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¿Víctima o testigo del Coronavirus?

Esta mañana he seguido a las siete la Misa del papa en Sta. Marta, que a pesar de mi devoción personal por Francisco y lo mucho que he meditado en mi vida el texto de Lucas sobre la Anunciación, no he podido aguantar la irrealidad del rito, sin atreverse a conectar el Misterio con el aquí y ahora, sino insistiendo solo en un texto, un misal rígido (¡ni siquiera se atreve a rezar el padrenuestro con la versión que se decretará en documento oficial en el mes de abril!: en italiano dicen como en latín “no nos induzcas a la tentación”) y una custodia para bendecir al final. En cambio, me ha hecho bien leer para empezar el día este testimonio de un jesuita víctima y testigo de hoy. Me lo ha enviado mi amigo Alberto Guerrero desde Información SJ. AD.

Me piden que escriba unas letras sobre cómo estoy viviendo este tiempo de aislamiento. El haber sido tocado por esto del Coronavirus y haber visto sus garras primero en casa y luego en el hospital, sin hacerme sentir diferente a nadie, me convierte un poco en víctima y otro poco en testigo, como muchos otros. Creo que el aprendizaje está en ir del primero al segundo.

Víctima, como tanta y tanta gente que a mi alrededor lo padece y lo sufre. Con esa incertidumbre de ver los síntomas aparecer y darme cuenta de que nada me calma, de que nada alivian esos remedios de paracetamol, ibuprofeno, nolotil, y tantos otros calmantes. ¡Qué desesperación llegué a sentir con esa maldita fiebre que no se me iba!

Víctima, porque me sentí esquizofrénicamente desinformado de lo que realmente me pasaba. Pues los números oficiales de teléfono a los que llamaba, nunca me cogían, o los médicos me lo negaban todo en los pasos previos al ingreso, quédate en casa, me decían, será una gripe, será un cuadro viral, bueno, te vamos a hacer unas pruebas y te vuelves a casa… Cuando por otro lado, los medios me inundaban de información con los síntomas, y día a día en mi domicilio comprobaba que eran los que yo tenía. ¡Llegué a no entender nada!

Víctima también de verme de repente marcado y señalado, como alguien al que hay que aislar inmediatamente y del que hay que prevenirse, del que hay que avisar urgentemente que lo tengo, para que todos aquellos con los que estuve en contacto se pusieran rápidamente en cuarentena. Lo que me hizo ver el rostro más amargo de esta pandemia: estoy contagiado y condenado a estar solo, apartado. Todavía resuena en mi cabeza el grito de una enfermera diciéndole a otra que se disponía a entrar en mi habitación: ¡En la 325 no entres por nada del mundo! Cuántas habitaciones y domicilios tienen esa marca y se les habla y mete la comida desde la puerta, o se les llama por teléfono una miserable vez al día desde los centros médicos, para poco a poco dejarles morir, como a Pepi, la sacristana de nuestra parroquia.

Pero esta vivencia de víctima, que tal vez es la primera, tiene que ir dejando paso a otra, la de testigo, y ésta, al menos en mi caso, está siendo la vivencia más profunda y más fecunda, en lo que puedo alcanzar a ver.

Testigo de ver como la debilidad me roza, se instala en mi vida o me llega a invadir: es muy duro vivirse ahí, durante minutos, horas, días que se hacen eternos… Pero a la vez es muy fecundo, porque toco el humus y la tierra de eso que soy realmente, un ser terrenal, finito, fragmentado…Muy lejos de ese endiosamiento y centro en el que me gusta vivir, y por el que me afano cada día desde mi pericia personal o profesional. Qué bueno que este dichoso virus nos esté a todos haciéndonos sentir débiles, a los especialistas, a los políticos, a los profesionales de la salud, a los familiares, y cómo no, a los enfermos. Qué oportunidad está siendo para aprender a adorar y dar gracias por el misterio de fragilidad y vulnerabilidad que envuelve esta aventura de mi vida.

Testigo de ver como tantas y tantas personas desde diferentes puestos hacen todo lo que pueden. Se cuenta como Van Eyck y algunos otros pintores flamencos firmaban sus cuadros con una misma frase que decía: «como mejor puedo». Y esa es la firma que todos estamos poniendo en esta cuarentena. Me gustaría estar mejor de lo que muchas veces me descubro, vivir mejor este difícil momento, sentirme más útil desde lo que voy haciendo o querría hacer… Todos estamos lejos o muy por debajo de eso por lo que tanto se nos mide en las empresas y trabajos: nuestro rendimiento profesional. Pero quién nos ha metido eso en la cabeza. Lo que la vida me pide en ésta y en cualquier otra circunstancia es que haga «como mejor pueda». Y me ha sido y es tan hermoso verlo en los cuidados de la gente de la comunidad en la que vivo y que tan cariñosamente me atienden en el aislamiento; como en Raúl, el médico que durante esos cinco días que estuve en casa me llamaba por la mañana, por la tarde y por la noche, como en todo el equipo del hospital de Asisa en Moncloa donde estuve ingresado cinco días, como en toda esa corriente de mensajes de ánimo y oración que he recibido y recibo por el teléfono, como en la sociedad entera que lo único que puede hacer es quedarse en casa y aplaudir agradecidamente todos los días a las 20 h. Qué gran aprendizaje éste de todos sentirnos más torpes, menos eficaces, haciendo solo “como mejor podemos”.

Testigo, finalmente, de lo incondicional. No tengo dudas de que esta pandemia me está obligando en todos estos días a mirar de frente a ese acontecimiento al que siempre intento esquivar: la muerte. Lo veo en las cifras que cada día se van multiplicando y que ya no son cifras, sino rostros e historias de personas que quiero, cercanas a la familia, al barrio en el que vivo, al trabajo, a la parroquia de la que formo parte, a todos los ámbitos de la sociedad… En mis días de hospitalización, las cuatro noches me despertaban los gritos del paciente de la habitación de al lado, al cual con oxígeno y todo le venían ataques de tos que intentaban ahogarle… y yo al lado rezaba. Mi madre, que también me llamaba cada día dos veces, el martes 17 me contaba cómo el domingo 15, cuando los puse por el Whassap familiar que me llevaban al hospital, dice que le dijo a mi hermano con el que vive que la acompañara a la iglesia a rezar. Yo, sin dejarla terminar, le pregunté: ¿no le habrás pedido a Dios que me cure sí o sí? Y ella, con su fe de 84 largos años me dijo, “no hijo, cómo se te ocurre que voy a pedirle eso a Dios, si no somos nada”. Solo le dije que te curaras “si conviene”. “Y lo que luego le supliqué todo el tiempo es que donde tú fueras, que me llevara allí, contigo. Que solo junto a ti querría estar, fuera donde fuera”. En esa hora, solo acerté a llorar. Pero estos días volviendo a ella, siento que ahí empezó mi mejoría. Allí dentro de mí, donde hasta entonces solo existían el virus y la soledad que le acompañaba, de repente sentí que más adentro incluso, y saltándose todos los protocolos, se había metido el amor incondicional de mi madre.

Qué bueno, que esta pandemia nos esté poniendo cerca de lo incondicional de la vida que es la muerte, pero que es también el amor. Y que cuando acertamos a expresarlo, como mi madre conmigo, estoy seguro que se revelará más fuerte y entrará más adentro que el mismo virus, hasta arrancarnos de él. Así que no dejemos de gastar en teléfono para gritar a todos los que se sienten solos y enfermos que no lo están, que hay algo más fuerte que es el amor que les tenemos.

Seve Lázaro, sj

17 comentarios

  • Juan García Caselles

    Me pasa por leer deprisa. Perdón, pensé que el enfermo era Alberto.

  • Juan García Caselles

    Alberto: Hace muchos años que no nos vemos, pero siempre recuerdo tu entrega, tu amor.

    Me alegro de tu curación, bendito sea el Señor. Un abrazo

  • Carmen

    He de reconocer que en el mundo en el que vivimos , cuando la manida frase una imagen vale más que mil palabras se queda absolutamente corta, he de reconocer y reconozco que la imagen del Papa esta tarde ha sido insuperable. Eso no lo supera nadie. En absoluto. Nadie.

  • Santiago

    Abajo, en la tercera estrofa, debe decir por “Sus llagas”.

    Vale. SH

  • Santiago

    Es un artículo conmovedor por la cruda realidad que presenta y por la primacía del amor que es el motor que sostiene al mundo y nos sostiene a nosotros cada día.

    Es en el amor de su madre que Seve Lázaro se sostiene y de los que por amor no rehuyen a los que se encuentran enfermos sino que son los que responden primero ante “la caridad” que nos urge a todos. No es bueno la soledad en la vida, pero es muy triste morir solos y abandonados de los que queremos y hemos querido.

    Jesús mismo nos da el ejemplo en Su Vida, Su Pasión y Su muerte. Puesto que El experimentó TODOS nuestros dolores y por “Sus llegas” fuimos curados…Aceptando Su muerte cruel Jesús nos invita a confiar puesto que El mismo -no rechazó la Cruz- sino que en Getsemaní ya hizo la entrega de Su vida para rescatarnos del mal y sobreponerse al dolor, para vencer a la muerte al final. Debemos pedir “Señor que pase de mi este cáliz” pero yo acepto el final inevitable.si este es el medio para encontrarle a El. Esta es la esperanza en el amor cristiano.

    Deseo y ruego para Seve Lázaro sj  por su total recuperación y le doy gracias por su valeroso testimonio de amor que nos da una esperanza a los que como el no somos sino frágiles humanos.

    Un saludo cordial

    Santiago Hernández

    • Carmen

      Por favor, Santiago. No es el dolor el medio para encontrar a Jesús.
      La vida es como es. Usted lo sabe perfectamente. Si se cree que Jesús estaba encantado en el huerto aquel, vamos. Imposible. Menudo miedo tuvo que pasar la criatura sabiendo que iban a por él y que le esperaba la muerte. Y en la cruz, nada menos.
      No, querido amigo, no, el sufrimiento no es la manera de encontrar a nadie de bien. El sufrimiento cuando toca, toca. Punto.
      Y fuerza para encajar.
      Eso es lo que necesitamos. Fuerza para encajar.

      Cuídese.

      • Santiago

        Si Jesús hubiera estado tan “encantado” en Getsemani no hubiera pedido al Padre que Su cáliz pasara. Ni siquiera he sugerido que hay que buscar sufrir por sufrir pero existe siempre lo inevitable del dolor pues siempre vamos a encontrar la Cruz por nuestra imperfección humana. Es porque no podemos del todo evitar sufrir por lo que Jesus nos dice que “quien no lleva su Cruz y Me sigue no puede ser mi discípulo” (La 14:27)

        Y es más Jesús nos invita a seguirle en el dolor de la Cruz: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. (Mc 8:34) Es por eso que los cristianos debemos llevar la cruz al estilo de Cristo. Sabemos que la Cruz no es el ultimo fin. No es un fin en sí mismo sino solo un medio. No busquemos estoicamente o sádicamente nuestra Cruz.No nos rebelemos ante ella.No echemos la culpa de nuestras cruces a los otros. No maldigamos. Sino aceptemos nuestro destino y encontremos en el camino a Jesús que nos enseña a llevarla -con amor y por amor a nosotros- hasta el final

        Un saludo, sigamos protegiendones del virus.
        Santiago Hernández

      • Carmen

        Pues me siento fatal. Horriblemente mal, estoy cansada, aburrida, desesperada, me siento sola,impotente, inútil,no entiendo determinadas cosas que oigo, estoy aterrorizada por la crisis económica que intuyo cuando esto pase. Creo que el concepto de Europa que nos han vendidos a los europeos desde los años ochenta es una falacia total. Detesto a Alemania , les da igual el resto de Europa, los países del sur estamos abandonados a nuestra suerte. Cuando todo acabe verás la que se lía. A Grecia se la cargaron y como nos descuidemos Italia, Francia, España , Portugal y otros países seguiremos una trayectoria parecida. Volverán a formar un sacro imperio germánico .

        No. No lo llevo con resignación. En absoluto. Supongo que es el pico resto de vida que me queda.
        Así que en mi cabeza, virus uno, cristianismo cero.
        Y francamente, me importa un bledo

        Cuídese. El virus este jodío no distingue de raza, sexo , religión y esas cosas, pero nos ha cogido querencia a los mayores. Espero que Dios no tenga nada que ver en esa predilección, porque él también tiene su edad, tiene una barba muy blanca y…

      • Santiago

        Claro que le importa..porque si no, pues no se interesaría por el mundo..No hay indiferencia sino interés.
        Las cosas pasan..Alemania también pasará. El mundo con nosotros dentro se ha sostenido desde el comienzo en un misterioso equilibrio inestable pero sigue recibiendo información y renovándose constantemente.
        No podemos hacer predicciones. Este virus nos salió de una manera inesperada y por donde menos esperábamos y con una estructura peculiar que se nos escapa. Así pasó con el virus de la polio en los 50 y lo vencimos.
        La crisis económica viene. También pasará. Los humanos tenemos formas de sobrevivir hasta en Marte.
        El dinero no es lo importante. Ahora tenemos que cuidarnos nosotros por nuestros hijos, nietos y el resto de los más cercanos. Será bueno que podamos mantenernos bien en esta crisis. Así le ayudaremos a todos…Paz y sosiego..,

        Um saludo cordial
        Santiago Hernández

      • Carmen

        Gracias.
        Soy un poco distimica, pero ya lo habrá notado. A veces, uuuuuufffffff.

        Pero al día siguiente vuelve a salir el sol

        Gracias.
        Un abrazo.

  • mª pilar

    Solo le deseo ¡Ánimo! pase lo que pase.

    Y estar de alguna manera, atentos, porque la muerte camina a nuestro lado cada día, y un día, se hará realidad.

    Estoy de acuerdo:

    El amor de verdad, siempre nos da… ¡alas!… para volar por encima de todas las cosas que nos sucedan.

  • Asun Poudereux

    Gracias por este testimonio de fragilidad capaz de transformar en lo que nada ni nadie puede arrebatar.

    “Qué bueno, que esta pandemia nos esté poniendo cerca de lo incondicional de la vida que es la muerte, pero que es también el amor. Y que cuando acertamos a expresarlo, como mi madre conmigo, estoy seguro que se revelará más fuerte y entrará más adentro que el mismo virus, hasta arrancarnos de él. Así que no dejemos de gastar en teléfono para gritar a todos los que se sienten solos y enfermos que no lo están, que hay algo más fuerte que es el amor que les tenemos”

  • oscar varela

    Hola!

    OK!

    Por mi parte, aprender a ser viejo fue y es aprender a morirme.

    ¡Atención! dije morir-ME

     

    Como cuando YO-ME-muera (y la cosa me es in-dudable)

    no voy a estar presente,

    es que la voy aprendiendo ahora que estoy vivo

    (presente a mí mismo).

     

    Y ¿qué voy aprendiendo?; TRES cosas

    UNA: COINCIDIR CONMIGO MISMO (felicidad)

    DOS: NO JODER A LOS DEMÁS

    TRES: HACER COMO PODEMOS (lo de este hombre, y solo en 3er. lugar)

  • Carmen

    No te preocupes Antonio. Eso va a ser así siempre. No puede ser de otra forma. Ya sabes mi manía con la teología. Es un dogma básico. Como explicar si no que es hijo de Dios, es más, Dios mismo, que existe desde el principio como miembro de la Santísima trilogía? No hay otra.

    Pero  si nosotros pasamos por encima de los dogmas, imaginate las nuevas generaciones.

    El Papa, este, el otro , el próximo y el siguiente no puede hacer nada en este tema. Bueno si, pero hay que tener una fuerza y un convencimiento brutal. Y no se le puede pedir a una persona de casi ochenta años, educado desde la adolescencia en uno de los grupos de mas poder dentro de la iglesia, que capitaneó la contrarreforma. Es injusto. Pobre señor.

  • ana rodrigo

    Yo, sin haber llegado todavía a ser víctima, me obliga a ser una testigo diferente a quien sí lo ha sido, pero mis sentimientos y mi solidaridad, aunque sean diferentes, no pierden un ápice de profundad desde lo más hondo de mi corazón. Solidaridad especial, muy especial con quienes mueren solos, sin el consuelo de sus seres queridos, es terrible. Por lo que dice Alberto Guerrero, el amor es la experiencia más grande que podemos vivir, y verse privad@s de esa experiencia en el último aliento de tu vida, no puedo ni imaginar tanto dolor.

     

  • Carmen

    Joliiiiiiiiiinnn

    Perdón.

    Me ha hecho usted llorar.

    Sabe qué? Estoy solica, tengo casi ya mismo 67 años, fumadora , no mucho, pero después de ciecisiete años sin fumar, llevo diez años fumando. No como antes, pero fumo. Mis hijos me ven matusalénica , uno en Madrid, otro con dos niños pequeñicos. Todos mis hermanos son mayores que yo. La señora que viene a ayudar a casa , por supuesto no viene. Hablamos todos los días por teléfono, pero no es lo mismo. Además, soy de personas, no de imágenes.

    Bueno. Pues todas las noches cuando me meto en la cama y me tapo hasta las orejas  doy gracias a la vida porque todas las personas que conozco, toda mi familia, mis amigos, los que fueron mis compañeros antes de jubilarme, todos, todos, de momento estamos libres de este maldito bicho. Hacía tiempo que no pensaba tanto en todas las personas que conozco.

    En fin.

    Por su forma de hablar se le ve a usted fuerte de cabeza. Eso es básico. Saldrá usted de esta. Fijo.

    Un abrazo.

  • Gracias por compartir con todos los lectores de ATRIO este testimonio que nos hace sentir lo mas profundo de lo humano. Una lección de vida, un ejemplo de un amor maravilloso entre una mama y su hijo.