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La pascua en un prolongado viernes santo

¿Cómo celebrar la pascua, la victoria de la vida sobre la muerte, y más aún, la irrupción del hombre nuevo, en el contexto de un viernes santo de pasión, dolor y muerte, que no sabemos cuándo termina, bajo el ataque del coronavirus sin distinción a toda la humanidad?

Apesadumbrados, incluso en esta pandemia es apropiado celebrar la pascua con una reservada alegría. No es sólo una fiesta cristiana, responde a una de las más antiguas utopías humanas: la irrupción del hombre nuevo.

En todas las culturas conocidas, desde la antigua epopeya mesopotámica de Gilgamés, pasando por el mito griego de Pandora, hasta la utopía de la Tierra sin Males de los Tupí-Guaraní, existe la percepción de que el ser humano tal como lo conocemos debe ser superado. No está listo. Aún no ha acabado de nacer. El verdadero hombre está latente en los dinamismos de la cosmogénesis y la antropogénesis. Aparece como un proyecto infinito, portador de innumerables potencialidades que forcejean por irrumpir. Intuye que sólo será plenamente hombre, el hombre nuevo, entonces, cuando tales potencialidades se realicen plenamente.

Todos sus esfuerzos, por grandes que sean, se topan con una barrera insuperable: la muerte. Incluso la persona más vieja llegará un día en que también morirá. Alcanzar una inmortalidad biológica, conservando las actuales condiciones espacio-temporales, como algunos proponen, sería un verdadero infierno: buscar realizar el infinito dentro de sí y encontrar sólo finitos que nunca lo sacian. Siempre está a la espera. Tal vez el espíritu mataría al cuerpo para realizar lo infinito de su deseo.

Pero he aquí que un hombre se levanta en Galilea, Jesús de Nazaret, y proclama: “El tiempo de espera ha terminado. Se acerca el nuevo orden que va a ser introducido por Dios. Revolucionad vuestra forma de pensar y de actuar. Creed esta buena noticia” (cf. Mc 1,15; Mt 4,17).

Conocemos la trágica saga del profético Predicador: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). Él que “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hch 10,39) fue rechazado y terminó clavado en la cruz.

Pero he aquí que tres días después, las mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro y oyeron una voz: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Jesús no está aquí. Ha resucitado” (Lc 24,5; Mc 16,6).

Este es el hecho nuevo y siempre esperado: la buena noticia se ha hecho realidad. De un muerto surgió un resucitado, un ser nuevo. Este es el significado de la Pascua, la fiesta central del cristianismo. Sus seguidores pronto entendieron que el Resucitado era la realización del sueño ancestral de la humanidad: la espera ha terminado. Ahora es el tiempo de la vida plena sin muerte. Liberado del espacio y del tiempo y de los condicionamientos humanos, el Resucitado aparece, desaparece, se hace presente con los caminantes de Emaús, se presenta en la playa y come con los apóstoles y se le reconoce al partir el pan.

Los Apóstoles no saben cómo definirlo. San Pablo, el mayor genio del pensamiento cristiano, eligió la palabra correcta: “Él es el novísimo Adán” (1Cor 15,45). El Adán no sometido ya a la muerte, el que dejó atrás al viejo Adán mortal.

Como si se burlara, provoca San Pablo: “Oh, muerte, ¿dónde está tu victoria? ¿Dónde está el aguijón con el que asustabas a los hombres? La muerte ha sido tragada por la victoria de Cristo” (1Cor 15,55). Y lo define como “un cuerpo espiritual” (1Cor 15,44), es decir, es concreto y reconocible como cuerpo humano, pero de una manera diferente, con las cualidades del espíritu. El espíritu tiene una dimensión cósmica. Está en el cuerpo, pero también en las estrellas más distantes y en el corazón de Dios. Lo espiritual también se entiende como la forma de ser propia del Espíritu Santo. Está en todo, mueve todas las cosas y llena el universo.

Un antiguo texto, de los años 50, del Evangelio de Santo Tomás dice bellamente: “Levanta la piedra y estoy debajo de ella; parte la leña y estoy dentro de ella, porque estaré con vosotros todos los días hasta la plenitud de los tiempos”. Levantar una piedra requiere fuerza, cortar leña requiere esfuerzo. Incluso ahí está el Resucitado, en las cosas más cotidianas.

En sus epístolas, especialmente a los Efesios y a los Colosenses, San Pablo desarrolla una verdadera cristología cósmica. Él “es todo en todas las cosas” (Col 3,12); “la cabeza de todas las cosas” (Ef 1,10). En el lenguaje de la cosmología moderna, el paleontólogo y pensador Pierre Teilhard de Chardin dirá lo mismo en el siglo XX.

Tenemos que entender la resurrección correctamente. No es la reanimación de un cadáver, como el de Lázaro que volvió a ser lo que era antes y terminó muriendo. La resurrección es la plena realización de todas las potencialidades escondidas dentro de la realidad humana. La muerte ya no ejerce dominio sobre él. Es efectivamente el nacimiento terminal del ser humano, como si hubiera llegado a la culminación del proceso evolutivo o lo hubiera anticipado. En la fuerte expresión de Teilhard de Chardin, el Resucitado explosionó e implosionó en Dios.

La pascua es la inauguración del hombre nuevo, plenamente realizado. Es aplicable para todos los seres humanos. Por lo tanto, tal bendito evento no es exclusivo de Jesús. San Pablo nos asegura que participamos de esta resurrección: “Él es la primicia (la anticipación) de los que mueren” (1Cor 5,20), “el primero entre muchos hermanos y hermanas” (Rm 8,29).

A la luz de esta fiesta pascual podemos decir que la alternativa cristiana es ésta: la vida o la resurrección. Afirmamos y reafirmamos con alegría: no vivimos para morir, sino para resucitar.

Leonardo Boff es teólogo y ha escrito: La resurrección de Cristo y nuestra resurrección en la muerte, Vozes, muchas ediciones, 2012.

Traducción de Mª José Gavito Milano

 

4 comentarios

  • Carmen

    El Dolor hay que tener fuerza interior para encajarlo, medios para combatirlo y disponibilidad personal para echar una mano, o dos, al que está sufriendo.

    Buen confinamiento

  • Santiago

    Sin embargo, en la vida hay que aceptar, tanto las penas como las alegrías, la tribulación como el gozo, el éxito como el fracaso. Las cruces no podemos dejarlas a un lado, sino, que, queramos o no tenemos que cargar con ellas.

    Como no estuvo en nuestro control  venir aquí, tampoco está en nuestras manos escapar del dolor. que encontramos en cada esquina. El dolor no es sacro sino que estâ presente como signo de nuestra humanidad y carece de sentido en si a menos que lo transformemos en algo positivo. Jesús no quiso entrar en el dolor humano sino que lo aceptó y cargando Su Cruz nos invitó a seguirle hasta el Calvario. No nos forzó sino que es una invitación libre pues se trata de nuestra decision. . Nosotros solo podemos transformar lo temporal. Jesus nos transforma en lo que perdura que es trascendente, lo que no pasa.

    un saludo cordial

    Santiago Hernández

  • Carmen

    No deja usted de sorprenderme.

    Si.

    Liberados del espacio y tiempo.

    No me gusta en absoluto esa sacralizacion del dolor. Lo detesto profundamente. No soporto el dolor ni físico ni químico. Lo aborrezco. Por eso me indigna ver a Jesús colgando de una cruz, retorciéndose de dolor. Como dice mi hermano mayor, pues a mí me han dicho que ha resucitado…por qué no lo bajan ya de una vez?

    No acepto que nadie muera por mi. Si me merezco el infierno, Adelante, ya me las apañaré.

    Creo en lo que dicen que dijo. Creo en que todo se puede transformar, si así lo deseamos. Creo que podemos ser mucho mejores. Creo en la resurrección que he leído en muchos autores, muerto? No, su mensaje no va a morir.

    Y de hecho no ha muerto, pese a todo lo que se ha utilizado su nombre en vano. Su nombre. Pero su mensaje es y será eterno. Solamente hay que ver la respuesta mayoritaria de las personas de mi país ante la pandemia. Esa es la resurrección. Y no los números que se montan bajándolo y subiéndolo a la cruz una y otra vez para al final resucitarlo de entre los muertos.

    Es que me indigno.

    Y Jesús no está presente en el dolor. Eso es una barbaridad. Está presente en los que luchan contra el dolor, como él hizo.

    Ya, ya, yaaaaaaáaaaaa.

    Al infierno de cabeeeeeezaaaa

    Cuídese mucho. De momento estamos bien en nuestras coordenadas espacio tiempo.

    Además, que sepa que el tiempo es un invento total humano, cosas de la ciencia.

  • Santiago

    Como dice L Boff la vida es un camino para la  r e s u r r e c c i ó n  que no es una “inmortalidad biológica” que sería insoportable, sino una transformación donde el espíritu toma una dimensión cósmica y trasciende la materia, liberándola del espacio y del tiempo. Por eso puede explicarse que la Resurrección de Cristo es creida por sus discipulos como algo único pero real. Algo “nuevo” que ellos afirmaron y reafirmaron sellando esta verdad con su propia sangre.

    La Pascua pues es el “paso” de la muerte temporal a la vida eterna porque es connatural al espíritu humano sobrevivir la corrupción del cuerpo. En Jesús la muerte no tiene ningún poder Su Resurrección es el triunfo final de nuestra fe y esperanza puesto que El quiso asociarnos a su propia existencia al darnos “la vida eterna” en El.  Nuestro dolor humano solo encuentra su verdadero sentido en nuestra  r e s u r r e c c i ó n  en Cristo. El vino para que tengamos “vida plena” que solamente podemos encontrarla en el Crucificafo que es el Resucitado.

    Por eso para los cristianos la fiesta de la Pascua es alegría total. La misma del Cristo resucitado vencedor del sufrimiento y de la muerte. En El se cumplieron todas las promesas junto con las nuestras. La vida humana recobra su total belleza y su verdadero significado.

    Y en la octava de la Pascua de Resurrección deseo a todos mis amigos de Atrio muchas felicidades en medio del azote de la pandemia del coronavirus.

    Un saludo cordial

    Santisgo Hernández