Tres ciudades protagonizan en la historia universal otras tantas revoluciones. París a fines del siglo XVIII con la Toma de la Bastilla, Moscú en el siglo XX con su Plaza Roja, Pekín en vísperas del XXI con Tiannanmen. París defenestró la nobleza y las monarquías absolutas, y encumbró a la burguesía al paso que iniciaba el proceso de independencia de Estados Unidos y Sudamérica, Moscú intentó poner a los mandos de la historia al proletariado, poniendo en marcha también al Tercer Mundo hacia la independencia, Pekín en Tiannanmen iniciando la etapa de independencia económica y desarrollo del mismo Tercer Mundo.
En los tres casos, las revoluciones consiguientes dieron lugar a violencias y muertes, a guerras cada vez más universales y cruentas. Pero sería de miopes juzgar estos acontecimientos desde esa sola perspectiva de la muerte y la guerra. Y desde luego, Francia con su himno de la Marsellesa proclama su orgullo por su Revolución francesa, Moscú no acaba de derribar sus estatuas de Lenin y Pekín y China se sienten orgullosas de haber colocado a la economía del país que dormía bajo los efectos del opio en su época de dominio colonial al segundo puesto de la economía mundial, pisando los talones al primero.
El aniversario de los sucesos de Tiannanmen en Pekín ha reavivado en los mass media del mundo occidental las críticas y la denuncia de la crueldad con que supuestamente actuó el Estado contra los manifestantes. En todo caso, Tiannanmen fue la consolidación del giro copernicano que tomó la política china y de la superación del maoísmo por una fórmula que sintonizaba el socialismo de signo marxista con la economía de mercado.
Muy pocos parecen comprender este maridaje entre socialismo de signo comunista y economía de mercado. Los hay que pretenden que China es hoy un país capitalista, mientras otros mantienen que es la fórmula ideal del socialismo. Y bien cierto parece que, con la fórmula maoísta, copiada al pie de la letra del modelo soviético, China no logró salir de la miseria y el tercermundismo, mientras que la fórmula que se impuso tras los sucesos de Tiannanmen fue el arranque de un proceso de crecimiento económico con ritmos no superados por ningún otro país en ninguna época de la historia, entre el 20% y el 10% anual.
No faltan quienes creen que ese crecimiento de vértigo se ha logrado gracias a un recorte de las libertades propio de las dictaduras más represoras y una negación de todos los derechos humanos. Son muchos los ciudadanos chinos y no pocos dirigentes políticos que reconocen ya va siendo hora de avanzar hacia una convivencia inspirada en la Declaración universal de los Derechos humanos.
En todo caso, justo es reconocer que el planeta entero y el Occidente, al igual que el Oriente, tenemos mucho que mejorar en el respeto a los derechos humanos y a los acuerdos internacionales y a la lucha contra el calentamiento global y la contaminación que amenazan con hacer imposible la vida humana.
No dudo de que la democracia sea “el sistema político menos malo”, pero me pregunto si para instalar la democracia, o para renovarla, será necesario un período más o menos cercano a la dictadura. Ne quid nimis, nada en demasía. ¿Será esa la lección que nos está dando China?