Minerva, la diosa de la sabiduría, extiende sus alas a la caída del crepúsculo. Hegel
El “viejo” entra en una categoría social excluyente y definitiva. Es profundamente triste que toda su generación pase viviendo en la amargura de sentirse dejados de lado sus últimos años que hubieran podido ser tan fecundos. Y es degradante sentirse clasificados solo como personas que necesitan atenciones. Rebajados a devenir un número más en la seguridad social. Privados de su individualidad en razón de la edad y además reducidos a la dimensión puramente económica.
Porque ¿qué es una persona mayor desde el simple punto de vista sociodemográfico?
Su edad es una carga para la sociedad, por más que se haya cotizado durante años. Aunque constituya también, y cada vez más, un sustancioso negocio que ha promovido una industria contra el envejecimiento en la medicina y en el comercio. Desde ese punto de vista las personas mayores son un importante segmento de mercado: consumidores de una rama mundial de la impresionante industria farmacéutica. Clientela de redes de residencias de mayores. Clientela de compañías de seguros que siguen acumulado en las cajas de pensiones montañas de liquideces tan potentes que pudieran hacer tambalearse los equilibrios financieros del planeta entero en cualquier momento.
El cronómetro de nuestras existencias
Hemos admitido sin apenas apercibirnos el hecho de que tengamos que vivir bajo la vigilancia de un insobornable cronómetro que preside irrevocablemente los flujos de nuestras vidas. (Jan Barss: Aging and the Art of Living). Como los grandes relojes de las viejas estaciones de trenes de otros tiempos hemos instalado en nuestro sistema social un cronómetro central que gobierna totalmente los flujos de generaciones, moviendo a las personas cronológicamente a través de las instituciones como guarderías, escuelas, colegios, universidad, empresa, …hasta la jubilación). Así es como su despótico dominio no solo marca tiempos y ritmos a nuestras vidas individuales sino que al mismo tiempo condiciona las estructuras de la sociedad entera.
Es el dios Cronos quien declara prematuramente senescente a personas en la plenitud de su vigor físico e intelectual y es quien acelera las vidas vaciándolas de sentido. Es él quien exalta los iconos de la juventud que reinan en el deporte y en la moda, y es él quien arrincona a los “viejos” así como a todo lo que pudiera asemejarse a un símbolo de vejez.
Es necesaria una nueva filosofía del envejecimiento
No se puede arrinconar como muebles usados a las personas llenas aun de vida y de capacidad de don a los demás.
Por todas estas razones, y en la medida en que la esperanza de vida continúa aumentando, se va haciendo imprescindible inventar una nueva filosofía de la vida y del envejecimiento. Un filosofía sobre la que basarse para poder imaginar e instaurar nuevas instituciones sociales.
La persona humana al ser medida exclusivamente o principalmente en función de sus parámetros fisiológicos queda violentamente, metafísicamente troncada. Pero esa es hoy la regla práctica habitual que rige en la medicina, en la universidad y en la empresa. Pero como dice Barss: mi edad es solamente y no más que el número de años que hace que nací.
Por todo ello es absolutamente necesaria una profunda revolución social. Que se reserve un lugar importante a este segmento de la población hoy dejado de lado en sus últimos años de vida. No vamos a reclamar una nueva gerontocracia sino que nuestras sociedades imaginen instituciones que incorporen las experiencias acumuladas a través de los tiempos. Que garanticen los ritmos adecuados de transformación sin dolorosas aceleraciones violentas.
Habría que inspirarse en las viejas ideas estoicas de Cicerón en De Senectute y en el rol que la sociedad romana asignaba a sus senadores.
Todo ello suena más bien a utópico. Pero el mundo saldría ganando, si decidiese a luchar en este nuevo e inusitado frente de construcción de utopías.
Montaigne, no Heidegger
Yo abogo por la emergencia de una filosofía del envejecimiento, y quizás mejor de la vida entera. Una filosofía que se aparte de premisas tan amargas como aquellas de Heidegger, para quien la muerte es el horizonte infranqueable de toda existencia humana y lo que le da sentido a la vida. Hoy, precisamente lo necesario es invertir la terrible pendiente del declive hacia la muerte.
Siguiendo a Montaigne (Essais) hemos de lograr que nada nos sorprenda en la muerte. La muerte vendrá siempre demasiado pronto, pero no hay necesidad de anticiparla.
La progresión de la edad debe acabar por hacernos comprender que la Vida es el único bien supremo y la sola virtud soberana. Y que el mayor error que se puede cometer es un bilioso menosprecio de la Vida.
Sólo al viejo le es dado vivir una relación equilibrada con su cuerpo. Comprender que el cuerpo es una parte importantísima –más aún– indisociable del ser humano . La vejez es un remedio contra la hipertrofia de espíritu con prejuicio del cuerpo y de sus exigencias. Por eso la vejez es la fase epicúrea por excelencia de nuestras vidas. (Entiendo el epicureísmo en su más auténtico y amplio sentido).
La cosa más grande es “saber ser para sí mismo”, dice Montaigne. Saber gozar lealmente de nuestro verdadero ser.
El anciano se ve empujado a redefinir su escala de valores y a centrarse en el eje auténtico de su vida.
Una vejez conscientemente encapsulada en la finitud de la vida humana, aceptada de manera positiva y sin vaporosas –y para algunos vanas– pretensiones de eternidad. Y una existencia integrada en el devenir humano. Margaret U. Walker habla de integración lateral, es decir, de incorporarse a su tiempo sacando ventaja de las conexiones hoy técnicamente posibles con otras personas y participando en experiencias colectivas.
Hola!
Para toditos
-y para Lara, también-
pasaron 4 y medio años
de este Escrito.
Ayer se realizó el “test”
vía Zoom.
Algunos no dijeron nada,
¿no estaba Lara incluido?
Tal vez porque veía
que había estado
-y estaba-
ocurriendo
la inversa del chistecito:
Viejos dialogando– “Y tú ¿cuál prefieres que te dé … el Parkinson o el Alzheimer? – “¡Pues claro que prefiero el Parkinson; porque es preferible derramar un poco de vino, que olvidar dónde carajos dejé la botella!
He visto su nombre en un comentario precioso que ha hecho Ana, en un artículo publicado hoy por un amigo de ustedes. Me ha sonado su nombre a algo que leí hace meses sobre el envejecimiento. Y efectivamente.
Y he leído este otro . En mi familia somos todos ya bastante mayores. He visto a mis padres y a todos mis hermanos envejecer, soy la menor de seis hermanos y de los primos hermanos de mi generación. El tema del envejecimiento me interesa. Solamente le quería decir que su artículo es fantástico
Un saludo cordial.
¡Hola, George! Impactante y muy gracioso lo que cuentas.
Ya sabrás de un texto que hace años circulaba por internet en el que se decían todos los males de la juventud del momento y lo muy poco que se esperaba de ella. Lo que te dejaba a cuadros, es que esa visión había sido hecha siglos antes de nuestra era, y sin embargo, como ves, la etapa de madurez del ser humano no lo malogra del todo, pues aquí estamos.
Que sea mejor o peor, nunca se sabe, no es posible tener a la vista y a mano todas las piezas que van reestructurándose, pues parece que, de distintas formas en potencialidades, siempre han estado y están ahí, a pesar de sernos inadvertidas.
Las cosas son como son, las entendamos o no. Lo que llamamos crisis, las veo cada vez más base fundamental en esa reestructuración para un mayor despliegue de la consciencia. También las hay físicas y que seguramente van a la par, reestructurando todo un sistema en interconexión personal y hasta planetario, me atrevo a decir, en el que el egocentrismo, entre otras cosas, progresa en discapacidad.
En cuanto al calor, lo nunca visto y sufrido. Más aún, si cabe, con problemas de salud, como la rinitis crónica, que rechazan el uso del aire acondicionado, tampoco abusar de los ventiladores. De joven no había nada como el verano para un disfrute total. ¡Qué cosas!
Sonrío contándolo y así te saludo. Gracias.
¡Hola Asun! Estoy casi de acuerdo contigo, pero ya publiqué en otro hilo el mapa en progression de la tendencia de los valores y lo que esas informaciones que son bastante autorizadas indicant es que cada vez nos volvemos más partidiarios de que cada uno por sí o en sí vale más que el grupo.
En una palabra, hoy día, al acercarse la serpiente a Eva la hubiera encontrado enviando un mensaje de texto y por lo tanto absorta en su teclear su teléfono móbil. Cuando al fin Eva le hubo prestado atención a la infeliz serpiente y accede a mostrarle la manzana a Adán, hubiera preferido enviar por Whatsaap una foto de la manzana con in breve mensaje «¿te apetece?». Adán no hubiera podido leer de inmediato tal mensaje porque estaba inmerso en un episodio de Sudoku y cuando lo hizo no hubiera reconocido lo que le ofrecía Eva porque nunca había visto una manzana. Si le hubiera respondido a Eva hubiese sido muy brevemente, por ejemplo «no sé». La serpiente se hubiera frustrado y les hubiera arrojado un manzanazo a la cabeza que no veas y Mingote no hubiera podido escribir la misma «Historia de la Gente» que escribió y dibujó.
Un saludo cordial y que disfrutes de tu clima. El nuestro está fatal: Se pueden freir huevos sobre una piedra de tanto calor.
¡Hola a todas las personas que se asoman a Atrio!
Ante todo, gracias por el artículo, Blas.
Siento, como en otras tantas veces, no poder entrar a comentar el artículo, ayudada también por los comentarios , que va su lectura suscitando, en cadena o en cascada, ya que el tiempo en verano, incomprensiblemente, parece que se achica y las energías, lamentablemente, también.
Aun así, aquí estoy, esta tarde agradable, con brisa acariciante, a modo de relax para compartiros lo siguiente, lo que se me hace hoy día, más presente, me guste o no, eso no viene al caso.
Más que hacerse necesario una filosofía del envejecimiento, me parece más acertado y necesario una diferente filosofía de la vida en la que se sientan incluidas y reflejadas todas las personas y desde ella, en sus diferentes etapas , en interrelación , que, a mi modo de ver, hoy por hoy está por hacerse y plasmarse en la realidad no excluyente y que a todos nos concierne.
Si la vida es dentro y fuera de nosotros, en ella estamos, la sentimos y sobre todo somos uno con ella, cuando no la pensamos, sino que la vivimos, dejándonos sorprender, y en ello sonreír, al ir siempre yendo por delante de nuestro aliento, pero junto a y con él. Al dejar atrás lo que intentamos ser, o hemos intentado ser, como nuestra única identidad, por más que nos lo hayan fabricado, y hayamos colaborado en ello, encontramos su verdadero sentido dejándonos ser lo que ya somos, y que siempre hemos sido, desde ella, en ella y con ella. Y en ello sonreímos.
Entonces, si la sociedad actual, nos hace invisibles ante los jóvenes al serles puesto el acento de la vida en lo utilitario, excitante y ultra-rápido, y qué fácil parece conseguir tal objetivo, pues sonreímos al sentirnos más libres de tales cargas y al comprobar que nuestra invisibilidad se llena de visibilidad consciente de que la vida se recrea y nos recrea en todo ello.
La naturaleza como manifestación de vida, nada es igual en ella, diversa y diferente en color, luz, intensidades y multiplicidades, en variación y cambio continuos, permanece en su esencia. Y me hace sonreír al respirar al unísono su aliento.
Parece que ya no contamos, quizá, porque incordiamos. ¡Vaya usted a saber! Lástima, si es por enfermedad. Dicen que ponerse en el lugar del otro le es posible, al ir por delante en experiencia de la vida, a la persona que ha vivido en sus propias entrañas las contradicciones y los olvidos, los deseos egoístas finalmente frustrados….y, por supuesto, lo que a veces, lamentablemente, está aún por demostrarse, ya no nos la dan con queso con las buenas palabras y gestos comedidos. Los hechos hablan, y, con ellos y sin ellos, sonreímos.
La sociedad del usar y tirar parece auto-aniquilarse sin darse cuenta, ya que las personas vienen detrás de tal despego. Con todo y sin embargo, así como cada vez se siente más nuestro el anhelo de dar vida a lo que ha ido dando vida a nuestra vida, integrándolo en lo cotidiano, en el uso diario, tal ilusión y aptitud despiertan la imaginación creativa, creando vínculos de interdependencia y atención insospechadas, caricias que interrelacionan y suscitan la sonrisa en las entrañas, seguros, además, que de algún modo se disparan reflejándose en nuestro entorno, próximo y lejano.
¡Gracias George!
Estoy contigo, que el cambio… es sustancial entre un ayer… y el hoy.
El centro de los “afectos” ha cambiado totalmente.
pili-mª pilar
Examinando la incidencia de las psico y socio patologías más frecuentes de una época determinada se aprecia el comportamiento del espacio intergeneracional típico de la misma. Las psico y socio patologías son específicas y típicas como el serrín que la sierra extrae a la madera. Cada generación paga el costo de existir a un precio diferente y con moneda diferente.
Una filosofía del envejecimiento adecuada a mi generación no será muy fácilmente comprendida por la generación de mis progenitores y menos por la de mis descendientes. La razón es simple, la vida cambia de una generación a otra y con ella la actitud con respecto al presente y la percepción del futuro, al valor de la existencia misma.
Mi generación conoció el filtro de piedra, el agua bebida a la temperatura ambiente, la caja de hielo, la nevera con motor cilíndrico encima, y toda una serie de múltiples generaciones de refrigeradoras hasta las llamadas «Subzero» que pueden crear un espectro amplio de diferentes temperaturas para diferentes productos de carnes a vinos, desde flores comestibles a vegetales frescos y frutas.
Mi generación conoció la plancha de hierro calentada a la brasa hasta las telas que no requieren planchado porque solo el vapor las estira. Una gama infinita de formas de proyección cinematográfica, desde las cámaras primitivas operadas a mano hasta la proyección de más alta definición. La radio de ondas larga y corta, la telegrafía inalámbrica, múltiples generaciones de fonógrafos y grabadoras de sonido; múltiples generaciones de televisores incluyendo aquellos de imágenes borrosas grises y blancas, hasta la de colores de enorme «pixelaje» y definición. Múltiples generaciones de teléfonos, con o sin cable, portables y tan versátiles que han venido a ser como miniordenadores de bolsillo. La bomba A, la bomba H, las armas químicas, bacteriológicas, todas las demás bombas incluidas las humanas, los campos de concentración de la Shoah, la superación de crisis de los misiles nucleares de octubre de 1962, en Cuba, la destrucción de la credibilidad de instituciones que se tenían por honorables y sagradas: Las cortes de justicia, los parlamentos, las NN. UU., las monarquías, la Iglesia y las religiones… y la lista pudiera ser interminable.
La generación que me sigue, ha podido conocer las diferentes generaciones de formas de socialización con las redes de Facebook y los teléfonos androides o móviles y de capacidad para enviar mensajes textuales instantáneos, Twitter, LinkedIn, una lista interminable de drogas diseñadas para escaparse de la realidad y el incremento rampante de la violencia doméstica y terrorista y, desde luego, la desorganización profunda de la familia y la crisis de instituciones como el matrimonio y la aparición de la familia monoparental. Todos estos son cambios tan drásticos como los que la mía vivió o más drásticos aún, porque lejos de ser mecánicos son sutiles, a menudo intangibles, y ocurren a una velocidad tal que apenas si hay tiempo para adaptarse o prever lo que se avecina.
No es de extrañar que la generación que me sucede no comprenda la mía y que me mire como quien mira a un trasto del ático que haya repentinamente aparecido en la sala de estar.
Ese es el primer escollo de descubrir una filosofía del envejecer que sea válida porque lo más importante que es la continuidad y la progresión adecuada de unos paradigmas de conocimiento y conductuales a los subsiguientes ya no se puede garantizar.
El autor propone envejecer con propósito y ciertamente es muy buena idea, pero me pregunto si una tal cosa sea posible. Existir para cumplir un propósito antes de morir (es decir poseer una utopía personal) parece que sea precisamente el error o el peligro que el autor reprocha: Vivir tratando de ganar la carrera a «Cronos».
La percepción común es que, como quiera que se la llame: Autonomía, independencia, autosuficiencia; esta condición de la existencia cambia de progresión a lo largo de la vida y son tantos los factores que la pueden influir que no es posible representarla en la forma de curva normal o de Gauss.
Idealmente, y sin considerando la nutrida constelación de factores que pueden influir en sentido positivo o lo contrario y en grado mayor o menor de determinación, durante la primera mitad de la vida la autosuficiencia debe aumentar con el envejecimiento y durante la segunda mitad, debe ser lo contrario, es decir, debe disminuir. En el momento de la muerte, quien haya envejecido suficientemente se encontrará en un grado de dependencia del exterior comparable con el que tenía al nacer.
Por siglos, la senectud fue generalmente venerada porque representaba la sabiduría acumulada del grupo y era utilísima a la hora de tomar decisiones y planear la vida comunitaria. Además, las personas ancianas mediaban el pasado alejándose progresivamente del presente, fuente de mitos y leyendas, y garante de la constancia histórica personal pero socialmente valioso: Engendraba prestigio y el poder que le viene asociado, respetabilidad, poder, aunque hubiese historias ocultas, tenebrosas que no se hablaban en alta voz. La relación del Kaiser Wilhelm de Prusia con su madre Victoria (Vicky) de Sajonia Coburgo Gotha, por ejemplo, sería un caso ilustrativo de relaciones de poder fundamentalmente falsas.
La modernidad ha cambiado radicalmente este esquema: La vertiginosa sofisticación de la tecnología asociada a la búsqueda e intercambio de información ha vuelto obsoletas las «enciclopedias vivas» que eran los ancianos/as. Las decisiones se toman cada vez calculando probabilidades que muy poco tienen que ver con la experiencia acumulada y controlada por los ancianos/as y mucho más con las condiciones presentes y los objetivos que se quiera lograr. Esta ha sido posiblemente la causal más determinante, o al menos una de ellas, de nuestra vertiginosa progresión hacia una cultura compulsivamente consumista y de deshecho o descarte: Las antigüedades carecen de valor de uso, pero disfrutan de un valor cumulativo como arte e inversión, como mercancía. Ikea, por ejemplo, es más popular e importante que cualquier carpintero ebanista y su arte.
Una filosofía del envejecimiento tiene que tener en cuenta estos factores y la variación de valores teleológicos que los mismos causan.
Si la persona anciana no se sale del tráfico en las vías de comunicación se convierte en un obstáculo que retarda o bloquea el progreso y eso parece inaceptable.
Trastornos como la hiperactividad, la falta de concentración, la ansiedad, la intolerancia de la frustración, la impresión deprimente de que la vida se escapa y la necesidad de competir para descollar como primero/a cualquier precio, son patologías de alta incidencia actual y esencialmente incompatibles con la reducción del ritmo de vida que impone el envejecimiento.
En suma, como propone en su intervención reciente Ana Rodrigo, si la interpreto correctamente, toca a cada uno proteger la estabilidad de su situación, demandar la asistencia social debida y necesaria, y no solo para sí, sino para el sector social que envejece y pierde control de su autosuficiencia, como clase o grupo.
Oscar, formidable tu música.Un saludo amistoso
A partir del post de Blas y de lo que vosotros y vosotras habéis escrito, se me agolpan las ideas en mi cabeza.
Llegar a la vejez es un privilegio, poder vivirla con calidad es doble privilegio, tener la capacidad de hacer esta valoración positiva, es la guinda que colma el disfrute de la vida.
A partir de aquí, y casi con mayor frecuencia de lo debido, viene la mirada hacia lo negativo: nuestras limitaciones físicas, nuestros achaques, la nostalgia de lo que fuimos y ya no somos. Aquí es cierto que podemos suplir estas carencias con los recursos personales de los que cada cual disponga según su trayectoria personal porque creo que envejecemos como hemos vivido.
Después hay que considerar el entorno, especialmente la terrible lacra de la soledad de tantas personas mayores, normalmente la familia te quiere, te visita, te llama por teléfono, pero cada cual tiene su vida y la tuya es algo tangencial.
Y no olvidemos la imagen político social de que los viejos somos una carga económica. Injusticia total, primero porque cobramos lo que hemos cotizado, segundo porque consumimos (medicamentos y ayuda) lo que no hemos consumido en nuestra vida activa, y tercero porque producimos riqueza farmacéutica y puestos de trabajo para quienes cuidan a los/las mayores.
Pero tiene razón Blas en sugerir que es necesaria una filosofía del envejecimiento a título personal y a título social. Creo que fue un ministro japonés que manifestó su deseo de que fuésemos muriendo los viejos lo antes posible y Christine Lagarde manifestando el grave problema global del envejecimiento. No, esta mirada sobre la población mayor es inhumana, injusta y pobre. A los políticos y financieros les falta, no sólo imaginación, sino ganas de ponerse a pensar sobre una realidad que va in crescendo y que no se resuelve fumigándonos.
Somos nosotros y nosotras, la población mayor, quienes debemos ponernos en primera línea y exigir lo que es justo y humano, sin olvidar los centros de asistencia para los y las dependientes sean atendidos/as como ellos y nosotras lo hicimos con nuestros hijos e hijas y con nuestros mayores.
Si algo podemos aportar a esta sociedad es humanización más real que teórica.
Muy interesante, útil y muy actual este artículo de Blas sobre la manera de como, cada uno de nosotros, debemos envejecer y su relevancia personal y social…También vuestros comentarios revelan el impacto de esta fase que la vida tiene en cada uno a los que se le ha permitido alcanzar una edad que va mas allá de la madurez…y agradecer lo que habéis escrito aquí sobre vuestras experiencias personales…
El hecho de que hoy en día el avance de las ciencias en general, particularmente la que se relaciona con la medicina, haya logrado prolongar la vida un poco mas, hace reconsiderar la situación actual de lo que ha venido a denominarse modernamente como la “tercera edad”…Es por eso que, no cabe duda, a los problemas físicos para poder afrontar esta etapa, se suman los problemas psíquicos, morales y anímicos etc. etc….Un conglomerado, que a veces, parece que es imposible luchar y vencer….
Sin embargo, al mismo tiempo, es necesario, como dice el artículo desarrollar “una filosofía del envejecimiento”, en el sentido social y personal, ya que la existencia es, en realidad, el don divino mas valioso que todos nosotros hemos recibido y que tenemos que valorar en su justo sentido hasta el final de nuestra vida terrena. Es por eso el don primario por excelencia…el fundamental…nada seríamos sino hubiéramos sido llamados a existir….Por tanto, con la fuerza que nos da este mismo “don” de la existencia, -del simple hecho de respirar y vivir en cada segundo,- que es ya en si un privilegio,- podemos conseguir aprender a vivir “el último tiempo”, la última fase, que nos queda y vivirla con calidad y con dignidad…
No podemos permitir, pues, que se nos arrincone como algo anacrónico y desfasado….Nos quedan muchos recursos para vivir estos días cruciales sintiéndonos mucho mas realizados que cuando éramos jóvenes…En el momento actual del mundo somos nosotros los que tenemos que actuar primero…Podemos…siempre podemos….poner a trabajar nuestra experiencia y cualquier clase de conocimiento adquirido….Cada uno de nosotros supera en conocimiento práctico a cualquier miembro de la juventud…A éste pueden sobrarle conocimientos teóricos, retóricos y académicos, pero nosotros tenemos como guía práctica un conocimiento mucho mas profundo de la realidad ya que hemos podido vivir muchas circunstancias diferentes y hemos podido experimentar y vencer -quizás a base de derrotas y fracasos- multitud de situaciones complicadas y difíciles….No toda la juventud es sorda a nuestra cultura..No todos los pueblos abandonan a sus mayores….Precisamente la cultura a los ancianos es algo todavía presente en muchas sociedades del oriente y también del occidente…Sin duda, los más jóvenes nos necesita, hoy mas que nunca.
Por otro lado, no es difícil tener acceso a nuestros semejantes por medio del ordenador, por medio de los teléfonos celulares, por medio de centros culturales apropiados a nuestra edad….Somos nosotros pues lo que hemos sido testigos de la historia, hemos vivido conflictos sociales y políticos, y toda clase de situaciones personales que nos han hecho, sin duda, mejores personas y mas tolerantes con nuestros semejantes…Podemos y sabemos comprender mucho mejor que los de menos edad las dudas´, las zozobras, los conflictos y las incertidumbres del corazón humano…Podemos entender mejor, podemos hablar sin ofender, podemos moderar nuestras pasiones, podemos dar mejores consejos, intervenir como mediadores, …y en mi escuela médica universitaria se nos decía que si no podíamos curar, si podíamos aliviar, y si aún esto ya no era posible todavía podíamos consolar…
Por lo tanto, no solo tenemos que cuidar de nuestra salud…”saber para si mismo”…sino preocuparnos por la salud integral de los demás…Podemos, siempre podemos, poner nuestra larga vida al servicio de los demás, pues siempre existe un problema….Podemos ser algo para los otros….
Sin duda, el problema de la tercera edad es mundial….Muy posible es la soledad y el aislamiento después del cese e una vida en continua actividad lo que más han de atender los que profesionalmente se ocupan de esta fase de la vida como los geriatras y sus afines…Ha de existir pues esta “profunda revolución social” que ya ha empezado a verse en ciertos sectores de la sociedad para no descartar esta experiencia de la vida sino por el contrario, darle su verdadero sitio en la comunidad de los pueblos…La interacción completa entre generaciones vitales….destinadas a formar una sociedad armónica y coherente…
Un saludo cordial
Santiago Hernández
Amiga Pili: Ya ves que como te escribe yo tengo que agradecer tu acogida en mi visita. Tienes razón, no creo que podré viajar tan lejos otra vez, pero ir a Saludarte y saludar a Antonio pusieron una especie de broche de oro a mi viaje y me allegro. Te deseo lo mejor y que los cambios de situación no sean demasiado drásticos o negativos. In abrazo cordial.
¡¡¡Gracias George, de todo corazón!!!
Las “cosas” han cambiado algo desde tu visita…
Siento de veras… porque ya no se volverá a repetir; fue una visita muy hermosa y muy gratificante.
¡¡¡Gracias por el esfuerzo que supuso para ti!!!
No la olvido, y te recuerdo con gran afecto.
Un abrazo entrañable-
pili-mª pilar
¡Hola, Pili! He leído varias veces lo que has escrito y me identifico con ello. Muy a menudo me planteo la misma pregunta no del ¿por qué vivir? o la causa de vivir: Esa respuesta es fácil: Estoy vivo y a menos que me suicide o la muerte se recuerde de mí, pues seguiré vivo.
Me refiero a la otra pregunta mucho más difícil, la del propósito, la finalidad: «¿para qué vivir?». Ahora la respuesta es más difícil porque implica el inventario de los recursos con los que cuento o de los que dispongo para justificar mi existencia y poder ofrecer algo y, pasado cierto momento, los recursos son cada vez menos en cantidad y menos adecuados en calidad, y comprender la marcha del mundo se va convirtiendo en difícil.
A menudo me encuentro en ese «lugar» que describes y no me parece un lugar confortable.
Afortunadamente he visto que sea el momento de salir de lo inmediato a mí, reconocer los alrededores, más allá de la familia, porque estas dos cosas son reales:
1. Estoy vivo: Respiro, pienso, puedo mirar y ver, escuchar y oír… aunque no puedo andar mucho o muy lejos, me canso más, no comprendo el presente, no veo el sentido de la realidad…
2. Hay gente sola, desnuda, enferma, en prisión, sedienta…
Así he llegado a estas conclusiones:
1. Intentar seguir escuchando a mis pacientes, ayudándoles en la medida que pueda, mientras pueda…
2. Apuntarme de voluntario para repartir el desayuno o alguna comida en un «soup canteen» no lejos de casa, unos lugares a los cuales (algún parque o aparcamiento vacío) cada mañana llegan estas camionetas con mesas que se arman y desarman en un santiamén y distribuyen unas tazas de café con leche y pan fresco, caliente con mantequilla y algunas frutas a los sin hogar que acudan… Lo de «soup» (sopa) le viene porque lo hacen también de tarde (esa fue la idea original), pero a esa hora el tráfico local es muy complejo y lleno para mí y debo rehuirlo.
3. Llamé a un hospital de oncología y ofrecí llamar por teléfono cada día a quienes ellos me sugieran para comunicar con el paciente y, muy importante, con la principal persona que le cuida, simplemente para desearle un buen día, saber cómo progresa, y si las cosas van mal, escuchar un rato, ofrecer apoyo afectivo, nada complejo, nada religioso, nada muy diferente, solo eso ofrecer una presencia, un oído…
El resultado ha sido mejor de lo que yo esperaba:
1. La gente se alegra de ser reconocida
2. He descubierto cuán egoísta puedo ser que pudiendo hacerlo, me cuesta disponerme a levantar el celular o el auricular y marcar el número…
3. Que yo también necesito ser reconocido hasta por un/a desconocido/a que acepte mi llamada y responda…
4. Experimentar el shock de descubrir cuanta gente solitaria hay. Tienen familias y amigos, pero cuando la enfermedad o la ancianidad se hacen rutina, la mayoría no sienten que sean importantes para sus propias familias como necesitan sentirlo y entonces la llamada de este extraño que les llama hoy les hace bien…
Sé que estás activa en tu Centro Pignatelli y te escribo esto porque la idea de no perder mi perspectiva o de ceder a esta mala costumbre que tengo de pensar tanto, precisamente me vino de algo que me contaste durante mi visita y te quiero agradecer la inspiración. Así pues, te ofrezco un cordial y afectuoso abrazo lleno de gratitud.
“Envejecer sonriendo”
Sonrío… pero siento una gran incapacidad ante los problemas que van pasando… primero en mi familia… y por supuesto en el mundo.
Quiero ya bajarme de este tren… no puedo ayudar, no puedo enseñar…
¿Qué voy a enseñar…?
Hoy la vida se vive tan distinto como yo la viví.
Ya no les sirve para nada… y además, no quiero enseñar nada, solo quiero amarlos/as, no causarles problemas, ni ser una carga para ellos/as.
Ya viví mi vida lo mejor que supe, y creo que no lo hice del todo mal a pesar de mis muchas limitaciones… humanas.
Fui una mujer fuerte… “creo” … y cuando vuelvo la vista atrás… compruebo, cuantas cosas no las hice bien… con la mirada y experiencia de hoy.
Solo estoy, poco más…
Ni intelectualmente ni económicamente puedo serles útil, y algunos lo necesitarían, y me duele el alma.
Solo quiero partir sencillamente, sin más.
Creo que no doy la talla a este art. tan sabroso.
¡Gracias Oscar por compartir tus entrañables tanguitos y canciones!
Un abrazo entrañable y sincero.
mª pilar
Gracias, Oscar por los video clips, a cual major. Me decant por la extraordinaria dicción de Larralde, pero todos los he aprovechado y bien. .
SONRIENDO
Viejos dialogando
– – “Y tú ¿cuál prefieres que te dé … el Parkinson o el Alzheimer?
– – “¡Pues claro que prefiero el Parkinson; porque es preferible derramar un poco de vino, que olvidar dónde carajos dejé la botella!
Leo: «… las personas llenas aun de vida y de capacidad de don a los demás… inventar una nueva filosofía de la vida y del envejecimiento… imaginar… nuevas instituciones sociales… La persona… queda violentamente, metafísicamente troncada.»
Este es un tema apasionante y urgente.
Vo andando hacia mi 75º aniversario de vida… Habiendo trabajado por tantos años, más de 38, con muchos y muchas jóvenes, vivo persuadido de que la imposibilidad de comprenderles completamente no es mi falta, sino el mero hecho de que ellos/as marchan delante de mí, de cara al futuro y, por tanto, obstruyen mi visión de ese futuro. A mi generación queda completamente abierta la visión del pasado. Y me parece justo que sea así.
Es una suerte no muy común llegar a una edad avanzada, a la mía, por ejemplo, «lleno de vida y de capacidad de don a los demás», al menos no es común en el ambiente urbano de las ciudades populosas y afluentes, contaminadas…
Generalmente se acepta la premisa de que la longevidad promedio se ha alargado; desde luego sin especificar de cuál segmento de población se habla; de la calidad de la vida de ese comparado con la del resto de las poblaciones; de cómo afectará el futuro la brecha cada vez mayor de la desigualdad económica; el impacto de creciente consumismo; el agravamiento de los costes de vida; el agravamiento del maltrato ecológico; el desorden crónico y progresivo de la familia… Y, muy importante, cuál es la relación entre todos esos factores y el hecho de que las instituciones sociales se hayan vuelto inoperantes, ineficaces, insuficientes o todo eso a la vez.
Por lo tanto, la demanda de una nueva filosofía de la vida y de la muerte es muy válida y urgente.
Lo único es que es preciso que tome en cuenta que la sostenibilidad de una existencia decorosa y buena para toda persona, sin agotar los recursos naturales, parece declinar. Basta mirar el desplazamiento migratorio de las tribus subsaharianas para perecer en las pateras del Mediterráneo europeo o el de las poblaciones centroamericanas, para perecer en el ferrocarril de la muerte o al llegar a Tijuana, donde aún les queda por vencer el desierto tras el Río Grande.
La riqueza se concentra en los menos, la pobreza se extiende sobre los muchos y con ello sus secuelas: La concentración del poder decisorio en aquéllos. Por el otro la extensión de la miseria y de su violencia inherente sus secuelas de muerte, una especie de mecanismo regulador demográfico, que poco a poco engloba a los más pobres.
La vida no es necesariamente un regalo: La inmensa mayoría de la población terrícola vive cada vez menos y cada vez más miserablemente, sobre todo las mujeres y los niños/as. ¿Cuántas personas? No hay censos…
¿Puede la metafísica aportar algo nuevo cuando la misma necesidad de certidumbre está siendo reemplazada por la suficiencia de lo probable y aproximado, pero intrahistórico?
Gracias, Blas, por tu comentario y saludo que reciproco.
Apreciado George R. Porta
Vale la pena escribir un pequeño artículo en Atrio para provocar como respuesta una contribución tan inteligente y completa como la tuya. Creo, a pesar de lo que dices en la necesidad de conceptos nuevos de la vida y de la muerte. Me remito a mi texto. Un amistoso saludo.
Leo: «El “viejo” entra en una categoría social excluyente y definitiva… …profundamente triste… en la amargura… dejados de lado… hubieran podido ser tan fecundos… degradante… rebajados… privados de su individualidad… reducidos a la dimensión puramente económica… como muebles usados…»
1. ¿No estamos legando una cultura «del desecho» a nuestros jóvenes? ¿No nos hemos inventado esta religión que ofrece sacrificios a la tecnología robótica, la velocidad informática, el individualismo, el consumismo como utopía compulsiva, los mercados libres que garantizan el triunfo en la competencia por la hegemonía o del egocentrismo versus la solidaridad; a la cosmética del cuerpo eternamente joven y permanentemente ágil; a la inapelable imagen virtual versus a la riesgosa palabra equívoca; al sentir versus el pensar?
2. Parece irracional dedicarse a crear una nueva filosofía del envejecimiento. La hemos creado, solo que equivocada. Es posible envejecer paciente y benignamente, pero hemos optado por fugarnos como avestruces a lo transitorio, lo virtual versus lo real, la soda versus el vino…la cocaína, versus la responsabilidad.
4. La muerte no es algo nefasto solo porque parezca empujarnos en la nada. Puede ser y es el culmen de la existencia, aunque un caveat se impone: La inmensa mayoría de la humanidad que sufre pobreza, opresión, carencia de oportunidades, la muerte en lugar de consistir en alcanzar un culmen satisfactorio es alcanzar uno de alienación y ninguneo y por miedo a que esa realidad se cebe en nosotros, nos hemos dedicado a rehuirla.
5. ¿Por qué no dedicarnos simplemente a afrontar nuestro «presente-final»? ¿No nos basta, si lo tenemos, disfrutar «pleno vigor físico e intelectual» y agradecerlo? Se sobra la gente que no tuvo la suerte de heredar la genética que nos hizo posible esta especie de «juventud permanente» sin el gene del cáncer o el de la vulnerabilidad cardíaca.
6. Y si por el contrario estamos enfermos y dependientes ¿Por qué no puede derivarse algo bueno de ello?
7. ¿No fuera soberbia de la peor que el herido del camino rechazase la ayuda del «buen samaritano» solo porque le toca necesitarla?
8. El propósito del sufrimiento, quizás su único propósito, es ser lugar ético en el que los/las jóvenes acepten el desafío de crecer en el servicio y la solidaridad compasivos. Nos toca a quienes les necesitemos, no abusarles.
6. En realidad se trata de renunciar al mito del «derecho a eternizar la existencia» simplemente porque esa es otra utopía «sin sentido», metafísica.
8. Nos toca, a los viejos, descubrir —que no inventar— la filosofía del morir que es existir sin vanas pretensiones, con dignidad y plena autonomía, voluntaria, responsablemente, y al hacerlo arrastrar a la bancarrota el absurdo e inmoral comercio médico para obligarle a distribuir justamente la buena salud, en lugar de venderla al mejor postor.
9. Después de todo, si hay que creer a la religión ¿no existimos en la mayor vulnerabilidad y más absoluta desprotección con respecto al mal?
Velocidad, sí, pero esencialmente de la información que depende de los 30’000km /s . Pero no de la digestión de los cambios y transmutaciones de fondo.
Los problemas siguen siendo los mismos. Nuestra España sigue siendo la misma de los dos españolitos de A. Machado que vienen al mundo etc. Y hay gente que aún no ha aprendido, y siguen oyéndolos las multitudes. T el problema de la alternancia es viejo al menos desde Cánovas y Sagasta.
La Historia avanza pero ya se han dado cuenta de ello Spengler o Vico.
Lo que hay que adecuar a cada momento es la filosofía de la vida humana.
Ojalá nuestro pastoso Senado-por dar un ejemplo- fuese capaz de compulsar los ritmos, desvelar las constantes del momento y evitarnos convulsiones y reformas imbéciles.
Los ancianos han sido respetados tradicionalmente como depositarios de la experiencia y de la sabiduría de sus pueblos; ahora bien, en este cambio de época, la civilización cambia a velocidades exponenciales, y las experiencias antiguas parecen quedar obsoletas. No obstante la cultura, la sabiduría, el fondo del ser humano, mantiene unas constantes (paz o guerra, colaboración o egoísmo…) que hay que aprender con vivencias personales; y de las que los mayores algo sabemos porque las hemos vivido.