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Por ser mujer

“¿No vas a escribir sobre el asesinato de mujeres a manos de sus maridos?”, me preguntó mi mujer hace unos días. “¿Otra vez? –le respondí–. Además, se está escribiendo tanto…”. Así quedó. Pero luego, como tan a menudo (no me dirás que no, Itziar) recapacité. Y aquí vengo, uniendo mi voz insignificante al grito de tantos.

Las cifras están ahí, son escalofriantes: 55 en el estado español, desde Estefanía, de 24 años, arrojada por la ventana por su pareja en Madrid el 1 de enero, hasta Arancha (que en vasco significa espina), de 37 años, acuchillada por su pareja delante de sus tres hijos menores en Azuqueca de Henares (Guadalajara) el 28 de diciembre, día de los santos inocentes. Nadie somos inocentes.

Pero más allá de las cifras y las denuncias, más allá también de los juicios y de las penas impuestas a los culpables, una doble pregunta se impone si queremos ser responsables, y la responsabilidad es lo fundamental y nos atañe a todos: ¿por qué siguen tantos hombres matando a “sus” mujeres? y ¿qué podemos hacer para evitarlo?

Digo “siguen matando”, pues, hasta donde mi información alcanza, los feminicidios y la violencia de género en general no son ahora un fenómeno más grave y frecuente, en términos relativos, que hace 60 años o hace siglos. Solo que ahora se denuncian y salen más a la luz, gracias en primer lugar a ellas, las mujeres, porque han gritado “basta ya”, aunque su grito y el nuestro no es aún común ni basta todavía.

¿Por qué siguen maltratando los hombres a sus mujeres, hasta el punto más terrible de matarlas? En el fondo se debe a eso, a que ellos las consideran “suyas”, a que aún llevamos inscrito en los genes el instinto de dominio y lo aplicamos sobre todo lo que tenemos más cerca y es más débil, también sobre la mujer, por ser mujer, por no ser varón. Podemos ser los animales más tiernos, pero también los más crueles. Y la raíz del problema es el patriarcalismo que, desde hace milenios, ha dominado casi todas las culturas conocidas y ciertamente todas las religiones. El patriarcalismo que nos ha llevado a creer que el hombre es superior a la mujer, que tiene derechos sobre ella y puede pegarla e incluso matarla si ella se resiste, ¿quién se ha creído?

¿Y qué podemos y deberemos hacer para erradicar de nuestros genes y de nuestras instituciones ese patriarcalismo violento? ¿Aumentar las penas, hasta “la prisión permanente revisable”? Para las víctimas, incontables, la cárcel siempre llega tarde. Y está demostrado que no resocializa a los criminales ni disuade a los autores de futuros crímenes. ¿Seremos incapaces de buscar algún medio más humano y eficaz para lograr esos fines que aducimos para justificar la prisión? En cuanto a las víctimas, solo las honraremos y les haremos justicia verdadera si nos dejamos inspirar por su memoria y sus sueños, si abrimos los ojos, si somos sensibles, si no toleramos que la mujer siga siendo inferior al hombre en ningún campo de la vida familiar, social, laboral, política; por poner unos ejemplos: que, trabajando más, posean solamente el 10 % del dinero existente y sufran el 70 % de la extrema pobreza y el 80 % de la desnutrición que padece la humanidad, y que ocupen solamente el 23 % de los puestos parlamentarios, el 17 % de los puestos ministeriales y el 24 % de los puestos de dirección económica, y así en casi todo.

Creo que aquí se impone una referencia especial a la institución eclesial, la más patriarcal de todas. Es insólito que muchos obispos enseñen todavía que, al abandonar la religión, la sociedad se deshumaniza y aumenta la violencia de género. Insólito me parece que el obispo de San Sebastián José Ignacio Munilla haya criticado recientemente la última entrega de una conocida serie porque “se ha infiltrado en ella la ideología dominante del feminismo”. Insólito y atroz es que Braulio Rodríguez, arzobispo primado de Toledo, haya llegado a sugerir hace diez días que lo que ellos llaman “ideología de género” está en el origen de los asesinatos de género.

La memoria de las mujeres víctimas urge a la Iglesia a superar ese patriarcalismo que lleva prendido desde casi sus orígenes, a volver al evangelio igualitario de Jesús, a lamentar que el papa Pío XI, fiel a la tradición, en 1930 enseñara todavía que el amor implica “la sumisión solícita de la mujer así como su obediencia espontánea” al marido, y a reconocer que el Espíritu de Dios o de la Vida se expresó mucho mejor en el poeta ateo, comunista, Louis Aragón cuando en 1963 escribió: “el futuro del hombre es la mujer. Ella es el color de su alma. Ella es su rumor y su ruido. Y sin ella él no es más que un blasfemo”.

(Publicado en DEIA y en los Diarios del Grupo NOTICIAS el 21 de enero de 2018)

13 comentarios

  • M.Luisa

    Hola George! no  dudo que tu punto de vista como profesional es acertado,  sin embargo,  en aquella diferenciación   pronominal que hice no me estaba  refiriendo sólo  a la problemática de los condicionantes del lenguaje.

    Dices: “decir mí mujer tiene   una connotación posesiva”

    Respondo: depende!  si ese “mí” incluye a la persona o si queda en él excluida.

    Fue por lo que, precisamente, conociendo, por la lectura de sus escritos la sensibilidad humana  de J.Arregi y a través de lo mismo a Jorge más su experiencia relatada  me llevó a hacer aquella diferenciación. Me pareció injusto que de buenas a primeras por una sencilla expresión se les convirtiera en representantes del machismo.

    En la estructura de la cognición humana ese en boca de ellos y en cualquiera que muestre hechos de relación personal mutua,  ejerce la misma función hacia fuera que la que ejerce  para uno/a  mismo/a  el descubrimiento interior  del “quien” se es. Esta relación es de persona a persona   y es una superación de la relación sujeto –objeto.

    Otra cosa es ver  ese uso posesivo  mientras se permanece en los niveles inferiores o deficientes que no rebasan la condición personal. Hay en ello un fondo de ignorancia respecto a las otras personas, no se sabe “quienes” propiamente son.

    Por tanto, en este contexto, la denotación que se hizo de esa  expresión   “mi mujer”   no es de poseerla  sino de habitarla  o a la inversa de ser habitado por ella. Es la forma suprema  de convivencia y compañía.

    Un saludo

    • George R Porta

      Gracias, María Luisa.

      Mi preocupación tenía que ver con el hecho de que en estos foros se escriba abierto a la posibilidad de muchos lectores desconocidos (mira la resonancia que tuvo en 2018 el artículo del joven interesado en el tema de la homosexualidad y el artículo sobre ese tema y la sodomía que Jesús Martínez Gordo publicara en 2011). Escribir a una población desconocida exige que se haga a sabiendas de que no haya ninguna garantía de ser leído o interpretado no como propones con toda razón, sino del modo acrítico de la cultura predominante.

      Soy del parecer de que sea bueno hacer o decir cualquier cosa que pueda reducir o prevenir la radicalización o continuidad del machismo y/o los tintes machistas de la cultura dominante. En esto me refiero, desde luego a los hombres lectores y no a las mujeres. También soy partidario de que los hombres no debamos hablar de qué piensan sobre sí mismas las mujeres, aunque en la entrada que hice me refiero a todo el mundo porque me consta que hay mujeres que se expresan y posiblemente piensan en términos machistas, aunque no las haya en Atrio. Las he tenido en mi estudio y, cuando hablaba en público, en mi audiencia.

      Te confieso que llamó mi atención que la esposa de Arregui le comentara de la necesidad de traer el tema a colación y de que él se refiriera al propio artículo en tono reivindicatorio ante ella, pero no le conozco en persona y le comento poco frecuentemente. En esos pocos casos sí he leído lo que comenté, pero no soy un seguidor aunque respeto sus opiniones debidamente. A Jorge tampoco le conozco. Por estas razones no me dirigí a nadie explícita o directamente. Prefiero escribir sin dirigirme a nadie lo que escriba en Atrio, aunque haya unas pocas personas a las que de vez en vez les comente algo directamente. Y esto a pesar de que para hacerme comprender mencioné por su nombre tanto a Arregui cuanto a la esposa de él.

      Agradezco mucho lo que escribes y tengo en alta estima tu opinión. Un saludo cordial a ti.

      • George R Porta

        Corrección: En las líneas 5 y 6 de mi comentario en respuesta (a las 17:00 PM) lo siguiente está mal redactado: «…de que no haya ninguna garantía de ser leído o interpretado no como propones con toda razón…». Lo que intenté escribí es que no haya garantía de no ser leído o interpretado sino al modo o la manera de la cultura predominante» para enfatizar el cuidado con lo que se escriba. Me confío a vuestra generosidad y paciencia, si leéis lo que posteo.

      • M.Luisa

        No te preocupes George, te entendí perfectamente y me agrada tu delicada manera de decir las cosas.
        Por supuesto estoy de acuerdo contigo sobre el poder de difusión que desde aquí puedan tener los temas comentados como el ejemplo del articulo que señalas, pero sobre todo poder contar en ellos con el toque de tu experiencia.

        Sepas también que lo que me instó a entrar en este hilo fue, mediante mi objección, crear una contrarréplica al efecto negativo que, según mi opinión, incluso para la propia causa feminista podía producir el primer comentario.

        Un abrazo

  • George R Porta

    Si se me permite: Esto es lo que dice el DRAE sobre el pronombre posesivo «mi» en su segunda acepción. Las otras dos no se relacionan con el tema:

    mi2

    Apóc.

    1. adj. poses. 1.ª pers. mío. U. ante s. U. con valor definido. Mis recuerdos.
    2. adj. poses. 1.ª pers. coloq. Antepuesto a un nombre propio, aporta valor afectivo o enfático. Es igualito a mi Santiago.
    3. adj. poses. 1.ª pers. Mil. Antepuesto a un nombre de grado militar, indica tratamiento de respeto al dirigirse a un superior. Micoronel.

    La programación neurolingüística es un método terapéutico que permite cambiar hábitos y conductas atendiendo a los condicionamiento del lenguaje, al lenguaje colloquial. Decir «mi mujer» tiene ciertamente una connotación posesiva y pudiera responder al sentimiento patriarcal o machista de posesión de la mujer en el sentido de propiedad exclusiva del marido o del hombre. Si la esposa de Arregui le llamó la atención por algo será o quizás el incidente es simplemente un recurso literario para motivar el artículo. No lo sé.

    Lo que sí sé es que toda mujer tiene un nombre y tiene un status en la pareja, casada con papeles o no, y siempre se puede hablar en términos menos posesivos o equívocos. Un modo en el que se pudiera decir lo mismo pudiera ser: Mi señora o mi esposa o mucho más neutral, mi cónyuge, y entonces la connotación de género no es evidente o incluso, en el primer caso, se reconoce la igualdad de «poder» en el caso de llamarla «señora».

    El uso laxo del lenguaje solo aumenta o introduce nuevos equívocos pero también puede reducir o eliminar otros. Hacer lo que la señora de Arregui hizo es más que apropiado, ayudarlo a que se envuelva en el asunto.

    En cambio, la esposa no debe referirse al marido como «mi señor» porque eso, en alguna medida, siempre puede reforzar el sentido de sometimiento que es parte del problema, no de la solución.

  • Juan García Caselles

    Para darse cuenta de lo profundamente que llevamos arraigado el machismo (más los varones, pero también las mujeres) basta que observemos a nuestros parientes más cercanos, chimpancés, babuinos, geladas, gorilas, etc.

  • Carmen

    Es un tema que me descompone. Y no quiero que me pase lo mismo que la semana pasada.

    Solamente quiero decir que los asesinatos son el final de un proceso de destrucción de la mujer. Empieza mucho antes, hay que dominarla psicológicamente, eso es lo que piensan un montonazo de hombres. Y hasta hace pocos años nada se lo impedia. Pero la sociedad cambia, la mujer tiene acceso a una vida laboral que le permite una independencia económica y sobre todo otra visión de la realidad.

    Entonces , a veces te das cuenta de que tu relación no funciona, no te gusta, quieres ser tu misma. Dices: me quiero ir. Lo dejamos.

    Eso no es fácil para una mentalidad educada en un ambiente profundamente mschista. Se toma como una afrenta personal a su hombría. Y a veces el desenlace es el asesinato. A veces.

    Otras muchas es el maltrato físico, que es muy fácil denunciar y demostrar si te decides a ello.

    Y en un montonazo de veces se detiene en el maltrato psicológico. Muy difícil de demostrar y muyyyyy difícil de darte cuenta de que lo estàs sufriendo. Porque lo normal es que una mujer esté sometida a su marido. Lo correcto, lo cristiano. Y lleva tu cruz, querida, dios te lo ha mandado para que entres en el cielo por la puerta grande.

    Es que me entran los siete males.

    Un saludo cordial.

    • Carmen

      Y ya, para terminar el proceso. Si tienes suerte, lograr escapar y encuentras una nueva pareja de la que te fįas porque inexplicablemente sigues teniendo fe en la vida, automáticamente entras en el grupo de los que viven en pecado y la postura oficial, repito, oficial de la iglesia es negarle la comunión, porque según no sé qué evangelio recoge el dicho de un extraño Jesús de no sé dónde, que dijo,vete y no peques más.
      No tienen ustedes ni idea del rechazo profundo que siento ante la idea de pecado que los grandes padres de la iglesia nos han metido en la cabeza a machamartillo. Uufffffffffffff

  • carlos

    De acuerdo con María Isabel.

    Es algo que llevamos en las vísceras y que hay que cambiar radicalmente desde todos los frentes, sin desmayo.

    En Perú tenemos cifras galopantes que aumentan cada año.

    Al machismo cultural y social se suman la ignorancia y la tozudez.

    Desde mi frente lucho por cambiar esta realidad.

  • ana rodrigo

     
    El problema es que tenemos una sociedad enraizada en el androcentrismo, en el patriarcado y en el machismo, y estas raíces son muy profundas, muy ancladas en una forma de relación desigual entre hombres y mujeres a favor de los hombres. Esto nos lleva a una complejidad del problema nada fácil de solucionar.
     
    Las mujeres hemos abierto los ojos, hemos levantado la voz hasta el hartazgo, hemos gritado hasta el desgarro, muchos hombres han comprendido de qué nos quejamos, están de nuestra parte, en España se hizo una ley de la igualdad, se hacen manifestaciones de protestas, pero el último eslabón del machismo que son los asesinatos de mujeres y/o de hijos/as para hacer sufrir a la madre, no cesan, es terrible.
     
    No debemos olvidarnos de los miles de denuncias de mujeres maltratadas, del incontable número de mujeres que sufren sin denunciar, de la desigualdad en tantos otros campos entre ellos el laboral.
     
    Tampoco nos olvidemos de las mujeres en otros continentes y en otras culturas-religiones. ¡¡¡!!!
     
    Es una plaga mundial en el tiempo y en el espacio.
     
    ¿Cuándo se va a hacer un plan desde los organismo internacionales de educación obligatoria para educar a todos los niños del mundo, futuros hombres causantes de tanto sufrimiento? No por ser un proyecto de aparente e inconmensurable dificultad, hay que abandonarlo. Y creo que no se está haciendo nada en esta línea. Es a los hombres a los que hay que inocular buenas dosis de qué tipo de hombres les han hecho para que ellos puedan dar un giro copernicano.
     
    Hasta los hombres que no se creen machistas, son desconocedores de los sutiles o no tan sutiles matices que conlleva la relación hombre-mujer. Y, como ni maltratan ni matan, no se apuntan a estudios, lecturas, cursos, etc. para saber lo que decimos las mujeres. Creen que el feminismo es cosa de mujeres, y yo digo una y mil veces, el problema lo tienen los hombres y lo sufrimos las mujeres.
     

  • María Isabel Parraguez

    Iniciar el escrito señalando: “mi mujer”, ya da cuenta del patriarcado imperante. El lenguaje crea realidades, quizás deberíamos empezar por ello para cambiar una situación tan antigua y arraigada.

    • M.Luisa

      Con todos mis respetos María Isabel, pero creo que tu punto de vista no es del todo acertado si en defensa de la causa feminista complicamos más de lo necesario las medidas a tomar.

      Al leerte el otro día me quedé un poco pensativa y en franca nebulosa, pero ayer el amigo Jorge, atriero de años, me la despejó al leer el título que ha dado entrada a su desgarradora experiencia vivida con su mujer muriéndose entre sus brazos. “Mi mujer” se lee también al comienzo de su escrito el cual nos revela que el sentido de ese “mí” no expresa en absoluto posesión como sí lo expresa en cambio el pronombre “mío” o “mía” que se usa no antes del sustantivo como es el caso de Arregi y Jorge que le dan a ese “mí” todo el carácter de una expresión amorosa, sino después de haber mencionado el sustantivo con lo cual entonces sí denota esa posesión y apropiamiento que es lo perverso y contagioso de la tradición patriarcal.

      Un saludo cordial