I
Tener respuesta es importante. Siempre lo es. No tener respuesta nos sume en la convicción de nuestra invisibilidad.
Sentirse invisible es sentirse “nadie”.
En una ocasión recibí una carta a la que -por mil circunstancias- no di respuesta. Era una invitación para un acto, un acto informal de un grupo de personas entre sí conocidas. Bastaba decir sí o no. Pero no dije nada.
De ello me quedó, más que una sensación de hacer lo incorrecto, el dolor de pensar en la sensación de abandono, de invisibilidad que podría embargar al que me había escrito.
Después de muchos años, en otro acto similar a aquel que había sido anteriormente invitado, tuve ocasión de pedir públicamente perdón ante aquella persona que me había escrito y se había quedado sin respuesta. En esta ocasión, sentado a mi lado, él manifestó haber olvidado el incidente, pero yo no.
II
Claro que la carta que yo recibí era una carta manuscrita, en sobre, con remití, con su correspondiente sello de correos; y eso no es una bagatela. Supone mucho esfuerzo de comunicación y requiere, desde luego, respuesta.
Ahora , encerrados en casa, el correo electrónico, el WhatsApp, ciertamente importantes medios actuales de comunicación, también pueden convertirse, especialmente en los envíos masivos de archivos, vídeos o mensajes “virales” , en un instrumento de trivialización de la comunicación, del que pocos esperan respuesta.
Pocos esperan o dan respuesta porque ya el propio mensaje nos llega (o emitimos) sin un “hola”, sin “un abrazo” sin “un beso”, sin nada personal que indique que el que a nosotros se dirige quiera decirnos algo distinto del hecho de enviarnos “un texto o un vídeo empaquetado”
Todos, en nuestra “inocencia” (impericia o “novatada”) de comunicadores electrónicos, pudimos más de una vez, caer en el vicio o error de los envíos masivos; sin ningún detalle personal en el que se pueda atisbar, al menos, un efectivo intento de comunicación personal. .
III
Como es bien sabido, toda comunicación plena no es sólo escrita u oral, sino también no verbal. En ocasiones la simple foto del autor puede inducirnos a interpretar un texto en un sentido o en otro, a leerlo con simpatía o con cierto despego. La mera imagen ayuda a cualificar o matizar lo escrito en un proceso inconsciente por parte del lector.
Pero la comunicación no verbal es mucho más que la mera imagen estática de una foto, la comunicación no verbal es dinámicamente gestual, es decir que “el movimiento del cuerpo”, en todas sus partes, se adapta o acomoda al discurso textual que eventualmente estemos haciendo: el gesto, la modulación de la voz, la respiración, las manos, la mirada …
Flora Davis en el capítulo 12 de su libro “La Comunicación no verbal” nos dice:
<< (…) Cada vez que una persona habla, los movimientos de sus manos y dedos, los cabeceos los parpadeos, todos los movimientos del cuerpo coinciden con ese compás. >>
Y citando a W.S. Condon, añade:
<< “Después de haber pasado miles de horas mirando películas”, recuerda Condon, “comencé a encontrar la clave en forma de visión periférica: el que escucha también se mueve al compás del relato del que habla. Entonces empecé a examinar este hecho sistemáticamente, y éste fue el comienzo del estudio de la sincronía interaccional.” >>
En estos días de confinamiento, en que vivimos aislados en casa; en que muchos enfermos tienen que pasar la enfermedad alejados de sus familias y seres queridos; días en que las familias no pueden velar a sus muertos ni acompañarlos al cementerio, ni vivir de forma normal un duelo familiar ni de cualquier forma comunitario: ¿sabré leer y escuchar bien? ¿sabré responder?
NOTA. La negrita en los textos citados, es mía.
Una buena noticia, que no debe hacernos bajar la guardia.
Leo en eldiario.es:
“A fecha 2 de abril, según los informes que facilita el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), dependiente del Ministerio de Ciencia, está en 1,05: una persona contagia de media a otras 1,05. Al principio de la expansión de la pandemia en el país estaba en torno a 8.”
Si. Es una buena noticia. Parece ser que la tendencia se mantiene a la baja ya varios días.
No vamos a bajar la guardia, pero
Uuuuuufffffff
Necesito ver a gente
Necesito hablar con personas de carne y hueso
Necesito pasear
Menuda desesperación me entra a veces.
Uuuuuufffffff
Pero seguiré en mi casa.
De verdad que…
Uuuuuufffffff.
mª pilar, Román Díaz Ayala, ana rodrigo, osca varela, gracias por vuestros comentarios.
Siempre leo y sigo con gran interés vuestras intervenciones. Un abrazo
Hola! (¡nunca mejor dicho! -según ELOY)
“EL MUNDO PROFUNDO ES TAN CLARO COMO EL SUPERFICIAL,
SÓLO QUE EXIGE MÁS DE NOSOTROS”
3. Arroyos y oropéndolas. (Meditaciones del Quijote – José Ortega y Gasset – 1924)
– “Es ahora el pensamiento un dialéctico fauno que persigue, como a una ninfa fugaz, la esencia del bosque. El pensamiento siente una fruición muy parecida a la amorosa cuando palpa el cuerpo desnudo de una idea.
Con haber reconocido en el bosque su naturaleza fugitiva, siempre ausente, siempre oculta -un conjunto de posibilidades-, no tenemos entera la idea del bosque. Si lo profundo y latente ha de existir para nosotros, habrá de presentársenos y al presentársenos ha de ser en tal forma que no pierda su calidad de profundidad y latencia.
Según decía, la profundidad padece el sino irrevocable de manifestarse en caracteres superficiales. Veamos cómo lo realiza.
Este agua que corre a mis pies hace una blanda quejumbre al tropezar con las guijas y forma un curvo brazo de cristal que ciñe la raíz de este roble. En el roble ha entrado ahora poco una oropéndola como en un palacio la hija de un rey. La oropéndola da un denso grito de su garganta, tan musical que parece una esquirla arrancada al canto del ruiseñor, un son breve y súbito que un instante llena por completo el volumen perceptible del bosque. De la misma manera llena súbitamente el volumen de nuestra conciencia un latido de dolor.
Tengo ahora delante de mí estos dos sonidos: pero no están ellos solos. Son meramente líneas o puntos de sonoridad que destacan por su genuina plenitud y su peculiar brillo sobre una muchedumbre de otros rumores y sones con ellos entretejidos.
Si del canto de la oropéndola posada sobre mi cabeza y del son del agua que fluye a mis pies, hago resbalar la atención a otros sonidos, me encuentro de nuevo con un canto de oropéndola y un rumorear de agua que se afana en su áspero cauce. Pero ¿qué acontece a estos nuevos sones? Reconozco uno de ellos sin vacilar como el canto de una oropéndola, pero le falta brillo, intensión: no da en el aire su puñalada de sonoridad con la misma energía, no llena el ámbito de la manera que el otro, más bien se desliza subrepticiamente, medrosamente. También reconozco el nuevo clamor de fontana: pero ¡ay! da pena oírlo. ¿Es una fuente valetudinaria? Es un sonido como el otro, pero más entrecortado, más sollozante, menos rico de sones interiores, como apagado, como borroso: a veces no tiene fuerza para llegar a mi oído: es un pobre rumor débil que se cae en el camino.
Tal es la presencia de estos nuevos sonidos, tales son como meras impresiones. Pero yo, al escucharlos, no me he detenido a describir -según aquí he hecho-, su simple presencia. Sin necesidad de deliberar, apenas los oigo los envuelvo en un acto de interpretación ideal y los lanzo lejos de mí: los oigo como lejanos.
Si me limito a recibirlas pasivamente en mi audición, estas dos parejas de sonidos son igualmente presentes y próximas. Pero la diferente calidad sonora de ambas parejas me invita a que las distancie, atribuyéndoles distinta calidad espacial. Soy yo, pues, por un acto mío, quien las mantiene en una distensión virtual: si este acto faltara, la distancia desaparecería y todo ocuparía indistintamente un solo plano.
Resulta de aquí que es la lejanía una cualidad virtual de ciertas cosas presentes, cualidad que sólo adquieren en virtud de un acto del sujeto. El sonido no es lejano, lo hago yo lejano.
Análogas reflexiones cabe hacer sobre la lejanía visual de los árboles, sobre las veredas que avanzan buscando el corazón del bosque. Toda esta profundidad de lontananza existe en virtud de mi colaboración, nace de una estructura de relaciones que mi mente interpone entre unas sensaciones y otras.
Hay, pues, toda una parte de la realidad que se nos ofrece sin más esfuerzo que abrir ojos y oídos -el mundo de las puras impresiones. Bien que le llamemos mundo patente. Pero hay un trasmundo constituido por estructuras de impresiones, que si es latente con relación a aquél no es, por ello, menos real. Necesitamos, es cierto, para que este mundo superior exista ante nosotros, abrir algo más que los ojos, ejercitar actos de mayor esfuerzo, pero la medida de este esfuerzo no quita ni pone realidad a aquél. El mundo profundo es tan claro como el superficial, sólo que exige más de nosotros.”–
La cuarentena nos ha encerrado en nuestras casas (quienes las tengamos), pero nunca he estado tan conectada como en esta situación. Yo a nivel personal tengo mi día ocupado productiva o no productivamente, como acabo de decir, estoy muy conectada por los medios técnicos que nos facilitan este tipo de contactos, pero varias veces al día, hago conciencia de tantísimas personas que están sufriendo por muchas y diversas razones, y, aunque sé que mi recuerdo no tiene eficacia ninguna en las personas sufrientes, lo hago por alimentar mis sentimientos de solidaridad y compasión con quien no conozco, para poder vivir estos valores con quienes sí conozco, lo siento como una necesidad personal.
Hola Carmen, y Alberto.
Carmen siempre atenta a los artículos de ATRIO, no dejas de dar tu opinión, y eso si que es genial.
Alberto: se ve que has profundizado mucho en el corazón de los gallegos; siempre tocas mi fibra sensible al tema, porque yo , desde Madrid, no dejo de vivir con mucha sensibilidad los asuntos de Galicia.
Yo también hago mis recuerdos nocturnos ” por los muertos y por los vivos” y aunque intente personalizar no siempre alcanzo a hacerlo antes de dormirme.
De mis tías , maestras en aldeas más o menos remotas de Galicia (a una de ellas había que acceder caminado cuatro o cinco kilómetros monte arriba, desde la carretera más próxima) aprendí el recuerdo diario y nocturno de los viajantes, los mendigos, los emigrantes, y demás “grupos” necesitados de los contornos y del mundo.
Una ventaja de estar en Madrid es que resulta relativamente fácil acceder a Andalucía: en un mismo día tuve ocasión de ir y venir a Córdoba en el AVE, eso sí es también genial.
A todas aquellas personas que están solas de una u otra manera, y en especial, a las que se sienten morir en soledad; las recuerdo con una gran fuerza interior, y deseo que sientan el abrazo, y de alguna manera una compañía que les llene de paz.
Quizá sea ilusorio…pero lo hago… no solo con los que se van, de manera especial, por los niñ@s, que están encerrados en casa, para ell@s debe ser muy complicado de comprender lo que sucede.
Es hermoso este pensamiento que nos brinda hoy…como cada día…gracias por ello.
Un abrazo entrañable.
Hay muchas formas de soledades, la de quien está sólo y la de quien se siente solo, es como el vacío de no estar conectado a nada. Los desarraigos son formas violentas de soledades y el ninguneo una forma castiza del ahora llamado bulling, el bulling pasivo, el del descarte, como el que reclama alguien por ahí porque los viejos representan un dos por ciento frente a un 98 restante que tiene derecho a vivir sin sobresaltos.
Frente a eso, la buena condición humana de vivir conectados no haciendo de fusible que interrumpe el fluido eléctrico haciéndolo con los mil detalles de una interacción.
Muy sutil análisis, Eloy, nunca defraudas.
Lo de la sincronía interaccional, de la cual no tenia ni idea hasta leerte, Eloy amigo, me ha abierto una puerta más a la oración de estos días por las personas que han de morir solas, y mueren solas. No tengo nombres para un memento personalizado, sino números que han sido personas. Y por ellos rezo. He recordado al rector de San Andrés de Teixido, junto al Cantabrico entre bosques, donde el que no va de vivo, va de muerto, que como había tal cantidad de gente encargando misiñas por sus difuntos, solía decir “fagamos un misote e que valán tudos pra lá”.
Genial