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Las nalgas de Dios

Para un grupo de ayuda a Mozambique desempolvé esta deliciosa leyenda africana, que ahora quiero comentar con los amigos de ATRIO.

 

Hace muchos años los hombres vivían agachados, casi a cuatro patas como los animales, porque Dios llegaba muy cerca de la tierra y llenaba el Universo entero; se acercaba hasta la altura de las vallas. Por eso el hombre vivía agachado, pero era feliz porque no conocía otra cosa y se alimentaba de Dios. Cuando tenía hambre, levantaba el brazo, daba un pellizco a la nalga de Dios, le quitaba un trozo y se lo comía.

Así vivía el hombre.

Un día, una mujer salió de su casa con la mirada fija en el suelo, porque iba agachada, y se encontró unas semillas; las recogió, las metió en su mortero y se puso a majarlas con tan mala suerte que le dio un golpe con el mazo a una nalga de Dios.

−¡Ay! ¡Perdona, Señor, que ha sido sin querer!

La mujer estaba confusa por el golpe que le había dado a Dios, pero éste le contestó:

−No te preocupes, mujer, que no ha sido nada.

La mujer, más tranquila, se atrevió a pedir a Dios:

−¡Señor! Si te alejases un poco, no volvería a molestarte.

Y Dios, bondadoso y conciliador, se alejó un poco como se lo había pedido la mujer. Ésta siguió con su ocupación y cada vez más absorta en ella. Cuando más entusiasmada estaba, ¡zás!, volvió a dar otro golpe a Dios en la nalga con el mazo.

−¡Ay! ¡Perdona, Señor, estaba distraída y se me ha escapado el mazo! No quería hacerte daño.

−Mujer, no es nada; no te preocupes, decía Dios a la mujer para tranquilizarla. Cuando lo logró, la mujer se atrevió a decirle:

−Señor, si te alejases un poco más, entonces sí que no volvería a molestarte.

Dios se alejó otro poco más y la mujer terminó de majar sus semillas, que se habían convertido en harina. La probó y la encontró tan deliciosa que se fue en busca de otras semillas con las que pudo llenar su mortero. Enseguida se dispuso a majarlas y su entusiasmo crecía por momentos. Entre cantos y palma alzó el mazo al aire para marcar el ritmo y volvió a dar un golpe a Dios en su nalga. La mujer se llevó tal susto que no sabía cómo reaccionar y balbuceando pudo decir a Dios:

−Perdona, Señor, no sé qué me pasa. Ha sido sin querer. Perdóname, no quería hacerte daño.

Dios no se enfadó. Su única preocupación era la mujer que parecía aterrada; pero cuando ésta recobró los ánimos se atrevió a decirle a Dios:

−Señor, si te alejases otro poco ya no volvería a molestarte más.

Y Dios se alejó mucho y se fue allí donde está ahora para no estorbar a la mujer que majaba sus semillas. Desde entonces, la creación pudo desarrollarse: se formaron las montañas, crecieron los árboles, y los hombres se pusieron de pié, bien erguidos. Y Dios, que era el alimento de los hombres, ya no estaba para proporcionarles su sustento. Y los hombres tuvieron que sembrar sus semillas y aprender a vivir de su trabajo.

Comentario

 Mi primera sorpresa fue descubrir un pensamiento tan profundo en esta ingenua narración sobre las nalgas de Dios. Perdonad que disipe su encanto tratando de expresaros la teología y el humanismo que yo percibo en esta leyenda. Trata una situación semejante a la leyenda de la manzana del Paraíso, pero la presenta en forma positiva; ni hay pecado, ni el trabajo es un castigo

Hace mucho tiempo los hombres vivían agachados, como animales, porque Dios llenaba el Universo entero, y se alimentaban pellizcando las nalgas de Dios. Fue la curiosidad de una mujer por las semillas, y el sacudir la pereza de la comida fácil, lo que le hizo sentirse asfixiada por la inmensidad de Dios. Aquí no se trata de un fruto prohibido, ni del “árbol de la ciencia del bien y del mal”, sino del desarrollo de una mujer. Al erguirse deja de ser “como los animales”.

La mujer asume su “culpa” con confianza y, a pesar de sentir su pequeñez ante Dios, se atreve a pedirle que se aleje un poquito. El temeroso respeto a Dios no le hace renunciar a su invento, a su entusiasmo, a su festiva alegría. El fruto de su trabajo le resultó delicioso. En esta tradición, la mujer no introduce el pecado sino un humanismo en respetuosa confianza con Dios.

Y Dios se alejó mucho para no estorbar el desarrollo del Universo y nuestro desarrollo. Se acabó el maná de las nalgas de Dios y tenemos que vivir de nuestro trabajo. El padre comprendió que los hijos se habían hecho adultos.

Esta primitiva leyenda se anticipó a responder con un mito, -experiencia vital de su pueblo- a la pregunta de filósofos e intelectuales: ¿Dónde está Dios?

 

9 comentarios

  • Carlos

    Lo bueno de las leyendas es que pueden dar lugar a muchas interpretaciones. Pero eso de que el trabajo es gozoso y no un castigo que se lo digan al 80 % de los trabajadores del tercer mundo ¡y del primero!

  • Asun Poudereux

     
    Me encanta esta imagen tan flexible y comprensiva  de “Dios” que deja con toda naturalidad espacio a la mujer, tanto como el nivel de consciencia que se va desplegando  en ella y necesita para respirar, crear y vivir plenamente.
     
    Qué distinto del “Dios” que nos han inoculado, con atributos y dones del varón, que nadie como él sabe lo que nos conviene en ponderándose frente a un mundo imperfecto, dependiente y sumiso a su ley inmutable.
     
    Cuánto aprenderíamos los unos de los otros, si vamos juntos caminando, dejándonos espacio de escucha y comprensión a lo diferente, desprovistos de privilegios, desechando los enfrentamientos inútiles.
     
    Muchas gracias, Gonzalo, por traernos esta visión, siempre presente en su hondura, por más que  se quiera emborronar por las personas que miran,  miran y no ven.  
     

  • Isidoro García

    Este cuento parábola que Gonzalo nos propone, me hace reflexionar que es una imagen simbólica de la situación del humano respecto a Dios. Y si queremos sacar provecho para nuestra vida real de esta parábola y sacarle así todo el jugo posible, hay que versionarla, adaptarla a nuestra realidad y a nuestra psicología, y luego metiéndose en ella, sacar consecuencias.

     

    Tenemos a la buena señora a la que le han dicho que Dios estaba encima de ella, casi pegado, y va a realizar su trabajo cotidiano para sobrevivir, y se encuentra que esa presencia tan cercana de Dios, la estorba y le dificulta su actividad vital.

    ¿Qué hace?. ¿Le dice a Dios que está estorbando y le dice dónde tiene que ponerse?. Hay dos alternativas:

     

    En la primera, que parece la mas normal, piensa que si el párroco de su parroquia le está diciéndole a ella, lo que Dios dice que tiene que hacer, ¿cómo se va a atrever ella a decirle a Dios dónde se tiene que poner?. El párroco la llamaría soberbia, desobediente, mala pécora, (oveja), demoníaca, díscola, listilla y muchas más cosas.

    Total, que lo que hará, es encoger el brazo, y moler las semillas como buenamente pueda, imperfectamente, y con riesgo de coger unas tendinitis y unas molestias musculares, por las malas posturas del brazo. ¡Todo sea por la voluntad de Dios, según el párroco!. Buena oveja.

     

    Ahora bien, podría salir un poco díscola, y al ver que necesita hacer su trabajo bien para sobrevivir, decirle a Dios que se aparte, o simplemente darle los codazos que se produzcan de su actividad, y ya se apartará Él.

    Dios se apartará, o simplemente, ya estaba a bastante distancia, (porque la realidad es que nunca le había dado de comer sin trabajar, aunque el párroco dijera otra cosa), o simplemente no estaba.

    El caso es que la buena señora, acaba haciendo su trabajo sin obstáculos “divinos” o “parroquiales”, y al final pensando: “como no le veo, y ni me ayuda ni me estorba, a lo mejor es que no existe”. Y se hace una molinera perfecta, y da de comer bien a su familia, pero eso sí, el párroco la tiene bien fichada.

     

    ¿Y la moraleja?. Pues yo creo que respecto a Dios, hay dos posturas malas y otra buena: y en el centro está la virtud. O estamos demasiado cerca o estamos demasiado lejos de Dios. Y quizás la virtud esté en el centro.

    A veces las religiones, con su rutina, sus rezos programados, sus misas, y su sacramentalización-ritualización de la vida espiritual, ahoga. Decía el añorado Miret Magdalena, que “la religión que se enseña, (y se practica, añado yo), es tan aburrida que repele a los que quieren ser creyentes”.

    La religión católica está “carbonerizada”, y es muy buena para los “carboneros”, lo malo es que no todos somos “carboneros”, y la única solución que se les ocurre a nuestros pastores es que nos “carbonericemos”, en aras de la santa obediencia, de la santa humildad, y de la santa autoanulación personal.

    La vía ascética espiritual clásica, para muchas personas es un proceso desequilibrador psicológicamente, como saben muy bien los que dispongan de los datos de salud psicológica dentro de las instituciones religiosas. Muchas llamadas crisis de fe, son en realidad, unas neurosis agravada.

    Si es verdad como decía Freud, que para mucha gente sencilla, la religión ritualista les inhibe las neurosis personales, para las personas con más espíritu de crecimiento personal, les supone un freno constante en sus ruedas, y en muchos casos, acaban “petando”, de una u otra forma.

     

    El otro extremo, es no calentarse mucho los cascos, y simplemente como Dios, o no está, o si está es como si no estuviese, ante su “ausencia”, y simplemente pasar de Él. Es una postura bastante razonable, y solo cuando se siente en el interior una “intuición” o una especie de “precognición” extraña, que es el germen de la fe, es  cuando nos lanzamos al vacío de creer en lo que no vemos.

     

    Quizás la solución ideal es el camino medio. Decía un monje como Thomas Merton: “Lo que hago es vivir. Mi forma de orar es respirar”. Y el mismo Merton decía estas dos frases perturbadoras:

    “¿Piensas que yo tengo una vida espiritual?. Pues no, no la tengo en absoluto. Soy pura indigencia. Soy silencio. Soy pobreza. Soy soledad, porque he renunciado a la espiritualidad, para encontrar a Dios…”.  

        “Hemos de desprendernos de la vida espiritual, pero hemos de seguirla viviendo. Y el propósito de ese desprendimiento es solo hacernos capaces de vivirla a un nivel más alto”.

    El camino estaría en intentar ser mejor personas, maduros, autorrealizados, equilibrados y como decía Eckart, (otro fraile), no obsesionarse con Dios, no buscarle, simplemente dejar que Él venga a nosotros. Y luego ya nos irá diciendo cómo seguir.

  • josé luis porcar

    He leído el artículo y sí, me ha gustado, pues embarca en un relato, en una historia.

    Me ha llegado la voz de Bonhoeffer: ‘etsi deus non daretur’.

    Me parece sugerente de lo más la presencia del culo de dios (cara-culo).

    Encuentro que el protagonista (‘el primer luchador’) no es un héroe masculino y singular, sino una mujer, la protagonista, la que le pide a dios que su presencia de desplacey no entorpezca la molienda-

    Gracias Gonzalo.

  • mª pilar

    Encantador pasaje y muy sugerente.

    El ser humano crece, cuando se sabe autor de su manera de vivir.

    Si la presencia no nos deja crecer… es una presencia negativa y opresora.

    ¡Gracias Gonzalo! Me ha encantado.

    mª pilar

  • pepe blanco

    Para que conste, me gusta mucho este artículo.

     

    Y me resulta muy sugerente. Este artículo me habla de “kenosis”, del empequeñecimiento (o del apartamiento) voluntario de Dios para que algo nuevo y maravilloso pueda ser. La kenosis divina y primigenia de la literatura mística judía, mediante la cual, el universo pudo existir. O la kenosis del Cristo de los cristianos.

     

    Muchas veces pienso que tal vez ahora estamos asistiendo a una nueva “kenosis”: el empequeñecimiento del cristianismo, para que algo nuevo y maravilloso pueda existir.

  • Javier Peláez

    Es que ahora me dedico a twitear los post…Y no puedo pasarme de 140 caracteres..

  • Javier Peláez

    Las nalgas de Dios y el Espíritu son los pedos…Ya se sabe el Espíritu sopla por donde quiere…

  • Román Díaz Ayala

    Las leyendas sobre los orígenes tan elocuentes y tan variadas de los muchos pueblos que ha ido conociendo el ser humano moderno cuando cambió su optica hacia los pueblos considerados primitivos están enriqueciendo nuestras percepciones sobre la humanidad. África, tan cercana y tan olvidada nos ofrece muy hermosos ejemplos. Las charlas de algunos misioneros deleitaban nuestras reuniones de estudiantes.

    Cuando las diferencias culturales dejaron de ser un prejuicio, entonces empezamos a comprender que habíamos sido unos imbéciles cuando nos medíamos y catalogábamos por ellas. El ser humano es tan perfecto en su variedad. Pablo en el Areópago: “Ël (Dios) creó, de un solo principio, todo el linaje humano” lo cual no causó ninguna extrañeza hasta que habló de Jesús resucitado de entre los muertos. El tema de la resurrección sonaba a absurdo.

    Esas leyendas que hablan de los orígenes y que  abordan de diferentes maneras los temas más acuciannte del ser humano (origen, posición en la Creación, su condición o naturaleza moral, su destino…) son de una grandeza tan sublime, que exponen la consciencia de ser poseedores de un espíritu. Somos seres espirituales y en eso nos diferenciamos del resto de la creación. Me produce el mismo sentimiento que las obras prehístóricas  en lo profundo de las cuevas del auriñaciense. Ambas cosas son manifestaciones del espíritu humano.

    Actualmente la variedad cultural es una riqueza, mientras que la descriminación por la cultura se ha convertido en la mayor de las barrreras artificiales que debemos combatir. Por lado la educación y la información en el sentido más globalizante posible, y por otro abandonar la práctica de exportar o imponer “modelos” como “más civilizados”.