Los medios informativos de España se identifican excesivamente y tendenciosamente con la visión de la emigración que nos viene desde los Trump, Salvini, y del coro de la Extrema Derecha Europea.
En honor y defensa de la verdad, en una visión evangélica de la emigración que busca un lugar en Europa para poder vivir, estamos obligados a intentar revertir esa falsa y cruel imagen y quizá no lo estamos haciendo como deberíamos, ni como lo hace una buena proporción de los ciudadanos europeos.
Espigando en Internet, presento unos pocos datos que se nos ocultan.
Un informe de la OCDE recogido por el Diario El Mundo señala que el 40% de los inmigrantes venidos a España figura por debajo del límite de la pobreza, frente a un 20% de población autóctona. Y ese nivel de pobreza viene causado sobre todo por su escasa cualificación laboral que les impide encontrar trabajo. Esta tasa de pobreza de los inmigrantes sitúa a España en el segundo lugar por la cola.
Otro dato: las estadísticas de inmigrantes que han obtenido la nacionalidad en los países de la UE donde residen vienen bajando desde 1015. En esta categoría, la primera del ranking es Italia, seguida de Inglaterra y Alemania. Por el contrario, las nacionalizaciones, han bajado por la cola en España, Irlanda y Grecia.
El informe de la OCDE señala que “la mayoría de los españoles tiene una visión bastante buena de los emigrantes, pero un 20% de ellos se consideran discriminados.
El Secretario general de la OCDE, Angel Gurria lamenta que los países de la UE no están haciendo demasiados avances en ayudarles a ellos y a sus hijos a integrarse”.
Hace unos días, un orador del encuentro de Vox en Madrid denunciaba que los emigrantes amedrentan y atacan a los ancianos en la calle. Pero lo que se ve constantemente es a emigrantes, sobre todo mujeres, que acompañan a ancianos impedidos como lazarillos y acompañantes. Que es uno de los trabajos en los que más son contratadas/os, no sabemos en qué condiciones de salario y seguridad social…
Los mismos que maldicen y calumnian a los emigrantes no tienen ningún rubor en reconocer que ellos están manteniendo un nivel mínimo de natalidad en España, que los hijos de los inmigrantes mantienen vivos los colegios públicos, los juegos infantiles en la calle, que los inmigrantes gastan buena parte de sus ingresos, demasiada por cierto, en arrendar habitación por habitación los cientos de miles de pisos vacíos que hay en España…
Tampoco tienen rubor en reconocer que los inmigrantes ocupan los puestos de trabajo peor cualificados y pagados, con contratos temporales, y dan trabajo a las Agencias de colocación…
Desde una visión de una España en la que las clases sociales están marcadas por enormes diferencias económicas y por barrios residenciales y por condiciones de vida, cabría decir que los emigrantes configuran el “subproletariado” de la clase obrera, un sector de la sociedad que quizá desde las alturas de las instituciones nuestro país se empeña en mantenerlo con las manos atadas, sin derechos de ninguna clase, sin papeles…
Deberíamos sentirnos un poco culpables de esa situación…También los partidos de izquierda, que no los tienen en cuenta; también los sindicatos obreros, que tampoco los tienen suficiente en cuenta También la Iglesia española…
Gracias, Honorio, por insistir en cambiar la manera de ver y mirar a los inmigrantes. ¡Qué poca memoria conservamos!
Nos empujan a una continua huída y así dispersos no poder detenernos a ver y discernir que en los demás, en concreto, los inmigrantes, hay mucho más en común y de lo que nos une, mientras, aquí y allá, impere la injusticia del poder de unos pocos sobre los muchos.
Un abrazo.
Me gustaría hacer una ampliación a algo que dice Honorio, tal como que los inmigrantes que vienen tienen una deficiente formación laboral, o algo por el estilo. Conozco muchos jóvenes llegados en patera que ostentan títulos de grado superior en universidades: arquitectos, ingenieros, y médicos y aquí no encuentran trabajo porque son negros y “han venido a quitarnos el trabajo a nosotros”.
Es una autentica vergüenza que pensemos así, los habitantes de un país emigrante, o es que ya se nos ha olvidado los viajes en aquellos trenes de asientos de madera que nos llevaban a Alemania, Bélgica, Francia o Suiza, la mayoría de nosotros sin un certificado de estudios primarios siquiera. Sin una formación laboral adecuada. Muchos analfabetos. Quejándonos constantemente del trato que nos daban en los talleres o las minas en las que trabajábamos.
El migrante de hoy viene porque en su país no se ha invertido absolutamente nada en ayuda por parte del primer mundo (mayoritariamente cristiano), y no se han creado puestos de trabajo para mantener un nivel de vida mínimo que les permita vivir allí donde tienen su familia, sus amigos y su tierra donde han nacido.
De eso nos tenemos que culpar nosotros que, desde aquellos lejanos años en que el entonces presidente Felipe González Márquez, aprobó un 0,07% para ayuda al desarrollo de los países del Tercer Mundo, tan solo hemos llegado al 0,025%. No se nos ha ocurrido que si no presionamos a los gobiernos, por unas causas justas, nunca las llevaran a cabo.
Si no hacemos esto, que no nos cuesta, ¿como vamos a admitir la inmigración?
Me uno a su comentario…
¿Qué estamos haciendo para mejorar la pobreza, el hambre, la sed… en los países esquilmados?
¡Nada!
mª pilar
La situación de los inmigrantes choca frontalmente no sólo contra una conciencia evangélica (que afecta profundamente a la Iglesia jerárquica y la iglesia pueblo de Dios) sino también a la conciencia ciudadana, basada en la justicia social. Los inmigrantes aportan más que lo que reciben de los países a los que llegan, aunque se propaga la idea de que vienen a aprovecharse de nuestro merecidísimo bienestar social. Este bienestar se originó y se mantiene en gran parte por la explotación del trabajo de los inmigrantes y de las riquezas de sus países de origen. Si existe una inmigración más o menos descontrolada es porque no se quiere redistribuir mundialmente el trabajo y la producción de una manera equilibrada y justa. La riqueza se está acumulando en un extremo y la escasez en otro; pero la información y las comunicaciones están convirtiendo el mundo en un sistema de vasos comunicantes, y no se puede impedir el trasvase de uno a otro lado si no es con grandes muros, o con leyes basadas en cañones.