De vez en cuando el famoso astro-físico británico, Stephen Hawking, pone fecha de caducidad a nuestro planeta, a la humanidad entera. Esta vez la rebaja a cien años. Ante esta “profecía” científica me pregunto si es que está a las puertas “la plenitud de los tiempos”, pues, según la carta de Pablo a los Gálatas (4,4), Dios envió a su Hijo al mundo llegada “la plenitud de los tiempos”. Con la expresión “la plenitud de los tiempos” quiero entender que se daban unas condiciones humanas básicas, tanto sociales como individuales, al menos en el pueblo de Israel, para que la encarnación del Hijo de Dios fuese mínimamente inteligible y su mensaje no cayera en saco roto y no fuese un fracaso rotundo.
A mi modo de ver se daban dos condiciones imprescindibles para que Jesús de Nazaret aportara esperanza y utopía a la existencia humana: una, teológica, la creencia generalizada del pueblo judío en la resurrección; otra, ética, la convicción social de que el “ojo por ojo y diente por diente” no conduce a ninguna parte y que hay que sustituirlo, al menos, por la ética samaritana de la compasión, o por el principio ético de “haz al otro lo que tú quieres que se haga contigo”. A mi entender estos dos factores son imprescindibles para esa segunda venida del Hijo de Dios a final de los tiempos, o lo que es lo mismo, se dan así las condiciones para esa plenitud de los tiempos, que eche el cerrojo al planeta tierra y se haga realidad el anhelo de Pablo en su carta a los Romanos (Rom 8, 18-23).
La pregunta, pues, más inmediata es de si hay signos de resurrección en la sociedad civil, mundial y española, y en las comunidades de todas las religiones, que atisben que la plenitud de los tiempos se acerca. No parece que esto sea así; por el contrario, cada vez se aleja más esa meta.
En primer lugar, hay que decir que abundan más los signos de muerte que de resurrección en la sociedad civil mundial. Stephen Hawking, en su nuevo documental “Expedition New Earth”, el cual forma parte de la nueva temporada de la serie “Tomorrow´s World” que se transmite en la BBC, propone diferentes causas para la destrucción total de nuestro planeta y que se pueden resumir en: una guerra nuclear, el calentamiento global, una epidemia mundial, sin descartar el impacto de un asteroide; de ahí que el científico británico recomienda que los humanos tendrán que abandonar la tierra y buscar otros lugares espaciales. Sin duda, cada una de estas causas es suficiente para aniquilar mortalmente a la humanidad entera, quedando así el planeta Tierra como un inmenso desierto sin vida alguna. Pero estas causas de muerte y de aniquilamiento humano se nos presentan como muy espectaculares y creo que hay otras más cercanas y cotidianas, pero no por ello menos mortíferas. No parece que la guerra nuclear esté próxima, si bien no faltan elementos que la descarten: el presidente norteamericano y el presidente de Corea del Norte, dos megalómanos que juegan con juguetes muy peligrosos y mortíferos. Pero hay otras guerras que desangran día a día territorios de Medio Oriente y de África Subsahariana, alimentadas todas ellas por el despiadado capitalismo armamentista con el argumento obsceno de llevar la paz y la democracia a esos territorios.
Este capitalismo salvaje es factor de muerte y no de resurrección, que sería lo más loable y lógico, con una manera sibilina y menos espectacular, cuando bajo la denominación de “capitalismo comercial” acapara los bienes necesarios para la subsistencia de millones de niños y adultos, quienes al carecer de ellos por falta de recursos económicos se ven abocados a una muerte irrevocable. Sin embargo, hay otras “muertes” menos llamativas en nuestra sociedad civil occidental y concretamente en España, que hacen referencia a los signos de muerte y de desprecio a la vida, alejándose de esos signos de vida y de resurrección. La lista de “muerte” en nuestro país se podría alargar, pero voy a resaltar algunos casos. El gobierno del PP ve signos de resurrección en que el paro ha descendido en julio y se sitúa ya por debajo de los cuatro millones de parados. La noticia así dicha es positiva, pero tiene un reverso profundamente negativo y aterrador: más de dos millones de emigrantes españoles, principalmente jóvenes, “sacrificados” en ara de la crisis financiera; empleo muy precario de horas o días; salarios por debajo del salario mínimo, que conlleva un incremento de la pobreza familiar e infantil y una explotación humana inenarrable que contrasta con el enriquecimiento obsceno del capitalismo financiero de los grandes Bancos españoles, que han obtenido casi ocho mil millones de beneficio en el primer semestre de este año. Las políticas antisociales del gobierno actual son las responsables de estos destrozos vitales. A esta precariedad laboral y de ingresos familiares, verdaderos signos de “muerte”, habría que resaltar, entre otras, el de la violencia machista. Ante este fenómeno de muerte real muchos responsables de su solución miran para otro lado: el gobierno actual no aplica los recursos necesarios para proteger a las mujeres maltratadas, los jueces y juezas elaboran sentencias sin sentido común y que claman al cielo…
¿Y eclesialmente, hay signos de resurrección? No parece que los signos de vida sean muy visibles en las instituciones eclesiásticas. La no-vida es la tónica más generaliza de su actuación en la sociedad y en la comunidad eclesial. Ante la comunidad civil la institución jerárquica se presenta desde la autoridad y el poder condenatorio ante las nuevas formas de matrimonio y de la familia (¿dónde están la acogida, la compasión y la misericordia?) y con unas únicas preocupaciones sorprendentes para muchos ciudadanos como la religión en la escuela o la obtención de recursos económicos estatales para mantenimiento, sobre todo, del clero. Para justificar esa ayuda al clero o la exención estatal del IBI para los bienes de la Iglesia la jerarquía ha elaborado un argumentario que deja a más de uno petrificado y es que casi la mayoría de los setenta millones de turistas ha venido a España por razones religiosas (vistas a catedrales, monumentos religiosos, etc), por lo que la Iglesia contribuye al PIB español con un porcentaje elevado; o que la Iglesia ahorra al Estado más de 2.000 millones al año con sus colegios. Esta actitud de una jerarquía autocomplaciente en los logros económicos contrasta con las palabras del papa Francisco en su Mensaje para la Jornada Misionera Mundial 2017, en el que recuerda una vez más que “una Iglesia autorreferencial, que se complace en éxitos terrenos, no es la Iglesia de Cristo”. El sufrimiento, la tristeza de la vida diaria de miles de hombres, mujeres y niños, católicos o no, sin recursos económicos, con dificultades al acceso de la sanidad o de la escuela públicas, con sus casas desahuciadas, con agresiones continuas a sus derechos ciudadanos… no es motivo de preocupación para la institución jerárquica.
¿Y en la comunidad eclesial hay signos de resurrección? Dista mucho de que en la comunidad eclesial haya signos de vida y de vigor si la aplicación de la norma, contenida en el catecismo y en el Derecho canónico, es el núcleo de lo comunitario. Es difícil que haya signos contundentes de resurrección si la sinodalidad y la corresponsabilidad de todos los bautizados, esencia inequívoca del ser ontológico de la Iglesia, está ausente del vivir diario eclesial. ¿Puede haber brotes fecundos de vida eclesial si la responsabilidad recae en una sola persona, el sacerdote o el obispo?
Vayamos a la segunda razón: la ética, el cambio del “ojo por ojo y diente por diente” por el de la compasión samaritana. No parece que la “plenitud de los tiempos” esté cerca, pues no hay cambio de paradigma ético en nuestra sociedad. Los vientos de la corrupción, convertidos en huracán, soplan en la sociedad civil, donde el dinero, el enriquecimiento desmedido conseguido bien mediante el robo de recursos públicos y bajo la apariencia de legalidad, bien mediante la explotación de otro ser humano, significa el éxito social, haciendo suyo aquello de Góngora “ande yo caliente y ríase la gente”, y hacen que cada vez se instale con más fuerza aquel dicho: “el hombre es un lobo para el hombre”, alejando así esos factores sociales imprescindibles para una vida social armoniosa como son la solidaridad, la fraternidad y la responsabilidad que cada uno tiene del otro, como defendía a ultranza E. Lévinas, constituyéndose la ética en la filosofía primera.
Es cierto que hay signos abundantes, individuales y sociales, de resurrección y de ética compasiva y de responsabilidad del otro, pero el horizonte se presenta aún bastante oscuro, poblado de aullidos, sin utopía ni esperanza tan esenciales para la “plenitud de los tiempos”. La utopía, ese “lugar inexistente”, existe y se puede llegar a él, porque ante esta realidad de no-vida, en la que predominan los signos letales, cabe la actitud, que para M. Horkheimer pertenece a la utopía: crítica de lo existente y propuesta de lo que debería existir. La tarea que se nos presenta a cada ser humano es ingente, pues con el motor de la esperanza se puede alcanzar la “plenitud de los tiempos”, la utopía realizable, por más que se empeñe en lo contrario K. Popper, cuando sostiene que “la planificación del conjunto social es imposible”. Eso sí, no se puede estar de brazos cruzados, como ocurría a los de Tesalónica (2 Tes. 2,10), ante este programa, complicado pero realizable, de saber, mediante la crítica y la autocrítica, qué elementos generan muerte o resurrección y establecer las alternativas que vislumbren la “plenitud de los tiempos”, que no es otra que la que describe el profeta Isaías como fruto de la justicia (11, 6-9): vivir en armonía seres tan dispares como el lobo y el cordero, el becerro y el león…, porque “no habrá ya más daño ni destrucción en todo mi monte santo, porque estará llena la tierra del conocimiento de Yavé”.
Ana, tu resumen es perfecto: “seguir echando una mano”, un día sí y otro también en favor de la utopía, y no acordarnos de santa Bárbara sólo cuando truena, como ocurre con lo de Barcelona.
Santiago, esto de estar jubilado tiene sus inconvenientes: que no siempre dispones de tiempo para otras cosas diferentes a las “obligaciones”. Un abrazo.
Me alegra leer de nuevo tus reflexiones no te hagas esperar. tanto
Querido Antonio, gracias por el realismo que ofreces a nuestra reflexión: signos de muerte, objetivos, abundantes y crueles, y los signos de esperanza pequeños, minoritarios, pero potentes por alimentar nuestra esperanza activa.
De cualquier forma, pienso que, mirando hacia atrás, tenemos poco que envidiar o etapas de las que podamos tener nostalgia. Y mirando los logros conseguidos en derechos humanos (aunque sea en su Declaración de DDHH) o democracia, estamos mejor que en otras épocas.
Pero con tanto poder destructivo globalizado, con gobernantes irresponsables, con silencios corresponsables, con tanta información, opiniones, prensa, tertulias, etc., las noticias estén cargadas de realidades objetivas, pero, a su vez, que ocultan todos esos brotes de solidaridad y trabajo de tantas asociaciones y personas comprometidas, y hacen que nos impregnemos de pesimismo (con razones), pero nos paralicemos impotentes ante tanta calamidad.
La plenitud global no la veo posible, dada la condición y miseria humana que nos acompaña. Somos perseguidores de utopías posibles en la medida que avanzamos hacia ellas.
Ánimo, y a seguir echando una mano allí donde nos sea posible.