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La fuerza de los virus

Ya estamos todos encerrados en cuarentena para defendernos y defender a todos de la pandemia. Como las decenas de millones de habitantes de Hubei hace dos meses o como los diez jóvenes que Bocaccio cuenta que se encerraron encerraron en una villa cerca de Florencia para huir de la peste de 1348. ATRIO seguirá ofreciendo espacio de lectura y diálogo sereno. Y justo estos días se ha ofrecido a acompañarnos otro autor que seguro que nos hará pensar. Se trata de Carlos Díaz Hernández, un profesor universitario de filosofía, viejo amigo, a quien siempre he admirado y con quien a veces he discutido. Tengo ganas de leer sus Memorias de un escritor transfronterizo para presentarlas aquí. AD.

 

Pues aquí estoy, queridos amigos, y no en México como debiera, porque no me dejan salir: madrileño infectado, Achtung!

Esta mañana la ciudad de Madrid parecía otra, he visto a las gentes haciendo colas a medio metro unas de otras para comprar inútilmente mascarillas de protección, pues después del maná egipcio nunca hubo alimento más deseado en pueblo alguno en su travesía hacia la salud. No sé si soy yo quien les mira raro a ellos y a ellas, o ellos e incluso ellas los que me miran a mí del mismo modo. No pocos andan embozándose como en el motín de Esquilache, y por las noches seguramente caminarán por las calles de Madrid con el sombrero coronado de pluma y calado hasta las narices, no vaya a ser que reciban alientos fétidos de indeseadas exhalaciones, para que las superficies de sus rostros no queden al descubierto. De nuevo a cubrirse, a defenderse, a emboscarse.  Algo de ellos me está diciendo: cuidado, no te acerques ni un milímetro más, no invadas con tus virus mi virilidad (virus y viris lo tienen en común todo etimológicamente, como es sabido).

Interesante experiencia sociológica sobre la que se escribirán millones de libros y que, como otras anteriores, más o menos parecidas, no sé si servirán mucho para que la gente aprenda a tomarse la vida de una forma menos cerril. De momento ya hay un montón de artículos que han desaparecido de las tiendas como por ensalmo, pues hay gente que se ha llevado toneladas de papel higiénico, seguramente para la incontenible diarrea que brotará sin cesar de sus gordos traseros. El miedo, es decir, la baba trasera.

Tenía por aquí en casa un libro de Ciorán, En las cimas de la desesperación, que voy a hojear de nuevo para ver si me explica algo de esta experiencia mundial, a ver si me entero de la metafísica del mal. Merecería un libro mío comentándolo, y aunque no creo llegar tan lejos sí que algo haré, aunque me salga un Ciorán acioranado y más puposo aún que el suyo. De mis reclusiones voy a mis reclusiones vengo, y a Dios gracias nunca me ha faltado trabajo. Quizá hoy mismo la alerta de no viajar fuera se extienda a la comunidad de Madrid, así que miraré a ver si tengo por ahí La peste de Camus, y comparar también si aquella peste literaria es tan apestosa como esta otra hoy presente. Sería al menos una ocasión para escribir un Diario de la Peste Coronada por el Virus, o La coronación de la peste y el calvario del ser humano, aunque según voy escribiéndote esto me van surgiendo cataratas de imágenes; pero, en fin, el mundo y la realidad no están hechos para que yo los escriba o describa. Sea como fuere, nada de lo que está aconteciendo me sorprende, pues al fin y al cabo me he esforzado siempre por conocer el alma humana individual y colectiva, especialmente en los periodos de avalanchas y de crisis: se me da bastante bien la historia de la histeria, e incluso la histeria de la historia.

Increíblemente, por lo demás, hay gente que desde que se levanta entra en internet y allí se queda pegadita a la pantalla como una mosca catatónica contemplando una especie de reloj de víctimas que va registrando a cada instante entre los fragores del combate el deceso en todas las latitudes de la Tierra, pues el número de muertos en el mundo crece por milisegundos. Para los más falsos, en cualquier caso, es la hora de la verdad, pues durante toda su vida han estado deseando que llegara este día, el día de los cementerios de muertos bien rellenos. Las agujas van moviéndose y los muertos cayendo. Oficio de tinieblas.

Un comentario

  • ELOY

    Mi amigo Ezequiel me recomendó hace unos días como lecturas para estos tiempos “La Peste” de Camus y la “Historia de la Columna Infame” de Alessandro Manzoni (1842)

    Esta última obra relata las iniquidades judiciales cometidas en Milán con motivo de la peste de 1630.

    Yo he trasladado a los lectores algunos datos relativos a la “grippe” de 1918, que nos queda más cercana de lo que pudiera parecer y lo intenté hacer desde la realidad ciudadana más cercana al los ciudadanos ” de a pie”, bajo las bienintencionadas normas del Gobernador y el Alcalde.

    Sin más filosofía ni política que la del dolor desnudo de quien pierde, como arrebatada por una súbita ráfaga de viento, una niña de 14 años, llamada Catalina.

    Es el dolor, la inquietud, la desesperación, la sensación de desamparo etc. el rastro que va dejando en muchos corazones esta ráfaga de viento inesperada del coronavirus, que debemos enfrentar con serenidad y con la esperanza de lo que no tenemos, pero vendrá si por ello ns esforzamos.