Pensé en Olga y Oscar mientras leía este breve texto. ¡Seguimos yendo!
A pesar de los fatales diagnósticos.
La rampa
Javier Gómez Santander, EL MUNDO, 7-5-2015
Era agosto o septiembre de 1997 y a mis padres les habían dicho que mi hermano se moría. Llevaba toda la vida en silla de ruedas y a los 16 le había brotado un cáncer en la garganta. Tiroides. Le quedaban semanas. No pudo suceder en un momento más raro. Nosotros vivíamos en una casa que habían ido construyendo mis padres mientras vivíamos en ella. Y una de las pocas cosas que quedaba por hacerse era la rampa. La rampa que le iba a permitir a mi hermano salir y entrar de casa sin ayuda se iba a construir cuando los médicos lo habían desahuciado.
Imagino a mis padres en su dormitorio aquellos días en un qué hacemos que no se atreverían ni a preguntarse. Los imagino mirándose a los ojos y decidiendo, al fin y al cabo, si se rendían. Si asumían que no tenía sentido construir aquella rampa enorme que rodeaba la terraza.
Entonces hicieron algo absurdo, algo hermoso, algo de padres: decidieron construirla. Fue un sábado, un sábado de verano en el que la hormigonera, vieja, verde, de hierro y de gasoil, empezó a sonar muy temprano. Mi hermano se moría en el hospital, pero mi padre, el Chichi, que nunca faltaba, mis tíos y yo, con 14 años y una camiseta de Pryca, estábamos allí. Sin hablar. Oyendo la hormigonera. Paladas. Arena. Piedras. Y algún gemido mío al levantar los sacos de cemento. Entonces, ocurrió.
Eran las ocho de la mañana y empezaron a salir hombres de todas las casas. Acudían al sonido de la hormigonera. Hombres de 40, de 50, 60 y 70 años bajando con ropa de trabajo. Los recuerdo poniéndose guantes, incorporándose al tajo sin preguntar, pasándome manos enormes por la cabeza a modo de saludo. Todos los vecinos de Lluja, que así se llama mi barrio, diciéndole al cáncer de mi hermano que todavía no, que aquella tarde, en el hospital, podríamos contarle que había venido todo el barrio: «Todos, Ricardo, han venido a hacer la rampa». «¿Ya está hecha la rampa?». «Ya la tienes, para cuando vengas a casa».
Nadie supo explicar cómo, mi hermano empezó a mejorar después de aquel día. Y vivió casi un año más. Un año en el que a veces pudo usar la rampa sin ayuda y otras hubo que empujarlo. Cuento esto tan íntimo porque desde entonces, cuando vienen mal dadas, me digo que hay que construir la rampa. Porque, para mí, esos hombres viniendo significan la palabra barrio. Porque en Lluja nunca nos han dejado sentirnos solos. Porque esa mañana de hace casi 20 años contiene todo lo que me enamora del ser humano.
Escuchar relato y comentario del autor: Ver Tablón de ATRIO
¡Gracias Antonio por compartirnos un poquito de la vida de estas dos maravillosas personas!
Es que… les quiero desde el principio que comenzaron su andadura por Atrio, primero Oscar, y enseguidita… unidos… ambos dos genios extraordinarios.
Sí, genios… en saber llevar la vida, compartirla con cariño, atender a las personas que les rodean… y a las de lejos.
¡¡¡Darse y ser!!!
¡Me encantan!
Gracias por acercarnos un poquito de su privacidad que comparten contigo.
pili-mª pilar
Olga nos ha aportado en su comentario el caso de una mujer que se ha muerto y resurgido 10 veces y que sigue subiendo la rampa. No ha hablado de ellos mismos,en los yo pensé cuando leí el artículo. Pero me ha enviado un correo y una foto que yo comento la indiscreción de copiar aquí:
Veo que las rampas se están haciendo famosas y nosotros de paso. Oscar, el ideólogo de la rampa, ahora está fabricando espantapájaros articulados con cabeza de boya, para tratar de asustar a las bandadas de pajarito hambrientos que se vienen a comer cualquier brote verde, lo que en un desierto es un drama.
Aquí te mando una muestra de las creaciones de Oscar, casa, rampa y espantapájaros.
Nuestra estadía en el desierto se va alargando, y ya se nos esta haciendo familiar la rutina de tomar un bus a Stgo, pasar una semana, ver a la familia y amigos, y volver a nuestra solitud y silencio. El aire y el clima son inmejorables para nuestra edad, y la actividad física manufacturera de Oscar, no la tendríamos en Santiago.
Por aquí las cosas están tan enredadas como en el resto del mundo., y quizás las lecciones de realidad que nos han regalado los medios, nos sirvan para ser más prudentes con las voladeras ideológicas de uno y otro lado, ya que lo que manda es la naturaleza humana, tal
Hay muchos simbolismos en esta historia, alusiones a la fraternidad en la construcción de proyectos, y a la necesidad de un proyecto para prolongar la vida.
Tengo una amiga que es transplantada de hígado hace como 15 años. Se ha muerto como 10 veces de todo lo habido y por haber. Y resurge de sus cenizas, rabea, hace asesorías mientras está en la UTI (Unidad de Tratamientos Intensivos), y cuando se siente un poco mejor, saca pasaje para Europa y va a ver a una sobrina a Madrid o a Londres. Siempre tiene un proyecto que le llena la imaginación, y creo que nos va enterrar a todos.
Los médicos están locos con ella, y llevan su caso a los congresos internacionales, que no se lo pueden creer. Ella tiene su rampa.
¡Emocionante!
Ayer en la SER, habló el hermano… del que se fue, poco tiempo después de hacer entre todos la rampa… recordando lo vivido… escribió este relato.
La idea de la rampa… de hace años… le está ayudando a él, a superar los problemas que acarrea.
Las “rampas” son necesarias para seguir “yendo todavía” a pesar de las dificultades que la vida nos va poniendo en el camino.
Eso nos va llevando hacia una plenitud humana… ser mejores personas.
mª pilar