Algo salió mal
Por Jorge Majfud, Página 12 –22 junio 2017
Antes de Darwin, Adam Smith había sentado las bases del liberalismo económico según la cual cada individuo, al perseguir su propio beneficio, inevitablemente conduce a un “equilibrio natural” y al “bienestar general”. El éxito de los mercaderes parecía confirmarlo: a lo largo de la historia, fueron ellos agentes relevantes, no sólo en el intercambio de bienes sino también en el intercambio de cultura y de conocimiento.
La exitosa (y maldita, para los creyentes de Noé) Teoría de la Evolución de Darwin ha sido actualizada varias veces, por ejemplo, para explicar el hecho de que un individuo se sacrifique en beneficio del grupo o de la especie. Un pájaro que con su canto alerta a sus iguales es presa fácil de un depredador, pero con su sacrificio el individuo salva al grupo. Distintas particularidades intelectuales en los seres humanos (como un estado de alerta patológico en algunas personas) se pueden explicar como un perjuicio para el individuo en beneficio para la especie, al menos en tiempos pasados.
En casi todas las sociedades contemporáneas, el “menos apto” sobrevive gracias a la solidaridad y la compasión del grupo. Tal vez el bullying es un resabio de tiempos prehistóricos cuando el grupo entendía que los débiles eran una carga inconveniente, pero hoy la cultura y la sensibilidad moral han revertido esa práctica a fuerza de educación en nuevos valores. La eterna disputa dialéctica entre el Poder y la Justicia (entre las posibilidades del beneficio del individuo y las del beneficio del grupo) se ha balanceado en favor de esta última. La disputa práctica, en cambio, parece definirse otra vez por el Poder, por la imposición de los más fuertes, no sin primero secuestrar la dialéctica de sus adversarios, aquellos que luchan por la justicia, generalmente una dialéctica igualitaria en favor del grupo. Para verlo, basta con echar una mirada al poder económico y militar acumulado por el uno por ciento de la población del mundo, lo cual, en principio, está en consonancia con la teoría y justificación moral de “la sobrevivencia del más apto”, que tanto sedujo a la Europa imperial del siglo XIX, a los estadounidenses del siglo XX y a los ricos y poderosos de todos los siglos.
Por el contrario, el hecho de que los menos aptos, los más pobres, se reproduzcan más que los más aptos, lo más ricos, parecería indicar que la cultura contradice el principio evolucionista de la “sobrevivencia del más apto”. Entonces, ¿los valores morales confirman o contradicen la Teoría de la Evolución?
Lo más probable es lo primero. La moral, la cultura y la educación pueden significar la supresión o limitación de la violencia del más fuerte (del más apto) contra el resto del grupo, contra el resto de la especie. Es decir, la Justicia no es una contradicción de los principios básicos de la Evolución darwiniana sino uno de sus elementos necesarios para la sobrevivencia del grupo.
En contraposición con todo lo planteado anteriormente, llegamos, finalmente, a un posible elemento de contradicción, de quiebre o a una patología terminal, como puede serlo el cáncer en la lógica de un cuerpo sano. La historia reciente de la humanidad, parece mostrar una seria y crítica excepción a la lógica de la evolución. No son las sociedades más pobres, los países menos desarrollados los que están amenazando la existencia de la especie en la faz de la Tierra sino los más poderosos, “los más aptos”.
Este peligro no sólo radica en la mayor potencia de destrucción militar de los países más poderosos sino en sus capacidades de destrucción del medio ambiente. Son los más aptos (los más fuertes, los más ricos, los ganadores) los más capacitados para poner en peligro la existencia de la especie humana. Peligro que ha dejado de ser una potencialidad y comienza a concretarse.
Es posible que la inteligencia humana (al menos aquella al servicio del poder) sea una anormalidad cancerosa de nuestra especie, si consideramos que los tiburones y las hormigas han estado en este planeta millones de años antes que nosotros. En apenas unos pocos miles de años y, sobre todo como consecuencia de los últimos siglos, la especie humana se ha acercado peligrosamente, como nunca antes, a la extinción por suicidio propio.
No obstante, si es la inteligencia la enfermedad de nuestra especie, es también la conciencia la cura y el recurso de nuestra evolución. En el triunfo de una de ellas nos jugamos nuestro futuro en este planeta y, probablemente, nuestra existencia en este Universo.
* Escritor uruguayo, profesor en Jacksonville University, College of Arts and Sciences, Division of Humanities.
Mi reflexión la haré deteniéndome al final del artículo en torno a la frase que leo:
“No obstante, si es la inteligencia la enfermedad de nuestra especie, es también la conciencia la cura y el recurso de nuestra evolución. En el triunfo de una de ellas nos jugamos nuestro futuro en este planeta y, probablemente, nuestra existencia en este Universo”
: Cómo va a ser la inteligencia la enfermedad de nuestra especie si ésta para ser viable necesitó biológicamente abrirse a ella? Expresándome así ya se ve que mi perspectiva no es la misma que la que da por hecho, como nos previene el autor, y que ha sido lo propio de la tradición, definir a la inteligencia como facultad y para atenerme fiel a la frase, añadiré, como tal facultad una facultad al servicio del poder.
Esta asignación dada a la inteligencia de forma tan precipitada esconde un sorprendente desconocimiento de su constitutiva estructura, es decir , la estructura que de suyo le es propia a la inteligencia para ejecutar su acto. Entonces, si esto es así, cabe no facultar nada antes que algo ejecute su acto. Esta visión estructuralista es la que a estas alturas nos permite ver, darnos cuenta, tomar conciencia de las graves consecuencias a las que nos ha conducido al haber definido a “la inteligencia” como entidad.
Entonces, si de poder hay que hablar, el poder es de lo real no de la inteligencia, es lo real lo que la faculta. La inteligencia, dicha así tal cual, es una abstracción del acto mismo de inteligir. Lo que cuenta es el acto intelectivo que se origina fisiológicamente en el sentir humano que no es puro como el del animal, dando pie así a un sistematismo estructural, donde la sensibilidad es intelectiva y la intelección es sentiente. Es esta unidad la que nos lleva más allá de la evolución natural puesta ya en marcha hace millones de años. Por tanto es aquella unidad que, emergiendo de ésta nos abre a la trascendencia, es decir, hacia todo tipo de valores. La potencialidad del primer nivel abre a las posibilidades del segundo. Y en todo ello va implicada la conciencia porque la conciencia no es tampoco, como digo, una entidad aparte
Volviendo a la inteligencia y saliéndome un poco de la frase seleccionada, los tiburones y las hormigas aunque hayan estado en este planeta millones de años antes que nosotros no la han necesitado para vivir, su propio adaptarse al medio, al entorno, les ha bastado, cosa que no sucede a la especie humana. Cuando la evolución alcanzó el nivel de nuestra especie las respuestas al entorno no le bastó para sobrevivir y por ello hubo de producirse esta dinámica emergente a la que acabo de referirme
Leo: «No obstante, si es la inteligencia la enfermedad de nuestra especie, es también la conciencia la cura y el recurso de nuestra evolución».
La autodestructiva elección del Sr. Trump en noviembre de 2016 a la presidencia estadounidense parece contraria a la lógica darwiniana porque dicha elección fue determinada por descuido y estupidez de su contrincante que menospreció —precisamente por falta de sensibilidad y compasión— a la porción de la población del país de mayor tendencia xenofóbica y menor nivel académico— que más hubiese apreciado medidas de progreso y avance social y económico, en los estados del centro del país.
Una nota que parece interesante es que el propio progreso que engendró la exportación manufacturera de los EE UU a otros países, obviamente engendrará un deterioro del ambiente en dichos países y, lo que aparentemente puede ser percibido como una mejoría en la economía, puestos de trabajo, etc., resultará, por otro lado, en deterioro de la naturaleza, de lo cual en la proporción que sea, afectará globalmente al planeta y, por lo tanto, de todas formas, afectará a los EE UU.
La necesidad del «equilibrio» que subyace el planteamiento del Prof. Majfud —quizás un reflejo de su larga carrera en la arquitectura, las artes y la literatura—muy bien que pudiera ser ella misma como en alguna frase sugiere una expresión de la tendencia natural a desprenderse de lo inútil o dañino, lo entrópico en beneficio de lo sinergístico.
El ser humano siente una sospechosa necesidad de confirmar su predominio y su excelencia sobre la totalidad del universo, una sospechosa necesidad que los demás seres y formas de vida del universo no parecen sentir, que sepamos. Que su calenturienta imaginación la haya llevado a construir —Hans Urs von Balthasar nunca sospechó cuan peligrosa era su intuición— una Teo-dramática en la que pone en boca de los dioses que crea lo que el propio ser humano necesita creer y, además, se olvida que él ha escrito el libreto y lo cree destruyendo toda sombra de duda que surja por puro miedo. Las hormigas no parecen sentir igual, que se sepa.
Dicho sea de paso, la novela homóloga del Prof. Majfud: «Algo salió Mal» publicada este año, me resultó interesante y agradable de leer y se puede adquirir en forma de «audible book».
El artículo termina proponiendo la clave de la solución: “No obstante, si es la inteligencia la enfermedad de nuestra especie, es también la conciencia la cura y el recurso de nuestra evolución”. La conciencia colectiva de la Humanidad es el potencial más fuerte para frenar la destrucción provocada por la ambición de los más fuertes. La conciencia de la justicia se ha concretado en distintos grados en cada cultura pero, en conjunto, va evolucionando positivamente en beneficio de la humanidad y del planeta. Hay retrocesos, como la explotación de la tierra, pero surgen reacciones para superarlos.
Hola!
“ALGO SALIÓ MAL”
La frase pareciera confirmarse en el arquetípico Relato de la Creación-Caída.
¡Ya ni en los dioses se puede confiar!, ¿no?