo…”)

Pero seguro que Adolfo sí ha sabido asumir y vivir esa soledad que no es soledad para quien puede decir:   “Yo nunca estoy solo, Abba está conmigo”. Ahora pedimos por su intercesión que aprendamos a practicarlo y damos gracias a Dios por la vida de Adolfo que nos lo enseñó.

2 comentarios

  • Olga Larrazabal Saitua

    Qué envidia , pensar que la muerte es el principio de otra vida. Pero pensarlo de verdad. Estar convencido. Eso es una suerte.

    Si Carmen, que envidia.

  • Carmen

    Lo leí anoche.

    Lo siento.

    Me hizo recordar mil cosas. No sabía que estaba en Japón, pero no me extraña. No sé por qué pienso que esa zona es mucho más abierta de pensamiento. Intuición.

    No me extraña que se sintiera en paz. Menuda gestión la suya como papa negro. Colocó a uno de los suyos como papa blanco, no sé si puede haber una gestión mejor. Opino la compañía de Jesús le debe mucho a este señor. Porque las personas que no creemos en el espíritu santo de la paloma y sí en el espíritu de Dios, pensamos que hay mucha política interna a la hora de la elección de un Papa, y no me cabe la menor duda de que este señor jugó un papel decisivo para la elección del primer papa jesuita.

    También siento no tener el correo del segre. Tuvo mucha paciencia conmigo, pero cambié de ordenador y… No creo que lea esto, pero si lo lee, pues que sepa que lo siento.

    Qué envidia , pensar que la muerte es el principio de otra vida. Pero pensarlo de verdad. Estar convencido. Eso es una suerte.

    En fin.

    Lo siento.