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La sociedad del miedo

Hace algún tiempo un amigo psicólogo me dijo que los dos sentimientos fundamentales en los seres humanos son el amor y el temor. Viendo la realidad del mundo que nos rodea me parece que tenía mucha razón. Desde luego en el mundo capitalista está muy extendido el amor al dinero. Pero me parece que el amor de que hablaba mi amigo no tiene nada que ver con ese amor al dinero que más bien es ansia enfermiza.

En esta sociedad el amor sí está muy presente en los relatos de ficción, sean novelas, películas o series. También está presente en los anuncios de la tele. Es muy corriente que nos presenten a una pareja muy unida, muy feliz… y comiendo hamburguesas de McDonald’s, o embarcándose en un crucero a las islas griegas. Pero en la realidad encontramos poco amor. Lo que domina es el egoísmo individualista, el polo opuesto al amor.

El sistema capitalista nos empuja continuamente a la competencia, es decir al enfrentamiento sin tregua para sobresalir sobre los demás, para conseguir el éxito a cualquier precio, la dura e implacable lucha para conseguir situarse en el reducido y selecto grupo de los triunfadores. Poco espacio le queda al amor en este ambiente. Incluso las relaciones personales, las relaciones de pareja, todas están influidas por este clima de egoísmo y competencia. Zygmunt Bauman habla de sociedad líquida en la que las relaciones, los afectos, las amistades, las fidelidades se van deshaciendo como un helado que pierde consistencia y poco a poco se va convirtiendo en un líquido espeso y pringoso.

Y cundo el amor se pierde, inevitablemente surge el temor. En un artículo reciente recordaba “El miedo a la libertad” descrito por Erich Fromm. Cada vez más se trata de un temor generalizado. Ya en 1986 Ulrich Beck publicó su conocida obra La sociedad del riesgo. En el tiempo trascurrido el riesgo se ha acentuado, se ha hecho más presente y amenazador, de tal manera que ahora es otro sociólogo alemán Heinz Bude el que pasa a calificar nuestra sociedad como “La sociedad del miedo”. Comprueba la falta de perspectivas que hay en nuestras sociedades, la ausencia de esperanzas de mejora, y eso le lleva a afirmar que: “Mucha gente ya no tiene una promesa en la que creer. Ha sido sustituida por el miedo. Cada uno está solo y es responsable de sí mismo”.

En un artículo de El País Koldo Unceta describe muy bien el ambiente en el que vivimos:

“Vivimos una época caracterizada por la inseguridad humana. La confianza y las certezas –buenas o malas– de otros tiempos, los de las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, dieron paso a un período de incertidumbre y de perplejidad, que ha acabado desembocando en abierta inseguridad. Y la inseguridad, ya se sabe, es incompatible con el bienestar… Hoy en día la inseguridad se ha tornado ya en temor, en miedo. Mucha gente teme perder su empleo en un entorno en el que las empresas pueden cerrar sus puertas de un día para otro y decidir trasladarse a otro lugar; otros tienen miedo a perder sus ahorros, como consecuencia de una operación fallida del fondo de pensiones en el que depositaron su confianza; muchos temen una subida de los tipos de interés que convierta el pago de su hipoteca en una misión imposible; tenemos miedo al sida, así como al cambio climático; y, por supuesto, a la violencia, a que entren en nuestra casa por la fuerza o nos atraquen en la calle. Vivimos tiempos de globalización, de inestabilidad, en el que el riesgo asoma en cualquier esquina, mientras se debilitan las instituciones que deberían defender a las personas. Tememos por nosotros y por nuestros más próximos”.

¿Cómo intentamos defendernos de ese miedo? ¿Encerrarnos en un refugio “seguro”? ¿Buscar nuestra propia seguridad en el terreno económico, laboral, frente a la delincuencia, frente a la enfermedad? Eso nos aísla cada vez más, nos deja más solos, más débiles frente a un mundo que se tambalea.

Otros intentos vanos de hacer frente al miedo son los nacionalismos. Agrupan a sus seguidores en torno al egoísmo colectivo, al mito histórico de “la patria” y a la amenaza que suponen “los otros”. Pero con eso lo único que logran es aumentar el clima de aislamiento y de temor. Para ocultar el temor, ocultárselo a los demás y a ellos mismos, no encuentran nada mejor que un lenguaje grandilocuente, agresivo e insultante.

¿No podríamos buscar la liberación del temor recurriendo a ese otro gran sentimiento humano: el amor? Es verdad que pocas palabras hay más manoseadas y manipuladas que la palabra amor. Quizás sea mejor recurrir a otros términos que nacen en ese terreno fértil del auténtico amor y están menos desgastados: solidaridad, fraternidad, compasión, colaboración, compartir… Sólo moviéndonos en ese terreno podremos encontrar la fuerza, fuerza común, fuerza de todos que nos libere a todos de la inseguridad y el temor provocados por el espíritu capitalista. Y alimente la esperanza.

2 comentarios

  • Mª Pilar García Martímez de Aguirre

    ¡Hermoso art. amigo Antonio!

    Lleno de verdad y realidad, gracias por todo cuanto nos comparte, siempre nos hace pensar en positivo y con esperanza, si logramos despertarnos de esa especie de letargo que nos está atenazando.

    ¡Gracias!

    mª pilar

  • Alberto Revuelta

    Antonio este caballero no tiene miedo. Podemos dedicarnos a discutir reformas eclesiásticas o eclesiales  según  nos parezca  a cada cual  entre los  miembros de la  Iglesia. O a no hablar de esos asuntos y pasar de ellos. Pero la denuncia publica realizada por el Papa Francisco en el Instituto San Carlo de Milán en el que acusa a Europa y a EE.UU. de “alimentar y provocar las guerras en Siria, Yemen y Afganistán para procurar ingresos económicos mediante la venta de armas” así como de “ser los responsables de la muerte de niños y civiles inocentes en esos países” habría encendido las alarmas de la cancillerías occidentales.Guste o no reconocerlo, las palabras del Papa a los estudiantes italianos tocan a rebato  en un asunto que afecta a gobiernos, ingenieros, mercaderes, militares, obreros, sindicatos y políticos de derechas y de izquierdas. Personalmente me siento solidario de lo que dice, de cómo lo dice y de quién lo dice. Denunciar las muertes de inocentes y de niños es como lo de posicionarse contra el aborto que tanto ha gustado a muchos cristianos y gentes de variadas tendencias. Esperemos que los niños vivos y asesinados con nuestras bombas tengan igual valor que los de Oregón, París, o Madrid, que esperan nacer.