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La presencia del mal

Román            En las varias civilizaciones cuyos testimonios han llegado hasta nosotros bien se hacen manifestaciones de la presencia del mal o bien ofrecen explicaciones sobre su origen, a veces con mitos y leyendas que se remontan a una primera etapa oral. Tales narraciones nos llegan envueltas en sus religiones y sus filosofías.

Nos estamos refiriendo claramente al mal moral y a sus diversas manifestaciones en el ser humano.

La religión de Zoroastro se remonta a un bien y un mal cuyas existencias ocupan un mismo origen como dos principios creadores. En el ser humano actúan esas dos fuerzas.

Podemos encontrarnos con dos tipos de males. Aquello inherente a nuestra  naturaleza que produce mermas en nosotros con un final de muerte abocada a esa no existencia de la cual hemos venido y hacia la cual  caminamos, o somos empujados inexorablemente. En lo religioso se buscan fórmulas y ritos o paliativos doctrinales para una vía de escape a ese trágico destino que van desde la resignación hasta la invención de fórmulas de prolongación, bien mediante substancia que permanezca en lo material o dándole valor existencial,  a algo nuestro que no corresponda exactamente a nuestra corporeidad, llamándola espíritu, aliento de vida o sombra de lo que fuimos.

Así los antiguos egipcios y otras culturas buscaban asegurarse un sitio en la eternidad mediante la conservación y perpetuación de alguna parte material de nosotros mismos o de nuestra representación.  Los procesos de momificación son un ejemplo válido. El “Libro de los Muertos” establecía una guía para el tránsito sorteando las dificultades del camino por el inframundo. Los griegos en su racionalización llegaron a pensar que el alma humana al ser un ente espiritual sin influencias a los cambios o la corrupción tenía asegurada alguna forma de eternidad.

Confucio (hacia -552 – h.479 a.C.) en su racionalización de la antigua religión del cielo dotándolo de alguna personalidad, sustituyendo al dios tribal y antropomórfico por un Cielo universal e imparcial centrado en la idea del hombre moralmente superior (jun zi) integrado en una sociedad ordenada. Para Confucio el bien superior es la justicia. Sólo el bien es merecedor de otro bien como recompensa. Mientras que Mencio (hacia 390 – 305 a.C.) afirmaba que la naturaleza del ser humano es originalmente buena en su búsqueda del amor universal. Sin embargo  Xun Zi (hacia 313 – 238 a.C.)  afirma que la naturaleza que la naturaleza original del hombre es mala y egoísta. La corriente teista de Confucio degeneró en un panteísmo, pero no se buscaban respuestas al más allá. Lao Tsé escribía que había que devolver el bien por el mal haciendo más contemplativa la filosofía china.

De mano de los antiguos sabios chinos nos hemos adentrado  en otro tipo de mal referido a nuestra  responsabilidad personal y a nuestra conducta, ¿Es el ser humano bueno o malo por naturaleza?

De las responsabilidades de nuestros actos y sus consecuencias se ocupa el Derecho para lo que hemos venido en llamar un código ético fundamentado en los más elementales principios de justicia. “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” (De Confucio es esta frase: No hagas a otro lo que no queráis que se haga a vosotros”) La pena de talión es tan antigua como las civilizaciones mismas: “Ojo por ojo, diente por diente”. El Código de Hammurabi (-1728 -1686) ya aplicaba este principio, siendo el primer código escrito del que se tienen noticias, cuya estela grabada fue descubierta en Susa en 1901

Un código fundamentado en una ética no interviene en la naturaleza de nuestros actos, que es la fuente de donde manan, siendo tales de índole coercitivo. La fundamentación del Derecho es la coacción. Ni siquiera la filosofía del Derecho que trata de la fundamentación de principios y valores respecto a la dignidad del ser humano (todos iguales en dignidad y derechos) con la igualdad y la libertad actuantes como principios básicos puede saltar esta barrera, aunque la libertad venga a resaltar los actos de la conciencia.

Tal obstáculo podría podrían ser saltados por una filosofía especulativa  y por la religión, estableciendo esta premisa: ¿Es el ser humano  naturalmente bueno?¿De dónde vienen los actos de violencia o de agresión contra otros seres humanos? ¿Hasta qué punto es la naturaleza humana perfectible?

Las teorías que revierten a un origen de bondad dañada por los mecanismos civilizatorios, como la doctrina del buen salvaje. Ha sido sistemáticamente descartada por la antropología y la paleo-antropología. Igualmente las doctrinas que apelaban a la perfectibilidad moral producto del avance cultural fue atrozmente desmentida en todo el siglo XX con el final de la crisis de la modernidad.

La religión del pueblo de Israel de la Biblia dio una respuesta a estas interrogantes.

La principal característica de la religión del Antiguo Testamento no es que haya sido producto de una reflexión  de individuos o de una colectividad, un “pueblo”, sino el relato de unos hechos salvadores que ligan a ese pueblo con un Dios del cual va tomando conciencia de que sea el Creador del Universo, un Dios que se hace presente irrumpiendo en la historia de cuya existencia deja constancia por su intervención liberadora, Se afirma a sí mismo en primera instancia que es un Dios vivo  para manifestación de fe en el dios verdadero. Deuteronomio 6,4. Para exclusión de todos los dioses falsos, inertes y de sus imágenes. Que exige una respuesta amorosa.

“Escucha Israel; Yhavé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”.

Los principios éticos alcanzan así en Israel otra fundamentación. El carácter de bondad y santidad de Dios ponen al descubierto una maldad habitacional en el ser humano. Los principios de justicia están ahora referidos a Dios y el ser humano es el transgresor. Si Dios es justo, ¿Cómo podremos justificarnos ante su presencia?

Tal comercio  (economía) se realiza mediante el cumplimiento de una Ley (que no es la voluntad divina, pero sí su expresión) y que fue promulgada en el Sinaí en términos de una Alianza, un Pacto o Contrato. Sería una respuesta humana al Dios que salva. Dios nos justifica mediante el cumplimiento de su Ley, referida a su Persona, y a todos los comportamientos humanos en nuestras relaciones.

El quebrantamiento de la Norma viene a ser un delito de impiedad que se expresa en término de pecado. El ser humano pecador es de acuerdo con esta economía es quien no alcanza la santidad de la Ley. Se hace en términos de una promesa: “Si haces esto vivirás”. El fracaso histórico de la promesa nos preparaba para la venida de la persona y la obra de Jesús en términos de una  Nueva Alianza y sobre un fundamente nuevo dado el fracaso humano que dé cumplimiento a lo antiguo en sustitución. Dios no es sólo el Justo, sino quien justifica, el Santo de Israel, y quien santifica. La santidad ya no será más conquistada sino recibida del Mediador. Un nuevo Moisés.

2 comentarios

  • Santiago

    Gracias Román por tu interesante y oportuno artículo…Estamos viviendo en el mundo actual donde existe “una crisis del mal”, de dantescas proporciones…No es necesario ir a revisar ningún archivo…Los medios informativos narran con multitud de detalles la invasión y el avance que este flagelo realiza  universalmente..Lo vemos diariamente en la TV…Tampoco hace falta recurrir a la filosofía de Tomás de Aquino en su definición del mal, referido primordialmente a nuestra propia incontaminada creación…porque no es solamente  una falta y una carencia nuestra, no sólo “una ausencia de bien”…sino la existencia, además, de la decisión humana en la voluntad de hacer daño…No se trata simplemente de una “enfermedad psicológica” que se puede corregir con fármacos neurolépticos, sino que se trata una patología  existencial de la misma libertad…donde se pervierte nuestro propio destino…confundiendo, a sabiendas, en muchos casos, nuestro último objeto…… que es el bien…

    Pero el “plan de Dios” no se puede frustrar con contrariedades y prevaricaciones humanas,  ya que  la Creación fue un producto del Amor eterno del Padre. Por eso “el fracaso histórico” de la Promesa, como bien dices Román, fue real, y sin embargo no se realizó en todos…Hubo “justos” en la Antigua Alianza como  Abraham. El fue el primero que respondió visiblemente a la llamada de Dios y por eso se considera el padre de todos los creyentes. Su fe y su aceptación de la Voluntad de Yahvé, salvó la Promesa y redimió anticipadamente, sin duda, a “su siervo Abraham”.

    También “fue Noé varón justo y perfecto entre sus contemporáneos y siempre anduvo con Dios” (Gen. 6,9). Dios lo rescató del Diluvio junto con su familia….Y Moisés presentó en el tiempo la Ley “como la expresión de la Voluntad de Dios”, al pueblo en el Monte Sinaí. Yahvé le había escogido como Su mensajero y como el precursor del Hijo Jesús. En Moisés Dios selló la Alianza Antigua con su sangre, imagen que precedió a la Nueva Alianza “en la misma sangre” del sacrificio del Cordero Jesús. 

    Es por eso, que SI hubo una preparación para la venida de Jesús…porque Dios no solo ES EL QUE ES sino EL QUE ESTÁ con nosotros…El nos justifica por la FE que es viva…pues el Apóstol Santiago nos dice que la FE no puede ser muerta…sino que debe estar “en acción”…La santidad NO podemos conquistarla con nuestras propias fuerzas humanas…Éstas no son suficientes…sino que “es recibida” cooperando nosotros con la gracia del Mediador Jesús…

    “Tenemos a Jesu-Cristo, justo…Y en esto sabemos que le hemos conocido: si guardáremos Sus mandamientos…mas quien guardare Su Palabra, de verdad en éste la caridad de Dios está consumada. Quien dice que permanece en El, debe caminar de la misma manera como El caminó” (1 Juan 2,1-6)

    El es quien nos muestra el camino…

    Un saludo cordial   Santiago Hernández

     

  • pepe blanco

    Es de agradecer el esfuerzo de síntesis que ha hecho Román con este artículo.

    De joven, a mí me gustaba lo que decía Tomás de Aquino (me parece que lo decía él): el mal no existe, el mal solamente es ausencia de bien.

    Desde hace años me inclino apensar que el mal es la ausencia de conocimiento, por decirlo de una forma más o menos inteligible.