Fundador e impulsor de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) a él se debe la dirección apasionada y eficaz de defensa jurídica de los asilados y refugiados y la redacción de la primera ley reguladora dela condición de asilado en España en tiempo del presidente Adolfo Suárez.
Un alavés abilbainado, nacido en 1924 en Paganos en La Rioja alavesa, con un zumbón sentido del humor y la sorna capaces de soportar las tormentas políticas, jurídicas, episcopales y de cordiales amigos con puñal en la bocamanga, ha sido consiliario nacional de la HOAC, sustituyendo a Tomas Malagón, iniciador y pilar de la rama española de Justicia y Paz, con Joaquín Ruiz Giménez al frente y responsable del servicio jurídico de la CEAR en etapas durísimas, cercanas al abismo de la desaparición de la entidad. Pero era un hombre valiente, esforzado, terco, paciente y de larga vista hacia el futuro muy difícil de tumbar. Imposible más bien.
En su etapa de Justicia y Paz impulsó la lucha, con Franco vivo, por la amnistía de los presos políticos, recogiendo y entregando 150.000 firmas, acción en la que participaron decisivamente mujeres del País Vasco y militantes del Partido Comunista. Tiempos en que negociar y convencer a quienes no estaban en las cercanías del poder político o religioso catolico, era poco menos que imposible.
Había estudiado sociología en Alemania, tenía una agenda de contactos que si se hubiera dedicado a los negocios, al teatro, a la política o a la venta de armas le hubiera hecho millonario en quince días. Pero era un fiel defensor de humillados, perseguidos, masacrados y empobrecidos. Sacerdote de paisano y disfrazado de civil en la dictadura, al revés que muchos otros, civilizado luego en la transición, listo, rápido de reflejos, peligroso en la esgrima dialéctica y en la defensa de sus posiciones, de corazón grande y hermosas ensoñaciones.
Le conocí siendo un adolescente y he colaborado, agradecido, muchos años en la CEAR. Me he reído con sus ironías y sarcasmos capaces de desvencijar tontos peligrosos y lerdos revestidos de aparente inocencia. Tengo el placer de haber sido amigo suyo. Hoy que escribo su obituario recién fallecido, creo, como él, en la vida del mundo futuro et exspecto resurrectionem mortuorum. Con cariño, don Juanjo, con inmenso cariño.
NOTA DE ATRIO:
Acabamos de conocer la noticia al recibir esta columna de Alberto. Fue muy estrecha mi relación con él, sobre todo cuando fue Consiliario de la HOAC y, después, Secretario de Jsticia y Paz. Colaboró varias veces en Iglesia Viva (ver artículos de JJ R-U). Y en 2002 nuestra revista publicó una conversación con él, donde repasaba las diversas fases de Una vida dedicada a los pobres: ¡Interesantísima! AD.
Gracias, Revuelta, por tu información. Fue una bella persona, un guía experto y prudente, un líder en tiempos del franquismo y de la Transición. Una violeta en un un campo de ortigas. Aquel campo de ortigas que era parte de la iglesia en aquellos tiempos, y el franquismo y posfranquismo en aquellos y estos.
Gracias a la vida por haber hecho posible una persona tan valiosa y tan portadora de bien a lo largo de su vida.
Gracias a tantas personas vivas y casi anónimas que pasan desapercibidas en medio de un mundo de barbarie sistémica; guerras, víctimas de las mismas, injusta distribución de la riqueza, corrupción, inmenso comercio de armas, etc. etc. Y ahí, casi a escondidas, tantas personas y organizaciones dejándose la piel por un mundo más humano.