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Cómo experimentar a Dios hoy

Boff

 

En los días actuales vivimos tiempos tan atribulados políticamente que acabamos psicológicamente alterados. No ver caminos, andar a ciegas, a la deriva como un barco sin timón, nos quita el brillo de la vida. Acabamos olvidando las cosas esenciales.

Quien leyó mi último artículo, ¿El Brasil actual tiene arreglo?, encuentra allí el trasfondo de esta reflexión sobre Dios. En momentos así, sin ser pietistas, nos volvemos hacia aquella Fuente que siempre alimentó a la humanidad, especialmente en tiempos sombríos de crisis generalizada. Sentimos saudades de Dios. Esperamos luces de Él. Y más aún: queremos experimentarlo y sentirlo desde el corazón en medio de la turbulencia.

Si miramos la historia, constatamos que la humanidad siempre se preguntó por la Última Realidad. Se daba cuenta de que no podía saciar su sed infinita sin encontrar un objeto infinito adecuado a su sed. No conseguiría explicar la grandeza del universo y nuestra propia existencia sin aquello a lo que convencionalmente se llama Dios, aunque tenga otros mil nombres según las diferentes culturas. Hoy, con un lenguaje secular, proveniente de la nueva cosmología, hablamos de la «Fuente Originaria de donde vienen todos los seres».

A pesar de esta búsqueda incansable el testimonio de todos es que “nadie ha visto nunca a Dios” (1 Jn 4,12). Moisés suplicó ver la gloria de Dios, pero Dios le dijo: “No podrás ver mi rostro porque nadie puede verme y seguir viviendo” (Ex 33, 20). Si no podemos verlo, podemos identificar señales de su presencia. Basta prestar atención y abrirnos a la sensibilidad del corazón.

Me impresiona el testimonio de un indígena cherokee norteamericano que habla de alguien que buscaba desesperadamente a Dios pero no prestaba atención a su presencia en tantas señales. Cuenta él:

«Un hombre susurró: ¡Dios, habla conmigo! Y un ruiseñor empezó a trinar. Pero el hombre no le prestó atención. Volvió a pedir: ¡Dios, habla conmigo! y un trueno resonó por el espacio. Pero el hombre no le dio importancia. Pidió nuevamente: ¡Dios, déjame verte! Y una enorme luna brilló en el cielo profundo. Pero el hombre ni se dio cuenta. Y, nervioso, comenzó a gritar: ¡Dios, muéstrame un milagro! Y he aquí que nació un niño. Pero el hombre no se inclinó sobre él para admirar el milagro de la vida. Desesperado, volvió a gritar: ¡Dios, si existes, tócame y déjame sentir tu presencia aquí y ahora. Y una mariposa se posó, suavemente, en su hombro. Pero él, irritado, la apartó con la mano».

«Decepcionado y entre lágrimas siguió su camino. Vagando sin rumbo. Sin preguntar nada más. Solo y lleno de miedo. Porque no supo leer las señales de la presencia de Dios».

La consecuencia de su falta de atención produjo su desespero, soledad y pérdida de enraizamiento. Lo opuesto a creer en Dios no es el ateísmo, sino la sensación de soledad y desamparo existencial. Con Dios todo se transfigura y se llena de sentido.

En medio de nuestra enmarañada situación política actual, buscamos una verdadera experiencia de Dios.  Para eso, tenemos que ir más allá de la razón racional que comprende los fenómenos por las ramas, los calcula, los manipula y los incluye en el juego de los saberes de la objetividad científica y también de los intereses políticos como los actuales. Ese espíritu de cálculo piensa sobre Dios pero no percibe a Dios.

Tenemos que tener otro espíritu, aquel que siente a Dios: el espíritu de finura y de cordialidad, de admiración y de veneración. Es la razón cordial o sensible, que siente a Dios desde el corazón.

Dios es más para ser sentido a partir de la inteligencia cordial que para ser pensado a partir de la razón intelectual. Entonces nos damos cuenta de que nunca estábamos solos. Una Presencia inefable, misteriosa y amorosa nos acompañaba.

¿No será por eso no acabamos nunca de preguntarnos por Dios, siglo tras siglo? ¿No será por eso que siempre arde nuestro corazón cuando nos entretenemos con Él? ¿No será el adviento de Él, del sin Nombre y del Misterio que nos habita? ¿No es por eso que creemos que hay siempre una solución para nuestros problemas?

Estamos seguros de que es Él cuando ya no sentimos miedo pues Él es el verdadero Señor de la historia. Y osamos esperar que un destino bueno surja de la oscuridad actual, bajo la cual sufrimos.

Traducción de MJ Gavito Milano

 

2 comentarios

  • Román Díaz Ayala

    En medio de su angustia política por los sucesos de su amado Brasil el Leonardo Boff, buscador de Dios, se descubre, y pasa casi desapercibido. Era un 25 de junio, día de reflexión antes de las elecciones generales en España.

    El teólogo se queda a medio camino, parece el sino de esta generación de teólogos y teólogas católicos quienes parecen estar de vueltas  de tantas cosas, y algunas se refugian  en la política o en el ecologismo, buscando espiritualidades que desde siempre han surgido desde el hondón de nuestros espíritus en la búsqueda del Dios perdido tras los acontecimientos del Edén.

    De nada nos sirve ese reencuentro, tal reconciliación con lo humano y sus manifestaciones en medio de la Creación si mantenemos mutilado el texto de 1ª Juan 4,12 porque si a Dios nadie lo ha visto jamás “Él, que estaba junto al Padre, nos lo ha dado a conocer”.

    El amor es la forma más absoluta de respeto, y respetamos lo que conocemos. Dios nos ha elegido en Jesús antes de la fundación de este mundo  dándonos a conocer en Jesús el misterio de su voluntad amorosa y que tenía en proyecto realizarlo en esta plenitud de los tiempos. “El Reino de Dios ha llegado: convertíos y creed en la Buena Nueva” (Marcos 1,15)

  • Xabier Arizti

    Como siempre me descubro ante este Señor que es un sabio como la copa de un pino.

    soy su fan No. 1

    Abrazos Leonardo