Tras la gran recesión económica de los últimos años, afrontamos ahora su consecuencia social y cultural: la gran regresión que protagonizan populismos y nacionalismos en la política, el regreso al pasado más acá del centro o centramiento y del medio o mediación. La gran regresión actual reivindica un pasado popular frente al elitismo establecido por el viejo orden formal o formalista, en nombre de cierta confusión y desorden, de lo indiferenciado y caótico, del viejo duende oscuro del pueblo, del origen y lo originario.
Hay dos libros que han aparecido en esta coyuntura y que inciden en esta regresión a un incierto desorden frente al orden establecido. El uno se titula Poética del caos y el otro Lo demónico; en ambos se señala esa regresión a los orígenes que es a la vez crítica o negativa y abierta o regeneradora. En el primero se pide con el poeta Hölderlin que una nueva deidad reine sobre los hombres; en el segundo se vislumbra una deidad que no es diablesca o demoníaca, pero tampoco divina o luminosa, sino como un duende ambivalente, a la vez positivo y negativo, vida y muerte. Un duende que atraviesa al mismo amor, definido por G.A.Bécquer como un caos de luz y tinieblas al mismo tiempo.
Hay hoy un nuevo extrañamiento ante la vida y una incertidumbre mundial que nos condiciona. Hay un nuevo romanticismo nada romántico, por cuanto ya no es individualista sino comunal, que concelebra lo inquietante. En Poética del caos se presenta a J. E. Cirlot como el simbolista de nuestra regresión, el poeta que recupera de la mística sufí la figura de Daena, la amada celeste que identifica con Bronwyn, el alma femenina del mundo que sintetiza la vida y la muerte, la muerte y la vida en reunión. Pero también se estudia a F. Arrabal, entre tantos posmodernos, como crítico corrosivo de lo real en nombre de una realidad otra e inversa, que recupera la barroquería de B. Gracián y su corrosión del mundo.
Por lo que respecta al libro de lo demónico, este término refleja lo humano como extraño, nuestra propia extrañeza y otredad. Pues el hombre es ese duende o daimon situado entre lo divino y lo diablesco, a modo de confusión de contrarios, representando la complicidad del bien y el mal, de lo bueno y lo malo, en una ambivalencia o ambigüedad que resulta estridente. Por eso se postula una sublimación de lo demónico, así pues, una articulación de lo caótico o indiferenciado, una síntesis de caos y orden en un “caosmos” que coimplique caos y cosmos, confusión y fusión, ruido y lenguaje. Pues el sentido tiene que asumir el sinsentido humanamente, precisamente para que no se desborde inhumanamente.
Estamos en un momento de regresión populista que trata de encontrar en los orígenes caóticos una nueva regeneración, la cual solo es posible como articulación del caos. El caos etimológicamente significa apertura radical, mientras que el orden dice cerradura radicada; precisamos de un caos no radical, y de un orden que sea más bien concierto. Las nuevas formas culturales actuales, desde internet a la paracultura, muestran una cercanía populista al caos que requiere filtraje y mediación, so pena de recaer en la demagogia política y cultural. Nuestra actual regresión no puede quedarse meramente en eso, ya que se trata de un regredir al origen para progredir al futuro abierto desde un presente discontinuo.
Se trata de una crítica material al formalismo cultural vigente, de ahí su informalidad o informalismo. Precisamos entonces de una nueva síntesis frente al barullo contemporáneo, barullo que parece provenir directa y estridentemente de bar y aúllo.
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