Una mujer de 17 años ha sido degollada ayer por un hombre de 19 años, con el que mantenía una relación sentimental. Tras degollarla el hombre se arrojó a la calle falleciendo al ingresar en el hospital. Ha ocurrido en Reus, en Cataluña. Mientras los medios velaban el traslado de los políticos presos a Madrid para ser juzgados en el Tribunal Supremo y Maduro era el objeto preferente de políticos, diplomáticos, servicios de información y obispos de toda clase y condición.
17 años la mujer. 19 el hombre. Nacidos después del año 2000. Ya en el siglo XXI. Ya civilizados, ya demócratas educados en democracia. Don Francisco no existía ni en sus vidas, ni en su memoria. El nacionalcatolicismo un ectoplasma neuronal no invasivo. Libertad sexual. Libertad política. Libertad de circulación. Europeos. Educación obligatoria hasta los 16 años toda su vida. Ella degollada por él. El suicidado arrojándose por el balcón. La vida a tope, rota a tope.
En marzo de 1793 en la iglesia de San Luis de París, parroquia real en 1358 tiempo del rey francés Carlos V, desacralizada por mor de la revolución, predicó Robespierre sobre el culto a la Razón, la necesidad de poner la Razón en el centro de las decisiones personales, colectivas, del Estado.
226 años han pasado desde entonces. Rousseau explicitó en la Razón como deidad deseable, cuanto la Enciclopedia, la Ilustración habían aportado para la liberación de los hombres por la vía del conocimiento y la reflexión. La influencia de Rousseau sobre la educación como segura dirección para conseguir hombres nuevos. De Inmanuel Kant sobre el pensamiento occidental. Más tarde Nietzsche y Marx y los cientos de pensadores, científicos, profesionales de toda clase y políticos quienes han llevado a la humanidad a un nivel de vida y bienestar desconocidos desde el origen de la especie.
Pero una mujer de 17 años y un hombre de 19 han visto rotas sus vidas, a manos de éste, por una fuerza telúrica que, hasta el momento, no hemos conseguido vencer ni con leyes, ni con éticas civiles, ni con mitos religiosos, ni con morales tradicionales o nuevas.
Por muy mal visto que esté política y socialmente hablar como lo estoy haciendo, creo que hay que recordar que por miles años la mujer además de ser objeto de deseo, ha sido la creadora de vida y con ella ha garantizado trabajo, riqueza, soldados, poder. Y que los hombres, de mil maneras, han tratado de repetir ese rastro de la evolución. No hace tanto que el mundo ha funcionado así y en no pocos lugares sigue igual. Con violencia, con ceguera, con abuso de poder, con salvajismo ciego.
Nada justifica la muerte de una mujer de 17 años degollada por un salvaje de 19. Pero quizá esa muerte, esa degollación, nos este gritando algo más que reproches morales y leyes y más jueces y más policías policías. Y más aplausos al terminar los silencios del repetido ritual civil tan cánselo y huero con una misa exequial obligada.
Quizá nos este gritando, entre indignación y lágrimas, que las vidas humanas deben cuidarse amablemente desde la cuna y ayudarlas a vivir con los otros con respeto, con delicadeza, con sentimientos de solidaridad y de grandeza de alma. Y de eso deberíamos responsabilizarnos los padres, los educadores, los comunicadores, los guionistas y publicistas. Los diputados que se agreden sin respeto en el Congreso y en el Senado y alientan lo más siniestro del fondo criminal del país deberían parar y pensar antes de modificar leyes. Primero podrían esmerarse en respetarse unos a otros en público y en privado y transmitir así a los ciudadanos que la vida política es motor de vida social, de respeto y de vida y no de violencia de muerte, verbal ahora, pero degolladura luego.
Salvar las vidas de las mujeres es salvarnos todos. De la barbarie, del salvajismo, de la inhumanidad. Necesitamos mujeres vivas. Ese es lo objetivo a alcanzar en cuanto sea posible modificar el cerebro limbico de los reptiles que nos vestimos por los pies. McLean le puso nombre. Nosostros, los seres humanos, deberíamos ponerle deberes.
Ciertamente la educación es esencial, pero no sólo en cuanto a lo racional, sino también en nuestro subconsciente límbico, y a éste se llega mejor por la inmersión en un ambiente de valores sociales y éticos (y ojalá llegáramos hasta nuestro substrato reptiliano). Nuestra cultura está destruyendo alegremente el fundamento de los valores, en muchos casos exageradamente sacralizados; quizás esto afecte poco a quienes ya han alcanzado una madurez humana, pero en los inmaduros (jóvenes o mayores) puede desencadenar los impulsos animales del límbico, agravados por la autonomia consciente y libre. Urge reconstruir un mundo de objetividad, justicia y solidaridad.
Gracias Alberto,
El problema es que la educación hay que “mamarla”. Es necesario que se asuma desde la infancia en el hogar. No por parte del padre únicamente, sino también de la madre. Educar en el respeto y a ser posible educar en el Amor.
¡Gracias Alberto!
Estremecedor caso el que nos ha compartido.
¿Que podemos hacer, cuando los que desean cualquier clase de poder, se venden como “sanguijuelas” a lo que les va a proporcionar más beneficios?
Ahí está el verdadero mal de este mundo:
¡Poseer, ocupar los primeros “sitios”, los egos personales!
Cuando caminamos por esos andurriales… esas son las consecuencias.
Muy triste y vergonzoso es; lo fácil que el ser humano se deja comprar… por esas como luces de neón que nos atontan el pensamiento y endurecen nuestro corazón.
Un abrazo entrañable… me encanta cuando escribe así… desde el corazón.
mª pilar
Gracias de nuevo a Alberto por su nueva aportación para la reflexión.
Bien dice que la docencia no es solo ni mucho menos cuestión de la escuela, sino de todo el tejido social comenzando por aquellos que nos representan y que , en ocasiones, dan pésimos ejemplos de objetividad mesura, y buen y ejemplar comportamiento.
Estamos tocando el fondo, que decía Gabriel Celaya. De nada vale modificar el Código Penal o cualquier tipo de ley cuando el asesino está dispuesto a suicidarse a continuación. También está claro que no todos los asesinos son maltratadores, ni todos los maltratadores son asesinos. Así que, si no me equivoco, lo único que nos queda es cómo controlar nuestro subconsciente más profundo, nuestros instintos más primarios, nuestro cerebro reptiliano, lo que da la mata, que decía mi amigo Pepe Sánchez Ramos.
Creo yo que esta tarea corresponde a la educación, tanto de los hombres como de las mujeres porque ambos realizan la educación más primaria (y más profunda) en eso que llamamos familia (o las diversas clases de familia), cuya educación debe acentuarse en el aprendizaje del respeto al otro, varón o hembra, dejando claro que es tarea que corresponde principalmente a los hombres, porque, además, son el modelo que vamos a transmitir a nuestros hijos (e hijas).