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La ruta del colesterol

  El pueblo en el que resido cuenta, como tantos otros, con un paseo que es conocido popularmente como “la ruta del colesterol”. Allí, además de andar o correr, también se habla -cuando nos cruzamos con amigos o conocidos- de nuestros respectivos estados de salud. Nos intercambiamos los resultados de la última analítica médica, comentamos el ejercicio físico que se nos ha prescrito y hay quienes porfían por ser los que más pastillas toman… Es frecuente encontrarse con personas que, mejor informadas, conocen con toda precisión la horquilla de dígitos dentro de los que se juega una vida saludable y que, sobrepasados o no alcanzados, indican el padecimiento, por ejemplo, de diabetes o hipoglucemia, ya sea por exceso o defecto de azúcar en la sangre. Saben que entre tales extremos se da un equilibrio permanentemente inestable y, por ello, una enorme diversidad de situaciones: es difícil encontrar dos analíticas iguales no solo entre sujetos diferentes sino, incluso, en una misma persona a lo largo de una jornada. En el cuidado de tal equilibrio se mueve lo que hoy entendemos por vida saludable.

        A la luz de esta matizable anécdota, creo que también es posible diagnosticar la salud de una sociedad por su atención al equilibrio entre libertad y solidaridad. Cuando nos encontramos con países en los que lo determinante es la solidaridad al precio de la libertad, sabemos que tienen enormes dificultades para eludir el autoritarismo. Y cuando nos topamos con otros en los que la exaltación de la libertad anula la solidaridad, conocemos igualmente que se ponen las bases para un neoliberalismo que, sin entrañas, se preocupa más de la libertad de movimientos del zorro que de la precaria existencia de las aves con las que comparte gallinero. Pero también sabemos de la existencia de sociedades en las que se intenta buscar, con mayor o menor fortuna, el añorado equilibrio entre libertad y solidaridad. Es la apuesta de los países que han erigido el bienestar social de todos sus ciudadanos (incluidos los no rentables económicamente) en su objetivo principal, sin obviar, por ello, los problemas que comporta semejante opción y los necesarios correctivos.

        La referencia a una vida, personal o socialmente, saludable también permite diagnosticar lo que está pasando en la Iglesia en estos momentos. Es de sobra conocido que el papa Francisco está apostando por recuperar un equilibrio, perdido los últimos decenios, entre, por un lado, el Evangelio y la doctrina y, por otro, entre la contemplación y el compromiso liberador. Y también es sabido que tiene enfrente una oposición cada día más aguerrida y temeraria.

        Está buscando, en primer lugar, un nuevo reequilibrio entre la “loca creatividad” que brota del programa de Jesús en el monte de las Bienaventuranzas y la “seguridad” que proporciona la ciega obediencia a la legislación y al magisterio eclesial. Como resultado de semejante búsqueda hay quienes denuncian que está confundiendo la Iglesia con una ONG; como si al atardecer de la vida no se nos fuera a examinar del amor, sino de las veces que hemos faltado a la eucaristía por dar de comer al hambriento, de beber al sediento, por visitar al enfermo y al encarcelado o acoger al migrante. No faltan, incluso, quienes le acusan de ser “hereje”, es decir, un fundamentalista por articular el Evangelio y la doctrina eclesial desde la centralidad del primero. La ignorancia, también entre los católicos, es atrevida.

        Y, en segundo lugar, no se cansa de recordar la importancia de articular la contemplación del misterio de Dios en las transparencias del cosmos, de la vida, de la conciencia personal y de la historia con el compromiso liberador, sin incurrir en los excesos de quienes se refugian en una mística de ojos cerrados o sin acabar quemado por correr la maratón de la vida como si fuera un sprint. Ante tales extremos, insiste, a tiempo y a destiempo, los católicos están llamados a ser “contemplativos en la acción”, es decir, a circular entre los Tabores actuales (¡qué bien se está aquí!) y los Calvarios contemporáneos (¡Dios mío, por qué me has abandonado!). En los primeros, para cargar las pilas. Y en los segundos, para bajar a los crucificados de sus respectivas cruces o para impedir que existan, más allá de que haya que cuidar con particular esmero a los quemados por una desmedida generosidad y más allá de que emerjan espiritualidades tan obsesionadas por el silencio y la unidad interior que acaben descuidando que dicha unidad es “ex – céntrica” (pasa por hacerse presente en las periferias) y que ese silencio coexiste con los gritos que allí se profieren.

        Creo que la “ruta del colesterol” que propone Francisco lleva a caminar, de manera permanente, entre estos tres “ochomiles” que son el corazón del Evangelio: el programa (doctrinal) proclamado en el monte de las Bienaventuranzas, las consolaciones (incluidos los sacramentos) que se encuentran en los Tabores actuales y el compromiso liberador en los Calvarios de nuestros días. Difícil lo tienen sus acusadores.

5 comentarios

  • Santiago

    Es el “equilibrio” entre la doctrina y la praxis en lo que realmente  nos  debatimos los humanos cada día y de lo que tampoco se libran los Obispos de Roma como Francisco. No podemos abandonar la vida espiritual “así como así” para dedicarnos a la vida puramente “activa” puesto que el mensaje de Cristo no va encaminado exclusivamente “a la obra externa” sino que Jesús “nos mira el corazón” y de que nos sirve “ganar todo el mundo” conservando la Tierra y “su verdor” si perdemos la vida eterna, que es el verdadero y último destino del ser humano. No solamente Laudato Si sino también Mystici Corporis Christi puesto que el Concilio Vaticano II no abolió a los demás sino que se apoyó en ellos para provocar “la apertura” evangélica respondiendo al signo de los tiempos sin dañar los principios perennes que reafirmó Jesús a su venida.

    Pero el Evangelio es un equilibrio de contrastes. Jesús es el equilibro perfecto de la santidad. El nos dice “Venid a Mi” pero “arrepentíos de vuestros pecafos”…Claro “no te condeno” pero “no vuelvas a pecar”…”No solo el que dice Señor, sino el que hace la Voluntad de Mi Padre”..ese entrará en el Reino..El que reza y confía…pero también el que ama al prójimo..El que recibe a Cristo Eucarístico arrepentido y penitente o inocente y el que lleva ese Amor a los demás..Es ese “equilibrio” de Cristo en el contraste que nos ofrecen las versiones diferentes del “kerygma”

    Es nuestra sinceridad en la praxis de la enseñanza de Cristo y el cumplimiento a cabalidad de su mandato “sacramental” lo que nos va a salvar.

    Un saludo cordial

    Santiago Hernández

  • Antonio Gómez González

     
    ¿Cómo no voy a concordar con lo dicho por J. Martínez Gordo? Me voy a limitar a subrayar o explicitar lo que él llama “compromiso liberador en los Calvarios de nuestros días” de la propuesta de Francisco. Lo del Calvario de Jesús se ha mitificado y, en tal sentido, retirado de este mundo traicionando el mensage del “compromiso liberador” inicial. Los Calvarios de nuestrros días son el hambre, la pobreza, las desigualdades, las injusticias, las políticas injustas y poco o nada democráticas.
     
    Es evidente que los más destacados enemigos de Francisco son los conservadores, religiosos y políticos, a los que el Papa dirige sus denuncias desde el Evangelio, el clericalismo y el “capitalismo que mata”. Por eso tiene tantos enemigos entre estos dos poderes. La Iglesia de Francisco no sólo no debe tolerar las injusticias sino que debe trabajar para corregirlas y/o suprimirlas.
     
    Las críticas de los que esperamos más cambios y más velocidad en la actualización del mensage responden a otros motivos, en los que Francisco está dando pasos, insistiendo en las luces que puso en marcha el Vaticano II, y que el clericalismo y el conservadurismo trataron de enterrar.
     
    Y digo más, Francisco apuesta por el diálogo y la negociación entre las fuerzas sociales y políticas a todos los niveles. Sólo así se irá haciendo realidad el “Reino de Dios”. Eso de que la religión y el Evangelio no deben ni pueden entrar en el terreno de la política, supone renunciar a lo que Jesús Gordo llama “el compromiso liberador en los Calvarios de nuestros días”. Para ello es imprescindible el voto, pero se nos exige mucho más. Lo que si no puede ni debe hacer la religión y el clericalismo es impedir o dificultar la liberación de los hombres y mujeres, de la creación, contradiría su mismísimo sentido.
     

     

  • mauricio

    magnifico articulo,como casi siempre.Lastima que nuestros pbispos no se enteren.

  • Ana, es la misma cosa. Es la misma cosa esa de ver las multitudes enfebrecidas en su interior por unos anuncios del Evangelio, (las procesiones) que marchan a paso lento por las calles. Y que tú respetas bien, como dices. Lo que parece extraño, raro, es que el mensaje se presenta con una iconografía conmovedora, una música adecuada, unos olores…el incienso y un fervor que reflejan los rostros, algunos con lágrimas. Pero siempre con seriedad y tensión interior. Hay avenidas en mi ciudad que se convierten en catedrales en tensión amorosa porque sí, sin que lo mande nadie. Y todos con los ojos clavados en un Crucificado que camina paso a paso hacia cada uno. Hay mucha Iglesia en la devoción popular. No es poner la tilde a tu comentario sino ampliarlo según lo veo.

    Respeto sí, más veneración también a las muchedumbres que adoran a su manera a Jesús y a su santísima Madre.

  • ana rodrigo

    Después de escribir mi último comentario en el post de Alberto, leo éste de Jesús Martínez y casi me siento invitada a continuar lo dicho en mi anterior comentario.

    Este Papa, si ha ganado credibilidad  en la sociedad contemporánea como jefe religioso, ha sido porque habla de problemas humanos y se acerca con sus palabras a las personas sufrientes. El que haya tantos jerarcas que quieran que este Papa desaparezca o sea declararlo hereje, nos está indicando  el caparazón que la Iglesia-Institución tiene, hecho de dogmas y creencias inútiles, frente a una realidad que nos rompe la retina del alma al tener delante, en primera línea, el sufrimiento de tantos millones de seres humanos debido a las injusticias derivadas de un sistema capitalista, generador de injusticias incontables.

    No es menos cierto que Francisco, como todo cristiano o cristiana chapada a la antigua, sigue pidiendo a Dios que nos libre de tantos males. Pero Dios no está fuera de nosotros, ni tiene que venir a hacer lo que nos toca hacer a nosotros; de hecho no hace nada para evitar catástrofes e injusticias.

    La Iglesia, debería coger el evangelio, ni siquiera el conjunto del NT en principio, aunque los evangelios fueran escritos después de que Pablo hiciera sus escritos, y, desde una buena exégesis y un adecuada hermenéutica,, además de una intensa formación en el clero, más la incorporación de las mujeres a los órganos teológicos y de decisión, y dirigirse a una sociedad que, como he dicho, cada vez menos interesad por la religión. Haciendo una salvedad con la religión y los ritos populares que el pueblo celebra una vez al año con gran devoción en las fiestas del patrón o la patrona, o las multitudinarias peregrinaciones o las semanasanatas, y que tanto reconforta anímicamente a multitudes. Esto es otra cosa, que yo respeto, pero es otra cosa diferente al mensaje de Jesús.