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Sobre el amor de amistad

      A Rui y Lou

                Te busco y no te encuentro: pero al final te reencuentro en mí. El joven es más carnal, el viejo es más espiritual o espirituoso y puede respirar el amor aun sin atracarlo. Yo diría que habiéndolo tocado en la juventud para en la vejez retocarlo, es decir, trastocarlo y trasmutarlo. Quien no me entienda tampoco entenderá la voz del amor de amistad que reza escueta, tal y como el amigo la sintetizó brillantemente un día así: celebramos la bondad de nuestra intimidad; así pues, una auténtica concelebración mistérica.

        Intimidad frente a la intimidación de este mundo bello y bruto, interioridad frente a la exterioridad encerrada y banal. El amor de amistad se basa en la complicidad o coimplicidad, en la devoción o veneración del otro, en la sensibilidad correspondida. Por eso la amiga escribió en la postal con las gaviotas en su playa un texto venerable, aunque resulte inflado desde fuera pero inflamado desde dentro: rezar debe ser lo mismo que escucharte o leerte, una ascensión, un desvanecimiento, un augurio de claridad, una alegría a la altura de la infancia, un encuentro con lo eterno: me existes, nos respiro.

        Y tú resistes y nos aspiramos. El amor de amistad es amor y por tanto afección o afecto, un amor afectivo o anímico, mediador del amor carnal y del amor espiritual y, por tanto, andrógino o ambivalente, implicativo y abierto. Todo ello frente al amor posesivo o atrapador, falto de libertad y sobrado de libertinaje, falto de aire, rudo y cerrado. El amor de amistad no se basa en el cogimiento del otro sino en su acogimiento y recogimiento, no se funda en el poder que incluye el dominio sino en la potencia que incluye su impotencia, en la com-pasión como mutua pasión alada. El amor de amistad suspira a través de un lema crucial: yo eres, tú soy, una ilusión no ilusa por el otro/otra y una mutua presencia romántica y simbólica que abre el tiempo a su eternidad.

        Juan Ramón Jiménez en sus Elejías intermedias, se mostraba triste por quedarse sin el yo -qué triste estoy sin mí-, una tristeza desolada que hunde sus raíces en la soledad desamorada, pero que encuentra su resolución clásica en la querencia o amor de dilección que trasciende la mera estima. Añadiríamos aquí que el amor de amistad se preocupa paradójicamente más por amar que por ser amado, más por dar que por recibir, más por el otro que por uno mismo. Parece un asunto ascético pero es más bien místico o sagrado, religioso o religador. El mismísimo Quevedo lo expresa lacónicamente afirmando que “amo y no espero, porque adoro amando”. Pues el amor, como quería san Pablo, asume la fe en el otro y la esperanza abierta, porque en el amor se aúnan ambos. Pues bien, lo que añade la amistad al amor es su relajo o relajación a través del concurso de la fratría o hermandad, así pues la liturgia fratriarcal, la iniciación en los misterios de la intimidad sin la intimidación propia o ajena.

        Y es que contradiciendo a Lord Byron, la amistad es el amor con alas frente al amor sin las alas de la amistad. Y ello porque, contradiciendo ahora también a Colette, cuando uno es amado puede dudar del amor del otro, pero cuando uno ama no hay ya duda alguna razonable al respecto. La diferencia estriba en que el amor típico y tópico requiere el pago de ser amado, mientras que el amor de amistad requiere sencillamente amigar abiertamente.

4 comentarios

  • Asun Poudereux

     Estoy de acuerdo con los comentarios anteriores.
     
    Algo para mí elemental, pero no por ello sencillo y es la amistad, que considero nada secundario en las relaciones estrechas, sean las que sean.
     
    Las hace la amistad de lo más entretenido en  lo cambiante y dinámico de toda relación, hasta que finalmente el sentido del humor afincado  hace a lo inesperado, no sólo sorprendente, también mucho más atrayente y vinculante. 
     

    Estimula a actualizarse en ambas personas lo que está siempre por emerger desde su intimidad en continuo despliegue de lo que podría ser llamado consciencia-conciencia.

  • M. Luisa

    Pues eso, siendo el hijo el que dota de sentido a las nociones de padre y madre lo mismo sucede con el acto intelectivo humano  que dota de sentido nuestra   inteligencia. Valga ese breve comentario para ejemplificar un poco mi  comentario  que acabo de hacer en el articulo anterior a este.

    • M. Luisa

      rectifico…valga ese breve comentario para ejemplarizar un poco el que acabo de hacer en el artículo anterior también de Andrés ortiz. ¡que no te enteras m.luisa!

  • Juan García Caselles

    Cito literalmente: “el amor de amistad se preocupa paradójicamente más por amar que por ser amado, más por dar que por recibir, más por el otro que por uno mismo”. Y añado: no solo el amor de amistad, cualquier amor. si no es así, no es amor, Algo más: si es amor es profundamente respetuoso con el/la objeto del amor.

    No sé cómo es el amor de madre, que macho soy y no puedo evitarlo, pero sé muy bien lo que es el amor de padre, que ni siquiera espera ser correspondido. y así se entiende la famosa parábola del hijo pródigo. y ni siquiera entendido