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Comunidad de bienes

Ante los bienes materiales que sustentan la vida humana se pueden dar dos actitudes radicalmente opuestas: compartir o acumular. Vivimos en una civilización en la que se da culto  a la riqueza, y  esto nos empuja a acumular sin medida. Pero esta ambición lleva a la humanidad al desastre. El manifiesto Última Llamada, redactado por científicos y ecologistas españoles nos advierte claramente: “Estamos atrapados en la dinámica perversa de una civilización que si no crece no funciona, y si crece destruye las bases naturales que la hacen posible”. Además no nos hace realmente felices, pues los seres humanos, por mucho que algunos quieran olvidarlo, tenemos una dimensión espiritual que no se satisface con ninguna riqueza.

     Lo realmente paradójico es que esta civilización naciera en una sociedad que se proclamaba cristiana, y que muchos defensores de la acumulación de riqueza se presenten como defensores de esa sociedad cristiana, cuando difícilmente encontraremos algo más opuesto al espíritu evangélico que el ansia de riquezas.

     Ya en la sociedad judía, en el Antiguo Testamento. Había normas para evitar que la tierra, en aquellos tiempos la principal riqueza, se acumulara en algunas manos. Se podía comerciar, vender y comprar, pero la propiedad no quedaba para siempre en manos del comprador. Cada cincuentas años se debía celebrar un jubileo en el que; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia. Sobre este acontecimiento del jubileo el papa Francisco afirma: La idea central es que la tierra pertenece a Dios y ha sido confiada a los hombres como administradores… El mensaje del jubileo bíblico nos invita a construir una tierra y una sociedad basada en la solidaridad,  en el compartir y en la repartición justa de los recursos.

     En el libro de los Hechos de los Apóstoles aparece claramente que los primeros discípulos de Jesús habían comprendido que la comunicación de bienes era algo fundamental en el mensaje de Jesús. “La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común”. Es que el mensaje de Jesús no podía ser más contundente en el tema de la riqueza. Son muchos los pasajes del evangelio que se refieren a la riqueza:

     “Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios… Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!”  (Lc 6,20)

     Nadie puede servir a dos Señores, porque o aborrece a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. (Mt 6,24)

     Os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos. (Mt 19,23)

     Y cierra el ciclo de la vida en la tierra con la imagen grandiosa y sorprendente del juicio final: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer… Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”  (Mt 25, 34-45)

     Podíamos seguir con otros libros del Nuevo Testamento, especialmente la carta del apóstol Santiago, donde se hace un durísimo alegato contra los que acumulan riquezas. También en los Santos Padres se da una condena muy clara de la acumulación de riquezas. Pero, a pesar de todas estas afirmaciones tan claras, durante mucho tiempo la jerarquía católica las tuvo totalmente olvidadas, y la Iglesia se convirtió en una de las grandes potencias económicas. Afortunadamente, y a pesar de grandes resistencias, se está volviendo a un espíritu más evangélico en la visión de la riqueza.

     Pablo VI, en la encíclica Populorum  Progresio, retoma la visión de los Santos Padres y afirma: “Sabido es con qué firmeza los Padres de la Iglesia han precisado cuál debe ser la actitud de los que poseen respecto a los que se encuentran en necesidad: «No es parte de tus bienes —así dice San Ambrosio— lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos»”​

     En nuestros días, el papa Francisco en su encíclica Laudato si se refiere muy claramente al uso común de los bienes: “El principio la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una regla de oro del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social»”.

     Esta comunicación de los bienes debe darse en los pequeños grupos, en las comunidades de todo tipo, con los que tenemos a nuestro lado en muchos campos de la vida. Pero Francisco también nos señala la necesidad de una comunicación de bienes a nivel mundial, entre las naciones ricas y los pobres. En la encíclica afirma: “Ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento o en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente otras partes”.

     Ahora bien, para que realmente se pueda producir un cambio en nuestra sociedad tendríamos que ver esta renuncia a la acumulación de riquezas no como un sacrificio, sino como una liberación. La moderna psicología tiene suficientemente comprobado que, como decía Aristóteles, nadie es feliz con hambre o con frío, pero que alcanzada una digna satisfacción de las necesidades básicas de la persona, la acumulación de riquezas y el consumo de bienes añaden muy poco a su satisfacción con la vida. Y también está comprobado que,  en el nivel de bienestar general de una sociedad, influye más el grado de igualdad de que se disfrute en esa sociedad, que el nivel de riqueza alcanzado. Mientras que la desigualdad provoca un mayor malestar.

    

Un comentario

  • Gonzoalo Haya

    “Ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento o en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente otras partes”.
    “Y también está comprobado que,  en el nivel de bienestar general de una sociedad, influye más el grado de igualdad de que se disfrute en esa sociedad, que el nivel de riqueza alcanzado. Mientras que la desigualdad provoca un mayor malestar”.

    Es necesario insistir en estas ideas para que penetren en nuestra conciencia y actuemos en consecuencia.