Rostro de niña de mirada azul y mejillas rosadas, de tersa piel sin arrugas que los años, los vaivenes entre alegrías, penas y catástrofes, no habían logrado incrustar pese a intentarlo. Entró en el convento cumplidos los trece años y tenía ochenta y cuatro cuando coincidimos en el vetusto hospital de sangre que desde […]
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