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La cultura de la desigualdad

 Castillo         Sabemos que el papa Francisco ha dicho: “No me gusta anticiparme a los acontecimientos. Veremos qué hace Trump”. Una vez más, este papa ha sido discreto y prudente. No seamos “profetas de desgracias”, como sabiamente nos advirtió Juan XXIII. Y así debe ser. Lo que ocurre es que el recién estrenado presidente de los Estados Unidos de América ya ha dado la cara sobradamente, para dejar claro, ante el mundo entero, no lo que va a hacer, sino lo que ya ha hecho. Y lo que ha hecho ha sido poner en evidencia que casi la mitad de los norteamericanos – los millones de votantes que han elegido a Trump – han renunciado (en la práctica, ya que no sabemos si, en teoría, eran conscientes de lo que hacían) al “principio determinante” que inspiró la proclamación de Independencia de los Estados Unidos, del 1 de julio de 1776.

Esto quiere decir que, varios años antes de la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, de la Asamblea Francesa del 26 de agosto de 1789, ya en Estados Unidos se hizo la primera formulación de los derechos del hombre. El principio de igualdad y de participación de los ciudadanos quedó así formulado, en embrión, pero también como ideal de una nueva sociedad y una nueva cultura. Fue el paso decisivo de la sociedad sometida al soberano a la sociedad igualitaria y democrática.

Lo que mucha gente no sabe es que, en este cambio, tuvo un papel importante el influjo positivo de la religión. El conocido estudio de Georg Jellinek, de 1895, lo indicó con claridad. La idea democrática, base de la constitución de la Iglesia reformada, se desarrolló a finales del s. XVI en Inglaterra, y esto en primer lugar por obra de Roberto Brown y sus adeptos. Para este grupo, la Iglesia debía identificarse con la Comunidad en una comunión de creyentes, mediante un pacto con Dios y sometidos a Cristo; además, reconocían como norma directora la Voluntad de la asociación, es decir, de la mayoría. Se establecían así las bases de un ideal de igualdad en dignidad y derechos, que alcanzaría su plena formulación en la Declaración Universal de los derechos humanos del 10 de diciembre de 1948. Así empezó a implantarse, en la sociedad moderna, el ideal de la “cultura de la igualdad”.

Esto supuesto, el resultado de las últimas elecciones en Estados Unidos es la demostración más evidente de que, sin darnos cuenta de lo que estamos haciendo, en realidad hemos hecho trizas la “cultura de la igualdad”. Y, en su lugar, estamos entronizando la “cultura de la desigualdad”. Lo que es lo mismo que decir: se ha impuesto, de nuevo, “la ley del más fuerte”.

El papa tiene razón – insisto en ello – al aconsejar discreción y vamos a esperar. Pero hay cosas que no admiten espera. Hace sólo unos años, la conocida historiadora de la Antigüedad, María Daraki, dijo lo siguiente: “La civilización nació bajo forma de un gran impulso histórico de las técnicas. Cosa que puede confortar la fe del siglo de las grandes realizaciones tecnológicas. Pero este enorme salto hacia delante en la historia de las técnicas ha provocado la primera aparición de rasgos conocidos desde la antigüedad: ahondamiento profundo de las desigualdades económicas, jerarquía social vertical, poder despótico.

Así las cosas, el hecho es que, según la misma María Daraki, el proceso del que surge la civilización demuestra que la evolución tecnológica y la evolución social pueden disociarse y, lo que es más grave, pueden crecer en direcciones opuestas: la “evolución tecnológica” como progreso, la “evolución social” como degradación.

Y así ha sucedido. Hasta desembocar en un proceso imparable de descomposición social que, seguramente, hace solo unos años, no podíamos imaginar. Por una razón que se comprende enseguida. La tecnología crece de una manera imparable. Nadie pone en duda que el crecimiento tecnológico nos aporta incontables beneficios. Pero lo que no advertimos es que el progreso tecnológico se nos ha ido de las manos y ya es imparable. Ni sabemos a dónde va. Porque crece a más velocidad que lo que da de sí la capacidad humana. Con una consecuencia que da miedo: el crecimiento tecnológico es inseparable del crecimiento económico. Ambos son como vasos comunicantes. Lo cual quiere decir que el crecimiento tecnológico está dirigido y controlado por los magnates de la economía. Lo que significa que el presente y el futuro del mundo entero, o sea todos nosotros, estamos en manos de un número reducido de magnates, los grandes potentados que manejan la economía mundial. Teniendo en cuenta que la pasión por el dinero es más fuerte y determinante que los mejores deseos de justicia, igualdad y fraternidad.

No seamos ingenuos. El caso Trump no es asunto de derechas o de izquierdas. Se trata de algo mucho más profundo. Es solamente el ejemplo elocuente de un futuro que ni sabemos dónde tiene sus raíces, ni podemos saber a dónde nos lleva. En este momento y en esta situación, me atrevo a decir que solo el Evangelio de Jesús y la fuerza de su “proyecto de vida” podrán potenciar la aspiración de justicia e igualdad que nos parece un sueño o una utopía. Seguramente por esto, en lo que el papa Francisco ha centrado su ideal de vida y su mensaje, tiene su fuerza de atracción que este hombre sencillo ejerce en el mundo, sobre todo en el mundo de los que más sufren y menos medios tienen para seguir viviendo.

7 comentarios

  • Asun Poudereux

     
    Muchísimas gracias, Isidoro, por tu comentario. La verdad es que no tenía intención de hacer un comentario en este hilo, sin embargo,  el tuyo me ha hecho reflexionar una vez más en lo que intenta ser Atrio, o al menos como llego a entenderlo,  y hasta,  si me apuras, experimentarlo.
     
    Y para ello, empiezo  copiando esta  parte de lo que nos citas de Saint- Exupéry:
     
    “Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho”. Por cierto, es precioso. Y engancha enseguida.
     
    Sin un conocimiento de las múltiples caras de la realidad que se viene conformando, equivocarse es lo más  probable, como también ver el error  en las consecuencias tras el paso de los acontecimientos en el espacio y tiempo. El condicionante de seguir yendo todavía (Oscar), en la toma de decisiones,  obstaculiza  la visión serena y decisión ecuánime. Aunque también es un proceso inherente a la vida, que no se detiene nunca en su despliegue y con el que seguimos creciendo  si no paralizamos su resurgir  constante en estímulos y sorpresas inesperados.
     
    ¿Es producto solo del miedo  detenernos? No lo creo.  Las plantas aparentemente a nuestros sentidos lo hacen y sin embargo resurgen plasmando todo su potencial. Por qué digo esto, si nosotros no nos tenemos por plantas. Quizá tenemos mucho en común con ellas. Sin embargo, ellas dejan que sea lo que son, no pretendiendo ser otra cosa. Nosotros los humanos, algunos más que otros y según sea el momento en que vivimos,   creemos ser lo aparente, lo que tenemos y poseemos en bienes y conocimientos y olvidamos por el camino de la vida lo que somos de fondo y es común con toda forma que nace y surge de ella.
     
    ¿A dónde voy a parar? Sencillamente, si de partida no sabemos quiénes somos, no entendemos su porqué, veo difícil que nos detengamos en anhelar serlo, y más precisamente en dejar ser eso que somos. En uno/a mismo/a,  para que se haga posible,  y de modo natural,  dejar serlo en los demás. Y así como la vida es sorprendente en sus múltiples manifestaciones,  dejamos que nos enriquezca con ello, sin apropiarnos,  al mirarnos en lo otro como de todos y de nadie.
     
    Si no podemos ver nuestro reflejo en cada cosa en la que se detiene la atención, lo etiquetaremos como algo separado y diferente,  lo denigraremos y/o ensalzaremos, es decir, seguiremos ignorando, antes de verlo e identificarlo con nosotros,  en la parte y en el todo que somos.
     
    Hacia eso apunta Atrio, aunque por el camino nos distraigamos en hacer valer nuestro modo de concebir las cosas. Seguramente es necesario, el detenernos,  para ir avanzando personal y colectivamente,  en aminorar la desigualdad, no la singularidad,  en dejar sernos solidaridad abierta, ancha y libre, de  maneras muy diversas,  no voluntarista, sino la que nace como un regalo de la vida de la persona que se sabe única y valiosa, y que la hace tomar un rumbo que se va precisando en ella,  siendo visto el regalo, así mismo,  en lo que de fondo es común a todas las personas y lo comparte.
     
    Gracias a todos los que lo hacen posible en Atrio.
     

  • Isidoro García

     “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho”. Antoine de Sáint-Exupéry.

     

    Este comentario, no tiene ningún ánimo polémico. El que escribe, pretende dar a conocer sus ideas a los demás, y en el precio está el que muchas personas no estén de acuerdo con él. Es lo normal. Otra cosa son las descalificaciones globales.

    Pero eso es cuestión de los caracteres personales de cada uno, y eso es algo que cada uno, (yo el primero), arrastramos el nuestro, como una cruz a cuestas.

     

    Lo que me interesa aclarar, de cara, primero a mí mismo, y después hacia nuestros lectores, es mi postura respecto a la frase del amigo Rodrigo, “demeritando la lucha por la justicia social ahora…”

    Yo, como cristiano, (aunque sea malo), creo en la construcción del Reino, y que este no se construye solo, ni va a bajar del cielo, sino que todos tenemos que hacer un esfuerzo, (el que podamos), para lograrlo.

    Por otra parte, sin necesidad de fe religiosa, creo fervientemente en el proceso de la especie a la que pertenecemos, hacia una metamorfosis perfeccionadora, que tampoco se va a conseguir sola, sino que se va realizando mediante un costoso progreso intelectual, cultural y social, realizado por la humanidad entera.

    Lo que yo defiendo, es que este proceso tiene que tener tres fases bien definidas. La primera de análisis de la realidad, (conocimiento), la segunda de estrategias a seguir, y la tercera de tácticas y acciones concretas.

    El proceso primero y primario en el tiempo, que es el de conocimiento de la realidad, es un proceso, contínuo, y constante, pues los conocimientos van aumentando y mejorando. Siempre hay que estar reflexionando. No podemos encallarnos en una cosmovisión dada, por muy buena que sea, y muy sabio que fuera su creador.

    El marxismo, (del que yo no soy experto en absoluto), fue un análisis de la realidad, realizado por una gran serie de sabios y científicos sociales de la segunda parte del siglo XIX, de los que Marx y Engels, son los más descollantes.

    Pero no se puede quedar uno encasquillado en mero discípulo y seguidor de un maestro. A los maestros como se les honra es yendo más lejos que ellos, mejorándolos, y siguiendo su camino hacia adelante. Somos pigmeos a hombros de gigantes. Y no olvidemos que un pigmeo a hombros, ve más lejos que el propio gigante. Aparte de que maestros y gigantes van surgiendo a lo largo de todas las épocas de la historia.

    Entonces, el proceso de análisis y conocimiento de la realidad, está siempre abierto, y el simple activismo táctico, sin la reflexión previa debida, es una actividad bienintencionada pero inútil. No pone el huevo la gallina que más cacarea, dice el saber popular.

    Esa es mi “demeritización” de una lucha por la justicia social, cuando es poco reflexiva, refugiándose en recetas ideológicas, por cómodo y acrítico seguidismo del pasado histórico. (Papa Francisco: “En el restaurán de la vida te ofrecen platos de ideología. Uno puede refugiarse en eso. Son refugios que te impiden tocar la realidad”).

    (Admito, que pueda haber en muchos casos una trabajosa reflexión previa, pero como en todo proceso cultural, la divergencia de análisis es natural, y normal. Y la cultura avanza de esta forma: por contraste de opiniones de los humanos).

    Para mí, es tristísimo ver tanto meritorio esfuerzo de personas con grandes anhelos de justicia, tirado a la basura de la inutilidad, con un activismo de pancarta y pandereta, que peca en muchas ocasiones de febril, exaltado y enfermizo. Y por eso señalo ese peligro de diagnóstico equivocado. Y que cada uno opine lo que quiera o pueda.

    Porque con el peligro de equivocarnos, se produce un agravante, y es que además, esa patente inutilidad del esfuerzo, hace que se apodere de nosotros una poderosa sensación, (muchas veces subconsciente), de fracaso vital, que envenena el alma de esos bienintencionados y meritorios activistas, y les produce en ellos una fuerte tendencia autodefensiva, que les impulsa al sectarismo, al odio y al juicio de intenciones al que piensa distinto.

    (Las hipótesis que se hacen sobre los motivos de los demás, siempre se revelan mucho más acerca del que las hace, que de los otros- Maria Popova).

    Este razonamiento vale igual para toda experiencia vital en la que inconscientemente notamos que nuestro camino es equivocado. Todos hemos pasado crisis religiosas, que no eran más que eso, una sensación subconsciente, que poco a poco se va haciendo consciente, de que ese “camino” elegido está plagado de contradicciones y falsedades internas.

    Y nos produce una sensación de fracaso personal, y de miedo a la inutilidad de nuestro objetivo vital, que o conduce al cinismo, (que es una mezcla de espíritu crítico y desesperanza), y al pesimismo vital y al abandono,  o por el contrario a un enrrocamiento fundamentalista, con una negación de lo evidente, (la disonancia cognitiva se apodera de nosotros), y a un autodefensivo y autoreafirmatorio odio sectario al que piensa distinto.

    Empecé con una cita de Saint-Exupery sobre la superioridad de la prioridad del conocimiento filosófico de la realidad sobre el activismo concreto.

    Y acabo con una cita de Rafael Redondo Barba, sobre el tema:

    “Cuando alguien me pregunta cuál es el mayor obstáculo del caminante, siempre respondo que el miedo del ego a perder sus posiciones. Herimos más con el escudo que con la lanza, y el miedo es una de las mayores dificultades de nuestro crecimiento personal, de nuestra convivencia, de nuestra vida. 

        Una persona, cuya mente se halla atrapada por el miedo, vive en la confusión y en el conflicto. Por eso suele ser agresiva: el miedo nos esclaviza en los propios patrones obsoletos, y en las creencias, y engendra cinismo y violencia.

        Para contrarrestar el miedo, los grupos humanos se organizan en torno a patrones de pensamiento programados que pretenden que la gente se religue a un modelo establecido. Un ser despierto es solidario, más también antigregario”.

  • pepe blanco

    Como suele decir mi marido, ¡ningún mono se ve su rabo!, que es una versión popular de lo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio…

    Estaría bien que J.M. Castillo denunciase simultáneamente la cultura de la desigualdad que la Iglesia Católica ha creado, promovido y favorecido. Incluso su querido y alabado papa Francisco también parece resignado a asumir la cultura de la desigualdad católica.

    Y no me refiero solo -que por supuesto también- a la discriminación de las mujeres, que tantas veces he mencionado últimamente, es que si consideramos solamente el subconjunto humano de los varones, resulta que la teología tradicional católica lo divide en tres categorías que funcionan como auténticas castas: la de los sacerdotes, la de los bautizados y la de los no bautizados. Funcionan como castas porque el acceso a la casta superior se consigue mediante la administración de un sacramento que imprime carácter: aunque quiera, yo no puedo dejar de estar bautizado; como tampoco un sacerdote deja nunca de serlo.

    Este esquema general de castas cristianas, se completa con numerosas castas y castitas, algunas de ellas de compicada ubicación orgánica. Por ejemplo, la casta sacerdotal incluye las subcastas de los obispos, de los arzobispos y la SCUL (subcasta unipersonal limitada) del Papa. En la casta de los laicos, buscan su lugar las castitas de los diáconos, miembros de institutos de vida consagrada o los adscritos a prelaturas personales.

    En fin, que todo este complicado organigrama de castas, subcastas y castitas está bastante alejado de la cultura de la igualdad.

  • George R Porta

     
    No se trata solo de una “cultura de la desigualdad” sino de la desigualdad cultural que la misma implica.
     
    Aquellos que tienen acceso a la tecnología, pero que no la conocen realmente, de cerca, que usan ingenuamente por ejemplo el teléfono celular o seleccionan los canales de TV que prefieren sin más, son victimizados de modo especial en la cultura de la desigualdad debido a “desigualdad en la cultura”.
     
    Este enlace informa del uso de la información que permite la tecnología al servicio de los poderes establecidos a fin de manipular a las masas de población y que comúnmente pasan inadvertida.
     
    http://piensachile.com/2017/01/martin-hilbert-experto-redes-digitales-obama-trump-usaron-big-data-lavar-cerebros/  

  • Rodrigo Olvera

    Ni los antibióticos, ni los teléfonos móviles, ni las televisiones ni el transporte se han extendido a todo el mundo. Afirmar que son ejemplos de que los avances acaban haciéndolo es un “alternative fact” (“hechos alternativos”, etiqueta que ha usado la consultora en opinión pública de Trump para negar que su secretario de prensa haya mentido al afirmar que la cereminia inaugural de Trump ha sido la más atendida en la historia: “lo que hizo fue dar hechos alternatvos”, djo).

    Isidoro tiene una larga tradición aquí en ATRIO de afirmar hechos alternativos (y de apelar a la “imaginación” como salida fácil a cualquier cuestionamiento de la racionalidad sus afirmaciones sin sutento), frecuentemente demeritando la lucha por la justicia social ahora con la propuesta de una “evolución” futura. Misma gata nada más que revolcada de demeritar la protesta ahora con la promesa del cielo futuro.  Allá cada quien si se traga ese cuento.

     

  • Isidoro García

    Yo lo veo de otra manera. Yo creo que hay una realidad para mí indiscutible, pero que sé que para otros es totalmente distinta:

    Nunca en la historia de la humanidad la sociedad globalmente ha sido más igualitaria que ahora.

    Y eso por dos razones. La primera porque el progreso de la técnica, aunque en su primer inicio es patrimonio de los más poderosos, pronto se acaba extendiendo a todo el mundo. No hay más que ver los antibióticos, los teléfonos móviles, la tv, los transportes masivos, etc.

    Y la segunda razón, (esta más subjetiva), porque según Maslow, según vamos resolviendo las necesidades básicas, la naturaleza humana va haciendo aflorar valores superiores en la escala, y por eso, existe un paralelismo, (diga Maria Daraki lo que diga), excepto en situaciones catastróficas, entre tecnología y valores de la sociedad.

    Pero todo crecimiento, tiene sus crisis de crecimiento, que hay que saber resolver,  con vitaminas, o buenos hábitos: haciendo las cosas que hay que hacer.

    Y el actual imparable progreso social, tiene que yo vea, dos graves problemas de crecimiento.

    El primero, es que todo progreso tecnológico tiene factores negativos, que hay que corregir adecuadamente. La tecnología nuclear, nos proporciona energía barata, pero tiene el riesgo de la radiactividad. Si las centrales no estuvieran diseñadas para su protección, habría millones de muertos de cáncer.

    La energía eléctrica es maravillosa, pero si los cables de los aparatos no estuvieran adecuadamente protegidos, habría millones de electrocuciones.

    La misma tecnología del transporte es magnífica, pero ha ocasionado muchos muertos, y si no se diseñan mecanismos como cinturón de seguridad, frenos ABS, airbags, etc, los muertos seguirían aumentando.

    Toda tecnología, tiene efectos perversos “secundarios”, que pueden ser muy graves, si no se les sabe dominar, actuando sobre ellos.

    Uno de los efectos “secundarios” del importante avance de las tecnologías sanitaria y agraria, ha sido la supervivencia de muchos niños, en países subdesarrollados, donde antes la mortalidad infantil era enorme. Ese efecto, positivo en sí, ha producido el estallido del crecimiento demográfico en muchos países, lo que supone un gran reto para esos países y para la humanidad global, para el crecimiento, educación y dotación de puestos de trabajo a esa enorme masa de población joven que se va automultiplicando exponencialmente.

    El aumento general de la tecnología, está haciendo la vida más fácil a la humanidad entera, pero está contribuyendo a la explosión demográfica, que sirve de freno al bienestar de la humanidad. (Donde comen 5, comen 10, pero mucho menos y peor). Y peor aún si además de dar de comer, hay que proporcionar educación, vivienda, transporte y trabajo a todas esas nuevas personas.

    (Hoy  hay tres veces más población, 7.500 m., que en 1950, 2.500 m.). Imaginaos una familia que en lugar de 3 personas, tenga 9).

    Es un problema sobre el que no se hace nada, y ni siquiera se le menciona como co-causa importante, no solo de la desigualdad mundial, sino de grandes problemas de supervivencia en una gran parte de la humanidad y del equilibrio de la ecología terrestre.

    El segundo gran y grave problema de crecimiento que ocasiona la mejora contínua de la tecnología, es más polémico, y me imagino que generará fuerte oposición.

    Yo creo, que a pesar de que objetivamente, (según mi opinión), la humanidad no ha estado nunca tan bien como ahora, el descontento por la situación sube, lo mismo que la oposición de amplias capas de ciudadanos, (no creo que los 60 millones de votantes de Trump, sean tontos o millonarios).

    Hablando a grandes números, a un tercio de la humanidad, les parece la situación insoportablemente injusta, y a otro tercio, les parece que el estado de bienestar se está excediendo y está alcanzando límites intolerables para la supervivencia del propio sistema de bienestar. Y el otro tercio, que podríamos llamar la clase media, están perplejos y no saben qué pensar de la situación.

    La sensación generalizada de progreso continuo, que llevamos desde 1945, (70 años), hace que muchas generaciones, (incluida la nuestra, la de los setentones), hemos crecido siempre pensando en términos de mejora contínua.

    Y a muchos esta dinámica, les ha alienado. Quieren la sociedad perfecta, ahora y ya. No son conscientes de que es un proceso de mejora contínua, que nos llevará a cotas inimaginadas, pero que lleva un tiempo conseguir.

    Todo proceso es mejorable, por antonomasia, y las cosas se pueden hacer siempre mejor, pero todo tiene su tiempo. La postura de “nunca es suficientemente bastante y bueno”, y “lo queremos ya y ahora”, y todo lo que no sea esto, es una postura política “descafeinada”, es algo, en mi opinión, claramente neurótica, y lo que hoy se denomina “populista”.

    Ante la pujanza cada vez mayor de esta bienintencionada “locura justiciera”, una parte de la población, (que en principio, si no somos sectarios, no hay por qué suponer no animada igualmente con buenas intenciones), es más conservadora, siente miedo de implosión del sistema, y exige una velocidad de mejoras, más prudente y asimilable. Son los de Trump y de Le Pen. La neurosis de unos, genera neurosis en el otro.

    Y el resto, el otro “tercio”, es la socialdemocracia con sus alas de izquierdas y de derechas, son los que pretenden mantener el sistema funcionando, poniendo parches al sistema, y dando  tiempo al tiempo, a que la misma tecnología que nos ha metido en estos problemas, los vaya resolviendo poco a poco, y rezando lo que sepan, sin saber cómo resolver la situación.

    Pero, en mi opinión, si no se frena fuertemente la explosión demográfica, el envite es demasiado fuerte para que se resuelva de forma relativamente tranquila.

     

  • Rodrigo Olvera

    Claro que lo de Trump es asunto de derechas e izquierdas, por más que tenga que ver con aspectos más profundos de la psicología de masas. Y claro que sabemos donde tiene sus raíces, y tenemos la posibilidad de preveer escenarios posibles de hacia donde nos lleva, dependientes de la acción humana.

     

    Si se afirmara que el Evangelio de Jesús y la fuerza de su proyecto de vida pueden potenciar la aspiración de justicia e igualdad, lo suscribiría sin dudar; pero afirmar que SÓLO el Evangelio de Jesús y la fuerza de su proyecto de vida pueden hacer esa potenciación, no sólo es falso fenomenológicamente, sino es parte de la larga tradición de “exclusivismo” de la teología profesional católica. Lamentable.

     

    Y por favor, no olvidemos que la Declaración de Independencia proclamaba la igualdad para los varones, caucásicos y propietarios; excluyendo de ella a las mujeres, a los pueblos originarios de Norteamérica, a los esclavos africanos, y a los pobres e indigentes. El sistema de elección indirecta mediante delegados a un Colegio Electoral en la Constitución Estadounidense fue diseñado a presión de los delegados de Virginia para asegurar que los estados esclavistas siempre tuvieran mayoría en la elección del presidente aunque tuvieran menor población votante.

     

    En Youtube hay una serie titulada “Epic Rap Battles of History” (Batallas épicas de rap de la historia) que usa el formato de batallas de rap para presentar y educar sobre figuras históricas. Una de las mejores – en mi opinión- ha sido la batalla entre Thomas Jefferson y Frederick Douglas.

    Dejo aquí la versión original, en inglés. Desafortundamente todavía no aparece la versión con subtítulos en español

     

    Dejo aquí una versión con doblaje en “español latino“. En mi opinión, pierde mucho al hacerse el doblaje, pero sí da una idea del contenido esencial del video original