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El encuentro feliz de la Pachamama con Gaia

Quiero presentar un libro que en breve saldrá traducido en Brasil:La Pachamama y el ser humano (Ediciones Colihue 2012) de Eugenio Raúl Zaffaroni, bien conocido en Brasil en el ámbito jurídico. Es un reconocido magistrado argentino, ministro de la Corte Suprema desde 2003 a 2014 y profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.

El presente libro se inscribe entre las mejores contribuciones de orden ecológico y filosófico que se han escrito últimamente. Se sitúa en la línea de la encíclica del Papa Francisco, también argentino, Laudato Si, sobre el cuidado de la Casa Común (2015). Zaffaroni aborda la cuestión de la ecología integral, especialmente la violencia social y particularmente la violencia contra los animales, con una información admirable de orden científico y filosófico.

Lo más importante del libro es la crítica del paradigma dominante, surgido con los padres fundadores de la modernidad de los siglos XVI y XVII que ex abrupto introdujeron una profunda cisura entre el ser humano y la naturaleza. El contrato natural, presente en las culturas de Occidente y Oriente desde tiempos inmemoriales, sufrió un corte fatal y letal.

La Tierra dejó de ser la Magna Mater de los antiguos, la Pachamama de los andinos y la Gaia de los contemporáneos, algo vivo y generador de vida, para ser transformada en una cosa inerte (res extensa de Descartes), en un mostrador de recursos colocados a disposición de la voracidad ilimitada de los seres humanos. Es clásica la formulación de René Descartes: el ser humano es el “maître et possesseur” de la naturaleza, es decir, es el amo y señor de la naturaleza. Puede hacer de ella lo que bien le parezca. Y lo ha hecho.

La cultura moderna se construyó sobre la comprensión del ser humano como dominus, como señor y dueño de todas las cosas. Estas no poseen valor intrínseco, en contra de lo que van a afirmar más tarde la Carta de la Tierra y con gran fuerza la encíclica papal. Su valor reside sólo en poder estar al servicio del ser humano.

Es el proyecto del poder, entendido como capacidad de dominación sobre todo y sobre todos, partiendo de quien tiene más poder. En este caso, los europeos, que realizaron la aventura del sometimiento de la naturaleza, la conquista del mundo, la colonización de naciones enteras, el genocidio, el ecocidio y la destrucción de culturas ancestrales. Y lo hicieron usando la fuerza brutal de las armas, de la espada y también de la cruz. Hoy en día con armas capaces de extinguir la especie humana.

Zaffaroni rastrea el surgimiento de este proyecto civilizatorio y lo hace con gran riqueza bibliográfica. Se enfrenta con valor y con gran libertad crítica a los presumidos corifeos del pensamiento moderno como Hegel, Spencer, Darwin y Heidegger. Me restrinjo a las críticas que hace al Hegel del Geist (espíritu). Con su filosofía-ideología se volvió el mayor exponente del etnocentrismo. Herbert Spencer con su biologismo estableció la raza blanca como superior y todas las demás consideradas como inferiores, lo que acabó por legitimar el colonialismo y todo tipo de prejuicios.

Zaffaroni aborda la cuestión del animal visto como sujeto de derechos. Escribe: “a nuestro juicio, el bien jurídico en el delito de malos tratos a animales no es otro que el derecho del propio animal a no ser objeto de crueldad humana, para lo cual es menester reconocerle el carácter de sujeto de derechos”. El autor es duro al constatar “que nos hemos convertido en los campeones biológicos de la destrucción intra-especie y en los depredadores máximos extra-especie”. Su propuesta es clara: “Solamente sustituyendo el saber del dominus por el de frater podemos recuperar la dignidad humana” y sentirnos hermanados con los demás seres.

América Latina fue la primera en inaugurar un constitucionalismo ecológico, incluyendo en las constituciones de Ecuador y Bolivia los derechos de la naturaleza y de la Madre Tierra. Anteriormente, y también por primera vez, fue México quien introdujo en su constitución de 1917 los derechos sociales. Zaffaroni hace la apología de las virtualidades creadoras de armonía del ser humano con la naturaleza que la visión andina del “buen vivir y convivir” (sumac kawsay) comporta; también de Gaia, la Tierra como un superorganismo vivo que se autorregula para siempre producir y reproducir vida. La Pachamama y Gaia son dos caminos que se encuentran “en una feliz coincidencia del centro y de la periferia del poder planetario”. Ambos son portadores de esperanza de una Tierra Casa Común, en la cual todos los seres están incluidos. Ellos nos liberarán de las amenazas apocalípticas del fin de nuestra civilización y de la vida.

Zaffaroni nos trae una brillante y convincente perspectiva, crítica severa por un lado, pero llena esperanza por otro. Merece la pena leerlo, estudiarlo e incorporar en nuestra comprensión su visión de una ecología holística y profundamente integradora de todos los elementos de la naturaleza y del universo.

*Leonardo Boff es articulista del JB online, escritor y ecoteólogo.

Traducción de Mª José Gavito Milano

Un comentario

  • Isidoro García

    Leo hoy en El Confidencial.Com, el siguiente cuento/apólogo:

     “Érase una vez un hombre de negocios que estaba sentado en la playa de un pueblo brasileño. En un momento dado, levantó la vista del periódico y vio a un pescador remando hacia la arena, con el bote lleno de grandes peces. Impresionado, le preguntó al pescador: “- ¿Cuánto tiempo te ha llevado pescarlos?”.

    -“Ah, no demasiado”, contestó este.

    -“Entonces, ¿por qué no te quedaste más tiempo en el mar y pescaste más todavía?”, volvió a preguntar el hombre de negocios.

    -“Estos son suficientes para alimentar a toda mi familia”, le explicó el pescador tranquilamente.

    -“Pero, ¿qué vas a hacer el resto del día?”, continuó el hombre de negocios.

    -“Bueno -dijo el pescador- me levanto temprano en la mañana, salgo al mar a pescar y luego vuelvo a casa a jugar con mis niños. Por la tarde me echo la siesta con mi mujer y por la noche quedo con mis amigos en el pueblo para tomar algo, cantar, bailar y tocar la guitarra hasta la madrugada”.

           El hombre de negocios reflexionó un momento y luego le hizo una propuesta al pescador: -“Yo tengo un Master en Administration de Empresas. Te puedo ayudar a ganar mucho más dinero. Tendrás que pasar más tiempo en el mar tratando de capturar tantos peces como sea posible. Cuando ahorres lo suficiente podrás comprar un bote más grande y capturar todavía más peces. Entonces podrás comprar más botes y fundar tu propia empresa con tu propia planta procesadora y red de distribución. Para entonces te habrás ido de este pueblo y te habrás trasladado a Sao Paulo, donde tendrás tus oficinas centrales desde donde gestionarás todos los departamentos y delegaciones de tu compañía”.

          El pescador negó con la cabeza, “- ¿Y después?”, preguntó.

    -“Después de eso -se rió el hombre de negocios- podrás vivir como un rey y cuando te hayas hecho un nombre podrás invertir en bolsa y te convertirás en millonario”.

    -“Y, ¿después?”, volvió a preguntar el pescador.

    -“Después -continuó el hombre de negocios-, podrás, por fin, retirarte, irte lejos, y comprar una casita en un pueblo de pescadores donde te levantarás temprano por la mañana, pescarás algo, volverás a casa a jugar con tus niños, te echarás una buena siesta con tu mujer, te reunirás con tus amigos por la noche para tomar algo, y ‘y cantaréis, bailaréis y tocaréis la guitarra hasta la madrugada!”.

    A lo que el pescador, perplejo, respondió: – “Pero, ¿no es exactamente eso lo que hago yo ahora?”.

     

    Este cuento es muy revelador, de lo ilusorio de la ambición.

    Pero lo que no dice el cuento, es que ese pescador empresarializado, en su neurotizado proceso emprendedor, habría creado muchos puestos de trabajo de nuevos pescadores, de manufactureros y de oficinistas para personas hasta ese momento en la más pura carencia de trabajo y de comida.

    Además la mayor cantidad de pescado obtenida, serviría para que comieran otros.

    Tampoco habla el cuento, que de tanto pescar en exceso, a lo peor se empezarían a agotar los bancos de pesca y se podría producir un problema ecológico-pesquero.

    En resumen, que el cuento vale si sólo contemplamos el pescador y el hombre de negocios. Pero si existe además una masa de famélicos, ese planteamiento inicialmente romántico y sabio, se transforma en un planteamiento egocéntrico e individualista.

    Y es que al final, todos los caminos conducen a Roma. El grave problema de la humanidad es el incesante crecimiento demográfico. Mientras tengamos cada año cien millones de personas más, tenemos que crecer la producción, solo para seguir igual, un 1,33 % anual.  Con el consiguiente deterioro del planeta.

    Todo planteamiento ecológico que por motivos ideológicos (religiosos o políticos), no parta de la base de la necesidad de un control activo del crecimiento de la población, ignora la realidad, y por ello no deja de ser un nuevo sermón moralista y oro canto al sol.