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Contra el clericalismo, laicos mayores de edad

Una nueva carta del papa Francisco que ayer se hizo pública. Un nuevo modo de hablar y de denunciar la gran plaga del clericalismo en la Iglesia. Nos hemos permitido resaltar algunas frases del texto integro publicado en vatican.va. Un documento que merece ser leído y comentado a fondo.

logo-vatican (1)

CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL CARDENAL MARC OUELLET,
PRESIDENTE DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA

A Su Eminencia Cardenal
Marc Armand Ouellet, P.S.S.
Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina

Eminencia:

Al finalizar el encuentro de la Comisión para América Latina y el Caribe tuve la oportunidad de encontrarme con todos los participantes de la asamblea donde se intercambiaron ideas e impresiones sobre la participación pública del laicado en la vida de nuestros pueblos.

Quisiera recoger lo compartido en esa instancia y continuar por este medio la reflexión vivida en esos días para que el espíritu de discernimiento y reflexión “no caiga en saco roto”; nos ayude y siga estimulando a servir mejor al Santo Pueblo fiel de Dios.

Precisamente es desde esta imagen, desde donde me gustaría partir para nuestra reflexión sobre la actividad pública de los laicos en nuestro contexto latinoamericano. Evocar al Santo Pueblo fiel de Dios, es evocar el horizonte al que estamos invitados a mirar y desde donde reflexionar. El Santo Pueblo fiel de Dios es al que como pastores estamos continuamente invitados a mirar, proteger, acompañar, sostener y servir. Un padre no se entiende a sí mismo sin sus hijos. Puede ser un muy buen trabajador, profesional, esposo, amigo pero lo que lo hace padre tiene rostro: son sus hijos. Lo mismo sucede con nosotros, somos pastores. Un pastor no se concibe sin un rebaño al que está llamado a servir. El pastor, es pastor de un pueblo, y al pueblo se lo sirve desde dentro. Muchas veces se va adelante marcando el camino, otras detrás para que ninguno quede rezagado, y no pocas veces se está en el medio para sentir bien el palpitar de la gente.

Mirar al Santo Pueblo fiel de Dios y sentirnos parte integrante del mismo nos posiciona en la vida y, por lo tanto, en los temas que tratamos de una manera diferente. Esto nos ayuda a no caer en reflexiones que pueden, en sí mismas, ser muy buenas pero que terminan funcionalizando la vida de nuestra gente, o teorizando tanto que la especulación termina matando la acción. Mirar continuamente al Pueblo de Dios nos salva de ciertos nominalismos declaracionistas (slogans) que son bellas frases pero no logran sostener la vida de nuestras comunidades. Por ejemplo, recuerdo ahora la famosa expresión: “es la hora de los laicos” pero pareciera que el reloj se ha parado.

Mirar al Pueblo de Dios, es recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo. Por él y con la unción del Espíritu Santo,(los fieles) quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo (LG 10). Nuestra primera y fundamental consagración hunde sus raíces en nuestro bautismo. A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizados laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Olvidarnos de esto acarrea varios riesgos y deformaciones tanto en nuestra propia vivencia personal como comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado. Somos, como bien lo señala el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, cuya identidad es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo (LG 9). El Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo, por tanto, a la hora de reflexionar, pensar, evaluar, discernir, debemos estar muy atentos a esta unción.

A su vez, debo sumar otro elemento que considero fruto de una mala vivencia de la eclesiología planteada por el Vaticano II. No podemos reflexionar el tema del laicado ignorando una de las deformaciones más fuertes que América Latina tiene que enfrentar —y a las que les pido una especial atención— el clericalismo. Esta actitud no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente. El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como “mandaderos”, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14) Y no solo a unos pocos elegidos e iluminados.

Hay un fenómeno muy interesante que se ha producido en nuestra América Latina y me animo a decir: creo que uno de los pocos espacios donde el Pueblo de Dios fue soberano de la influencia del clericalismo: me refiero a la pastoral popular. Ha sido de los pocos espacios donde el pueblo (incluyendo a sus pastores) y el Espíritu Santo se han podido encontrar sin el clericalismo que busca controlar y frenar la unción de Dios sobre los suyos. Sabemos que la pastoral popular como bien lo ha escrito Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, pero prosigue, cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la llamamos gustosamente “piedad popular”, es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad … Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo. (EN 48). El Papa Pablo VI usa una expresión que considero clave, la fe de nuestro pueblo, sus orientaciones, búsquedas, deseo, anhelos, cuando se logran escuchar y orientar nos terminan manifestando una genuina presencia del Espíritu. Confiemos en nuestro Pueblo, en su memoria y en su “olfato”, confiemos que el Espíritu Santo actúa en y con ellos, y que este Espíritu no es solo “propiedad” de la jerarquía eclesial.

He tomado este ejemplo de la pastoral popular como clave hermenéutica que nos puede ayudar a comprender mejor la acción que se genera cuando el Santo Pueblo fiel de Dios reza y actúa. Una acción que no queda ligada a la esfera íntima de la persona sino por el contrario se transforma en cultura; una cultura popular evangelizada contiene valores de fe y de solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente, y posee una sabiduría peculiar que hay que saber reconocer con una mirada agradecida (EG 68).

Entonces desde aquí podemos preguntarnos, ¿qué significa que los laicos estén trabajando en la vida pública?

Hoy en día muchas de nuestras ciudades se han convertidos en verdaderos lugares de supervivencia. Lugares donde la cultura del descarte parece haberse instalado y deja poco espacio para una aparente esperanza. Ahí encontramos a nuestros hermanos, inmersos en esas luchas, con sus familias, intentando no solo sobrevivir, sino que en medio de las contradicciones e injusticias, buscan al Señor y quieren testimoniarlo. ¿Qué significa para nosotros pastores que los laicos estén trabajando en la vida pública? Significa buscar la manera de poder alentar, acompañar y estimular todo los intentos, esfuerzos que ya hoy se hacen por mantener viva la esperanza y la fe en un mundo lleno de contradicciones especialmente para los más pobres, especialmente con los más pobres. Significa como pastores comprometernos en medio de nuestro pueblo y, con nuestro pueblo sostener la fe y su esperanza. Abriendo puertas, trabajando con ellos, soñando con ellos, reflexionando y especialmente rezando con ellos. Necesitamos reconocer la ciudad —y por lo tanto todos los espacios donde se desarrolla la vida de nuestra gente— desde una mirada contemplativa, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas… Él vive entre los ciudadanos promoviendo la caridad, la fraternidad, el deseo del bien, de verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, develada. Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un corazón sincero (EG 71). No es nunca el pastor el que le dice al laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros. No es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles. Como pastores, unidos a nuestro pueblo, nos hace bien preguntamos cómo estamos estimulando y promoviendo la caridad y la fraternidad, el deseo del bien, de la verdad y la justicia. Cómo hacemos para que la corrupción no anide en nuestros corazones.

Muchas veces hemos caído en la tentación de pensar que el laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis y poco hemos reflexionado como acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana; cómo él, en su quehacer cotidiano, con las responsabilidades que tiene se compromete como cristiano en la vida pública. Sin darnos cuenta, hemos generado una elite laical creyendo que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas “de los curas” y hemos olvidado, descuidado al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe. Estas son las situaciones que el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar espacios más que por generar procesos. Por eso, debemos reconocer que el laico por su propia realidad, por su propia identidad, por estar inmerso en el corazón de la vida social, pública y política, por estar en medio de nuevas formas culturales que se gestan continuamente tiene exigencias de nuevas formas de organización y de celebración de la fe. ¡Los ritmos actuales son tan distintos (no digo mejor o peor) a los que se vivían 30 años atrás! Esto requiere imaginar espacios de oración y de comunión con características novedosas, más atractivas y significativas —especialmente— para los habitantes urbanos. (EG 73) Es obvio, y hasta imposible, pensar que nosotros como pastores tendríamos que tener el monopolio de las soluciones para los múltiples desafíos que la vida contemporánea nos presenta. Al contrario, tenemos que estar al lado de nuestra gente, acompañándolos en sus búsquedas y estimulando esta imaginación capaz de responder a la problemática actual. Y esto discerniendo con nuestra gente y nunca por nuestra gente o sin nuestra gente. Como diría San Ignacio, “según los lugares, tiempos y personas”. Es decir, no uniformizando. No se pueden dar directivas generales para una organización del pueblo de Dios al interno de su vida pública. La inculturación es un proceso que los pastores estamos llamados a estimular alentado a la gente a vivir su fe en donde está y con quién está. La inculturación es aprender a descubrir cómo una determinada porción del pueblo de hoy, en el aquí y ahora de la historia, vive, celebra y anuncia su fe. Con la idiosincrasia particular y de acuerdo a los problemas que tiene que enfrentar, así como todos los motivos que tiene para celebrar. La inculturación es un trabajo de artesanos y no una fábrica de producción en serie de procesos que se dedicarían a “fabricar mundos o espacios cristianos”.

Dos memorias se nos pide cuidar en nuestro pueblo. La memoria de Jesucristo y la memoria de nuestros antepasados. La fe, la hemos recibido, ha sido un regalo que nos ha llegado en muchos casos de las manos de nuestras madres, de nuestras abuelas. Ellas han sido, la memoria viva de Jesucristo en el seno de nuestros hogares. Fue en el silencio de la vida familiar, donde la mayoría de nosotros aprendió a rezar, a amar, a vivir la fe. Fue al interno de una vida familiar, que después tomó forma de parroquia, colegio, comunidades que la fe fue llegando a nuestra vida y haciéndose carne. Ha sido también esa fe sencilla la que muchas veces nos ha acompañado en los distintos avatares del camino. Perder la memoria es desarraigarnos de donde venimos y por lo tanto, nos sabremos tampoco a donde vamos. Esto es clave, cuando desarraigamos a un laico de su fe, de la de sus orígenes; cuando lo desarraigamos del Santo Pueblo fiel de Dios, lo desarraigamos de su identidad bautismal y así le privamos la gracia del Espíritu Santo. Lo mismo nos pasa a nosotros, cuando nos desarraigamos como pastores de nuestro pueblo, nos perdemos.

Nuestro rol, nuestra alegría, la alegría del pastor está precisamente en ayudar y estimular, al igual que hicieron muchos antes que nosotros, sean las madres, las abuelas, los padres los verdaderos protagonistas de la historia. No por una concesión nuestra de buena voluntad, sino por propio derecho y estatuto. Los laicos son parte del Santo Pueblo fiel de Dios y por lo tanto, los protagonistas de la Iglesia y del mundo; a los que nosotros estamos llamados a servir y no de los cuales tenemos que servirnos.

En mi reciente viaje a la tierra de México tuve la oportunidad de estar a solas con la Madre, dejándome mirar por ella. En ese espacio de oración pude presentarle también mi corazón de hijo. En ese momento estuvieron también ustedes con sus comunidades. En ese momento de oración, le pedí a María que no dejara de sostener, como lo hizo con la primera comunidad, la fe de nuestro pueblo. Que la Virgen Santa interceda por ustedes, los cuide y acompañe siempre,

Vaticano, 19 de marzo de 2016

Francisco

7 comentarios

  • Román Díaz Ayala

    El asunto que trata esta carta sin duda es uno de los temas más queridos para mí en donde hago girar todas mis reflexiones sobre el Pueblo de Dios, “casa espiritual y sacerdocio santo”.

    El clericalismo existe porque en nuestra Iglesia Católica Romana ha habido desde  siempre una teología del clero donde a cierto grupito minoritario de cristianos (todos hombres) se les ha formado para sacerdotes y ordenados para el altar. La Iglesia así constituída obedece a la concepción de una sociedad estamental, con un papado monárquico en la cúspide y una clase rectora cargada de privilegio, pero con una retórica de servicio.  Es un ejemplo claro de cómo la teología en su expresión filosófica ha prevalecido sobre la sencillez de la propuesta evangélica testimoniada en Las Escrituras y en la obra del Espíritu Santo. Su horizontalidad, la teología la concibió en su verticalidad en términos de clases mediadoras.

    La concepción católica de la Iglesia propia de una mentalidad que  nos llegado del “antiguo régimen” en lo político sufrió una catarsis con el Concilio Vaticano II (1963-1965) profusamente citado en este documento, cuando sí tenía pleno sentido eso de que “ha llegado la hora de los laicos”, pero no porque la Iglesia estuviese buscando espacios en la laicidad ( teorías encarnacionistas, citadas de alguna manera por Honorio) sino porque al igual que el velo del Templo de Jerusalén se rasgó de arriba a abajo tras la muerte en la Cruz de Jesús,  no es que  lo profano haya invadido el espacio religioso, sino que Dios ha declarado santo, del todo santo, todo lo profano, con la efusión de Su Espíritu.

    Desde el Concilio sabemos que el sacerdote “ministerial” es llamado por Cristo “desde la comunidad” para servirla igual que toda persona laica es llamada también desde la comunidad “para servirla”. Entonces el vocablo “sacerdote” lo hace la teología algo “funcional, pero que no es neotestamentario. Sólo en la Antigua Alianza existió una clase sacerdotal, elegida para ello la tribu de Levi ( los levitas)

    La comunidad cristiana es un rebaño de Jesús que no se entiende sin un “pastor”. pero hemos heredado una imagen deformada de lo que es un pastor identificándola con una o algunas de sus funciones. Un pastor unifuncional resulta algo incompleto, un amago, pero no un verdadero ni un buen pastor. Igual que Dios no hace acepción de personas, un pastor no puede sobrecuidar a unas para descuidar u olvidar a otras, y a  todas inluir en su oficio de cuidado y vigilancia, contra cualquier contratiempo o peligros exteriores, que se aleje del rebaño o se pierda, que la roben, que sea agredida o se exponga a los lobos, que sufra un accidente. Otra función es la de atender sus necesidades más vitales: buenos pastos, agua suficiente, descanso, protección contra los rigores del clima.. También está en sus atribuciones aprovecharlas inteligentemente para el duelo del rebaño: su lana, sus crías, su leche…El pastor es tan necesario al rebaño que no tendría viabilidad sin él.

    Tal imagen del pastor, arroja fuera todos los narcisismos espirituales. Quienes se constituyen en sociedades ( estamentos) de perfectos jamás pueden propiciar un encuentro con Jesús.

    Hechos 14,23: “Designaban presbíteros en cada iglesia y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor, en quien habían creído”.

    Por la obra del Espíritu Santo, en Cristo ni lo laico es contrario a santo, ni lo espiritual opuesto a lo profano en el seno de la comunidad cristiana.

  • mª pilar

    ¿Qué esperabas Oscar?

    El Vaticano está tan anclado en “sus” leyes de poder, que de no suceder un “terremoto” que les haga caerse de sus excelsos caballos… ¡No cambiará!

    Se puede decir palabras buenas, novedosas… que consuelen a esa parte de la “iglesia” que labora sin descanso por intentar ¡vivir! el Mensaje primero, no lo mandado por quienes han dirigido y llevado a esta iglesia a poseer un poder y una riqueza vergonzosa.

    ¿Cómo se puede decir que se quiere una iglesia pobre con, y junto a los pobres, cuando tiene riquezas y tesoros hasta decir basta?

    Solo hay un canino, que de verdad nos haría esperar un cambio, una conversión hacia la fuente y que además se estarían cumpliendo las Palabras de cómo hay que caminar desde ella y sus enseñanzas… las del Maestro.

    Hacer hospitales, escuelas, comedores, casas dignas… así, se iría haciendo realidad aquello tan hermoso y serio de:

    ¡¡¡ Darles vosotros de comer, vestir al desnudo, no explotéis a las viudas, visitad a los encarcelados, compartir vuestro manto con quien no tiene etc…!!!

    En lugar de esto… tenemos “pastores” viviendo en lujosos áticos, servidos por religiosas, que se “consagraron” a su “dios” y terminan ¡sirviendo! de la manera más “servil” (disculpen la redundancia) a esos hombres, que están tan lejos del Mensaje voceado a los cuatro vientos por el Maestro.

    Y no solo es parte de la jerarquía quien así actúa… son aquellos seguidores, que solo escuchan aquello que les interesa para sus fines, y consiguen atraer hacia su estilo de vida, emponzoñando… (a quienes se dejan envenenar) por las riquezas, el oropel, la comodidad… sin importarles el precio, que otras personas pagan por ello.

    Una cosa de esta carta, me ha emocionado; la impresión recibida por la pastoral que en algunos lugares de América Latina se vive:

    ¡Yo fui testigo de ello, lo viví, lo goce!

    Por estos lares… hay quienes así lo viven, al menos lo intentan; poner en práctica ese hermoso Mensaje de Jesús; y por ello, son perseguidos por el poder, acallados, destituidos…

    Lo cierto es, que pese a todas las dificultades ¡no pueden acallar sus voces, su vida, la vida que nace en su entorno! y aquí… se hacen realidad aquellas palabras del Maestro.

    “Si esto me han hecho a mí… lo harán también con vosotros”

    Ahí está la siembra del verdadero Mensaje de Jesús:

    ¡Cuando se hace Vida y da Vida!

    Mientras lo que llamamos iglesia… que a mí me enseñaron que era la reunión de los fieles… y no salgamos de los templos, las sacristías, las colaboraciones privadas…

    ¡Nunca seremos verdaderos seguidores de Jesús!

    Ya sé… esto es más complicado que seguir unas normas, unos dogmas, unas leyes acomodadas a nuestras necesidades; es más fácil acudir al confesionario… que arreglar el mal causado con la persona herida… y así sucesivamente.

    ¡Cuanto cuesta renunciar a los faustos, los títulos grandilocuentes… “señorías, excelencias, santidades…!

    Lo más hermoso sería…

    ¡¡¡Sentirnos “hermanos” amigos entrañables, unidos por la misma causa!!!

    ¡¡¡Eso sí… que sería capaz de cambiar a este mundo… vendido al poder, la riqueza fácil… “para algunos”… a precio de sangre y vida para otras personas!!!

    mª pilar

  • Santiago

    Isidoro, tienes razón que reducir la fe, y por tanto la salvación, a ciertas prácticas y signos externos accesibles solamente a unos cuantos, es ilógico y se opone a la voluntad salvífica de Dios, que es universal…

    Sin embargo, el cristianismo tiene su origen en Cristo y en sus Apóstoles, queramos o no…Existe una base histórica y un consenso en la fe …y en las prácticas evangélicas, de lo que han dado testimonio millares de personas humanas a traves de los siglos, que siguieron libremente a Jesús, y existe una Iglesia visible….Para los que han oído hablar del Evangelio y su voluntad se mueve a aceptar a Jesús como el pide, ya que El es “camino, verdad y vida”…entonces los signos y las prácticas sacramentales son un medio para desarrollar esa misma fe….Pero para los que “inculpablemente” y por diferentes razones y circunstancias no han podido siquiera conocer y desear libremente su entrada en el camino del Reino, la misericordia del Señor es “eterna” como dice el Salmo una y otra vez, y no existe duda de que Dios no abandona a los que creó en su amor….La Iglesia, desde tiempo inmemorial, siempre llamó a sus filas a TODA persona que quisiera pertenecer al Pueblo de Dios…Siempre hubo un ritual o modo de “convesión”, de perdón, de reconciliación, de perseverancia en la fe y en las buenas obras…Por eso, los catecúmenos que morían sin el bautismo de agua, se consideraron siempre parte del Cuerpo Místico de Cristo porque habían muerto en un “bautismo de deseo”….y los mártires que también daban su vida sin haber recibido las aguas bautismales se consideraban bautizados “en sangre”…y eran nombrados en las celebraciones eucarísticas…como pertenecientes a la FE..Por eso, la Iglesia nunca ha sido reduccionista sino, lo contrario, está siempre abierta a la gracia divina que es inmanente a los seres humanos creados…y no excluye a nadie que es sincero de la gracia de Dios…

    La Iglesia, además de doctrinal, ha sido siempre práctica….Y nunca ha abandonado el sentido universal de la misericordia divina…y ha desarrollado bien la teología de lo que es verdaderamente gracia…Sin embargo, tampoco podemos imaginar que el don de la gracia se nos va a dar sin nuestra cooperación libre…ya que fuimos creados libres….y es en el uso de nuestra libertad cooperativa como podemos acceder, con nuestro intelecto y voluntad, a la trascendencia en el amor de Dios…

    Un abrazo    de Santiago Hernández

  • oscar varela

    Hola!

    Había yo leído muy rápidamente esta Carta cuando apareció en Zenit.

    Recuerdo que quedé interesado con la siguiente afirmación:

    – “Muchas veces hemos caído en la tentación de pensar que el laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis y poco hemos reflexionado como acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana”-

    ……………..

    Sin embargo, el enfoque al que nos lanza Isidoro me parece que deja al párrafo de Francisco un tanto corto de perspectiva.

    A pesar de ello cuido de no apurarme contra lo que puede ser una “estrategia” del Gobernante, que tiene una obligación de Prudencia para que no le pase lo que le está pasando a Dilma Rousseff. O lo que le pasó al que “liquidaron” a los pocos meses de papado.

    Y vuelvo entonces a preguntarme:

    – Si fuere una Estrategia valedera tendría que verse el “movimiento LOGÍSTICO” para ganar ese desafío.

    ¿Y con que me encuentro?

    Con que DOS “piezas claves” del Tablero no se han movido. Éstas:

    1- LAICAS: no aparece la MUJER en cuanto “modo diferente de estar-en-el-Mundo”; lo que Julián Marías nos enseñó a llamar “Instalación”.

    2- CLERO: este “tipo de ser” es -sí o sí- un tipo “formateado” en UN “modo de pensar” RELIGIOSO (prioriza a rajatabla y hasta el martirio la re-presentación de un dios).

    Súmesele que es “NO-MUJER” y ya tenemos las DOS INAMOVILIDADES.

    POR LO TANTO …

    ¡Voy todavía! – Óscar.

  • h.cadarso

    “Uno no es humano por estar inscrito en el registro civil, hacer la inscripción es un trámite formal, administrativo. Similarmente uno no es cristiano por estar butizado, uno sería cristiano por ser humano, el bautismo sería como el sacramento, el hecho sensible que lo visibiliza”.

    Amigo Isidoro, con estas palabras has hecho una arriesgada traducción del texto del Papa, traducción que comparto contigo, y te la agradezco. Yo me siento como albañil, arquitecto, peón mejor, que arrima el hombro a la construcción del Reino de Dios, cuando hago política o sindicalismo o cultura o municipalismo con mis compañeros en la acción. Yo me siento más hermano de ellos, que de los que encuentro en la iglesia en la misa dominical con los que no tengo ningún lazo de colaboración ni ningún encuentro en esa lucha por el Reino de Dios en la calle. Con esos otros, con los que lucho codo con codo por el Reino de Dios, me siento hermano, medito y oro, escucho la voz de Dios, intento cumplirla y acogerla como semilla sembrada sobre campo bien preparado que intenta dar el ciento por uno.

    No, no me siento ajeno de los que encuentro en la iglesia y rezo con ellos. Pero en la medida en que están ausentes de esa tarea los siento lejos. Quizá tendríamos todos que hacer un esfuerzo para arrastrar a los que rezan con nosotros ene el templo a unirse con nosotros a la acción en la calle. Quizá esa manía de clericalismo tan vieja y grabada a fuego en nuestra piel y nuestra alma requiere un tratamiento de choque, rupturas o dramas dentro de la iglesia. No lo sé…Pero es que esos “humanos” que construyen el Reino de Dios desde fuera del Atrio de los gentiles en el que vivimos algunos viviendo al mismo tiempo en el otro Atrio de los creyentes, tienen derecho, les debemos el reconocimiento del carácter sagrado y sacerdotal de lo que están haciendo junto con nosotros o por su cuenta y riesgo.

    Gracias, Isidoro.Tal vez tengo que bendecir al Padre porque te ha inspirado esas palabras. Este es el Atrio.org en el que yo me siento a gusto…Aunque no forma parte del templo, está muy directamente comunicado con él.

  • Isidoro García

    El Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo, por tanto, a la hora de reflexionar, pensar, evaluar, discernir, debemos estar muy atentos a esta unción”. “El Papa Pablo VI usa una expresión que considero clave, la fe de nuestro pueblo, sus orientaciones, búsquedas, deseo, anhelos, cuando se logran escuchar y orientar nos terminan manifestando una genuina presencia del Espíritu. Confiemos en nuestro Pueblo, en su memoria y en su “olfato”, confiemos que el Espíritu Santo actúa en y con ellos, y que este Espíritu no es solo “propiedad” de la jerarquía eclesial”.

     

    Mi opinión personal sobre la bienintencionada carta de Francisco, es que hay dos visiones posibles sobre la naturaleza del “Pueblo de Dios”, y consecuentemente sobre la actuación del Espíritu en su labor de guía y consuelo de dicho Pueblo.

    Una de ellas es la tradicional, la propia de todas y cada una de las Iglesias, sectas y Organizaciones religiosas, está restringida a aquel sector de la humanidad, que crea y se someta a las normas que cada Jerarquía eclesiástica ha establecido, como obligatorias.

    La otra visión, es la universal, la que toma la Humanidad entera como sujeto  del “Tratado o Convenio cósmico”, establecido por la Trascendencia, (sea quien sea), con esa Humanidad.

    El kerigma del cristianismo (según mi opinión), se basa en la Universalización del Testamento (=Tratado, Convenio), que establece “Dios” con la Humanidad entera. Si ya la tribalización del Antiguo Testamento, de un Convenio de Dios con un pequeño pueblo perdido en un desierto, no tenía sentido ya en la época del Imperio romano, tampoco, menos aún hoy día, tiene sentido, restringir ese misteriosoTratado cósmico, solo a un grupito mayor o menor, que tengan unas ideas determinadas y sigan unas normas concretas.

    La Iglesia Católica = UNIVERSAL, no puede ser solo el pueblo de los bautizados.

    Eso supone, una perversión del concepto de “sacramento”, que debería ser un símbolo sensible y exterior, de una realidad cósmica misteriosa.

    Uno no es humano por estar inscrito en el registro civil, hacer la inscripción es un trámite formal, administrativo. Similarmente uno no es cristiano por estar bautizado, uno sería cristiano por ser “ser humano”, el bautismo sería como el “sacramento” = hecho sensible que lo visibiliza.

    Y claro entonces la “gracia” del Espíritu, no estaría reducida a los bautizados, sino a todos los humanos. ¿Os imagináis que Jesús en la Cruz hubiera puesto un cartelito: “No os equivoquéis, que yo muero solo por los que están debidamente bautizados y se hayan confesado con un cura católico”. Ridículo.

    Por eso Francisco, (en la difícil situación en que está), no puede luchar efectivamente contra el “clericalismo”, pues toda la estructura formal sacramental, exige un grupo que la administre, que será un “clero”.

    Cuando reconozcamos de verdad el pluralismo humano, y que es connatural con nuestra naturaleza, el pensar cosas distintas, en los detalles secundarios, acerca de todas las cuestiones, admitiremos una sola y única Humanidad=Iglesia=Comunidad, articulada en múltiples asociaciones, y subcomunidades, autónomas y vitales. (Y todos los distintos sarmientos unidos al tronco de la vid).

    Todos estos planteamientos exigen mucha flexibilidad e imaginación interpretativa.

    “¡Los ritmos actuales son tan distintos (no digo mejor o peor) a los que se vivían 30 años atrás! Esto requiere imaginar espacios de oración y de comunión con características novedosas, más atractivas y significativas —especialmente— para los habitantes urbanos”. (Francisco).

    Pues ¡a ello!.

  • ELOY

    Un texto que se lee fácilmente (como una carta que es) y en el que en algún momento alguien que está inmerso en la vida “normal” , y no metido e las “cosas de los curas”, puede encontrar reflejos de propias vivencias, propios problemas y propios cuestionamientos.

    Un texto que lógicamente habla “a los que conmigo van”, como suele decirse, pues el lenguaje “ad extra” requiere otros planteamientos.

    Un carta que es de agradecer y tengo a impresión de que ATRIO tendrá que ir reservando un espacio propio para las cartas de Francisco.