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La Gaviota

En la orilla de estribor del rió San Pedro, frente al muelle pesquero, atracan los catamaranes que cruzan la bahía de Cádiz. Azul rutilante atenazado por el sol que se alza a levante a esta primera hora de la mañana víspera de la fiesta de la Virgen de Agosto. Sopla ya un poniente fresquito que ha hecho envidiable la playa todo lo que va de mes y que pide jersey al anochecido. El sol, el azul, el rielar de la mar que entra con la marea que sube deja las neuronas incapacitadas para otra cosa que no sea mirar. Y sentir mucho por dentro el empuje de vivir.

Tomo café en “La Gaviota” cruzando la estrecha calle que recorre el pueblo entero por la orilla de su río que se aboca a la mar en La Puntica, donde había una casa cuartel  en tiempos de don Francisco, solo arena, solo pino, solo retama en las dunas, solo resbalaje al fin para dejarse llevar tras rebozarse en la playa y quitársela en la mar para llenarse de sal, tanta sal, tanta hay, que al secarse la piel se cubre de blanco y una gaviota al pasar te mira dudando si ha crecido una su hermana al pararse en una duna para ver allá al sureste la dorada catedral de la  sede episcopal. O eres tu, un humano adolescente aprendiendo de la mar, que es universidad de la vida que enseña más que jarvár, donde van los señoritos hijos de los bodegueros que al jerez le llaman sherry para ganarle de más.

Pues “La Gaviota” donde hoy tomo café es taberna y es figón, donde ya al amanecer puede tomarse el orujo que desbarata la sed y arrastra malos humores, quita el frío y prepara la vejez. También a esas horas tempraneras una castora en botellita de un cuarto con chiclana o manzanilla trasegada de una vez expulsa fantasmas, miedos, penas negras a granel, y hasta resucita amores que las cepas han secado sin saber bien el por qué.

Los dos cuartos del lugar donde “La Gaviota” está y uno otro en una esquina que vende solo cebo y algún sedal, son los restos de una pasado de la gran casa derruida y destrozada y caída y enladrillada, por tapiada, que ocupa este solar que espera que Luis se aburra, se jubile, le entre un cancer o alguna otra maldad y se pueda construir en este grande solar. Mientras tanto aquí está y lleva más de cincuenta abriendo a las cinco con cuarenta del reloj, que es gaviota mañanera, de buen porte y de muy buenas maneras.

Seis mesas con sillas que veinticuatro suman todas al final, como otros veinticuatro eran caballeros del cabildo que gobernó la ciudad con los Austrias en la corte y regidor en San Marcos, un castillo de verdad, aquí junto, aquí detrás. Mesas de oscura madera donde se juegan las barajas que un un mueblete alacena controla quien es señor del local. Mañana y tarde la brisca, el cinquete, el subastao y hasta tutes pretenciosos alientan a quienes no ha tanto faenaban en la mar, estaban en el fielato, arrumbaban en las oscuras bodegas de los terrys, los osbornes, los del mérito, marquesado de por medio y hasta del fino garvey. Y civiles jubilados que guardan las entradas del contrabando aduanero que compañeros de cartas , les intentaban burlar.

Mañana y tarde sillas, mesas, manzanillas y café son la vida que les  resta,  que ya Kant, don Inmanuel, lo dejó dicho en francés y también en alemán: para vivir hay que tener algo qué hacer, amores que contemplar y una  esperanza de que este pasar los días desde chico hasta morir, tiene afán y algún sentir.

Quince de agosto y Luis cerrará mañana, ni cartas, ni manzanilla ni cafés. Pasará nuestra Señora en trono y con pasacalles por la puerta del local. En la acera, como siempre, los clientes que estén vivos verán la Virgen pasar. Los que jueguen al cinquillo, allá con los angelillos, ,ésos, queridos amigos, ésos no van a cerrar. Su “Gaviota” no es de Luis. 

Acaba de rolar el viento. Hay levante. Quince de agosto en El Puerto, de Santa María, claro. No hay puerto más celestial.

2 comentarios

  • mª pilar

    ¡Cuanto “sentir” en esta historia de la Gaviota!

    Cuantos recuerdos de nuestro paso por Andalucía… Amistad y gratitud llenan el alma.

    ¡Gracias Alberto!

    Un abrazo entrañable.

    mª pilar

  • Olga Larrazabal Saitua

    Hola Alberto: Qué buen café parece ser el de La Gaviota. No se si tendrá un carajillo dentro, pero parte de tu descripción te ha salido en verso…